VI
LA ENCICLICA MYSTICI CORPORIS CHRISTI
Ciertamente unos de los documentos más importantes del
magisterio eclesiástico que apareció durante el curso del sigo XX fue la
encíclica Mystici Corporis Christi, promulgada por Pío XII el 29
de Junio de 1943. En muchos aspectos este documento ha sido una ayuda
prodigiosa a aquella porción de la teología que estudia la necesidad de la Iglesia
Católica para la salvación.
Tres secciones de la encíclica son particularmente
pertinentes a nuestra tesis. La primera déllas trata directamente sobre la
natura de la pertenencia a la Iglesia Católica, el Cuerpo Místico de Cristo.
“Pero
entre los miembros de la Iglesia, sólo se han de contar de hecho los que
recibieron las aguas regeneradoras del Bautismo y profesan la verdadera fe y ni
se han separado ellos mismos miserablemente de la contextura del cuerpo, ni han
sido apartados de él por la legítima autoridad a causa de gravísimas culpas. Porque todos nosotros —dice el
Apóstol— hemos sido bautizados en un
mismo Espíritu para formar un solo cuerpo, ya seamos judíos, ya gentiles, ya
esclavos, ya libres [1 Cor. 12, 13]. Así, pues, como en la verdadera
congregación de los fieles, hay un solo cuerpo, un solo Espíritu, un solo Señor
y un solo bautismo; así no puede haber más que una sola fe [cf. Eph. 4, 5]; y,
por tanto, quien rehusare oír a la Iglesia, según el mandato del Señor, ha de
ser tenido por gentil y publicano [cf. Mt. 18, 17]. Por lo cual, los que están
separados entre sí por la fe o por el gobierno, no pueden vivir en este cuerpo
único ni de este su único Espíritu divino”[1].
En este pasaje el Romano Pontífice ha dado
las condiciones o factores que, en su conjunto, constituyen a alguien como
miembro de la vera Iglesia de Jesucristo. Son:
1) La posesión del carácter bautismal.
2) La profesión de la vera fe.
3) La profesión de desear estar sujeto a las
legítimas autoridades dentro de la Iglesia, y estar de esta forma relacionado
con la sociedad de los discípulos de Nuestro Señor.
4) No haber sido excomulgado en el sentido
absoluto del término.
Esta era en sustancia la enseñanza sobre la
pertenencia a la Iglesia de Jesucristo dada por Domingo Bañez[2]. Fue
desarrollada y popularizada por San Roberto Belarmino en su libro De
Ecclesia Militante[3].
Muchos de los eclesiologistas muy prominentes y capaces que eran
contemporáneos de Bañez y San Roberto tuvieron serias diferencias con ellos
sobre este tema. Sin embargo, a través de los años la enseñanza descrita ahora
en la Mystici Corporis Christi pasó a tener el status de doctrina
comúnmente aceptada entre los eclesiologistas escolásticos. La declaración
desta enseñanza en la encíclica de Pío XII constituyó su aceptación y
promulgación oficial por el magisterium de la Iglesia como doctrina
Católica.
Así pues es doctrina de la Iglesia Católica
que los cuatro factores arriba mencionados, y sólo ellos, son necesarios para
que alguien sea miembro del Cuerpo Místico de Jesucristo. Puesto que el
concepto de pertenencia a la vera Iglesia está esencialmente ligado a la tesis
de que fuera de la Iglesia no hay salvación, es obvio que esta declaración en
la Mystici Corporis Christi nos da una ayuda tremendamente valiosa para
explicar esta sección de la sagrada teología.
Según el significado que tiene hoy en día el
término, miembro de la vera Iglesia de Dios es aquel hombre o mujer que compone
la sociedad que es hoy, que ha sido desde la muerte de Jesucristo y será hasta
el fin del tiempo, el vero y único reino sobrenatural de Dios en este mundo. La
verdad central y fundamental de la eclesiología es el hecho de que, en la
dispensación del Nuevo Testamento, la unidad social dentro de la cual los
hombres pueden obtener contacto salvífico con Dios en Jesucristo, el grupo de
hombres en este mundo designados en las Sagradas Escrituras como el Reino de
Dios y el Cuerpo de Cristo, es la sociedad religiosa organizada en comunión con
y sujeta a la dirección del Obispo de Roma. Toda sociedad real u organizada que
pueda ser llamada sociedad en sentido estricto, está compuesta de seres humanos
individuales que manifiestan su intención de trabajar juntos por la obtención
del fin por la cual fue creada la sociedad, y para trabajar para alcanzarlo
bajo la dirección de aquellos dotados con autoridad legítima dentro de la
sociedad. Estos seres humanos son designados como miembros de la sociedad. Y
según es uso actual del término, aquellos que forman la sociedad religiosa
sobre la cual preside el Romano Pontífice como Vicario de Nuestro Señor en la
tierra, son llamados los miembros de la vera Iglesia o del Cuerpo Místico de
Jesucristo en la tierra.
A propósito, es bueno especificar aquí que
esto es cierto según el significado que ha tenido el término “membrum
ecclesiae” desde fines del siglo dieciséis, y por lo tanto según el
significado que la expresión “miembro de la Iglesia” tiene hoy en día. En los
anteriores tratados sobre la Iglesia, como por ejemplo el del Cardenal Juan de
Torquemada, el clásico Summa de ecclesia, el membrum ecclesiae es el Católico
en estado de gracia.[4]
El término que empleaban estos teólogos más antiguos para designar lo que
hoy llamamos miembro de la Iglesia era “pars ecclesiae”.
La razón desta discrepancia en las palabras
se encuentra en el hecho de que los autores más antiguos que escribieron sobre
la Iglesia preferían emplear el término “miembro” en línea con la metáfora
escriturística de “el Cuerpo de Cristo” como nombre de la Iglesia Católica. En
este contexto, el término “cuerpo” (en griego “σῶμα” y en latín
“corpus”) era entendido obviamente como referido en
primer lugar a un cuerpo físico vivo, un cuerpo humano. En lo que todavía es su
significado primario según lo indican algunos diccionarios de la lengua
inglesa, y en lo que originariamente parece haber sido su único significado
propio, el término “membrum” tenía una connotación anatómica y servía
para indicar una parte viva de un cuerpo físico.
En sus explicaciones del hecho de que la
Iglesia puede ser descrita con exactitud bajo la metáfora del Cuerpo de Cristo,
los autores más antiguos de los tratados de ecclesia
se encontraban con la cuestión de cómo podían estar dentro del Cuerpo vivo
que es la Iglesia aquellos que estaban espiritualmente muertos. Por lo general
respondían distinguiendo entre Católicos en estado de gracia, que están en la
Iglesia como partes vivas de un Cuerpo vivo, y aquellos en estado de pecado
mortal, que son de hecho partes de la Iglesia y están dentro délla, pero que no
comparten la vida sobrenatural desta comunidad. El primer grupo, los Católicos
en estado de gracia, pueden ser designados metafóricamente como “miembros” de
la Iglesia. El segundo grupo era parte desta sociedad pero según su uso
metafórico del término, no pueden ser llamados miembros en ningún sentido.
Luego, sin embargo, en el habla usual “miembro”
pasó a significar en sentido propio, y no meramente metafórico, uno de los
individuos que compone la sociedad. En concordancia con esta tendencia, y
particularmente debido a la influencia de prominentes teólogos como San Roberto
Belarmino y Francisco Silvio, las escuelas Católicas abandonaron la práctica de
restringir el significado del término “membrum ecclesiae” a Católicos en
estado de gracia y lo usaron para significar también lo que antes se designaba
como “pars ecclesiae”.[5]
Este cambio, llevado a cabo en un principio para evitar toda ambigüedad o
confusión que se podría haber seguido del uso más antiguo del término, fue
aceptado en todo lugar. Y así los “miembros de la Iglesia”, de los que habla la
“Mystici Corporis Christi” son todos aquellos seres humanos individuales que en
su conjunto constituyen la sociedad organizada que es, de hecho, el vero y
único reino sobrenatural de Dios sobre la tierra en la dispensación del Nuevo
Testamento. Cuando se emplea en este libro el término “miembro de la Iglesia”,
siempre y en todo lugar se lo hace con este sentido.
Desde el mismo comienzo de la Iglesia, la
controversia contra los portavoces de las diversas herejías que han surgido, se
han centrado en dos nociones muy relacionadas: la pertenencia a la Iglesia y la
necesidad de la Iglesia para la salvación. Mientras pretendían ser seguidores
de Nuestro Señor, los defensores de las herejías (y particularmente los
primeros líderes protestantes) nunca se atrevieron a poner en duda el hecho de
que existe en este mundo algún tipo de sociedad dentro de la cual, únicamente,
los hombres pueden adquirir un vínculo salvífico con Nuestro Señor. Al igual
que los Católicos estaban completamente convencidos e insistían que existe una
vera Iglesia fuera de la cual no hay salvación. Sobre este punto hubo una sóla
disputa fundamental entre los Católicos y los herejes, y era la cuestión de
cuál es exactamente el status deste reino sobrenatural de Dios en este
mundo.
La respuesta Católica a esa pregunta era la
afirmación de la verdad divinamente revelada de que, en el estado de la
dispensación del Nuevo Testamento, la sociedad religiosa sobre la cual preside
el Obispo de Roma es el reino sobrenatural de Dios sobre la tierra[6].
Insistían sobre el hecho de que la unidad social encabezada por el Romano
Pontífice es la mismísima realidad que se designa como el reino sobrenatural de
Dios o el Cuerpo Místico de Jesucristo en este mundo.
Por otra parte, las diferentes clases de
herejes afirmaban, de una u otra forma, que la unidad social conocida como la
vera ecclesia o el vero reino sobrenatural de Dios sobre la tierra, no
era una sociedad organizada en absoluto, sino la suma total de todas las
personas buenas, o de todos los predestinados, o de todas las personas de buena
voluntad en el mundo.
La tesis herética tenía toda la engañosa y
encantadora simplicidad que caracteriza a tantos errores. Por un lado se
deshizo de toda dificultad con respecto a la diferencia entre ser miembro de la
Iglesia y estar “dentro” délla de tal forma que pudiera obtener salvación en
ella. Si en el Nuevo Testamento el reino de Dios sobre la tierra está descrito
como un grupo desorganizado, y como una unidad social a la cual se pertenece
solamente en razón de la posesión de dones espirituales indetectables con
certeza por otros hombres, luego el hombre pertenecería a ella o estaría dentro
délla solamente por medio de la posesión desos dones. Así pues, pertenecer al
grupo y vivir la vida de la gracia sería exactamente lo mismo. Si una persona
muere en estado de gracia va a alcanzar la Visión Beatífica. Va a salvarse para
toda la eternidad. Así pues, la posición herética era fundamental y
decepcionantemente simple. Según esta enseñanza, todo aquel que muere en estado
de gracia, muere perteneciendo al reino sobrenatural de Dios sobre la tierra,
en la única forma en que alguien puede pertenecer a él.
El único problema con la posición herética era que
estaba en completo desacuerdo con lo que Nuestro Señor había enseñado sobre su Reino
en la tierra. Según la afirmación de los herejes Nuestro Señor se habría
equivocado, por ejemplo, en su descripción de la purificación de Su reino que
tendrá lugar en el juicio general. El reino de Dios no podría ser purificado en
modo alguno si nos atenemos a la descripción que de él nos dan. Los únicos
que pertenecerían a él, incluso en este mundo, serían aquellos en estado de
gracia, aquellos que aman a Dios con la afección sobrenatural de la caridad
divina.
[1] Dz. 2286. “In Ecclesiae autem membris reapse ii soli annumerandi
sunt, qui regenerationis lavacrum receperunt veramque fidem profitentur, neque
a Corporis compage semet ipsos misere separarunt, vel ob gravissima admissa a
legitima auctoritate seiuncti sunt. 'Etenim in uno Spiritu, ait Apostolus,
omnes nos in unum Corpus baptizati sumus sive Iudaei sive gentiles, sive (203)
servi sive liberi' (I Cor 12, 13). Sicut igitur in vero christifidelium coetu
unum tantummodo habetur Corpus, unus Spiritus, unus Dominus et unum baptisma,
sic haberi non potest nisi una fides (cf. Eph 4, 5); atque adeo qui Ecclesiam
audire renuerit, iubente Domino habendus est ut ethnicus et publicanus (cf. Mt
l8, 17). Quamobrem qui fide vel regimine invicem dividuntur, in uno eiusmodi
Corpore, atque uno eius divino Spiritu vivere nequeunt.”