II
EL REINO MILENARIO
Leamos primeramente el texto del Apocalipsis:
"Y ví un ángel descendiendo del cielo,
teniendo la llave del abismo y una cadena grande sobre su mano. Y se apoderó
del Dragón, de la serpiente, la antigua, que es Diablo (Calumniador) y el Satanás (Adversario)
y lo ató por mil años y lo arrojó en
el abismo y cerró y selló sobre él para que no engañase más a las naciones,
hasta que se hayan consumado los mil años; después de esto debe ser liberado
poco tiempo. Y ví tronos y se sentaron sobre ellos y juicio se les dio, y (vi) las almas de los que habían sido
decapitados a causa de “el Testimonio de Jesús” y a causa de “la Palabra de
Dios”, y los que no adoraron a la Bestia ni a su imagen y no recibieron la
marca sobre la frente y sobre la diestra de ellos; y vivieron y reinaron con el Cristo mil años. Los restantes de los
muertos no vivieron hasta que se hayan consumaron
los mil años. Esta (es) la resurrección, la primera. ¡Bienaventurado y Santo el
que tiene parte en la resurrección, la primera! Sobre estos la segunda
muerte no tiene autoridad, sino que serán
sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con Él los mil años” (Apoc. XX,
1-6).
De esta página del Apocalipsis se derivan tres
hechos extremadamente claros: un encadenamiento
de Satanás que durará mil años. Una resurrección llamada la primera
para los mártires y los confesores que durante su vida no recibieron la marca
de la bestia (los impíos sólo resucitarán después). Un Reino de mil años con Cristo en los cuales los resucitados son
sacerdotes y reyes (V, 10 habla de un reino sobre la tierra).
Los hechos están expuestos con claridad. Sin
embargo, a causa de los misterios que los envuelven, muchos comentadores no han
titubeado en declarar que estos hechos se
han realizado espiritualmente. Según ellos Satanás está encadenado;
nosotros los cristianos somos los resucitados de la primera resurrección, por
el bautismo; y la Iglesia reina, libertada de Satanás en paz y justicia perfectas.
Ensayemos, con imparcialidad, exponer las dos
opiniones, la de la Iglesia primitiva hasta el siglo V, y la de la exégesis que
ha dominado después.
La palabra "milenio"
empleada muy comúnmente es un término latino que quiere decir "mil años". Seis veces nos habla el Apocalipsis del reino de Jesucristo que
debe durar mil años, antes del reino de los siglos y los siglos. Puede ser que
la cifra mil años sea aproximativa solamente.
El
Talmud enseñaba que habría un período de justicia y de paz sobre el mundo
cuando fuesen libertados los judíos y que reunidos en la Palestina el Mesías
reinaría sobre ellos.
Sin
necesidad de recurrir al Talmud, no tenemos sino que leer los Profetas del Antiguo
Testamento para encontrar en ellos la certidumbre de un reino mesiánico en Jerusalén. Casi todos anuncian de un modo análogo la
restauración de Israel con el Cristo por Rey y fueron esos textos proféticos
los que indujeron al error a los judíos cuando la primera venida, porque
esperaban en el Mesías al Rey que debía traer la justicia y la paz y dar a la
humanidad esa felicidad por la cual suspiraba.
Estos textos no están
prescritos.
¿Se realizarán a la letra?
Esta opinión era la de los antiguos Padres de la
Iglesia, de San Justino, de San Ireneo, de Tertuliano.
San
Justino que vivió en el
siglo II escribía al judío Trifón:
"Para
mí, para los cristianos de ortodoxia integral sabemos que llegará la
resurrección de la carne, y que acontecerán mil años en una Jerusalén
reconstruida, decorada y agrandada como lo afirman los profetas Ezequiel, Isaías
y otros"[1].
Sin embargo, ciertas concepciones groseras y
materialistas se deslizaron en esta creencia. Papías de Hierápolis decía que la
fertilidad de la tierra sería tal que las parras darían racimos de dos mil
granos. Estas exageraciones absolutamente condenables[2] debieron excitar reacciones
violentas; algunos llegaron hasta a negar la autenticidad del Evangelio de
San Juan y su Apocalipsis para refutar todo concepto milenarista.
Pero esta idea no había muerto. San Agustín y
su maestro San Ambrosio fueron fervientes defensores del reino
milenario. San Agustín abandonó más tarde, sin embargo, su opinión y
explicaremos por qué.
Según su pensamiento primitivo, dividía la vida
de la humanidad en milenios, comparados con los días de la creación,
conforme lo expresa el Salmo XC, en el cual se dice que, para Dios, mil años son como un día. La vuelta de
Cristo marcaba pues el fin del sexto milenio
"Y
cuando el sexto milenio haya transcurrido, escribe San Agustín, cuando haya sido hecha la gran separación de
los malos y los buenos (de los malos y los buenos de los cuales ha hablado
anteriormente) vendrá el reposo y el
Sábado misterioso de los santos y justos de Dios (es decir los mil años
apocalípticos). En seguida, del séptimo
día, cuando hayamos contemplado en el aire esa hermosa cosecha, la gloria y los
méritos de los Santos, entraremos en esa vida y en esa paz de la cual se ha
dicho que ojo no ha visto, ni oído ha escuchado, ni el corazón del hombre ha
subido hacia lo que Dios tiene preparado a los que, le aman"[3].
Por lo tanto,
San Agustín consideraba antes de la
bienaventuranza suprema u octavo día, un
sábado o reposo maravilloso del Cristo y de sus Santos: el séptimo milenio.
Debía ser el Edén reconstruida donde reinaría Cristo y sus santos. La imagen
bíblica del lobo y el cordero viviendo juntos ¿no nos permitirían evocar el
florecimiento de ese reino de justicia y paz? (Is. II, 6-8).
[1] Justino: “Diálogo con Trifón”, cap.
80.
[2] Nota del Blog: Yerra
aquí la autora y de tal manera que no es posible dejarlo pasar, por las
siguientes razones:
a) Estas palabras
no las trae solo san Papías sino también San Ireneo (Adv. Haer. L. V, c. 30, 4).
b) Ninguno de los
dos santos traen estas palabras como propias, sino que hacen de testigos: ambos las habían escuchado,
ora del mismo San Juan, como parece ser el caso de Papías, ora de discípulos
inmediatos, como San Ireneo que parece las oyó de San Policarpo y otros Presbíteros.
c) El texto de Papías
citado por Ireneo tiene todos los visos de ser hiperbólico y metafórico, como
se puede ver por el uso constante del número diez mil y por el hecho que los racimos hablan.
d) Sin embargo, detrás
de la metáfora se esconde una realidad, ya profetizada desde el A.T. y es la
abundancia de la tierra durante el Milenio.
e) Por último, y no
menos importante, “aunque la narración se tome en sentido literal y propio, en
absoluto en ella se contiene propiamente palabras carnales, ni indignas de la
santidad de Dios ni de la pureza de los santos. En ella no se proponen comidas
inmoderadas ni deseos insanos, sino solamente se describe, con una cierta hipérbole
y gran exageración, la fertilidad y fecundidad de la tierra, que es don de Dios”.
Rovira Juan, S.J., “El Reino de Cristo Consumado en la tierra”, vol. 1, pag. 63-64;
2016, Barcelona, Ed. Balmes. Preciosa obra sobre la cual esperamos hacer alguna
reseña o crítica en algún momento y que se puede adquirir AQUI.
[3] San Agustín. Sermón 256 pár. 2. Ver
AQUI.