Desgraciadamente
en vez de considerar este reino misterioso como un reino de cuerpos resucitados,
de vida espiritualizada, de paz y pureza en presencia del Rey de reyes, un
estado que debía parecerse al de Jesús después de su resurrección[1], que conservando la visión de su Padre podía, sin embargo, alimentarse,
vivir como nosotros, andar sobre la tierra, aparecer y desaparecer; en vez de
considerar el reino apocalíptico de mil años como anticipación de la vida
celestial, muchos se dejaron llevar por la prescripción de realizaciones
carnales y goces de orden puramente material.
Entonces para combatir este error San Agustín
cambió bruscamente de opinión. En “la
Ciudad de Dios" reconoce que lo que ha dicho anteriormente
"Se
puede admitir creyendo que durante ese séptimo milenio (o reino de mil años
del Apoc.) los santos gozarán de algunas
delicias espirituales a causa de la presencia del Salvador; y agrega: Yo he pensado antes de ese modo.
"Pero como aquellos que adoptan esta
creencia dicen que los santos vivirán en continuo festín, sólo las almas
carnales podrán creer como ellos, por eso es que los espirituales los han
llamado "Chiliastas", de
una palabra griega que puede traducirse literal-mente por
"milenaristas".
En seguida San Agustín trata de dar una nueva
interpretación al reino milenario para destruir la esperanza de un reino
terrestre y grosero.
"Respecto a los mil años pueden ellos
comprenderse de dos maneras: o bien todo esto sucede en los últimos mil años,
es decir en el sexto milenio cuyos últimos
años transcurren actualmente[2].
Estos últimos años serán seguidos del Sábado que no tiene tarde, es decir, del
reposo de los santos que no tiene fin, de modo que la Escritura llama aquí mil
años la última parte de ese tiempo; considerando una parte por el todo[3].
Este es pues, el texto que tuvo más tarde tanta
resonancia en la exégesis católica, ¡texto al cual se refieren siempre, pero
sin transcribirlo! Es por lo demás bien
confuso. Autorizaría en la primera parte a admitir el milenio en sentido
literal:
"Se
puede admitir que durante ese séptimo milenio los santos gozarán de algunas
delicias espirituales. Yo he pensado antes de ese modo".
Pues bien, aunque la Iglesia no ha condenado jamás
la opinión de un reino terrestre de Jesús con sus fieles, antes de la resurrección
de los impíos para el juicio general[4], los exégetas católicos
enseñan comúnmente que ese reino milenario está actualmente en curso y que las
profecías que se referían a la gloria de Jerusalén reconstituida eran el
anuncio de la paz y seguridad que goza la Iglesia libertada de Satanás desde
Constantino, es decir, desde el fin del paganismo oficial.
Leemos, por ejemplo, en el comentario que hace Fillion
del Apoc., lo siguiente:
"Cristo ha establecido su reino; hace
triunfar la verdad, la justicia, la santidad desde su Encarnación y por
consiguiente inaugura una era de felicidad para los suyos que reinan con El, siendo reyes al mismo
tiempo que súbditos"[5].
¿Quién
podrá creer que ya triunfan la verdad, la
justicia, la santidad: más aún, que reinamos efectivamente con Cristo, y
que la Iglesia no ha conocido persecución
desde Constantino por estar encadenado Satanás?
Esta exégesis deja en extraña penumbra la gran
página del Apocalipsis.
Sabemos todos, por el contrario, que la verdad, la justicia,
la santidad, son virtudes ignoradas de la mayor parte de los hombres; aun
aquellos que "practican" su religión. El Príncipe de este mundo tiene
una actividad bien singular. ¡La Iglesia ignora entonces las persecuciones que
ha sufrido en los últimos siglos! Recordemos el anticlericalismo y el combismo
próximos a nosotros. Consideremos lo que sucede en la URSS y en Alemania.
Hay que colocar al lado de la página del Apocalipsis
que acabamos de citar, un texto de los Hechos de los Apóstoles, que se refiere
sin duda alguna a los tiempos de restablecimiento maravilloso.
San
Pedro, en su gran discurso
del cap. III, dice lo siguiente:
"Arrepentíos, pues, y
convertíos, para que se borren vuestros pecados, de modo que vengan los tiempos
del refrigerio de parte del Señor y que Él envíe a Jesús, el Cristo, el cual ha
sido predestinado para vosotros. A Éste es necesario que lo reciba el cielo
hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de las que Dios ha
hablado desde antiguo por boca de sus santos profetas" (Hech. III, 19-21).
¿Qué ha de ser, pues, "ese tiempo de
restauración de todas las cosas" en que el cielo nos envíe nuevamente a
Nuestro Señor Jesucristo como lo anunció San Pedro?
El R. P. Jacquier, en su comentario de los
Hechos, responde con mucha sabiduría:
“Pedro habla aquí de la Parusía del Cristo, no
como del TIEMPO DEL JUICIO FINAL SINO COMO DEL TIEMPO DEL REINO MESIANICO que será para los judíos el reino de la
felicidad tan a menudo anunciado por los profetas[6]”.
Por
lo tanto, el R. P. Jacquier disocia claramente la Parusía del Juicio final y
coloca entre los dos el reino mesiánico al cual llama "Tiempo de la restauración
de todas las cosas".
Era ésta en efecto en los primeros siglos la opinión
de los Padres de la Iglesia, de Justino, Ireneo, Tertuliano y el mismo San
Ambrosio.
Recuerdo claramente que siguiendo en otros tiempos
cursos de apologética se nos insistía cuánto debíamos tener en consideración
las doctrinas de los Padres de la Iglesia primitiva. ¿Qué autoridad era la de
San Justino y San Ireneo principalmente? Este último fué el depositario directo
de la enseñanza del Apóstol Juan — por lo tanto, del Apocalipsis — por su
maestro Policarpo. Debía conocer los pensamientos del Apóstol mejor que nadie;
y si él más que ningún otro afirma lo del reino milenario, ¿no deberemos tomar
muy en cuenta su opinión?
Un punto inquietante nos queda todavía a propósito
de esta cuestión: ¡es la tendencia actual de los exégetas católicos a
"espiritualizar o a idealizar" —dice el abate Fillion — las páginas
del Apocalipsis!
El R. P. Allo habla en este sentido y el abate Lesetre
ha escrito en el "Diccionario de la Biblia":
"Ha prevalecido la explicación alegórica
y espiritual del texto apocalíptico. La interpretación espiritual de los
pasajes escatológicos de Isaías y del Apocalipsis no puede ser ignorada y ella
hace hoy día ley en la Iglesia"[7].
¿Es acaso más fácil espiritualizar así las
Escrituras? Sin duda que es más fácil para nuestra fe que titubea y para nuestra
débil esperanza. Pero semejante interpretación no está conforme con las
encíclicas pontificias: "Providentissimus"
de León XIII y "Spiritus Paraclitus"
de Benedicto XV.
Si
es así ¿por qué no espiritualizamos las profecías del Antiguo Testamento que
anunciaban la primera venida del Cristo? Se nos dirá que es porque estamos
obligados a reconocer la perfecta y literal realización: nuestra razón está
dominada por el cumplimiento histórico del hecho.
Pero
entonces los judíos de otro tiempo ¿no habrían tenido el derecho de espiritualizar,
antes de su cumplimiento, las profecías sobre la primera venida, por ej.
"La Virgen que concebirá", diciendo: "en ella no debemos esperar
sino una realización espiritual, símbolo ideal de pureza de la Madre del
Mesías"? Porque, ¡una Virgen concebir!... Y respecto a la Pasión ¿por qué
no hubiesen podido espiritualizar las manos y los pies atravesados, la túnica
tirada a la suerte, el golpe de la lanza, etc., etc…?
Vemos a qué negación, a qué racionalismo nos lleva
fatalmente desde que dejamos de tomar las escrituras a la letra, salvo en los
casos de parábolas o alegorías evidentes.
¿Podemos considerar alegoría lo que no nos es
presentado como tal por ejemplo en el Apocalipsis?
¿Podemos tomar idealmente "Las palabras del Señor afinadas y modeladas hasta siete veces en el
crisol"? (Sal. XII, 7).
¡Dios no habla para que su "palabra quede sin efecto" (Is. LV,
11) y sea una simple imagen, un bello sueño ideal!
[1] Es muy importante, lo
creemos, considerar que debemos reproducir
punto por punto la vida terrestre y gloriosa de Cristo. ¿No debemos acaso
llegar a su edad perfecta? Como El resucitó,
resucitaremos nosotros. Entonces, como vivió durante 40 días, como
resucitado, sobre la tierra y en lugares invisibles a la vez — sin perder la
visión de su Padre — ¿no deberemos nosotros también vivir esa misma vida? El
reino de mil años ¿no será la exacta reproducción de esta vida misteriosa de
Jesús resucitado, durante 40 días? Si, en cambio, el reino de mil años abraza
nuestra vida actual — perfectamente apacible, con Satán encadenado --¿somos
nosotros resucitados? No, evidentemente. Entonces: ¿cómo podemos reproducir en
nosotros esta vida de Cristo resucitado? El reino milenario sería entonces
aniquilado, a menos que sea simplemente idealizado.
Hay todavía una observación que no
ha de ser desechada. Jesús resucitado vivía, lo sabemos por los Evangelios y
los Hechos, en medio de los no resucitados. Pues bien, una de las objeciones
esgrimidas contra el reino de mil años y que, según se dice, no es posible
aceptar, es que haya al mismo tiempo sobre la tierra resucitados y no
resucitados. Pero exactamente esto es lo que tuvo lugar durante los 40 días de
la vida gloriosa de Nuestro Señor en la tierra.
[2] ¿Creía entonces San
Agustín en la próxima vuelta de Cristo?: estos "últimos años" duran todavía!...
[3]
San Agustín ha marcado
anteriormente los próximos dos milenios el 7° y el 8°. Suprime en adelante el
octavo y reúne todo bajo el séptimo milenio, el de los mil años del Apocalipsis:
"la parte por el todo".
[4] Un decreto del Papa Gelasio, cuya autenticidad no es cierta, es el único
acto oficial que podría estar dirigido contra el milenarismo. (Lesetre:
"Dictionaire de la Bible" 'de F. Vigoroux, artículo: "Millénarisme", T. IV, col. 10913).
Nota del Blog: Escrito
esto en 1938, claro está que habría que agregar los dos decretos, el del `41 y
el del `44, sobre los cuales ya hemos hablado en otra oportunidad y no hay para
qué insistir.
[5] Fillion, "La Santa Biblia
comentada". T. VIII, Apoc., cap. XX p. 372.
[6] R. J. Jacquier "Les Actes des
Apótres", p. 112, Gabalda.
[7] H. Lesetre: "Dictionaire de la
Bible", T. IV, artículo citado, col. 1096.