Rastreando la solución, comienzo por sospechar que
la genealogía por línea de Caín, lo mismo que las demás, es fragmentaria, y hay
que distinguir en ella dos tramos por lo menos, uno prediluviano en conexión
con el primer origen del nombre y otro posdiluviano (sic)[1] en
conexión con la historia posterior, vivida por el autor y sus lectores; dos
tramos en la genealogía de los Cainitas, correspondientes a las dos tablas
genealógicas de los Setitas, la prediluviana y la posdiluviana.
Mas ¿dónde poner el hiato entre los dos tramos de la
genealogía de Caín? La egipcia pone un hiato inmediatamente después de Horos
—que sería según lo dicho el Caín bíblico—, pues no hay en ella la más mínima
alusión a Henoc e Irad, el primero de los cuales es ciertamente prediluviano
(cf. Gen. IV, 17). La fenicia llena ese vacío con una serie de nombres extraños:
Phos, Pyr y Phlox (n. 3). Casio, Líbano y otros gigantes (n. 4); Memrum,
Hypsuranio y Usaos (n. 5). De este último se dice que “en medio de violentas
lluvias, fué el primero que, tomando un leño, tuvo la osadía de arrojarse a la
mar, y habiendo consagrado columnas al fuego y a los vientos, los adoró y
sacrificó los animales que tomara” (Prep. Ev. 1. I, capítulo 10). Si aquí se
alude como parece al diluvio universal, las cuatro generaciones restantes de la
tradición fenicia, entre ellas la del Tekhnites Geinos, el Tubalcaín de la
bíblica, son posdiluvianos. En la Biblia el carácter posdiluviano, dudoso en
Irad, se acentúa cada vez más en sus sucesores, por su relación con ciertas
realidades existentes aún en tiempo del autor sagrado, según se irá declarando.
Efectivamente,
el nombre de Caín, que tiene un significado personal en el cap. IV del Génesis,
en el último vaticinio de Balaám (Num. XXIV, 22) y en la historia de Jael (Jue.
IV, 11 ss.), toma ya un sentido etnológico manifiesto. Ahora bien, lo normal en la Escritura es
que el nombre etnológico de un pueblo sea a la vez el epónimo de su raza como
nombre de su progenitor. Así Israel, nombre etnológico del pueblo de Dios, es a
la vez su nombre eponímico, por ser el de su progenitor. Caín, pues, como
nombre de pueblo, tendría a la vez un sentido eponímico, con referencia al de
su progenitor, el único Caín que en la Escritura se conoce.
Ni
sería otro el significado del patronímico Kéni (Vul. Cinaeus), que es rigurosamente el cainita, es decir oriundo del
único Caín por todos conocido. La derivación morfológica en el original es
impecable.
Moisés
conocía perfectamente a este pueblo (cf. Gen. XV, 19), y aún estaba emparentado
con él (Jue. I, 16; IV, 11), y sin embargo ni por descuido lo nombra en el
cuadro etnográfico de los descendientes de Noé (Gen. X). Es que pertenecían a
otra línea, que no era la del arca.
De
esotra línea nos ha dado los jalones principales en la genealogía de los cainitas,
que venimos comentando y cuando de ellos habla muestra bien que no se limita a
recoger antiguas memorias o leyendas
sino que los tiene delante de los ojos según son de realistas algunas de las pinceladas de ese cuadro; Lamec,
enésimo descendiente de Caín, tomó dos mujeres Ada y Tsel-la, y de ellas nacieron
sendos pueblos, los Aditas que viven en tiendas, dedicados al pastoreo y a la
música, y los Tsel-litas, geniales e industriosos que han inventado el laboreo
de los metales (Gen. IV, 20-22).
Moisés,
al entrar a formar parte de la familia de Ragüel, por sobrenombre Jetró (Ex. II,
16-III, 1), emparentó con un pueblo cainita (Jue. I, 16; IV, 11, cf. Num. X, 29
ss.), que, a juzgar por su manera de vivir, eran de la rama de Ada. Llevaban
una vida semi nómada entre el mar Rojo y el mar Muerto, en el país de los
amalecitas (I Sam. XV, 6) y en el Sur de Palestina (Jue. I, 16; I Sam. XVII,
10; XXX, 39), con algunas puntadas hacia el Norte (Jue. IV, 11 ss.), morando
siempre en tiendas de pastores, dedicados al cuidado de sus ganados.
A
esta rama pertenecía la familia de los Recabitas, quienes lo mismo que los
demás cainitas (I Sam. XXX, 29; II Reg. X, 15.23; Jer. XXXV), vivieron siempre
en las mejores relaciones con el pueblo de Dios, según se desprende de los
lugares citados, hasta quedar incorporados a él; pero aún entonces no perdieron
sus costumbres semi nómadas y aficiones filarmónicas, cantantes atque resonantes et in habitaculis commorantes: hi sunt Cinei…
(I Paral. II, 55)[2].
Los caracteres con que el autor de las Crónicas
describe a las colonias de escribas recabitas de Jabés (cantantes atque resonantes et in habitaculis commorantes), son
exactamente los mismos con que Moisés describe a los descendientes Yabel (pater habitantium in tentoriis atque pastorum)
y de Yubal (pater canentium cithara et organo).
Hi sunt Cinaei. Estos son los
Cainitas.
[1] Nota del Blog:
este sic es del mismo autor, como se
entenderá luego.
[2] Nota del Blog: Straubinger
traduce:
“Las familias de los escribas que habitaban en Jabés, fueron los Tirateos,
los Simateos y los Sucateos. Éstos son los Cineos, descendientes de Hamat,
padre de la casa de Recab”.
Y comenta:
“Los Tiroteos, los Simateos, los Sucateos. Vulgata: y moraban en
tiendas, cantando y tañendo. Hamat. Vulgata: Calor. Las diferencias
entre la Vulgata y el hebreo no son de importancia; se trata solamente de otra
forma de traducir las mismas letras hebreas, las que, tomadas en sentido
etimológico y no como nombres de localidades y personas, tienen el significado
que les da la Vulgata. Los escribas eran los doctores e intérpretes de
la Ley y a la vez jurisconsultos. Sobre los Recabitas véase Jer. XXXV, 6
ss. y IV Rey. X, 15 y nota. Se deduce del contexto que el autor no habla de los
escribas en general, sino solamente de los recabitas, que llevaban una
admirable vida contemplativa. Cf. Jue. I, 16 y nota”.