jueves, 27 de diciembre de 2018

Notas a algunos estudios de Mons. Fenton sobre la membresía en la Iglesia (I de IX)


Nota del Blog: Después de haber publicado los estudios de Mons. Fenton: El Acto del Cuerpo Místico y El Carácter Bautismal y la pertenencia a la Iglesia nos pareció una buena idea agregar, por vía de complemento, algunas notas aclarativas.

De hecho, sólo deben ser enumerados entre los miembros
de la Iglesia aquellos que han sido bautizados…

Con estas palabras el Papa Pío XII definió, contra la opinión de algunos autores, la necesidad del sacramento del bautismo para ser miembro de hecho de la Iglesia. Ahora bien, la cuestión que se plantea es ¿qué nos da el bautismo de forma tal que nos haga miembros de la Iglesia? En otras palabras, sabiendo que el sacramento del bautismo es el único medio para ser miembros de la Iglesia, debemos considerar cuál es la causa eficiente que incorpora a los hombres a la Iglesia.

S. Tomás enseña que los efectos del sacramento del Bautismo son dos:

a) Infusión de la Gracia (participación de la naturaleza divina).

b) Carácter sacramental (participación del Sacerdocio de Nuestro Señor).

El Ángel de las escuelas enseña:

“El carácter, propiamente hablando es una señal (signaculum) con la que se marca una cosa en cuanto está ordenada a un fin determinado, así, por ejemplo, se marca el dinero para el uso de los consumidores y los soldados son señalados con la marca que los habilita para la milicia. Ahora bien, el fiel está destinado (deputatur) a dos cosas: ante todo y principalmente a la fruición de la gloria y para este fin es señalado con la marca de la gracia según aquello de Ez. IX, 4 “Marca la frente de los hombres que gimen y se lamentan” y del Apoc. VII, 3: “No hagáis daño a la tierra ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado a los siervos de Dios en sus frentes”.

En segundo lugar, el fiel es destinado a recibir o dar a otros, las cosas pertenecientes al culto de Dios, y este, propiamente hablando, es el fin del carácter sacramental”. III, q. 63, 3.

“Los fieles de Cristo están destinados al premio de la gloria por venir, por medio del sello de la divina predestinación. Pero también están destinados a los actos pertinentes a la Iglesia que existe ahora por medio de un sello espiritual impreso sobre ellos que se llama carácter”. III, 63; q. 1 ad 1.[1]


Así, pues, la gracia ha sido dada a los hombres para gozar de la Visión Beatífica, mientras que el carácter sacramental nos ha sido dado para rendir culto a Dios en esta vida. Con esto en mente, parece que debe afirmarse que es el carácter bautismal lo que nos constituye como miembros de la Iglesia ya que:

a) Puede suceder que con el Bautismo no se confiera la gracia y sin embargo el bautizado sería miembro de la Iglesia de todas formas.

b) La gracia dice relación a la otra vida, no así el carácter sacramental cuyo fin es rendir culto a Dios; así pues, la pertenencia a la Iglesia, que es una sociedad que existe en este mundo, debe ser producida por el carácter y no por la gracia.[2]

De hecho, que es el carácter y no la gracia lo que nos hace miembros de la Iglesia es enseñado inequívocamente por S. Tomás:

Aquellos que son santificados en el útero, reciben en efecto la gracia que los limpia del pecado original, pero no reciben el carácter por el cual son configurados con Cristo y se asimilan a los otros miembros de Cristo”; III, q. 68, 1, ad 3. Citado por Salaverri, De Ecclesia, num. 1039.

El siguiente texto es todavía más claro:

“Los adultos que ya creen en Cristo están incorporados a él mentalmente. Pero cuando se bautizan, se incorporan a él en cierto modo corporalmente, o sea, a través del sacramento visible, sin cuyo propósito ni mentalmente se hubiesen podido incorporar a él”, III, q. 69, 5, ad 1.

Lo cual explica claramente aquel otro pasaje que dio pie a autores como G. Lagrange a afirmar que la fe infusa es el requisito de la membresía:

El hombre no se hace miembro de Cristo si no es por la gracia”. III, q. 62, 1 in c.

Santo Tomás define al carácter como:

“Cierta participación del Sacerdocio de Cristo que deriva de Cristo mismo.” III; q. 63, 3.

Ahora bien, cuando uno dice “Sacerdote” es inevitable la relación al sacrificio (“sacrum facere” es decir sacar una cosa del uso profano para dedicarlo a Dios, hacerlo sacro[3], según aquello de S. Pablo:

Heb. V, 1: “Todo Sumo Sacerdote tomado de entre los hombres es constituido en bien de los hombres, en lo concerniente a Dios, para que ofrezca dones y sacrificios por los pecados[4] y en la Iglesia Católica ese sacrificio no es otro que el de la Misa.

S. Tomás sostiene:

“Los sacramentos de la nueva ley imprimen carácter en cuanto que por medio de ellos el hombre es comisionado (deputatur) para rendir culto a Dios según el rito de la religión cristiana (III. q. 63 art. 2)”.

Así pues, según los designios de Nuestro Señor, la Iglesia está compuesta de aquellos hombres y mujeres destinados a ofrecer el Sacrificio Eucarístico junto con Él; pero, sabiendo Dios que ese ofrecimiento estaba más allá del poder de los hombres, nos dio una potencia sobrenatural que no es otra que el carácter sacramental.

Como bien enseña S. Tomás el carácter es una potencia (III, q. 63, 2) y mientras el hombre tenga la capacidad de ofrecer el sacrificio de la Misa en unión con Nuestro Señor, será miembro de la Iglesia. En otras palabras, la potencia (carácter) dice relación a su objeto (Santa Misa), y mientras ese poder no se pierda o se vea frustrado, el efecto (ser miembro de la Iglesia) se sigue necesariamente.

Fenton agrega:

“Este carácter sacramental indestructible es lo que activamente constituye a alguien como miembro de la Iglesia, aunque sólo cuando su fuerza o tendencia no sea frustrada por un acto del individuo o de la Iglesia misma. Es enseñanza común de la eclesiología escolástica que el bautizado pierde la membresía sólo por medio de la apostasía, herejía o cisma públicos o por la excomunión mayor. En cada uno de estos casos la capacidad para el culto de Dios según el rito de la religión cristiana se ve manifiestamente frustrada o impedida” (The Baptismal Character and Membership in the Catholic Church, pag. 378).

Esto se ve confirmado por lo que enseña el Cardenal Billot cuando dice que la causa eficiente por la cual alguien es miembro de la Iglesia es el carácter bautismal, mientras que la unidad de fe (opuesta por la herejía o apostasía), régimen (opuesta al cisma) y comunión (opuesta a la excomunión vitandus) funcionan “per modum removentis prohibens” o sea como causas per accidens (Quaestio VII).

Si lo que activamente constituye a alguien como miembro de la Iglesia es la facultad de ofrecer la Eucaristía en unión a Nuestro Señor, se sigue que quienes no pueden hacerlo no deben ser considerados sus miembros. Razón por la cual es preciso considerar qué es la Santa Misa.

Fenton comenta:

El culto cristiano constituye, según S. Tomás una definitiva y exterior profesión de fe[5]. Esta característica del sacrificio Eucarístico y de los otros actos que lo rodean es tan marcada que la potencia por la cual el hombre obtiene la capacidad de entrar a esta actividad religiosa se dice que reside en el intelecto, al igual que la fe misma, como su sujeto inmediato. De aquí que toda negación o repudiación de esa fe, toda entrada a una sociedad cuyos principios o prácticas son incompatibles con esa fe (es decir, herejía), deben ser tenidas como frustrantes de la capacidad o potencia por la cual se dice que el hombre es miembro de la Iglesia. Así, pues tal conducta implica necesariamente una pérdida de la membresía.
De la misma manera la Eucaristía es a la vez el signo y la causa de la unidad de la Iglesia. Puesto que el factor fundamental para la membresía en la Iglesia es la capacidad para la vida y culto Eucarísticos, es obvio que el cisma, que es la ruptura de esa unidad constituye un acto de oposición a la tendencia del carácter bautismal mismo y por lo tanto debe ser considerado como que trae aparejado la pérdida de la membresía… y cuando la Iglesia, en razón de graves ofensas cometidas por aquel que ha sido enumerado entre sus miembros, decide cortar absolutamente a ella de la vida sacramental que su carácter bautismal le había permitido vivir (léase, excomunión vitandus), debe decirse que ese hombre ha perdido su pertenencia en la Iglesia Católica” (p. 379.).

Paréntesis nuestros.

Conclusión:

El carácter bautismal nos hace miembros de la Iglesia.

El carácter bautismal es una participación del Sacerdocio de Nuestro Señor.

El sacerdocio dice relación al Sacrificio Eucarístico.

El Sacrificio Eucarístico es tanto una profesión de fe (contrariada por la herejía) como así también la causa de la unidad de la Iglesia (que se destruye por el cisma y por la excomunión).




[1] Téngase presente que la objeción habla de aquello que diferencia a los miembros de los que no lo son cuando dice:

“El carácter es un signo distintivo. Ahora bien, los miembros de Cristo se distinguen de los demás hombres por la predestinación eterna, que nada pone en el predestinado, sino solamente en Dios que predestina, como ya se dijo en la Primera Parte (q. 23, 1), pues se dice en 2 Tim. II, 19: El sólido fundamento puesto por Dios se mantiene firme marcado por este sello: el Señor conoce a los suyos. Luego los sacramentos no imprimen carácter en el alma”.

[2] De hecho, es la gracia lo que constituye a los miembros de la Iglesia Sufriente y Militante.

Ver Apéndice III.

[3] Cf. Fr. Antonio Vallejo, O.F.M., Melkisedek o el Sacerdocio Real”, pag. 25-27 y I-II, q. 85, 3, ad 3.

[4] No se nos escapa que aquí San Pablo está hablando del legítimo ministro o ministerio sacerdotal pero también es cierto que lo que diferencia al sacerdocio común (y real) de los fieles con el sacerdocio ministerial es que éste puede consagrar el pan y el vino y no así el simple fiel. Pero ambos pueden ofrecer el sacrificio.

Pío XII en la Mediator Dei enseña:

“No es de admirar que los fieles sean elevados a tan alta dignidad, (a saber, la sacerdotal) pues por el bautismo los cristianos, a título común, quedan hechos miembros del Cuerpo Místico de Cristo Sacerdote, y por el carácter que se imprime en sus almas son consagrados al culto divino, participando así, según su condición, del Sacerdocio del mismo Cristo”.

El mismo Cardenal Billot dice, a su vez:

Sacerdotium se toto ordinatur ad sacrificium” (“El Sacerdocio se ordena completamente al sacrificio”), De Sacramentis vol. I Thesis LIII.

Ver Apéndice II.

[5] III, q. 63, 4, ad 3. Compárese, de paso, el término usado por Pío XII en la encíclica Mystici Corporis y se verá que es el mismo que el del Angélico:

“De hecho sólo deben ser considerados miembros de la Iglesia aquellos que... profesan la verdadera fe”.