Los que poseen un carácter relativamente pasivo, lo
que son recipientes más que agentes en la actividad propia de la Iglesia, son
los poseedores del carácter bautismal, quienes son capaces de recibir los otros
sacramentos. Este poder está centrado principalmente en la Sagrada Eucaristía,
“en la cual consiste principalmente el culto a Dios, en cuanto es el sacrificio
de la Iglesia”[1].
El culto a
Dios es “una cierta profesión de fe por medio de signos exteriores”. Y dado que
esta profesión de fe está destinada a ser continuada hasta el fin de los
tiempos ante la oposición que surge inevitablemente de los enemigos de la cruz
de Cristo, existe un carácter sacramental que faculta y designa oficialmente a
los miembros de la Iglesia para el conflicto espiritual contra los enemigos de
la fe[2].
Es el carácter de la Confirmación, que se convierte así en una designación
oficial que faculta para el desempeño del sacrificio Eucarístico en contra de
los ataques hechos contra él. Vicente Contenson[3],
al comentar esta fase de la economía sacramental, muestra la cercana analogía
entre el carácter sacramental y la designación militar en los asuntos
naturales. Mientras que cualquier ciudadano puede luchar contra los enemigos de
su país, sólo el soldado está designado y facultado oficialmente para este
trabajo. Así el cristiano confirmado
es el defensor del sacrificio Eucarístico designado oficialmente.
Finalmente, toda la enseñanza sobre la Eucaristía
resalta el hecho que es la operación inmediata, el acto y perfección propios
del Cuerpo Místico. Con razón se lo llama sacrifico “en cuanto es rememorativo
de la pasión del Señor”[4].
Que la Misa es “un verdadero y propio sacrifico” es un dogma de fe[5].
Además, es un sacrificio que pertenece al Cuerpo Místico de Cristo como
organización. Incluso aquellas Misas en
las cuales el sacerdote solo comulga sacramentalmente deben ser consideradas
comunes a la Iglesia como un todo, “en parte porque en ellas comulga el pueblo
espiritualmente, y en parte porque se celebran por medio de un ministro público
de la Iglesia, no sólo para sí, sino para todos los fieles que pertenecen al
Cuerpo de Cristo”[6].
Santo Tomás enfatiza el mismo punto en la Summa
Theologica.
“En las Misas privadas basta
con tener un ministro que ocupa el lugar de todo el pueblo católico”[7].
La Santa Eucaristía es el sacramento perfectivo de
la Iglesia en cuanto que significa y causa nuestra unión en Cristo por la
caridad. Al mismo tiempo, es el sacrificio del pueblo de Dios. Puesto que la
operación propia del Cuerpo Místico es el sacrificio de la Misa, una función
social más que meramente individual, los miembros de la Iglesia como un todo
pueden ser llamados por san Pedro: “Linaje escogido, un sacerdocio real, un
pueblo conquistado”. Y puesto que el sacrificio es el acto supremo de religión,
resumiendo y expresando los actos del culto interior de Dios, y testificando de
manera única la divina excelencia, puede seguir hablando de ellos como
constituidos en esta dignidad especial “para que anunciéis las grandezas de
Aquel que de las tinieblas os ha llamado a su admirable luz”[8].
Puesto que esta acción es aquella en la cual la Iglesia hace suya la pasión del
Redentor, el sacerdote que lleva a cabo este acto de sacrificio, se dice con
toda verdad que ocupa el lugar del mismo Cristo. Es en el sacrifico Eucarístico,
la operación propia de la Iglesia de Dios, donde las palabras de Malaquías
encuentran cumplimiento:
“Porque desde la salida del
sol hasta el ocaso es grande mi Nombre entre las naciones; y en todo lugar se ofrece
a mi Nombre incienso y ofrenda pura, pues grande es mi Nombre entre las
naciones, dice Yahvé de los ejércitos”[9].
Entender el Cuerpo Místico de Cristo en función de
su operación propia tiene la ventaja de resaltar la unidad de la actividad católica.
La operación en la que la Iglesia encuentra su perfección inmediata, que es
preeminentemente el acto del Cuerpo Místico, es la Misa, un verdadero y propio
sacrificio. El sacrificio es un signo, una expresión de los actos internos de
religión, particularmente de devoción y oración. El acto esencial de la
consagración expresa pues los actos de oración y devoción que constituyen el
texto de la Misa. Las mismas oraciones de la Misa expresan deseos y esperanzas
que exigen, para su congruente entorno, la compleja plenitud de la vida
cristiana. Los actos de todas las virtudes entran en el entorno de la oración,
y el sacrificio Eucarístico, ofrecido por el sacerdote en el nombre y persona
de Cristo, por los miembros de su Cuerpo Místico, exigen sinceridad de oración
y devoción entre aquellos por quienes se ofrece.
Así, la vida del Cuerpo Místico, tan brillantemente
resumida en la obra del P. Mura, encuentra su unión en su expresión común en el
sacrificio Eucarístico, el acto del Cuerpo Místico.
[1] Ibid. III, q. 63, art. 6.
[2] Ibid. III,
q. 72, art. 5.
[3] Theologia Mentis et Cordis (Lyons, 1687), Lib.
XI, pars. 1,
diss. 1, cap. 2.
[4] Summa Theologica, III, q. 73, art. 4.
[5]
Trento, sesión 22, canon 1, Dz. 948.
[6]
Ibid., cap. 6, Dz. 944.
[7] Summa Theologica, III, q. 83, art. 5, ad
12.
[8] I Ped. II, 9.
[9] Mal. I, 11.