6 Ἐγένετο ἄνθρωπος, ἀπεσταλμένος παρὰ θεοῦ, ὄνομα
αὐτῷ Ἰωάννης: 7 οὗτος ἦλθεν εἰς μαρτυρίαν, ἵνα μαρτυρήσῃ περὶ τοῦ
φωτός, ἵνα πάντες πιστεύσωσιν δι' αὐτοῦ. 8 οὐκ ἦν ἐκεῖνος τὸ φῶς, ἀλλ'
ἵνα μαρτυρήσῃ περὶ τοῦ φωτός.
“6 Apareció un hombre, enviado de Dios, que se
llamaba Juan. 7 Él vino como testigo, para dar testimonio acerca de la luz, a
fin de que todos creyesen por Él. 8 Él no era la luz, sino para dar testimonio
acerca de la luz”.
En esa lucha de las tinieblas
no queda la luz vencida. Después de un decrecimiento que, así como el menguante
de la luna, semeja el preludio de su extinción definitiva, ella reaparece con
nueva fuerza y con nuevo esplendor. Φαίνει (luce) dijo el versículo
anterior, usando el tiempo presente para mejor designar la persistencia y
también la identidad de la luz en el período de iluminación que acaba y en el
otro que ahora comienza.
Es
ya la neomenia mesiánica. ¡Y cuán naturalmente, y cuán bellamente el
evangelista introduce aquí a San Juan como el portador del anuncio, como el
testigo de la nueva luz!
En
efecto, la neomenia de ordinario no podía celebrarse sin una testificación
solemne. El cálculo astronómico no entraba en el ritual judío, sino que
la neomenia era fijada cada mes mediante observación. Al aproximarse la fecha
presumida, una expectación general, de que tan sólo pueden dar pálida idea
algunas costumbres religiosas del Islam que de esa se derivan, dominaba en
Jerusalén y en las ciudades y en las villas de Judea y de Galilea y de más allá
del Jordán. Las miradas de todos se fijaban en el horizonte y, al punto de
aparecer la luna nueva, los caminos de la ciudad santa se llenaban de celosos
israelitas para ser los testigos primeros, los testigos oficiales y ganar las
albricias de la nueva luz. Un día, refiere el Rosch ha-schana (1, 6, en lo
sucesivo sea R. H. la sigla), desde las llanuras de Séphela y de Sarón subían
presurosos más de cuarenta pares de testigos, pasaban ya por Lydda cuando allí
los detuvo Rabbi Akiba: era día de sábado y faltaban aún cuarenta kilómetros
para llegar a Jerusalén; además, ¿a qué cansarse en una competencia inútil y
para un testimonio que había de ser tardío? Pero lo supo Rabban Gamaliel y
envió quien dijera al atrevido Rabbi, en tono de autoridad y de severa
reconvención:
"Si tú detienes así a la gente, sepas que te
haces responsable de los tropiezos del porvenir".
Nada, pues, según la
casuística judía, podía detener a los testigos de la luz: ni la distancia, ni
los peligros del camino, ni el temor de no ser los primeros, porque las
albricias se multiplicaban en espléndido y numeroso banquete; hasta la misma
severísima ley del descanso sabático cedía ampliamente ante los portadores del
testimonio. Cuando estaba en pie el
santuario, prosigue el R. H. (I, 4b) era obligatorio traspasar el sábado antes
que retrasar esa noticia, que tanto afectaba al buen orden de los sacrificios.
A fin, pues, de recibirla y comprobarla cuanto antes oficialmente, los
miembros del Sanedrín esperaban en Jerusalén, reunidos en la sala Beth Ja'azeq
(R. H. 2, 5a), cuyo nombre debía recordarles el triste apólogo isaiano de la
viña del Señor (Is. V, 2). Allí era examinado de seguida el primer par de
testigos. Estaba fijada la lista de los que no tenían capacidad para tal
testimonio (R. H. 1, 7-8) y la lista acaba mencionando a los esclavos. ¡Debían
ser hombres libres para dar testimonio fehaciente de la luz! Estaba también
formulado el interrogatorio minucioso:
"Entra del primer par de testigos el que es mayor
de edad, y se le pregunta: Dime, ¿cómo has visto tú la luna, antes del sol o
después del sol? ¿Al norte de él o al sur de él? ¿A qué altura? ¿Qué grueso
tenía?... " (R. H. 2, 6)
Y
se ayudaban, si preciso era, de una tabla con las fases lunares, como aquella
que tenía Gamaliel en su cenáculo de Jabnes (R. H. 2, 8a). El interés del
asunto suscitaba, en los casos dudosos, las habituales sutilezas de los
maestros de Israel, y no sería cosa extraña en el tribunal una discusión como
aquellas que, para apreciar testimonios de la luz nueva, se promovieron con
Rabbi Jochanan ben Nuri, Rabbi Dosa ben Horkinos, Rabbi Jehoschua, Rabbi Akibha
y el Rabban Gamaliel, el cual tuvo que cortar imponiendo su autoridad y conminando
con una multa. El R. H. nos la ha conservado pintorescamente: cuando ben
Horkinos se presentó, bolsa en mano para satisfacerla, Rabban Gamaliel "se
puso de pie y le besó sobre la cabeza y le dijo esas palabras: Ven en paz,
maestro mío y discípulo mío; mi maestro en sabiduría, mi discípulo porque tú
has aceptado mis palabras" (R. H. 2, 9d).
Pero
ordinariamente el caso era más simple, y examinados los testigos desde luego
los jueces aceptaban el testimonio y se declaraba santificada la neomenia,
pronunciando el presidente la palabra sacramental: "¡Consagrado!” y todos
repetían “consagrado, consagrado" (R. H. 2, 7a). "Amén, contestaba el
pueblo, muchos son los que anuncian la buena nueva en Israel: consagrado está
el mes, consagrado en la neomenia, consagrado a su tiempo, consagrado en su día
intercalar; consagrado según la Thora, consagrado según la Halacha, consagrado
en lo alto, consagrado aquí bajo, consagrado en la tierra de Israel, consagrado
en Sión, consagrado en Jerusalén, consagrado en todos los lugares de Israel,
consagrado por la boca de nuestro maestro, consagrado en la casa del consejo...
Dad gracias al Señor porque es bueno, etc., Salmo 118" Sopherim (19,
9-10). Entonces comenzaban las ceremonias en el templo; y a fin de difundir
con presteza la ansiada noticia de esa oficial declaración de la neomenia, se
encendían fuegos sobre el vecino monte de las Olivas, y para más exactitud, en determinados
meses, se despachaban mensajeros a las ciudades y villas palestinenses y hasta
a las de más allá de Palestina. Todo estaba previsto con larga experiencia
de casos, y todo está consignado en el R. H. minuciosamente.
¡La luz había de anunciarse
con otra luz, con los fuegos de los altos montes! "¿Y de qué manera se
hacían las señales con fuegos? Cogíase un largo tronco de cedro y un palo alto
y leña de olivo y estopa de lino y se ligaba. Subía uno a la cumbre de un monte
y con eso encendía el fuego y lo movía hacia acá y hacia allá, hacia arriba y
hacia abajo, hasta ver que otro efectuaba lo mismo en la cumbre de un segundo
monte, y así continuaba éste hasta que lo veía en la cumbre de un tercer monte… ¿Y desde dónde se hacían tales señales de fuego?
Desde el Olivete hacia el Sartaba (Kourn Sourtabah que se adelanta hacia el
Jordán dominando el valle), desde Sartaba hacia Geruphina (el Arabonneh de los
montes de Gelboe), desde Geruphina - hacia el Tabor (Tos. 2, 2) -hacia Hauran,
desde Hauran hacia Beth Biltin y desde Beth Biltin… aquí movía uno el fuego
hacia acá y hacia allá, hacia arriba y hacia abajo hasta ver ante sí toda la
región de la cautividad ardiente como una hoguera" (R. H. 2, 4); viva
expresión que refleja la claridad con que lucían las villas enteras cuando
"cada cual subía con antorcha a su terraza" en exultación de la nueva
luz (Bartenora, h. 1).
"Antes, cualquiera era
aceptado para testigo de la nueva luna, pero después que los minim pusieron
engaño se ordenó que sólo fuesen admitidas las personas conocidas" (R. H.
2, 1b), así también "al principio se hacían las señales de fuego, pero
luego que los Kuteos (samaritanos) causaron confusión, se estableció el servicio
de mensajeros" (R. H. 2, 2), sin quedar aquellas señales suprimidas, sino
más bien aseguradas en determinados casos con la personal presentación de tales
enviados. "En seis meses se
despachan mensajeros: en el mes de Nisán, a causa de la Pascua, en el mes de Ab
a causa del ayuno, en el mes de Elul a causa del año nuevo; en el mes de
Tischri a causa de la ordenación de las fiestas; en el mes de Kislen a causa
del Chanukka; y en el mes de Adar a causa del Purim. Además, cuando estaba en
pie el templo, también salían en el mes de Ijar a causa de la pequeña
Pascua" (R. H. I, 3). Y, aunque hubiesen de profanar el sábado, tales
mensajeros marchaban en los meses de Nisán y de Tischri hasta la Siria (R. H.
1, 4a), por los largos caminos que conducen a Damasco, probablemente los mismos
que pisaban los pies de Saulo, para diferente propósito, cuando le detuvo y
derribó la visión del que es la verdadera luz.
En
estos pasajes del Rosch ha-schana que hemos transcrito y citado según la
crítica edición de Fiebig (Die Mischna h. v. G. Beer u. O. Holtzmann Rosch ha-schana.
-Text, Uebersetzung und Erkfarung… von Paul Fiebig- 1914), se ve cual sería
poco más o menos en los tiempos de San Juan el ceremonial del testimonio de la
luz nueva, ceremonial espléndido y, aparte de algunas pequeñeces rabínicas,
verdaderamente grandioso y capaz de dar una imagen también grandiosa para el
prólogo de las máximas ideas teológicas. San Juan, en su espíritu litúrgico
y de auténtico israelita, debió impresionarse a menudo ante ese espectáculo tan
frecuente y tan emocionante, y así acumuló alusiones a él en esos tres
versículos (6-8), que ahora analizamos. Ya quizás el lector, al pasar la vista
sobre el precedente extracto del libro judío, habrá reconocido espontáneamente
el alcance de las expresiones evangélicas. La impresión de conjunto por sí sola
es convincente; no será, empero, por demás indicar aquí varias
correspondencias, unas, si se quiere, bien discutibles y conjeturales, pero
otras, a nuestro entender, seguras y definitivas.