Quedamos pues en que el Diluvio no fué sino
relativamente universal.
Sostener la universalidad absoluta, siquiera se la
limite al hombre, fuera de la contradicción que esto implica, no explica
satisfactoriamente la fijeza y limitación infranqueable de las varias razas
humanas, y contraviene a la tradición bíblica, que supone la pervivencia de
los industriosos Cainitas, a los cuales, lo mismo que a varios otros pueblos
antiquísimos, como los Emim (Gen. XIV, 5; Deut. II, 10 s.), los Enacim (Deut.
I, 28; IX, 2, etc.), los Zombimim (Deut. II, 20) y los Awwim (Deut. II, 23;
Jos. XVIII, 3) o Aamu de los Egipcios[1], en vano buscaréis en el
cuadro de los hijos de Noé (Gen. X), no obstante que quiere ser completo.
Mas entre los pueblos deliberadamente omitidos por
Moisés en el susodicho cuadro, que quiere ser de un carácter tan universal como
el Diluvio, el que más nos interesa es el de los Horreos, identificados
hoy con los Hurritas, predecesores de los Cananeos en Palestina, que
de ellos se llamó Harr o Hurr, nombre que siempre más conservó entre los
egipcios[2],
y del cual en fuerza de la pronunciación satem
salió verosímilmente el nombre de Syria y tal vez el de la ciudad de Sur junto
al desierto homónimo, así como del nombre de Cus salió Susa, capital
de los Cosseos o Susianos (= Gen. II, 13; Vulg. Aethiopia), y del europeo equus
salió el semítico sus (caballo),
etc.
Los Hurritas u Horreos, que en tiempo de Moisés
estaban confinados en los montes de Seir, y con quienes se fundieron los
Idumeos (Gen. XXXVI), ocupaban siglos atrás un área mucho mayor, formando ya en
el V milenio antes de Cristo un grande imperio con los pueblos afines de
antiguos carios, paleomoscos y paleotibarenos, caspios, cassitas y elamitas, y
con un ciclo de cultura muy notable, que se extendía desde las fauces del Indo
a las del Nilo y sur de Rusia.
Trátase del llamado pueblo caucasio, de tipo
branquicéfalo, armenoide, de frente huida y nariz en línea con la frente;
pueblo sumamente industrioso, que no conoce el período messolítico, ni casi el
neolítico, sino que anticipándose a los demás pueblos de Oriente y Occidente,
practica la agricultura, al menos parcialmente, y entra desde luego en el
período eneolítico, o del uso del metal unido al de la piedra pulida, y conoce
además el uso de la escritura antes que los sumerios, drávidas y egipcios.
Su característica más saliente es la cerámica
pintada, de una gran perfección artística, aunque fabricada a mano, como es de
ver en los estratos inferiores de Susa y de otras ciudades de Oriente. Nació
esta industria en el sur del Turquestán (Anau),
y a una con la raza portadora se extendió por el Irán hasta las puertas de la
India y por el Asia anterior hasta el Egipto, Rusia meridional y Costa Oriental
de los Balcanes, con varias puntadas hacia el Occidente[3].
En la cultura predinástica de el-Badari (Egipto
superior) distínguense tres etapas diferentes, fáciles de discernir por la
cerámica, que es sucesivamente lisa, incisa y pintada[4], en función, según creemos,
de tres pueblos diferentes, los paleosemitas, los paleocamitas y los caucasios.
Los
paleosemitas y paleocamitas, como setitas que son tenían por común epónimo a
Set, a quien se veneraba en Egipto bajo ese mismo nombre, que se dio Typhon en
griego, mientras los caucasios que se les sobrepusieron y organizaron el país,
introdujeron el culto de Horos. Y es así que bajo la denominación de “adoradores
de Horos” son conocidos los precursores de los reyes dinásticos, a comenzar por
la dinastía de Menés, en que un nuevo elemento racial, afín al nacional camita,
los misraim, acaba por sobreponerse y
dominar la situación, con una especie de compromiso cuanto al culto.
Efectivamente, según Jorge Sincello los egipcios
poseían “una tabla llamada Antigua Crónica, que contenía XXX dinastías en 113
generaciones, durante un largo período de 36.525 años. La primera serie de
príncipes fué la de los auritas (l. horreos
o adoradores de Horos), la segunda fué la de los mestras (l. misraim, establecidos en el Norte), y la
tercera la de los egipcios (l. Tebanos o príncipes del Sur)”[5].
Así como los horreos del Jordán fueron arrinconados
en los montes de Seir por la inmigración de Canaán, así los horreos del Nilo lo
fueron por la inmigración de Misraim en la cordillera occidental del mar Rojo,
donde se perpetuaron en el pueblo de los blemmyes (eg belhemmow, los bedja, de
tipo criminal). Fundamos nuestra conjetura en que los antiguos nombres
blemmyes, aún no descifrados, tienen por características el comenzar por HR[6].
[1] Podrá extrañar alguno que identificamos a los Awwim con los Aamu “los hombres del bumerang”. La
conclusión empero nos parece irreprochable. Filológicamente no hay dificultad
ninguna en identificar awwim con aamu, pues conocida es el intercambio
del wau y el mem, así argawan a+rgantan (púrpura); y por otra parte la
Biblia pone a los Awwim al sur de
Palestina: ad meridiem vero sunt Hevaei (Jos.
XVIII, 4; cf. Deut. II, 23), ni más ni menos que los egipcios a los Aamu.
[2] Véase G. Maspero, Histoire ancienne des peuples de l´Orient. París, 1877, página 181, nota 1.
[3] Historia Universal, ed. del “Instituto Gallach de Barcelona”, I, pág. 112 y
ss.
[4]
Historia Universal, I, pág. 153, col. 1; cf. pág. 71, col. 2.
[5] Para estas otras referencias
semejantes, véase Budge, A History of
Egypt, que las recoge al principio de su obra.
[6] Hugo Monneret de Villard, Storia della Nubia cristiana, Roma, 1938, página 25; en “Orientalia
Christiana Analecta”, 118.