CAPITULO
UNDECIMO
DURANTE
LA 70° SEMANA EL PUEBLO ANTIMESIÁNICO DESTRUYE LA CIUDAD DE JERUSALÉN Y SU
SANTUARIO
V. 26 b: «Y el
pueblo de un Jefe que ha de venir destruirá la Ciudad y el Santuario.»
Este inciso, dice con
razón el P. Lagrange, nos ofrece un sumario cuyos detalles serán explicados en
el versículo 27 (186).
Entramos, por lo tanto, de
lleno en la 70° semana[1]. Para que comience ese tiempo
judío Israel ha debido convertirse a la fe de Jesucristo; sobre su
frente ha bajado, bautismo de redención y de vida, la sangre que un día contra
sí reclamó. La voz del Profeta ha penetrado hasta el fondo de su corazón
reblandecido por la gracia. Es ahora el Benjamín de la Iglesia, el que ocupa el
puesto de preferencia en el seno de ella, amamantándose con hambre atrasada a
las fuentes del amor. Son los siete años de la Infancia del Emmanuel...
Para comprender el
contenido y los acontecimientos de la Jerusalén escatológica es preciso tener
en cuenta las otras visiones proféticas del Antiguo como del Nuevo Testamento y
muy en particular las del Apocalipsis. Sin embargo, para no extralimitarnos,
contentémonos con lo que aquí nos propone Daniel: «Y el pueblo de un jefe
que vendrá destruirá la ciudad y el santuario».
El sentido del texto
masorético es claro y sencillo. Yerran los que quieren identificar a este Jefe con
el Ungido-Príncipe del v. 25. A priori repugna al carácter esencial de
un Ungido (Mesías) el ser destructor de Jerusalén y del
Santuario.
Para evitar esa
contradicción insoportable se han buscado otras traducciones del texto. Dice
muy bien el P. Lagrange: «Con pretexto de que este Jefe debe ser el mismo que
el del v. 25, háse propuesto esta lectura: "y la ciudad y el santuario
serán destruidos, así como el Jefe, y éste vendrá a su fin.» Pero, precisamente,
trátase de otro jefe, que es enemigo de Dios y no su Ungido, de un Jefe
que vendrá. La única dificultad está en que su fin sea desde
ahora anunciado; pero es este un sumario cuyos detalles serán explicados en el
v. 27…».
Además, esa nueva lectura
del hebreo sería contraria a las antiguas versiones que hablan con toda
evidencia de un enemigo de Israel que invadirá la Palestina para destruir la
Ciudad Santa y el santuario.
Yerran también los que no
quieren colocar a este Adversario de Jerusalén dentro de la 70° semana.
Admitir como Knabenbauer
la opinión del V. Beda y otros, de que este inciso no pertenece a la historia
de las 70 semanas, sino a modo de lejana consecuencia, es situarse fuera de la
perspectiva de esta profecía que alumbra la vida del pueblo judío medida por
las semanas dentro de las cuales la presenta recortada.
El error primordial sobre
la naturaleza y la situación cronológica de la última semana arrastra consigo
éste y otros muchos errores.
Nótese cuidadosamente la
expresión «el pueblo de un Jefe que vendrá».
No se dice al inverso: «el
Jefe de un pueblo...» El acento está sobre «el pueblo». Él es el
invasor. Parece un pueblo racialmente organizado con aspiración e intención antimesiánica.
No bastarían huestes mercenarias o ejércitos heterogéneos de ocasión para dar a
la expresión textual su sentido preciso. La destrucción de la Ciudad del Santuario
obedece como a un impulso de la voluntad nacional, en contra del
pueblo de Dios[2].
Hay que llamar también la
atención sobre la palabra schahath, que no significa un daño cualquiera,
sino una eversión completa de la ciudad y del santuario reducidos
a escombros o a cenizas. Διαφθερεῖ y «dissipabit» de las versiones la traducen
bien. Todo queda hundido, corrompido, dislocado, pulverizado como humo que dispersa
el viento. Tal es la obra realizada por el pueblo de un jefe que se lanza
contra Jerusalén.
Necesítase una enorme
dosis de buena voluntad para imaginar que esta Profecía, tal como suena, ya en
esta primera indicación, destinada a ser completada poco después, se realizó en
tiempo de los Macabeos con la ocupación de Jerusalén y del Templo por
Antíoco Epífanes y sus ejércitos sirios.
Grandes fueron los
estragos materiales y morales, las matanzas, las ruinas acumuladas por los
esbirros de Antíoco en aquellos años de sangrienta persecución contra el pueblo
fiel a Yahvé. Pero la invasión fué debida a la despótica voluntad racial de un
pueblo levantado contra la sede y el santuario del mesianismo judío… Ni la obra
del perseguidor consistió en la destrucción de Jerusalén y del Templo, que
siguieron en pie, sino en su profanación y saqueo, pálida e incompleta imagen
de lo que anuncia Daniel: «el pueblo de un Jefe que vendrá destruirá la
ciudad y el santuario»[3].
Inconsistente, como la del
P. Lagrange, es la teoría de Knabenbauer. Esta profecía no tuvo su histórica
realización con la invasión romana del año 70, suceso, que, por otra parte, no
pertenece al cuadro de las semanas daniélicas. Los ejércitos romanos eran una
mezcla heterogénea de gentes diversas que no corresponde a la expresión: "el
Pueblo de un jefe…"[4].
Además, aquélla no fué
directamente, por parte de Tito y de sus legiones, una guerra de carácter
esencialmente religioso. Su fin era ahogar las tentativas judías de independencia
política, no extinguir el culto judío de Yahvé[5].
Y tanto, que el incendio del Templo se debió a la desobediencia de un soldado y
no a la voluntad del jefe ni del pueblo invasor.
Los sirios de Antíoco y
los romanos de Tito no realizaron más que algunos rasgos figurativos de los
hechos anunciados para la 70° semana. Daniel enfoca propia y directamente el
pueblo del Anticristo, que se arroja a impulsos de una pasión ferozmente antimesiánica
contra la Jerusalén cristiana de la última semana[6]
de prueba y preparación.
La expresión «de un Jefe que
vendrá» deja adivinar la futura Parusía del Anticristo en oposición a la
del Señor «que viene».
Para ese entonces, para
ese juicio escatológico de Jerusalén, en la que todavía estarán mezclados trigo
y cizaña, parecen haber sido dichas las advertencias del Salvador en su
discurso sobre la ruina final de la Ciudad Santa. Pues el horizonte del Señor
es el de Daniel, a quien cita[7]. Gran tribulación. Azote de
Dios para el judío impío, prueba final para el escogido en orden al reino
mesiánico. Del nuevo Templo no quedarán «piedra sobre piedra», ni las del muro
de los Lamentos. «Cuando viereis cercada de ejércitos a Jerusalén, entonces
sabed que es llegado el asolamiento de ella...»; «hasta que se hayan cumplido
los tiempos de las gentes…», en trabazón con la 70° semana de los judíos, tres años
y medio.
[1] Aquí está nuestra principal diferencia con el autor. El v. 26 no da
comienzo (ni siquiera lo presupone) a la 70° Semana. Las pruebas que da son
forzadas y están lejos de convencer. La última Semana Daniélica, tan
desarrollada luego en el Discurso Parusíaco (Mt-Mc) y en el Apocalipsis, recién
comienza con el v. 27: "Y hará firme la alianza con muchos durante una
semana…", la cual la vemos dividida en dos partes iguales. Este v. 26
es el que hemos dado en llamar intervalo
y es el que estamos viviendo tras el rechazo de Israel a su Cristo Rey.
[2] Todo esto está muy lindo pero presenta varios problemas, uno de ellos
es que Jesucristo afirma que la destrucción del Templo del año 70 que Él
profetiza en Lc. XXI, 20-22 ya estaba anunciada, cuando dice: "Más cuando veáis
a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que su desolación está cerca.
Entonces, los que estén en la Judea, huyan a las montañas; y los que estén en
medio de ella, salgan fuera; y los que estén en los campos, no vuelvan a
entrar; porque días de venganza son éstos, de cumplimiento de todo lo que
está escrito".
Que nos muestre,
pues, el autor, en qué parte del Antiguo Testamento estaba profetizada la destrucción
de Jerusalén y el Templo si no es en esta célebre profecía de Daniel.
[3] Lo mismo dígase, pues, del Anticristo, el cual de ninguna manera destruye
la Ciudad ni siquiera el Templo sino que meramente toma posesión de
ambos, profanando este último como se vé en el v. 27. Las pruebas del autor
brillan aquí por su ausencia.
Por el
contrario, en Dn. XI, 45 se da a entender que el Anticristo reinará, morará,
en Jerusalén cuando dice: "Y plantará
los pabellones reales entre los mares contra el glorioso y santo
monte".
Sobre lo cual
Straubinger comenta: "Entre los mares: entre el Mar Mediterráneo y
el Mar Muerto, o sea, en Judea. El glorioso y santo monte: el monte
Sión".
[4] A la historia ha pasado, casi como un lugar común, la afirmación:
"los romanos tomaron y destruyeron la Ciudad y del Templo el año 70".
¿Se quiere mayor prueba que ésta?
[5] ¿Dónde afirma el texto de la profecía que esta toma y destrucción
obedecen a un fin estrictamente religioso?
[6] Por lo tanto, según ésto el Anticristo reinaría 7 años, contrariamente
a lo que nos dicen el mismo Daniel y San Juan.
[7] Perfectamente de acuerdo en que Nuestro Señor cita a Daniel en sus
profecías de Lc. XXI y Mt XXIV-Mc XIII, pero el autor es aquí impreciso y vago
en extremo. Es casi un lugar común que los cristianos huyeron de la Judea a
Pela basados en la profecía de Lc XXI, con lo cual ya sabemos, por la
historia, a qué época y sucesos se refería la profecía lucana.
Notemos, una vez
más, lo que siempre decimos: una mala exégesis de las 70 Semanas de Daniel,
repercute por fuerza, tarde o temprano, en el llamado Discurso Parusíaco y en
el Apocalipsis.