Iglesia Triunfante
1) “Recibe,
¡oh Santa Trinidad!, esta oblación que te ofrecemos en memoria de la Pasión,
Resurrección y Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo; y a honra de la
bienaventurada siempre Virgen María, y de San Juan Bautista, y de los Santos
Apóstoles Pedro y Pablo, y de estos Santos, y de todos los Santos; para que
redunde en honra de ellos, y en nuestra salvación; y para que se dignen
interceder por nosotros en el cielo aquellos cuya memoria veneramos en la
tierra. Por el mismo Jesucristo, Nuestro Señor”[1].
2) “Unidos por la comunión y
venerando primeramente
la memoria de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y
Señor Jesucristo, y también la del Bienaventurado José, Esposo de la misma
Virgen, y la de tus Santos Apóstoles y Mártires Pedro y Pablo, Andrés,
Santiago, Juan, Tomás, Santiago, Felipe, Bartolomé, Mateo, Simón y Tadeo; Lino,
Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio, Cipriano, Lorenzo, Crisógono, Juan y Pablo,
Cosme y Damián, y de todos tus Santos; por cuyos méritos y ruegos
concédenos que en todo seamos fortalecidos con el auxilio de tu protección. Por
el mismo Cristo Nuestro Señor. Amén[2].
I)
Concilio de Trento.[3]
“Y si bien es cierto
que la Iglesia a veces acostumbra celebrar algunas Misas en honor y memoria de
los Santos; sin embargo, no enseña que a ellos se ofrezca el sacrificio, sino a
Dios solo que los ha coronado [Can. 5]. De ahí que tampoco el sacerdote suele
decir: “Te ofrezco a ti el sacrificio, Pedro y Pablo”, sino que, dando
gracias a Dios por las victorias de ellos, implora su patrocinio, para que
aquellos se dignen interceder por nosotros en el cielo, cuya memoria celebramos
en la tierra”
II)
P. N. Gihr.[4]
“Sin dudas que el sacrificio no puede ser
ofrecido sino a la augusta Trinidad y no a los Santos, sin embargo, el
sacrificio no procura sólo la gloria y adoración de Dios, sino también el honor[5]
de los Santos (in honorem) que recordamos en el altar. ¿Cuáles son
los efectos del sacrificio eucarístico con respecto a los Santos que están en
el cielo? Según las prescripciones de la Iglesia, que se remontan a los apóstoles,
se menciona a menudo a los santos en la Misa. Es un gran honor el que se les
hace, y esto se ve por las palabras: “Ofrecemos este sacrificio en honor de
la bienaventurada Virgen… y de todos los Santos”. Pero esto no es todo. En
esta oración se agrega: “para que redunde en
honra de ellos”. Evidentemente
estas palabras agregan algo más a lo que precede, y en efecto designan el fruto
que el santo sacrificio como tal procura a los santos. La Misa es un
sacrificio impetratorio y en esta cualidad obtiene de Dios un acrecentamiento
de la gloria accidental de los santos, es decir, un aumento de su culto sobre
la tierra. Este resultado es ciertamente menos ventajoso para los elegidos
que para nosotros mismos ya que obtenemos un gran provecho del mayor honor que
se les rinde. Al favorecer pues su culto por medio de las oraciones de la
Misa, trabajamos por nuestra salvación, nobis
autem ad salutem…
Además, los santos se alegran cuando celebramos la Misa por ellos como sacrificio
de alabanza y acción de gracias, ya que alabamos a Dios y le agradecemos por todos
los dones y toda la gloria con las que los ha colmado.”
“Unidos por la comunión y venerando la memoria” (Communicantes
et memoriam venerantes…)
(estas palabras) continúan y completan de la manera más estrecha a las que
preceden. Es como si dijera: te ofrecemos Señor, al igual que los fieles
presentes, este sacrificio de alabanza… sin separarnos de la unidad del Cuerpo
Místico de Jesucristo y unidos a la comunión de los Santos (communicantes)
y realizando esta comunión con los santos que están en el cielo, venerando su
memoria, memoriam venerantes.
La palabra communicantes expresa que somos hijos de la Iglesia,
súbditos del reino de Jesucristo, miembros de la gran familia de Dios, en otras
palabras, que pertenecemos a la comunión de los santos. Se trae aquí a colación
esta participación en el Cuerpo Místico de Jesucristo ya que deseamos honorar
la memoria de los bienaventurados y obtener así su intercesión en la oblación
del santo sacrificio.
Todos los hombres rescatados por la sangre de
Jesucristo forman su reino. Entre los ciudadanos de este reino, sea los que
ya han llegado al feliz término de sus esfuerzos, los que luchen todavía sobre
la tierra, o los que expíen sus faltas en el purgatorio, existe un comercio
activo, un intercambio de dones y beneficios. Las acciones, sufrimientos,
méritos, satisfacciones, en una palabra, todos los frutos de la gracia, son
tesoro común donde cada uno extrae y al cual todos contribuyen. Sobre todo,
en el sacrificio, el pensamiento de la felicidad y la gloria de pertenecer a
una comunidad tan elevada en dignidad, de ser los conciudadanos de los santos y
miembros de la familia de Dios (Ef. II, 19), se presenta con mayor fuerza a
nuestro espíritu. Así, después de haber intercedido por la Iglesia militante y
por aquellos que la componen, el sacerdote se esfuerza por darle mayor poder y
eficacia a su oración al invocar a los santos. Su mirada se extiende y eleva hasta
la Jerusalén celeste. El recuerdo de su afinidad, de su unión con los
habitantes del cielo, la lleva a celebrar su memoria, como para invitarlos, en
calidad de reyes y sacerdotes (Apoc.
V, 10) a sacrificar con nosotros, a unir su poderosa mediación a nuestras
pobres súplicas y a sostenerlas por medio de sus méritos sobreabundantes. De esta
forma nos será dado sentir en todas las cosas la ayuda y protección divina: ut in omnibus protectionis tuae muniamur auxilio…”.
III)
San Roberto Belarmino.[6]
Cap.
VIII. El sacrificio de la Misa rectamente se celebra
por los Santos.
“… Esta afirmación incluye tres cosas: primero,
los Sacrificios no aprovechan a los Santos para remisión de la culpa o de la
pena, ni para un aumento esencial de la gracia o de la gloria… San Agustín
advierte que en el sacrificio se conmemora a los Santos, pero no se ruega por
ellos. Y así cuando en nuestra liturgia pedimos que la oblación les aproveche
para la gloria, no rogamos por ellos sino por nosotros al pedirle a Dios la
gracia de ofrecer el sacrificio santa, pía, devota y rectamente de forma tal
que con razón puedan alegrarse los santos, y aumente su gloria entre los
hombres… en segundo lugar… niega San Agustín, y nosotros con él, que los
sacrificios se ofrezcan a los Santos, y que por lo tanto se le construyan
templos y altares para ofrecerles sacrificios, sino que concede, y nosotros con
él, que los sacrificios se ofrecen en memoria de los Santos, y por lo
tanto los templos y altares se erigen en su memoria… en tercer lugar el Sacrificio
de la Misa no fue per se instituido como a su fin propio y principal
para honorar o invocar a los Santos… (Sino que) sólo fue en forma secundaria…
puesto que al agradecer a Dios en el sacrificio por las victorias de los
Santos, se les rinde honor; y ya que los honramos de esta manera, se sigue a su
vez que ellos también nos recuerdan y ruegan por nosotros (…)”.
“Proposiciones:
Primera: “No repugna a la institución de la cena del Señor
que en ella se nombre y honre a los Santos”. Esto se prueba… en segundo lugar
por el testimonio de todas las liturgias, la de Santiago, Clemente, Basilio,
Crisóstomo y otros; pues en todas se nombra a los santos y más de una vez… en cuarto
lugar por la utilidad de este instituto. En primer lugar, sirve como
manifestación de la comunión de los Santos. Pues el sacrificio del Cuerpo
Real de Cristo, se ofrece y debe ser ofrecido en nombre de todo el Cuerpo Místico;
por lo cual, así como se nombran a los vivientes como son los pontífices, reyes
y muchos otros, así también deben nombrarse los muertos, sea los que están en
el purgatorio, sea los que están en el cielo, ya que todos pertenecen al mismo
cuerpo (cfr. De Civit. Dei lib. X cap. 6 y lib. 22 cap. 10)…”[7].
IV)
Santo Tomás.
III, q. 83.
“ARTICULO 4:
“¿Están debidamente establecidas las palabras que acompañan a este sacramento?
En segundo lugar, recuerda a los santos,
cuyo patrocinio implora sobre las personas ya recordadas diciendo: Unidos en
la misma comunión, veneramos la memoria, etc.”.
[1] Suscipe, sancta Trinitas, hanc
oblationem, quam tibi offerimus ob memoriam passionis, resurrectionis, et
ascensionis Jesu Christi Domini nostri: et in monorem beatae Mariae semper
Virginis, et beati Joannis
Baptistae, et sanctorum Apostolorum Petri et Pauli, et istorum, et omnium Sanctorum: ut illis proficiat ad honorem, nobis autem ad salutem:
et illi pro nobis intercedere dignentur in coelis, quorum memoriam agimus in
terris. Per eumdem Christum Dominum nostrum”.
[2] “Communicantes et memóriam venerántes, in primis gloriósæ semper
Vírginis Maríæ, genitrícis Dei et Dómini nostri Jesu Christi: sed et beatórum
Apostolórum ac Mártyrum tuórum, Petri et Pauli, Andréæ, Jacóbi, Joánnis, Thomæ,
Jacóbi, Philíppi, Bartholomæi, Matthæi, Simónis et Thaddæi, Cleti, Cleméntis,
Xysti, Cornélii, Cypriáni, Lauréntii, Chrysógoni, Joánnis et Pauli, Cosmæ et
Damiáni et ómnium sanctórum tuórum: quorum méritis precibúsque concédas,
ut in ómnibus protectiónis tuæ muniámur auxílio. Per eúmdem Christum Dóminum
nostrum. Amen”.
[3] Dz. 941.
[4] Op. cit. pag. 268 y ss.
[5] El autor
comenta al pie de página:
“La edición más
reciente del Misal aprobado por la S.C. de Ritos presenta la versión in
honorem y con justa causa. Según su forma y sentido, estas palabras son un
miembro paralelo a lo que precede: ob memoriam, y están circunscritas
por las que siguen: quorum memoriam agimus. In honorem
tiene pues el mismo sentido que memoriam venerantes, que se encuentra en
el canon y no forma una tautología con las palabras ut illis proficiat ad
honorem, como muchos lo afirmaban siguiendo a Lebrun,
prefiriendo en su lugar in honore… in honorem es preferible ya
que concuerda mejor con el pasaje paralelo ob memoriam…”.
[6] Lib. II De Sacrificio
Missae.
[7] Cfr.
también el cap. XXI.