sábado, 25 de enero de 2025

Algunas notas a Apocalipsis XX, 5

 5. Los restantes de los muertos no vivieron hasta que se hayan consumado los mil años. Esta (es) la resurrección, la primera.

 Concordancias:

 Οἱ λοιποὶ (los restantes): cfr. Apoc. II, 24; III, 2; VIII, 13; IX, 20; XI, 13; XII, 17; XIX, 21.

 Τῶν νεκρῶν (de los muertos): cfr. Apoc. I, 5.18; II, 8; III, 1; XI 18; XIV, 13; XVI, 3; XX, 12-13.

 Ἔζησαν (vivieron): cfr. Jn. V, 25; XI, 25-26; XIV, 19; I Tes. IV, 15.17; V, 10; Apoc. I, 18; II, 8; IV, 9-10; V, 14; VII, 2; X, 6; XV, 7; XX, 4. Ver Apoc. III, 1; XIII, 14; Apoc. XIX, 20.

 Τελεσθῇ (se hayan consumado): cfr. Mt. VII, 28; X, 23; XI, 1; XIII 53; XIX, 1; XXVI, 1; Lc. XII, 50; XVIII, 31; XXII, 37; Jn. XIX, 28.30; Hech. XIII, 29; II Tim. IV, 7; Apoc. X, 7; XI, 7; XV, 1.8; XVII, 17; XX, 3.7.

 Χίλια ἔτη (mil años): cfr. II Ped. III, 8; Apoc. XX, 2-4.6-7.

 Ἡ ἀνάστασις ἡ πρώτη (la resurrección, la primera = resurrección de (entre) muertos): cfr. Mt. XIV, 2; XVII, 9; XXVII, 64; XXVIII, 7; Mc. VI, 14; IX, 9-10; Mc. XII, 25; XVI, 14; Lc. IX, 7; XIV, 14; XX, 35-36; XXIV, 46; Jn. II, 22; V, 29; XI, 25; XII, 1.9.17; XX, 9; XXI, 14; Hech. III, 15; IV, 2.10; X, 41; XIII, 30.34; XVII, 3.31-32; XXIII, 6.8; XXIV, 15.21; XXVI, 23; Rom. I, 4; IV, 24; VI, 4-5.9.13; VII, 4; VIII, 11; X, 7.9; XIV, 9; I Cor. XV, 12-13.20-21.42; Gal. I, 1; Ef. I, 20; Fil. III, 10-11; Col. II, 12; I Tes. I, 10; II Tim. II, 8; Heb. VI, 2; XI, 19; XI, 35; XIII, 20; I Ped. I, 3.21; Apoc. I, 5; XI, 18; XX, 6. Ver Lc. II, 34; Rom. XI, 15; Ef. V, 14.

 

 Comentarios:

 Straubinger: “La primera resurrección: He aquí uno de los pasajes más diversamente comentados de la Sagrada Escritura. En general se toma esta expresión en sentido alegórico: la vida en estado de gracia, la resurrección espiritual del alma en el Bautismo, la gracia de la conversión, la entrada del alma en la gloria eterna, la renovación del espíritu cristiano por grandes santos y fundadores de Órdenes religiosas (S. Francisco de Asís, Santo Domingo, etc.), o algo semejante. Bail, autor de la voluminosa Summa Conciliorum, lleva a tal punto su libertad de alegorizar las Escrituras, que opta por llamar primera resurrección la de los réprobos: porque estos, dice, no tendrán más resurrección que la corporal, ya que no resucitarían para la gloria. Según esto, el v. 6 alabaría a los réprobos, pues llama bienaventurado y santo al que alcanza la primera resurrección. La Pontificia Comisión Bíblica ha condenado en su decreto del 20-VIII-1941 los abusos del alegorismo, recordando una vez más la llamada "regla de oro", según la cual de la interpretación alegórica no se pueden sacar argumentos. Sin embargo, hay que reconocer aquí el estilo apocalíptico. En I Cor. XV, 23, donde S. Pablo trata del orden en la resurrección, hemos visto que algunos Padres interpretan literalmente este texto como de una verdadera resurrección primera, fuera de aquella a que se refiere San Mateo en XXVII, 52 s. (resurrección de santos en la muerte de Jesús) y que también un exegeta tan cauteloso como Cornelio a Lápide la sostiene. Cf. I Tes. IV, 16; I Cor. VI, 2-3; II Tim. II, 16 ss. y Filip. III, 11, donde San Pablo usa la palabra "exanástasis" y añade "ten ek nekróon" o sea literalmente, la ex-resurrección, la que es de entre los muertos. Parece, pues, probable que San Juan piense aquí en un privilegio otorgado a los Santos (sin perjuicio de la resurrección general), y no en una alegoría, ya que S. Ireneo, fundándose en los testimonios de los presbíteros discípulos de S. Juan, señala como primera resurrección la de los justos (cf. Luc. XIV, 14 y XX, 35). La nueva versión de Nácar­Colunga ve en esta primera resurrección un privilegio de los santos mártires, "a quienes corresponde la palma de la victoria. Como quienes sobre todo sostuvieron el peso de la lucha con su Capitán, recibirán un premio que no corresponde a los demás muertos, y éste es juzgar, que en el sentido bíblico vale tanto como regir y gobernar al mundo, junto con su Capitán, a quien por haberse humillado hasta la muerte le fue dado reinar sobre todo el universo (Filip. II, 8s.)". Véase Filip. III, 10-11; I Cor. XV, 23 y 52 y notas; Luc. XIV, 14; XX, 35; Hech. IV, 2”.

 Wikenhauser: “El vidente asiste luego a la resurrección de una parte de los muertos. Por la comparación del v. 5 (“los demás muertos”) con los v. 12a-13 se ve que se trata de la resurrección de la muerte física. Si ya en el momento de su muerte los degollados están en posesión de la vida sobrenatural, la resurrección de que aquí se habla no puede ser la resurrección espiritual, como pretende, entre otros, San Agustín. En la carta a Esmirna se habla de la resurrección corporal de Cristo en los mismos términos empleados aquí (II, 8; cfr. también I, 18). Juan afirma que esta resurrección es la primera, y que a ella seguirá, transcurridos mil años, una segunda, en la cual son llamados de nuevo a la vida “los demás muertos”, vale decir, los que no tuvieron parte en la primera resurrección”.

 Alápide: “Simbólicamente, algunos señalan que aquí se menciona y se repite dos veces los mil años, durante los cuales reinarán los mártires y los santos con Cristo, para denotar que la Iglesia durará dos veces mil años, y que el reino de Cristo en este mundo se extenderá por ese tiempo, y que después de esos años llegará el fin del mundo, y el reino glorioso y eterno de Cristo y de los santos en el cielo. Muchos piensan, o mejor dicho conjeturan, que el mundo durará seis mil años, a saber, cuatro mil antes de Cristo y dos mil después de Cristo, no exactos sino aproximados. Se nombran pues, aquí los mil años desde Cristo hasta el fin del mundo: ya que verdaderamente serán mil, no simples sino repetidos o duplicados, o sea, dos mil años. Viegas y otros creen incluso que San Juan enumeró los mil años dos veces ya que los anteriores eran diversos a los posteriores, y por lo tanto Juan enumeró precisamente los mil años en dos oportunidades después de Cristo.

Para apoyar esto traen varias razones de conveniencia:

1) La primera es que en seis días fue creado el mundo; ergo, en otros tantos, a saber, seis mil años, cesará. Mil años son ante Dios como un día, como dice San Pedro (II Ped. III, 8 y Sal. LXXXIX, 4). De aquí que en el capítulo I del Gén., donde se describe la creación del mundo, se encuentran seis aleph; aleph para los judíos tiene un valor de mil, como si dijera: Dios creó el cielo y la tierra para seis aleph, esto es, para que dure seis mil años. Esto se confirma primero, ya que el día séptimo, a saber, el sábado, en el cual descansó Dios de la obra de la creación, significa el día del bienaventurado descanso de los santos en el cielo, después de la resurrección general, como enseñan los Padres, a saber, el séptimo milenario de la eternidad; por lo tanto, proporcional y consecuentemente, los seis días precedentes de la creación del mundo representan los seis milenios de este tiempo y siglo, después del cual seguirá inmediatamente el sábado, esto es, el séptimo milenario de la eternidad. De aquí que San Cipriano en su tratado “De exhortatione martyrii, cap. XI, diga: “Los primeros siete días contienen por disposición del Señor, siete mil años”.

2) Segundo, los seis primeros padres, a saber, Adán, Set, Enós, Cainán, Mahalalel y Jared, murieron; el séptimo, Enoc, está vivo y fue trasladado al cielo, ya que después de los seis milenarios en los cuales habrá trabajo y muerte, será el inicio de la vida tranquila e inmortal, según dice Isidoro citado por la Glosa al cap. V del Gén.

3) Tercero, Gén. VI, 3 establece la vida del hombre en 120 años, los cuales son simbólicos y como tales deben tomarse, a saber, que sean años grandes y mosaicos, o sea del jubileo, de forma que cada uno implique cincuenta años, lo cual hace que estos 120 años mosaicos sean seis mil años vulgares, los que durará el mundo y la generación de los hombres. Multiplica, pues, 120 por cincuenta y tendrás seis mil.

4) Cuarto: puesto que Juan, al consignar aquí el fin del mundo, nombra seis veces los mil años como significando que el mundo ha de durar seis mil años (vv. 2-7) ¿Para qué repite precisamente seis veces la palabra mil años sin necesidad, repitiéndola e inculcándola, a menos que insinúe que después de mil años será la consumación del mundo y de todas las cosas? (...)”.

 (…)

 La segunda razón es similar. En el mundo hubo sucesivamente tres leyes o estados: la ley de la naturaleza, la ley de Moisés, la ley de Cristo. Pero el tiempo de la ley de la naturaleza, que fue desde Adán hasta Abrahán (el cual recibió e instituyó de parte de Dios la circuncisión, que fue el comienzo de la ley mosaica), duró casi dos mil. De nuevo, el tiempo de la ley mosaica o circuncisión duró igualmente dos mil años: tales son precisamente desde Abraham hasta el nacimiento de Cristo, como consta en la tabla cronológica que hice en el Génesis. Ergo, la tercera ley y estado del mundo, a saber, la ley de la gracia y de Cristo, durará otro tanto, es decir, dos mil años más o menos, de forma tal que este triple tiempo de la triple ley, que es la duración de todo el mundo, tomado todo junto sume seis mil años. De aquí que como tipo de esto Dios le haya ordenado a Josué que mientras atravesaban el Jordán el arca distare dos mil codos del pueblo (Jos. III, 4) (…)”.

 (…)

 Entre los hebreos así piensan Moisés Gerundensis, de gran autoridad entre ellos, R. Isaac in Gén. cap. I, R. Elías, al cual se citan como si fueran un oráculo estas palabras en el Talmud tomo IV, trat. 4, llamado Sanedrín, esto es, juicio: “Seis mil años durará el mundo, y será destruido una vez más; dos mil fueron de vacuidad (de la ley de la natura), dos mil de la ley mosaica, dos mil serán los días del Mesías”.

 San Victorino: “En la primera resurrección, por medio de esta Escritura, ha sido descrita asimismo la preciosa ciudad futura. También Pablo ha hablado de esta primera resurrección (I Tes. IV, 15-17). Hemos oído que se habla de trompeta. Hay que observar que en otro lugar el Apóstol nombra otra trompeta (I Cor. XV, 52) (…) Así, pues, los que no tomen la delantera al resucitar en la primera resurrección y reinar con Cristo sobre la tierra –sobre todas las gentes–, resucitarán al toque de la trompeta final, después de mil años, es decir, en la resurrección última, entre los impíos y pecadores y toda clase de culpables”.

 Ni está claro por qué distingue dos trompetas ni por qué dice que todos los que resuciten en la segunda resurrección son condenados.

 Ramos García (Apoc.): “ἀνάστασις (resurrección): nunca esta palabra se toma en la Escritura como una resurrección espiritual, sino siempre de una corporal (Lc. XX, 35-36)”.

 Strack-Billerbeck: “Mientras la antigua sinagoga esperaba la realización de la salvación absoluta a partir de la venida del Mesías, suponía que la resurrección de los muertos tendría lugar poco después de su aparición. En el siglo I d.C. se empezó a distinguir entre los días del Mesías y el tiempo de la salvación absoluta: aquéllos, según se pensaba, debían traer a Israel el dominio sobre las naciones del mundo; por otro lado, la culminación final real, comenzando con la resurrección de los muertos y la destrucción de todos los malvados en el Juicio Final, sólo ocurriría después del final del período mesiánico en el Olam ha-ba, es decir, en el mundo por venir. Así, la resurrección de los muertos fue separada de los días del Mesías y asignada al Olam ha-ba en relación con el Juicio Final general. Esta fue la opinión que prevaleció durante todo el periodo de la Mischna (hasta aproximadamente el año 200 d.C.). A principios del siglo III comenzó una nueva dirección. Ahora se suponía que en el período mesiánico los muertos de la tierra de Israel resucitarían primero; después de ellos los justos, que estaban enterrados fuera de la tierra santa, serían llevados a través de cavernas subterráneas hasta llegar a la tierra de Israel y participarían en la resurrección. La resurrección general de los muertos no se consideraba aquí, seguía relacionada con el Juicio Final; en este círculo de ideas sólo se trataba, primero, de los muertos que descansaban en el suelo de la tierra de Israel, y, segundo, de los justos que estaban enterrados en el extranjero. Sin embargo, todo el asunto estaba destinado a glorificar el suelo materno de la tierra de Israel: sus muertos, en la medida en que pertenecen a Israel, resucitan ya en los días del Mesías, y de hecho primero antes que todos los demás; los justos de los países extranjeros, por supuesto, también obtienen una parte de la resurrección durante el período mesiánico, pero solamente desde el suelo de la tierra santa; de ahí el doloroso arrollamiento subterráneo de los muertos hasta que llegan al vientre del suelo nativo. La Sinagoga, por lo tanto, conocía una doble resurrección: la primera en los días del Mesías en la tierra de Israel, y la segunda, la general, en el momento del Juicio Final. Pero los términos "primera" o "segunda resurrección" no se encuentran en la literatura rabínica”.