Otra
cuestión se plantea en este punto, duda motivada por el espléndido trabajo
leído por el P. Walter Burghardt, S.J., en la reunión de la Sociedad teológica Católica
de América en Detroit en junio pasado. La pregunta es esta: ¿Puede la ecclesia docens hacer nuevas
definiciones o condenas sin mirar hacia los monumentos del pasado? En otras
palabras, ¿puede la ecclesia docens,
solamente teniendo en cuenta su propia conciencia, examinando el contenido de
su propio conocimiento del mensaje revelado y, por lo tanto, sin ninguna
referencia al pasado o a los monumentos del pasado, resolver todas las
cuestiones sobre la Fe Católica? O, para hacer la pregunta aún de otra
manera, en forma más concreta: ¿pudo el Santo Padre haber definido el dogma
de la Asunción corporal de Nuestra Señora a los cielos sin referirse a la
enseñanza y documentos del pasado con tal que determinara la conciencia o
convicciones de la ecclesia docens
sobre esta enseñanza?
La
respuesta correcta y precisa a estas preguntas, o para ser más exactos, a esta
cuestión, está lejos de ser un tema simple. Parecería, de todas formas, que la
comprensión de la posición del Santo Padre y de los otros miembros de la ecclesia docens como embajadores de
Jesucristo puede ser muy útil para arribar a semejante respuesta.
Como Cabeza de Su Cuerpo
Místico, Nuestro Señor empodera, ayuda y en realidad mueve a su ecclesia docens para las declaraciones
autoritativas y precisas de Su mensaje divino a Sus discípulos dentro de Su
Iglesia. Sus embajadores son comisionados por Él para declarar como verdad
divinamente revelada lo que ha sido presentado como tal semper, ubique y ab omnibus
(siempre, en todas partes y por todos) por la autoridad magisterial
de Su Iglesia. Puesto que son embajadores, y por lo tanto las causas
principales de sus declaraciones del mensaje de Dios, están obligados a obrar
conforme a los designios de la prudencia humana (o del don de consejo) en el
correcto cumplimiento de esta tarea.
Absolutamente hablando, una
vez que se ha establecido que una enseñanza particular es propuesta aquí y
ahora como dogma de la Iglesia católica ubique
et ab omnibus, es completamente cierto que siempre ha sido presentada así
en la Iglesia verdadera y católica. Pero, del mismo modo, una vez que se ha
establecido que la ecclesia docens ha
declarado realmente tal enseñanza como dogma católico en el pasado, es
completamente cierto que es enseñado como dogma católico aquí y ahora por todas
partes y por todos los miembros de la ecclesia
docens. Aun así, la tremenda gravedad de la materia en cuestión parecería
hacer moralmente imposible emitir una definición sin recurrir a un examen de la
creencia de la Iglesia en el presente, como así también a los monumentos del
pasado. Y parecería que los dones carismáticos otorgados por Nuestro Señor a la
ecclesia docens para el cumplimiento
correcto y apropiado de su divino encargo deben incluir la disponibilidad de
recursos por los cuales la enseñanza del pasado en la Iglesia puede ser
examinada a fin de ver claramente cómo ha sido presentada en realidad la
doctrina en cuestión por parte del magisterium
en los tiempos pasados.
La
obra de magisterio en los Concilios de la Iglesia es presidida por Nuestro
Señor. Es Él quien guía estas asambleas y las mueve a las declaraciones
precisas e infalibles de la verdad católica. De todas formas, aquí, como en
otras partes, el Concilio obra como causa principal, aquella a la cual se le
proporciona y adjudica el efecto, con referencia a la declaración de la verdad
divina. La verdad misma, por supuesto, sigue siendo la enseñanza de Dios a
través de Jesucristo Nuestro Señor.
Una
vez que tomamos conciencia de las implicancias de la verdad que Cristo enseña
en Su Iglesia a través de los hombres que ha constituido como Sus embajadores,
estamos en posición de adquirir un mayor conocimiento sobre el sentido completo
de la estabilidad del dogma católico. Estamos capacitados, además, para ver el
origen de algunas confusiones que se encuentran en algunas afirmaciones
actuales sobre el desarrollo de la doctrina.
La ecclesia docens, actuando como el cuerpo de los embajadores
doctrinales de Cristo, es la causa principal de sus propias declaraciones
doctrinales. Por lo tanto, debe proceder modo
humano, con mucho trabajo, y usando de todos los recursos pertinentes
disponibles. Así, la ecclesia docens
ha estado obligada, a través de los siglos, a exponer el cuerpo de verdades que
Nuestro Señor enseñó en arameo a personas con un trasfondo hebreo, a personas
de cualquier cultura y lengua en la historia. Primero tuvo que expresar estas mismas
verdades precisa y efectivamente a personas que hablaban griego, pero cuyo trasfondo
cultural era el de los hebreos. Luego tuvo que llevar este mismo cuerpo de
verdades, siempre con precisión, a las personas de la mentalidad de Grecia,
Siria y Roma.
Es
propio de la traducción de un documento de una lengua a otra que esta tarea
incluya mucho más que el mero reemplazo de cada una de las palabras
individuales por otras en otra lengua. Hay términos que solamente pueden ser
traducidos a otra lengua correctamente por medio de frases. De la misma manera,
algunas veces hay frases más bien complicadas que pueden ser traducidas
correctamente a otro idioma con una simple palabra.
Las dificultades aumentan en
el caso de la transmisión de un mensaje hablado. La expresión adecuada de un
cuerpo de verdades en dos lenguas y culturas diferentes debe tener en cuenta
las mentalidades de los pueblos a los que se dirige el mensaje. Una declaración
que es perfectamente clara en una época o civilización, necesariamente va a necesitar
la remoción explícita de algún posible malentendido cuando es llevado con
precisión a otra época o cultura.
Tal
ha sido la tarea de los embajadores de Cristo. Tal ha sido el proceder de
Cristo Maestro dentro de Su Iglesia. Lo que a primera vista podría parecer
un aumento en el contenido de verdades propuestas como reveladas, resulta ser,
en última instancia, la correcta declaración del depósito confiado
originalmente a la Iglesia. Pero es una declaración hecha a una generación
heredera de todas las culturas del pasado. Y las precisiones que tienen que
haber sido introducidas, por los trabajos divinamente auxiliados de los
embajadores de Cristo a través de los siglos, para prevenir la posibilidad de
cualquier malentendido del mensaje divino que se pueda atribuir a la ecclesia docens, han llegado a nosotros
para ayudarnos en nuestro entendimiento de ese mensaje.
Así,
la reafirmación continua de esta misma verdad, esta expresión siempre precisa
de los embajadores de Cristo como Sus agentes en Su Iglesia, nos da un avance
preciso en el conocimiento de las divinas revelaciones puesto que, a través de
las precisiones o explicaciones (o, si se quiere, de sacar las implicancias), resulta
necesariamente en una disminución del peligro de que podamos malinterpretar esa
enseñanza para nuestra propia ruina espiritual.