16. Y dicen a los montes y a las peñas: “Caed sobre nosotros y escondednos
del rostro del sentado sobre el trono y de la ira del Cordero;
Citas Bíblicas :
Is. II, 17-21:
“…Yahvé solo será ensalzado en aquel día; y todos los ídolos desaparecerán.
Se esconderán en las cuevas de las peñas y en los hoyos de la tierra ante el
terror de Yahvé y ante la gloria de su majestad, cuando Él se levantare para
causar espanto en la tierra. En aquel día el hombre arrojará sus ídolos de
plata y sus ídolos de oro, que se hizo para adorarlos, a los topos y a los
murciélagos, para esconderse en las cavernas de las peñas, y en las
hendiduras de las rocas, ante el terror de Yahvé y ante la gloria de su
majestad, cuando Él se levantare para causar espanto en la tierra”.
La
expresión “caed sobre nosotros y ocultadnos” no necesariamente se refiere a los
últimos tiempos:
Lc. XXIII, 30:
“Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí, sino llorad por vosotras mismas y por
vuestros hijos, porque vienen días, en que se dirá: ¡Felices las estériles, las
entrañas que no engendraron, y los pechos que no amamantaron!”. Entonces se
pondrán a decir a las montañas: “Caed sobre nosotros, y a las colinas: ocultadnos”.
Porque si esto hacen con el leño verde, ¿qué será del seco?”.
Destrucción
de Jerusalén
Os. X, 7-8:
“Destruída será Samaría, quedando su rey como un pedazo de madera sobre las
aguas. Serán destruídos los altos de Aven, el pecado de Israel; espinos y
abrojos crecerán sobre sus altares. Entonces dirán a las montañas:
¡Cubridnos!; y a las colinas: ¡Caed sobre nosotros!”.
Destrucción
del reino del norte (10 tribus).
Cfr.
también Josué X; Lc. XXI, 26.
Comentario:
Fillion:
“Es el lenguaje de hombres desesperados, que desean una pronta muerte, a fin
de que su angustia finalice…”.
17. porque ha llegado el día, el grande, de la ira de ellos y ¿quién puede
estar de pie?”.
Comentario:
Straubinger:
“En cuanto al gran día del furor algunos suponen que es contra Israel
como en Amos V, 18[1],
porque en VII, 1-8 se trata de sellar a aquellos de las doce tribus que
habrían de librarse de ese día. Sin embargo, en el v. 15 se ve que se trata
más bien de reyes de todas las naciones como en el Salmo CIX (CX), 5s. ¿Quién
puede estar en pie? cfr. Sal. I, 5 y nota".
Allo:
"El gran día, dies irae, cfr. Is. LXIII, 4; Joel II, 11.31;
Sof. I, 14 ss; II, 3; Cfr. Rom. II, 5; Jud. 6".
Bover:
“¿Quién puede sostenerse? A esta pregunta se contesta inmediatamente”.
Sobre el Día del Señor hay mucho para decir:
Apocalipsis I, 10:
“Fui en espíritu en el día del Señor y oí detrás de mí una voz grande,
como de trompeta…”.
Apocalipsis VI, 12-17:
“Y vi cuando abrió el sello, el sexto y un terremoto grande se produjo y el
sol se puso negro como un saco de crin y la luna toda se puso como sangre y las
estrellas del cielo cayeron a la tierra, como deja caer sus brevas la
higuera sacudida por un fuerte viento. Y el cielo fue retirado como un libro
que se arrolla y todo monte e isla de sus lugares se movieron. Y los
reyes de la tierra, y los magnates y los jefes militares y los ricos y los
fuertes y todo siervo y todo libre se escondieron en las cuevas y entre los peñascos
de las montañas. Y decían a las montañas y a los peñascos: “caed sobre
nosotros y escondednos de la faz de Aquel que está sentado en el trono y de la
ira del Cordero; porque ha llegado el gran día de la ira de ellos y ¿quién
podrá estar en pie?”.
Salmo CXVII, 24:
“Este es el día que hizo Yahvé, alegrémonos por él y
celebrémoslo”.
Isaías II, 10-22:
“Métete en la peña y escóndete en el polvo ante el terror de Yahvé, y ante
la gloria de su majestad. Entonces serán abatidos los ojos altivos del
hombre, y su soberbia quedará humillada; sólo Yahvé será ensalzado en aquel
día. Pues Yahvé de los ejércitos ha fijado un día contra todos los soberbios y
altivos, contra todos los que se ensalzan para humillarlos… será abatida la
altivez de los hombres, y humillada la soberbia humana; Yahvé sólo será
ensalzado en aquel día; se esconderán en las cuevas y en los hoyos de la tierra
ante el terror de Yahvé y ante la gloria de su majestad, cuando Él se levantare
para causar espanto en la tierra…”
Isaías XIII, 6-13:
“¡Aullad que cercano está el día de Yahvé! Vendrá como ruina de parte
del Todopoderoso. Por tanto, todos los brazos perderán su vigor, y todos los
corazones de los hombres se derretirán. Temblarán; convulsiones y dolores se apoderarán
de ellos; se lamentarán como mujer parturienta. Cada uno mirará con estupor a
su vecino, sus rostros serán rostros de llamas. He aquí que ha llegado el
día de Yahvé, el inexorable, con furor e ira ardiente, para convertir la
tierra en desierto y exterminar en ella a los pecadores. Pues las estrellas
del cielo y sus constelaciones no darán más su luz, el sol se oscurecerá al
nacer, y la luna no hará resplandecer su luz. Entonces castigaré al mundo
por su malicia, y a los impíos por su iniquidad; acabaré con la arrogancia de
los soberbios y abatiré la altivez de los opresores. Haré que los hombres sean
más escasos que el oro fino, y los hijos de Adán más raros que el oro de Ofir.
Por eso sacudiré los cielos, y la tierra se moverá de su lugar, por el furor de
Yahvé de los ejércitos, en el día de su ardiente ira.” (Léase todo el capítulo
XIII que todo él va enderezado al mismo suceso).
Isaías XXIV, 16-23:
“Mas yo dije: “¡Estoy perdido! ¡Perdido estoy! ¡Ay de mí!” Los prevaricadores
prevarican, los prevaricadores siguen prevaricando. El espanto, la fosa, y el
lazo están sobre ti, oh morador de la tierra. El que huyere del grito del
espanto, caerá en la fosa, y el que subiere de la fosa, será preso en el lazo; porque
se abrirán las cataratas de lo alto y se conmoverán los cimientos de la tierra.
La tierra se rompe con gran estruendo, la tierra se parte con estrépito, la
tierra es sacudida con violencia, la tierra tambalea como un borracho; vacila
como una choza; pesan sobre ella las prevaricaciones; caerá y no volverá a
levantarse. En aquel día Yahvé juzgará a la milicia del cielo en lo alto, y
aquí abajo a los reyes de la tierra. Serán juntados como se junta a los presos
en la mazmorra, quedarán encerrados en el calabozo, y después de muchos días
serán juzgados. La luna se enrojecerá y el sol se oscurecerá, porque Yahvé de
los ejércitos reinará en el monté Sión y en Jerusalén, y delante de sus
ancianos (resplandecerá) su gloria.”
Isaías XXXIV, 1-4:
“Acercáos, naciones, para oír; pueblos escuchad. Oiga la tierra y cuanto se
contiene en ella, el orbe y cuanto en él tiene vida. Pues Yahvé está indignado
contra todas las naciones, e irritado contra todo su ejército; las ha destinado
al exterminio, las ha entregado al matadero. Sus muertos serán arrojados, sus
cadáveres exhalarán hedor, y los montes se derretirán en su sangre. Se
disolverá toda la milicia celestial; se arrollarán como un libro los cielos, y
todo su ejército cae como la hoja de la vid, cual hoja de la higuera”.
(Léase todo el capítulo)
Ezequiel XXX, 2-3:
“Así habla Yahvé: ¡prorrumpid en aullidos! ¡Ay de aquel día! Porque cercano
está el día, se ha acercado el día de las tinieblas que será el tiempo de los
gentiles.”
Joel II, 30-32: “Haré prodigios
en el cielo y en la tierra; sangre y fuego y columnas de humo. El sol se convertirá
en tinieblas, y la luna en sangre, antes que llegue el grande y terrible día de
Yahvé. Y sucederá que todo aquel que invocare el Nombre
de Yahvé será salvo. Porque como dijo Yahvé, habrá salvación en el monte Sión y
en Jerusalén, y entre los restos que habrá llamado Yahvé.”
Joel III, 12-16:
“¡Levántense y asciendan los gentiles al Valle de Josafat! Porque allí me
sentaré para juzgar a todos los gentiles a la redonda. Echad la hoz, porque la
mies está ya madura; venid y pisad porque lleno está el lagar; se desbordan las
tinas; pues su iniquidad es grande. Muchedumbres, muchedumbres hay en el
valle de la Sedición, porque se acerca el día de Yahvé en el valle de la
Sedición. El sol y la luna se oscurecen, y las estrellas pierden su resplandor.
Yahvé ruge desde Sión, y desde Jerusalén hace oír su voz; y tiemblan el cielo y
la tierra. Más Yahvé es el refugio de su pueblo, y la fortaleza de los
hijos de Israel.” Cfr. Apoc. XIV, 14 ss.
II Tes. II, 1-2:
“Pero con respecto a la Parusía de nuestro Señor Jesucristo y nuestra común
unión a Él, os rogamos hermanos que no os apartéis con ligereza del buen
sentir y no os dejéis perturbar, ni por espíritu, ni por palabra, ni por
pretendida carta nuestra en el sentido de que el día del Señor ya
llega…”.
Otros
textos podrían agregarse pero preferimos cerrar la idea citando aquí al genial
exégeta chileno Manuel Lacunza[2]:
“Este
día se llama en las Escrituras “día grande y tremendo” (Malaquías
IV, 5), “día de confusión… no será ni de día ni de noche” (Zac. XIV,
6.13), “día de la venganza del Señor… el día de su ardiente ira” (Is.
XXXIV, 8 y XIII, 13), “día de Madián” aludiendo a la célebre batalla
de Gedeón (Is. IX, 4 y X, 26) se llama “día de ira, de
angustia y aflicción, día de devastación y de ruina, día de tinieblas y
oscuridad, día de nubes y densas tinieblas, día de trompeta y alarma” (Sof.
I, 15), se llama “día grande que no tiene otro igual” (Jer. XXX,
7), se llama “día repentino” el cual “caerá como un lazo sobre
todos los habitantes de la tierra” (Lc. XXI, 34), se llama “día
de su gran ira” (Apoc. VI, 17), se llama en suma, por abreviar “día
del Señor” (Is. II, 12), todo lo cual comprehende Daniel en
estas breves palabras: “se desgajó una piedra, no desprendida por mano de
hombre, e hirió la imagen en los pies, que eran de hierro y de barro y los
destrozó (II, 34)”.[3]
Y
después de hablar magistralmente por largo tiempo sobre los “cielos nuevos y tierra
nueva” (II Ped. III, 13) pasa a explicar en una adición el tiempo
de duración:
“Aunque
dije al principio del párrafo IV que es incierto cuánto tiempo durará el día
del Señor, o lo que es lo mismo, la conmoción, conturbación, contrición y
agitación de nuestro globo (palabras todas de que usa Isaías XXIV), más
habiendo ahora leído con mayor reflexión el cap. XII de Daniel, me parece
cierto que no puede durar menos que el espacio de cuarenta y cinco días
naturales. Cualesquiera que lea este capítulo conoce al punto sin poder
dudarlo que todo es una profecía enderezada a los últimos tiempos, bien
inmediatos a la venida del Señor, pues en él se anuncian únicamente estos dos
sucesos capitales: primero la vocación y conversión de los Judíos y segundo la
tentación y tribulación anticristiana entre las gentes. De ésta dice el profeta
o el ángel que habla con él, que durará en toda su fuerza mil doscientos y
noventa días, que hacen cuarenta y tres meses (XII, 11), los cuales días
concluidos (sin duda con el principio del día del Señor), añade estas
palabras que siempre se han mirado como enigma insoluble: “¡Bienaventurado el
que espere y llegue a mil trescientos treinta y cinco días!”. El residuo entre
estos dos números es puntualmente cuarenta y cinco.
Se
pregunta ahora: estos cuarenta y cinco residuos ¿qué uso tienen? ¿En qué se
emplean? ¿Qué se hace en ellos? ¿No lo veis amigo con vuestros ojos? De
manera que, concluidos con la venida del Señor los tiempos de la tribulación
Anticristiana; concluidos con ella el día de los hombres; destruido con el
esplendor de su parusía el hombre de pecado con todo su misterio de
iniquidad, etc. será dichoso el que esperare o permaneciere vivo cuarenta y
cinco días más. ¿Por qué dichoso? Porque será uno de los pocos a quienes no
tocará la espada de dos filos que trae en su boca el Rey de reyes; porque será
uno de los pocos racimos que restarán en la grande viña después de acabada
la vendimia (Is. XXIV, 13); porque será uno de los pocos que no será
hallado digno de la ira de Dios omnipotente, ni de la ira del Cordero; porque
será uno de los pocos que, habiendo visto esta tierra y cielos presentes,
merecerá ver también el cielo nuevo y nueva tierra, que esperamos según su
promesa, etc.”[4]
Y un
poco antes había dicho:
“Y
veis aquí concluido el siglo presente, y llegado á su fin el día de los
hombres. Veis aquí la consumación y fin del siglo, de que se habla tanto en las
escrituras, especialmente en los evangelios. Veis aquí amanecido el día claro
del Señor, y con él, el principio del siglo venturo, del cual se habla mucho
más, y con igual ó mayor claridad: aquí empieza ya á manifestarse en nuestra tierra
aquel reino de Dios, que tantas veces pedimos que venga: Adveniat regnum
tuum; aquí empieza la revelación o manifestación de Jesucristo, y el
día de su virtud en los esplendores de los santos. Aquí empieza la revelación
de los hijos de Dios, que no son otros sino los santos, que vienen con Cristo
resucitados, ó los co-reinantes, sobre cuyo gran misterio se puede consultar al
apóstol san Pablo (y sería bien consultarlo luego) en todo el capítulo VIII
de la epístola ad Romanos. Aquí empiezan los mil años de san Juan, en cuyo
principio debe suceder, en primer lugar, la prisión del diablo, con todas las
circunstancias que se leen expresas en todo el capítulo XX del Apocalipsis.
Aquí abierto ya el testamento nuevo y eterno del padre, en que constituye al
Hijo, en cuanto hombre, heredero universal, evacuado todo principado,
potestad y virtud, y sujetas a este hombre Dios todas las cosas, empieza a
reinar verdaderamente o a ejercitar su juicio y su potestad absoluta, mas llena
de sabiduría, de equidad y bondad; lleva el imperio sobre sus hombros. Se
llamará Maravilloso, Consejero, Dios poderoso, Padre de la eternidad, Príncipe
de la Paz, etc. (Is, IX, 6), Aquí empieza á manifestarse más de cerca el
misterio grande e incomprensible de haberse hecho hombre el mismo Verbo de Dios,
el mismo Unigénito de Dios, el mismo Dios. Aquí, en suma, se empieza a ver y
conocer con mayor claridad, el fin y término a donde se enderezaba toda
visión y profecía (Dan. IX, 24).”[5]
Por lo
dicho hasta acá no debemos perder de vista que todo esto tiene lugar después
de la muerte del Anticristo y así, se le pide a la Mujer que cuando comiencen a
suceder los signos en la tierra y en el cielo, (signos que durarán cuarenta y
cinco días y que se identifican con el juicio de las naciones: Mt. XXV, 31
ss; Ag. III, 1 ss; Apoc. XIV, 14 ss) que entonces se prepare para su futura
liberación.
Teniendo
esto en mente, creemos que es fácil entender los últimos versículos del capítulo
VI y comienzo del VII del Apocalipsis.
Después
de narrar la apertura de los cinco primeros sellos el vidente dice[6]:
Apoc. VI, 12 ss:
“y vi cuando abrió el sexto sello, y se produjo un gran terremoto, y el sol se
puso negro como un saco de crin, y la luna entera se puso como sangre; y las estrellas
del cielo cayeron a la tierra, como deja caer sus brevas la higuera sacudida
por un fuerte viento. Y el cielo fue retirado como un libro que se arrolla y
todo monte e isla de sus lugares se movieron. Y los reyes de la tierra y los
magnates, y los jefes militares y los ricos y los fuertes y todo siervo y todo
libre se escondieron en las cuevas y entre los peñascos de las montañas. Y
decían a las montañas y a los peñascos: “caed sobre nosotros y escondednos de
la faz de Aquel que está sentado en el trono y de la ira del Cordero; porque ha
llegado el gran día de la ira de ellos y ¿quién podrá estar en pie?”.
Bien,
hasta aquí la primera parte. Como ya quedó dicho más arriba este no puede ser
el sexto sello, sino sólo una visión
anticipatoria que lo prepara. Es decir que a la pregunta “¿quién podrá
estar en pie?” San Juan responde con el sexto sello:
Apoc. VII, 1 ss:
“Después de esto vi cuatro ángeles que estaban de pie en los cuatro ángulos de
la tierra y detenían los cuatro vientos de la tierra, para que no soplase
viento sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre árbol alguno. Y vi otro ángel
que subía del oriente y tenía el sello del Dios vivo y clamó a gran voz a los
cuatro ángeles, a quienes había sido dado hacer daño a la tierra y al mar, y
dijo: “No hagáis daño a la tierra ni al mar, ni a los árboles, hasta que
hayamos sellado a los siervos de nuestro Dios en sus frentes.” Y oí el número
de los que fueron sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las
tribus de los hijos de Israel…”
Aquí
tenemos, pues el sexto sello: la signación de los 144.000 que forman la
Mujer del capítulo XII, es decir, estos serían los mismos a quienes
irían dirigidas las palabras de Nuestro Señor que trae Lucas XXI, y
que van a poder estar en pie cuando
vuelva en Gloria y Majestad.
De ahí
que el Salmista profetice I, 5: “Por eso en el juicio no
estarán en pie los malvados, ni los pecadores en la reunión de los justos”
En el Salmo
XIX, 7-10 se lee: “Ahora ya sé que Yahvé dará el triunfo a su ungido,
respondiéndole desde su santo cielo con la potencia victoriosa de su diestra.
Aquellos en sus carros, estos en sus caballos; mas nosotros seremos fuertes en
el nombre de nuestro Dios. Ellos se doblegarán y caerán; mas nosotros
estaremos erguidos, y nos mantendremos. Oh Yahvé salva al rey y escúchanos
en este día en que apelamos a Ti”.
El Salmo XXXV,
termina diciendo: “He aquí derribados a los obradores de iniquidad, caídos
para no levantarse más”.
Y por eso
en el Salmo XLV, 1-4.7 la Mujer que huye al desierto dice: “Dios es para
nosotros refugio y fortaleza; mucho ha probado ser nuestro auxiliador en las
tribulaciones. Por eso no tememos si la tierra vacila y los montes son
precipitados al mar. Bramen y espumen sus aguas, sacúdanse a su ímpetu los
montes. Yahvé de los ejércitos está con nosotros; nuestro
alcázar es el Dios de Jacob… agítanse las naciones, caen los reinos;
Él hace oír su voz, la tierra tiembla.”
En el Salmo
LXV la Mujer pide a los pueblos que alaben a Dios que “reina con su poderío
para siempre” (v. 7), “porque Él mantuvo en vida nuestra alma, y no
dejó que vacilara nuestro pie”.
Salmo LXXIV, 10-11:
“Mas yo me gozaré eternamente, cantando salmos al Dios de Jacob. Y yo
quebrantaré la cerviz de todos los impíos, y alzarán su cerviz los justos”.
El Salmo
LXXV, 8-9, después de narrar la destrucción de los ejércitos enemigos, y
particularmente de “el Asirio”, es decir del Anticristo[7],
como lo nota el epígrafe según los LXX, dice: “Terrible eres Tú y ¿quién
podrá estar de pie ante Ti cuando se encienda tu ira? Desde el cielo hiciste
oír tu juicio; la tierra tembló y quedó en silencio, al levantarse Dios a
juicio, para salvar a todos los humildes de la tierra”.
Nahúm I, 5-6:
“Delante de Él se estremecen los montes, se derriten los collados. Ante su faz
se conmueve la tierra, el orbe y cuantos en él habitan. ¿Quién podrá
subsistir ante su ira? ¿Quién resistir el ardor de su cólera? Derrámase
como fuego su indignación, y ante Él se hienden las rocas”.
Casi
las mismas palabras se encuentran en el famoso pasaje de Malaquías III, 1-2:
“He
aquí que envío a mi ángel que preparará el camino delante de Mí, y de repente
vendrá a su Templo el Señor a quien buscáis; y el ángel de la Alianza (διαθήκης)[8] a
quien deseáis. He aquí que viene dice Yahvé de los ejércitos”.
Hasta
aquí la primera Venida, luego el profeta pasa a la segunda Venida
cuando agrega:
“¿Quién
podrá soportar el día de su venida? ¿Quién es el que podrá mantenerse en pie
en su epifanía?...”.
Y es a
ellos a los cuales Nuestro Señor les pide que levanten la cabeza cuando vean
que suceden estas cosas, ya que es exactamente lo mismo que Él hará en su
Parusía según el bellísimo Salmo CIX, 7: “Beberá del torrente en el
camino; por eso erguirá la cabeza”.
A lo
cual comenta Straubinger: “… los modernos tienden a interpretar este
pasaje en el sentido de que el Héroe divino, como los guerreros de Gedeón (Juec.
VII, 5 s.), apenas beberá un sorbo de agua al pasar, no dándose tregua ni
retirándose a descansar hasta el completo aniquilamiento de los enemigos.
Entonces, cuando no existan ya los que dijeron como en la parábola: “no
queremos que este reine sobre nosotros” (Lc. XIX, 14 y 27), lo veremos
a nuestro amable Rey, que tiene “un Nombre sobre todo nombre” (Fil. II, 9),
levantar triunfante para siempre la sagrada Cabeza que nosotros coronamos de
espinas (Juan XIX, 2 s.) y que los ángeles adoraron (Juan XX, 7). Lo
veremos y lo verán todos (Apoc. I, 7), aún los que le traspasaron (Zac. XII,
10; Juan XIX, 37) y celebrarán su triunfo los ángeles, que están deseando ver
aquel día (I Ped. I, 7-12)”.
En
conclusión: toda esta perícopa (v. 12-17) no se refiere al sexto sello
sino a una visión anticipatoria del mismo que consiste en la signación
de los 144.000 judíos. La clave de estos versículos está en la pregunta
final, ya que la respuesta a ella es doble: por un lado, en la
tierra, los que estarán de pie serán los 144.000 judíos, es decir la Mujer que
huye al desierto (VII, 1-8) y este es propiamente hablando el sexto sello,
y por el otro, en el cielo, los mártires del Anticristo que estarán de pie ante
el Trono (VII, 9-17).
[1] Este pasaje no parece referirse a un juicio
particular sobre Israel sino que se trataría del mismo suceso narrado en este
versículo del Apocalipsis.
[2] Op. cit. Tercera parte, cap. I.
[3] Straubinger in Mt.
XXIV, 4 ss dice:
“Para comprender
este discurso… hay que tener presente que según los profetas los “últimos
tiempos” y los acontecimientos relacionados con ellos que solemos designar con
el término griego escatológicos, no
se refieren solamente al último día de la historia humana, sino a un período
más largo que Santo Tomás llama de
preámbulos para el juicio o “día del Señor”, que aquel considera también inseparable
de sus acontecimientos concomitantes”.
Y luego in VII, 22 cita Sal. CXVII (CXVIII), 24: el día que hizo Yahvé; Is. II, 12: día de juicio; Ez. XXX, 3 día de Yahvé, día de
tinieblas; Joel I, 15: día de Yahvé;
Abd. 15: día de Yahvé; Sof. I, 7: día de Yahvé; Rom. II, 5: día de la cólera y de la
revelación del justo juicio de Dios; I
Cor. III, 13: el día; II Cor. I, 14:
día de Nuestro Señor Jesús; Fil.
I, 6.10: día de Cristo Jesús, día de Cristo; II Ped. III, 12: Parusía del día de
Dios; Jud. 6: juicio del gran
día.
[4] Es esta una de las tantas genialidades del gran
exégeta chileno. Deshace aquí, como por encanto, numerosas oscuridades que se
presentan en el Texto sacro. El famoso juicio a las naciones, se identifica con
estos 45 días, terminados los cuales, los que quedaren vivos serán llamados bienaventurados
porque participarán del Reino Milenario (como viadores); tras esos misteriosos
45 días tendrá lugar la aparición de Jesucristo
en gloria y majestad, y es a esa manifestación a la cual alude Nuestro
Señor cuando dice que nadie sabe el día, “ni siquiera el Hijo”.
[5] No debe perderse de vista que Lacunza
extiende la profecía de las Setenta Semanas al fin de los tiempos, es decir a
la segunda Venida. Este no es un dato menor.
[7] “El Asirio”
es uno de los tantos nombres del Anticristo
en las SSEE, cfr. Is. X, 12.24;
XXX, 31; Miq. V, 6. También es llamado “Rey del Norte” (Dn, XI,
45), “Rey de Babilonia” (Jer. L, 43; LI, 31) y “El que viene del Norte” (Jl II, 20), etc.
[8] Inmediatamente viene a la mente Daniel IX, 27: “y él confirmará
el pacto (ἡ διαθήκην) con muchos…”.