Nota del
Blog: El siguiente artículo
es obra del P. R. Thibaut S.J. y apareció en la Nouvelle Revue Théologique, 60 (1931), pag. 532-536.
La segunda parte la dedicaremos a realizar algunas observaciones a este
estudio.
Jonás y el pez. |
El
signo de Jonás no es un signo como los demás. Creemos que sobre ésto todo el
mundo está de acuerdo. Cuando Nuestro Señor declara que la γενεὰ πονηρὰ
(generación mala), tras pedir un
milagro, no tendrá otro más que el signo de Jonás, no reenvía indistintamente a
los milagros que obró en el gran día tanto antes como después de esta
declaración. El signo de Jonás debe, pues, tener algo particular, incluso
único. ¿Qué será pues? Esta es la pregunta que divide a los exégetas.
A
decir verdad, la mayoría saltea la etapa y va directamente a otra cuestión:
¿cuál es, en la historia de Jesucristo, el suceso que profetiza la estadía de
Jonás en el vientre de un monstruo marino durante tres días y tres noches?
Responden sin dudar: la sepultura de Cristo que termina el tercer día; en una
palabra: la resurrección. Su interpretación es tanto más segura cuanto no hace
más que reproducir, parece, el comentario de Nuestro Señor mismo:
“Pues, así como Jonás estuvo en el vientre del pez
tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la
tierra tres días y tres noches” (Mt. XII, 40).
El
signo de Jonás, al ser asimilado de esta manera con el signo del Templo (Jn.
II, 19), parecería que la cuestión preliminar está completamente resuelta: el
milagro en cuestión tiene aquí de particular que es el más grande de todos.
Nuestro Señor envía naturalmente allí a aquellos a los que los milagros
ordinarios no satisfacen.
Maldonado,
que al principio abandonó la interpretación universalmente recibida antes de
él, finalmente la retomó, atenuándola un poco:
“A los que le piden un signo con una intención
maliciosa, Cristo no tenía la costumbre de dar otro signo más que el de su
resurrección, como si dijera: “¿No me creéis? ¡Y bien! Esperad el fin; el fin
(es decir, mi resurrección) os abrirá los ojos” (In Jn. II, 19).
Todo
esto supone que Jonás en su signo sea el profeta encerrado tres días en las
profundidades del mar. Es ciertamente la nota que se encuentra en San Mateo. ¿Pero
por qué San Lucas nos da otra idea? Nos lo muestra predicando a los ninivitas:
“Porque lo mismo que Jonás fue una señal para los
ninivitas, así el Hijo del hombre será una señal para la generación esta” (Lc.
XI, 30).
Hablando de eso, Maldonado (in Mt. XII, 39) seguido de un gran
número de modernos, protestantes en su mayoría, ve en el famoso signo
simplemente la predicación de Jonás (acreditado tal vez por la noticia de su
aventura), en cuanto que, coronada por el éxito, condena la incredulidad de los
judíos, rebeldes a la voz de un profeta más grande que Jonás (Mt. XII, 42; Lc.
XI, 32). Para otros, sin dudas, se trataría de la predicación, pero en tanto
que, prediciendo la ruina inminente, amenaza la Jerusalén impenitente de la
terrible suerte a la que escapó Nínive por una pronta penitencia.
En la interpretación de
Maldonado, el signo de Jonás tiene de muy particular que es un signo de condenación.
Por un juego de palabras un poco cruel, se le promete un signo de condenación a
los que reclaman un signo de persuasión.
Henos
aquí de nuevo en la pregunta preliminar: ¿cuál es el carácter del signo de
Jonás?
Examinemos primero la
naturaleza del signo pedido ya que es
verosímil que el signo dado sea de la
misma especie.
Los adversarios de Cristo no
reclaman un signo cualquiera. Si en Mt. XII, 38 dicen simplemente: “un signo
venido de Ti”, en otra parte (Mt. XVI, 4; Mc. VIII, 11; Lc. XI, 16)
especifican: “un signo venido del cielo”[1], es
decir, un signo de origen manifiestamente divino, que sobrepase el poder del
diablo (cf. Mt. XII, 24), y no, como se ha creído, un signo en el cielo que
siempre podría ser rechazado como un fenómeno natural (cf. Jn. XII, 29).
¿Era
sincera la demanda? Creemos que se exagera la mala fe de los Fariseos. Su
intención de poner a prueba al Taumaturgo (Mt. XVI, 1; Mc. VIII, 11; Lc. XI,
16) no implica necesariamente la certeza de sorprenderlo en falta. Pero la
reserva del misterioso Profeta los enerva. Quieren tener el corazón limpio. Sólo
que, en lugar de buscar lealmente, quisieran encontrar enseguida. Esta
exigencia grosera, característica de los judíos (I Cor. I, 22), esa necesidad
de ver para creer (Jn. VI, 30) ofendía la delicadeza de Jesús (Jn. IV, 48) e
incluso lo excedía al final (Mt. XVI, 16; Mc. IX, 18; Lc. IX, 41).
En
el fondo, la petición de los fariseos y consortes era una invitación, más bien
un requerimiento a cambiar de método. Como antiguamente Satanás en el desierto,
sus cómplices ensayan ahora arrancar a Cristo su secreto y acelerar el momento
de su gloriosa revelación.
La
hora de la gloria vendrá, pero es preciso primero que Cristo sea rechazado por
esta γενεὰ (generación. Lc.
XVII, 25) ¿Cómo se cumplirán las Escrituras (Mt. XXVI, 53 s.) si les da
prematuramente el signo que exige?
El
rechazo de Nuestro Señor: “Esta γενεὰ demanda un signo (que les obligue
a abrir los ojos), pero no lo tendrá” es perfectamente comprensible. Lo que ya
no se entiende tanto es la excepción que sigue al rechazo en Mt. XII, 39; XVI,
4 y Lc. XI, 29: “excepto el signo de Jonás”.
Si
la excepción es real, el signo de Jonás debe ser un milagro impactante, una
teofanía, la Parusía o una manifestación análoga. Pero, en ese caso, el signo
no puede ser dado a la γενεὰ sino después del rechazo a Cristo. Le será
dado tres días después.
¿Es
real la excepción? Al igual que en Mt. XII, 4, εἰ μὴ podría tener aquí
el sentido de sino. Entonces el signo
dado sería lo contrario del signo pedido: en lugar de un signo de persuasión,
tendréis uno de condenación. O bien: vosotros queréis ver mi glorificación,
pero veréis mi suprema humillación (Jonás devorado). O aún: vosotros exigís un
milagro poderoso, y obtendréis un milagro de caridad (Jonás sacrificado por la
salvación de la nave).
La excepción es real. Se trata de un signo capaz de satisfacer a los
judíos más exigentes, intelectualmente hablando, claro está: un signo no puede
hacer más. Si no, no se justifican
plenamente ni el silencio de San Marcos, ni la insistencia de San Mateo.
¿Por
qué Mc. VIII, 12 callaría el signo prometido, si no se trata de una prueba sin
igual? Esta prueba, que va a intensificar más que nunca el misterio de la
incredulidad de los judíos, San Marcos, cuyo cuidado constante es explicar este
misterio, estaba naturalmente (y sobrenaturalmente) invitado a pasarlo por
silencio.
San Mateo, por el contrario,
cuyo rol es justificar la reprobación del Israel incrédulo, subrayará el signo
incomparable que los jefes de la nación judía han recibido inútilmente, y
después del cual su mala fe no puede ser puesta en duda por nadie. Dos veces recuerda la promesa del signo
(XII, 39; XVI, 4). Es el único en narrar la ejecución (Mt. XXVII, 62.66;
XXVIII, 11-15).
En cuanto a San Lucas, él no
tenía ni que disimular el signo de Jonás como San Marcos, ni ponerlo en
evidencia como San Mateo. Lo menciona sin explicarlo, sin narrar la realización. La glosa que se lee en Lc. XI, 30 no se opone a la
interpretación de Mt. XII, 40; simplemente parafrasea la palabra “profeta” que
San Mateo agrega a Jonás, la primera vez
que menciona el signo.
Llegamos,
pues, a la interpretación del signo de Jonás según san Mateo: el Hijo del
hombre estará en poder de sus enemigos durante tres días y tres noches, y luego
su gloria saldrá a luz en una liberación tan repentina, tan milagrosa, como la
de Jonás. Sin dudas que el texto evangélico parece menos explícito:
“Así como Jonás estuvo en el vientre del pez tres
días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la
tierra tres días y tres noches” (Mt. XII, 40).
Pero
notemos que la comparación no puede versar sobre el lugar (pez, tierra), ni
sobre la estadía milagrosa (la estadía no es milagrosa más que para Jonás;
además, el texto no dice: como estuvo Jonás vivo…):
la comparación versa sobre la duración
de la estadía en cuanto que se limita
a tres días y tres noches milagrosamente.
El sentido es, pues: un milagro ha puesto fin después de tres días a la
cautividad de Jonás en el vientre del pez, de la misma manera, un milagro
pondrá fin a la cautividad del Hijo del hombre en el seno de la tierra. Tal es
el signo sin igual que se les dará a los enemigos de Cristo y a ellos especialmente. Pues son ellos (y san
Mateo tiene cuidado de decírnoslo) los que tendrán en su poder el cuerpo
inanimado de Jesucristo. Así, el tercer día, el Hijo del hombre, siguiendo su
promesa, se librará de sus manos, lo cual no hubiera podido hacer si, menos
prudentes, hubieran abandonado su víctima a José de Arimatea.
“¡Si Dios lo ama, gritaron, que Dios lo libre
ahora!” (Mt. XXVII, 43).
Misericordiosamente, el Salvador,
después de tres días, asume el desafío. ¡Ay! La prueba suprema, el signo de
Jonás, consuma la iniquidad de ellos: es el pecado irremisible contra la plena
luz (Mt. XXVIII, 11-15).
La γενεὰ πονηρὰ no tiene
excusa. Es únicamente por su falta que el signo de Jonás devino un signo de
condenación. Nunca fue esa la intención del Salvador. Sin embargo, hay que reconocer que los jefes del
pueblo difícilmente podían reconocer después de tres días como al Hijo de Dios
al que habían condenado a muerte como sedicente Hijo de Dios. Y menos aún
podían, sin renegar de todos sus hábitos morales, descubrir, incluso
posteriormente, en la humillación y la muerte los signos precursores de la
gloria. ¿Hubieran visto los Apóstoles en la tumba vacía la prueba que su Maestro
había entrado en la vida gloriosa sin las apariciones (y la venida del Espíritu
Santo)? Tal vez san Juan (Jn. XX, 8), pero incluso María Magdalena creyó al
principio en un secuestro (Jn. XX, 2). ¿Hay que asombrarse después de esto
que el rumor calumnioso difundido por los emisarios de la γενεὰ πονηρὰ haya
ganado a todo el pueblo (Mt. XXVIII, 15) y atenuado en muchos el testimonio
apostólico?
[1] Nota del Blog: ¿Cómo no pensar en el signo de la Bestia de la
tierra que hace descender fuego del cielo?