III
LA VUELTA Y EL REINO DE CRISTO EN LA LITURGIA
La liturgia romana ha tenido
el mayor empeño en actualizar el misterio de Cristo, con el fin de permitir a
los fieles el vivir día a día la acción redentora del Salvador.
El año litúrgico, que es como
un compendio de la vida de Jesús, se divide en dos ciclos: ciclo de Navidad y ciclo de
Pascua. Coloca bajo nuestra vista y a nuestro corazón los grandes
acontecimientos de esta vida, con el objeto de que podamos concretizarlos.
La existencia de Jesús — como
hombre — ha tenido un comienzo: es su venida a la tierra y su nacimiento en
Belén. Pero esta primera venida tendrá su continuación magnífica en su vuelta
gloriosa al fin de los tiempos.
No es extraño pues, que la
liturgia haya pensado acercar estos dos sucesos del Señor, el uno humilde, el
segundo magnífico, y puesto que el segundo es nuestra esperanza suprema la Iglesia romana hace de él el Omega de su
liturgia.
En el
primer Domingo del año litúrgico — 1°
Domingo de Adviento, — leemos el Evangelio de San Lucas que expone los
signos precursores de la vuelta de Cristo; y en el último Domingo del año — 24° después de Pentecostés — leemos el
mismo anuncio en el Evangelio de San Mateo.
El
año litúrgico en su comienzo y en su fin quiere llamar la atención del
cristiano sobre el suceso por el cual debe suspirar continuamente, que es la
base de su esperanza y que San Pablo sintetiza así: "¡Tanto en su aparición como en su reino!".
ADVIENTO
La liturgia de Adviento pone a
luz las dos venidas de Jesucristo.
Podríamos creer que la Iglesia sólo piensa en su nacimiento, y por el
contrario, evoca sobre todo su vuelta y su reino futuro.
Desde
las primeras vísperas del 1° Domingo hasta la 3° antífona se nos dice el modo
cómo vendrá Jesús: "Y vendrá
Yahvé, mi Dios, y con Él todos los santos" (Zac. XIV, 5).
El invitatorio de Maitines llama al Niño Dios "el rey que debe venir" y el famoso
responsorio "Aspiciens a longe" nos dice "que mirando a lo lejos se ve venir el poder de Dios sobre una nube que
cubrirá toda la tierra. Salid a su encuentro". Entonces se canta el
versículo: "Elevaos puertas y
entrará el Rey de la Gloria" (Sal. XXIV).
El responsorio siguiente (el 2°)
nos recuerda el admirable texto de Daniel (VII, 13-14) "Uno parecido a un hijo de hombre, el cual
llegó al Anciano de días… Y le fue dado… el reino… Su señorío es un señorío
eterno que nunca será destruido”.
Más adelante, en el 5° responsorio,
cantamos: "vivamos sobria,
justa y piadosamente en este siglo actual, aguardando la dichosa esperanza y la
aparición de la gloria del gran Dios” (Tito II, 12).
Los himnos de Vísperas,
Maitines y Laudes dicen también que El vendrá por segunda vez.
El segundo Domingo de Adviento agrupa tantos textos sobre la vuelta de
Cristo que sin excepción todos los responsorios del oficio de la
noche y las antífonas de Laudes cantan su aparición gloriosa. Podemos
considerar algunas frases de estos textos proféticos, pensando en el próximo
nacimiento del Niño Jesús en sentido acomodaticio, pero todos tomados a la letra son textos escatológicos.
Se canta entre ellos un
versículo que se repite a menudo sacado de Habacuc (II, 3): "Llegará a su fin y no fallará; si tarda,
espérala. Vendrá con toda seguridad, sin falta alguna”. Sin duda que cuando
se compuso la liturgia del Adviento encontraban los cristianos que Jesús
tardaba demasiado y se les quiso exhortar a la paciencia: SI TARDA, ESPERADLE;
PUES VINIENDO, VENDRA![1].
El tercer Domingo de Adviento
desarrolla la misma idea, une las dos venidas y anuncia el reino futuro. La
antífona del "Benedictus" nos hace cantar: "Reinará sobre el trono de David y su reino no tendrá fin" (cfr.
Is. IX, 6).
Podríamos citar aún las antífonas
de los últimos días de Adviento; siempre el mismo deseo de dar luz sobre la
vuelta y el reino de Jesús. Las generaciones que nos precedieron comprendían
que si la evocación del nacimiento de Jesús era útil a la santificación
personal, ¡más fecunda era para el alma,
la vida en la esperanza del gran misterio futuro, aquel que el Espíritu Santo
nos enseña si sabernos escucharlo! (Jn. XVI, 13).
TIEMPO
DE NAVIDAD
La liturgia de Navidad es la
continuación de la liturgia de Adviento. Insiste
sobre la gloria de la realeza de Cristo. Desde la primera antífona lo
saluda con el título de "Rex
Pacificus". "El Rey
pacífico ha sido glorificado, aquél cuya faz desea toda la tierra"
(Cf. I Rey. X, 23).
Los textos celebran al "Rey de Reyes, al Príncipe de la Paz, al Esposo
que sale de la Cámara Nupcial". Todos los salmos de Maitines de
Navidad son escogidos para que veamos en el Niño de Belén al Rey de Gloria que en los últimos días
dominará a sus enemigos y los destruirá como vasos de alfarero.
Los Salmos II, XVIII, XLIV, XLVII,
LXXI, LXXXIV, LXXXVIII, XCV, XCVII forman una apoteosis admirable y cantan al “más excelso entre los reyes de la tierra"
(Sal. LXXXIX, 28).
Las misas de Navidad nos
permiten penetrar en el Misterio Futuro conservándonos muy cerca del corazón
ardiente del Niño recién nacido.
La epístola a Tito (II, 11-15)
nos exhorta a esperar "La
bienaventurada esperanza". Los trozos cantados de la misa de la aurora
glorifican al “Príncipe de la paz, al
Señor que reina revestido de gloria. Su trono está establecido por toda la
eternidad. Alégrate hija de Sión, que ya llega tu Rey".
En la Misa del día, la
Epístola a los Hebreos proclama la fuerza del reino: "¡Tu trono, oh Dios, por el
siglo del siglo; y cetro de rectitud el cetro de tu reino ". El ofertorio nos recuerda que "Justicia y rectitud son las bases de tu
trono" (Sal. LXXXIX, 15).
Bastaría pues que viviéramos
la liturgia del Adviento y de Navidad para comprender la importancia del gran
misterio escondido, el misterio del fin de los tiempos.
Hace
algunos años en 1909 en Mazara del Vello (Italia), se fundó una comunidad de
religiosas cuyo fin principal fué esperar la vuelta de Cristo. Estas "veladoras" pensaron que lo mejor
que podían hacer era rezar diariamente el oficio de Adviento. Llevaban en el
dedo un anillo de oro grabado con las palabras del Apocalipsis "Ven, Señor Jesús" y sobre el pecho
y la frente — como nuevas filacterias - escrita la misma frase, el llamado de
la Esposa al Esposo.
Esta orden no tuvo éxito, cesó
de existir. ¿No es un indicio del gran olvido en que ha caído entre los cristianos
el pensamiento de la vuelta de nuestro amado Salvador?
[1] La traducción literal del hebreo es
"Si tarda esperadle porque vendrá seguramente; y se cumplirá con toda
seguridad".