10. Y caí delante sus pies para postrarme ante él. Y díceme: “Mira, no. Consiervo tuyo soy y de tus hermanos, de los que tienen el testimonio de Jesús. Ante Dios póstrate. En efecto, el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía.
Concordancias:
Ἔπεσα (caí): cfr. Apoc. I, 17; XXII, 8 (San Juan); IV, 10; V, 14; XI, 16 (24 Ancianos); V, 8; XIX, 4 (4 Vivientes y 24 Ancianos); VII, 11 (Virtudes). Ver Apoc. II, 5.
Ἔμπροσθεν (ante): cfr. Apoc. VI, 4; XX, 8.
Ποδῶν (pies): cfr. Apoc. I, 17; III, 9; XXII, 8.
Προσκυνῆσαι (postrarme ante): cfr. Apoc. III, 9; IV, 10; V, 14; VII, 11; XI,
16; XIII, 4.15; XIV, 7; XVI, 2; XIX, 4.20; XXII, 8-9.
Latría: Apoc. IX, 20; XIII, 8.12; XIV, 9-11; XX, 4. (Parecería que siempre en sentido peyorativo de idolatría).
Duda: Apoc. XI, 1; XV, 4.
Cfr. Apoc. XIX, 10.
Ὅρα (mira): cfr. Apoc. XXII, 9.
Σύνδουλός (consiervo): cfr. Mt. XVIII, 28-29.31.33 (¿Paralelo a Mt. V, 21-26?); Mt. XXIV, 49 (católicos vivos al momento de la Parusía); Apoc. VI, 11 y XXII, 9 (Mártires del quinto Sello).
Ἀδελφῶν (hermanos): cfr. Mt. V, 22-24 (¿paralelo a Mt. XVIII, 21-35?); XII, 46-50; XXV, 40 (¿Mártires del Anticristo?); Mc. III, 31-35; Lc. VIII, 19-21; Apoc. I, 9 (San Juan); VI, 11 (Mártires del quinto Sello) XII, 10 (Mujer que huye al desierto); XXII, 9 (Mártires del quinto Sello).
Τὴν μαρτυρίαν (el testimonio): cfr. Apoc. I, 9 (San Juan); VI, 9 (Mártires del quinto Sello); XI, 7 (2 Testigos); XII, 11 (Mujer que huye al desierto); XII, 17; XX, 4 (Mártires del Anticristo). Ver μάρτυς (Testigo) en el Apocalipsis siempre se refiere a personas individuales, Apoc. I, 2.5; II, 13; III, 14; XI, 3; XVII, 16 y Ἐμαρτύρησεν (testificó): Apoc. XXII, 17-18.20. Ver Mt. X, 18; XXIV, 14; Mc. VI, 11; XIII, 9; Lc. IX, 5; XXI, 13; Hech. IV, 33; VII, 44; I Cor. I, 6; II Tes. I, 10; I Tim. II, 6; II Tim. I, 8; Heb. III, 5; Apoc. XV, 5.
Τὴν μαρτυρίαν Ἰησοῦ (el testimonio de Jesús): cfr. Apoc. I, 2; XII, 17; XX, 4 (Mártires del Anticristo); I, 9 (San Juan). Ver Apoc. VI, 9 (Mártires del quinto Sello); XI, 7 (dos Testigos); XII, 11 (Mujer que huye al desierto). Ver Mt. X, 18; XXIV, 14; Mc. VI, 11; XIII, 9; Lc. IX, 5; XXI, 13; Hech. IV, 33; VII, 44; I Cor. I, 6; II Tes. I, 10; I Tim. II, 6; II Tim. I, 8; Heb. III, 5; Apoc. XV, 5.
πνεῦμα (espíritu): cfr. Apoc. I, 10; IV, 2; XI, 11; XIII, 15; XVII, 3; XXI, 10; XXII, 6 (?).
Προφητείας (profecía): cfr. Apoc. I, 3; XI, 6; XXII, 7.10.18-19.
Citas Bíblicas:
Hech. X, 23-26: “Al día siguiente se levantó y marchó con ellos, acompañándole algunos de los hermanos que estaban en Joppe. Y al otro día entró en Cesarea. Cornelio les estaba esperando y había convocado ya a sus parientes y amigos más íntimos. Y sucedió que, estando Pedro para entrar, Cornelio le salió al encuentro y postrándose a sus pies hizo adoración. Mas Pedro le levantó diciendo: “Levántate, porque yo también soy hombre”.
Comentario:
Straubinger: “A Dios adora: “Es decir, reserva para Él sólo todos tus homenajes” (Fillion). El Ángel se declara siervo de Dios como los hombres (cfr. XXII, 8; Heb. I, 14). San Pedro nos da a este respecto un bello ejemplo en Hech. X, 25 s. “El término adorar, dice Crampon, debe ser tomado aquí, como en varios lugares de la Escritura, en el sentido lato de venerar, dar una señal extraordinaria de respeto”. Cfr. Sal, CXLVIII, 13 y nota”.
Straubinger: “El espíritu de la profecía no ha sido dado sólo al Ángel sino también al hombre (Cfr. Ef. I, 9 s; I Ped. I, 10 ss) y consiste en dar testimonio de Jesús y de sus palabras (I Cor. XIV)”.
Zerwick: “μαρτυρία Ἰησοῦ (testimonio de Jesús): Cfr. XII, 17, es el testimonio que Jesús dio, y que es sobre Jesús”.
Zerwick: “ἡ μαρτ. Ἰησοῦ… προφητείας: πνεῦμα πρ. (el espíritu de profecía) parecería ser el sujeto y ἡ μαρτ. (el testimonio) el predicado: el espíritu profético se manifiesta en el testimonio que da de Jesús, por el cual se predica el testimonio que trajo Jesús”.
Bover. “El Testimonio de Jesús es el Espíritu de Profecía: es decir, el Espíritu que os mueve a dar Testimonio de Jesús (I Cor. XII, 3) es el mismo que inspira a los profetas; sois, por tanto, iguales a mí, que hablo con Espíritu de Profecía.
Jünemann: “El espíritu profético viene de Jesús, testimonia a Jesús. Tú también tienes este espíritu. Somos, por tanto, consiervos suyos”.
Sales: “El testimonio de Jesús, etc. Estas palabras son un tanto obscuras, sin embargo, su sentido parece ser el siguiente: el espíritu de profecía que está en mí (y también en ti) no fue dado sino para dar testimonio de Jesucristo, y en esto, por lo tanto, somos iguales, y como todos somos siervos de Dios, somos también todos siervos de Jesucristo”.
Fillion: “El espíritu de profecía no me ha sido dado, como a todos los profetas (como a ti), más que para dar testimonio de Jesús; en esto nos parecemos y somos iguales”.
Alápide: “¿Por qué el ángel no quiso ser adorado por San Juan? Primero, San Atanasio, serm. 3 contra Arianos; S. Tomás, II-II, 84.1 y San Agustín, lib. XX contra Faustum, cap. XXI, creen que San Juan pensó que, a causa del insólito esplendor, este ángel era Cristo, y por lo tanto quiso adorarlo como Dios… pero en realidad esto no es verosímil, puesto que San Juan, acostumbrado a estas visiones angelicales, sabía que no era Cristo sino un ángel, y de aquí que, ya conocido el ángel, de nuevo lo quiso adorar en el cap. XXII, 9…”.
Esto está bien, pero no la respuesta que da luego cuando dice que la razón es “porque el ángel no era superior a San Juan” (?), pues además de no responder nada se puede reformular la pregunta y decir: si San Juan sabía que era un ángel, ¿cómo excusarlo de haber cometido un pecado de idolatría? La respuesta está en lo que dice Allo en el comentario a XIII, 4, que coincide con la nota de Crampon a la edición de Alápide: “προσκυνεῖν” (caer de rodillas), era un honor civil que se daba en oriente a los reyes y hombres importantes. El autor de la vida de Conon dice: “venerar al rey, lo que ellos llaman προσκυνεῖν”. El ángel rechazó este honor, como si dijera: “no me debes agradecer a mí sino a Dios por tantas revelaciones. Nosotros somos iguales, legados del mismo rey”.
Iglesias: “El espíritu profético (lit. el espíritu de la profecía) puede ser sujeto gramatical de esa difícil frase final, añadida como explicación: el Espíritu que impulsó a los profetas a hablar impulsa ahora a dar testimonio en favor de Jesús. O bien: “el testimonio que da (o dio) Jesús es el mismo que dio (o da) el Espíritu en todas y cada una de las profecías”.
Muñoz León: “Los cristianos dan testimonio de Jesús por la fuerza del espíritu Santo, por la fuerza del Espíritu de profecía. Ahora bien, esta conexión entre Espíritu Santo y la fuerza para el testimonio para confesar a Cristo está de acuerdo con el conjunto del pensamiento neotestamentario, en concreto, con los evangelios sinópticos: Mt. X, 18-20. De entre los numerosos lugares paralelos nos interesa destacar Lc. XII, 11-21 con el contexto inmediato en que se trata de la confesión declaración por el Hijo del hombre. Lo mismo Mc. XIII, 11 en pleno discurso escatológico: “no seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu Santo” (notar que en los versos inmediatamente anteriores se trata de un testimonio en favor de Jesucristo: “Por mí, para que deis testimonio ante ellos”, v. 9)[1] (…) En el testimonio de los cristianos acerca de Jesús, en la fidelidad a Jesús, en la confesión de Jesús ante las persecuciones, se ven sostenidos los cristianos por el Espíritu de Dios, más aún es el mismo Espíritu el que habla por ellos y da testimonio acerca de Jesús, puesto que es el Espíritu de profecía. El testimonio de Jesús es obra de la presencia del Espíritu en los mártires que les fortalece en su confesión de Cristo”.
Vander Heeren: “Y díceme: “Mira, no…”: pues, aunque soy un ángel elevado por la naturaleza por sobre los hombres, sin embargo, no soy más que tu compañero de servicio, un siervo de Dios como tú y de tus hermanos los cristianos, que aceptaron el testimonio de Jesús y creen en Él. ¡A Dios adora! – Ángeles y Apóstoles somos hermanos, pues el espíritu de Jesús es el espíritu de profecía: lo que te anuncio, como profeta, es lo mismo que Jesús testimonia; ambos, tú como apóstol y yo como profeta, ambos anunciamos, como hermanos, la palabra del mismo Jesús”.
Swete: “Difícilmente puede ser que confunda un ángel con Dios o Cristo, sino que más bien es provocado por el sentido de reverencia para con el “culto a los ángeles” (Col. II, 18)”.
Swete: “En efecto, el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía: la posesión del Espíritu profético, que hace a un verdadero profeta, se puede apreciar en una vida de testimonio de Jesús que perpetúa su testimonio al Padre y a sí mismo”.
Drach: “Y caí delante sus pies…: san Juan sabía tan bien que lo que hacía… era legítimo, que más tarde, en XXII, 8 quiso postrarse a los pies de otro ángel. Este no lo reprende como de algo prohibido. En efecto, la historia de los Patriarcas nos ofrece varios ejemplos de este culto: Gén. XVIII, 2; XIX, 1; Jos. V, 15; Núm. XXII, 34. “El ángel no dice que la adoración es lícita darla sólo a Dios, lo cual repugna a toda la historia antigua… sino que obra como si un colega le dijera a otro: conserva este honor para el rey” (Grocio). San Juan, apóstol de Jesucristo, encargado de expandir su doctrina y dotado como los demás apóstoles del privilegio de la infalibilidad… al querer rendir culto al ángel nos muestra:
1) Que este culto es legítimo;
2) Que existía desde los tiempos legítimos en la Iglesia.
(…)
Algunos Padres: San Atanasio, San Agustín, S. Tomás (Quaes. LXXXIV, 1) han pensado que el que le hablaba era Jesucristo, pero no se puede admitir. Ver más abajo en XXII, 8 donde dice: “caí para postrarme ante los pies del ángel”.
Drach: “El testimonio de Jesús es el espíritu de profecía: El sentido de las palabras del ángel nos parece ser éste: yo también soy siervo de Jesucristo, al igual que los hermanos que le dan testimonio, pues el espíritu de profecía no me ha sido dado, al igual que a los demás profetas, más que para dar testimonio de Jesucristo”.
Ribera: “Muchas dudas existen sobre este pasaje. Se puede indagar con razón, por qué quiere Juan adorar al ángel ahora y no antes; además, de qué clase de adoración se trata; en tercer lugar, si estaba bien o no, pues si estaba bien, ¿por qué se lo prohibió el ángel? Si no estaba bien, ¿por qué intentó adorar de nuevo en el cap. XXII?
(…)
Creo que Juan, deleitado con una profecía muy alegre sobre las nupcias del Cordero y la beatitud de quienes son llamados a ellas, cayó en tierra a causa de la alegría y reverencia y quiso adorar al nuncio dando gracias. De la misma manera Abraham, al oír la promesa del nacimiento de Isaac, cayó en tierra a causa de la alegría para venerar (Gén. XVII y Juec. XIII). Esto se puede entender del capítulo último de este libro, en el cual Juan cayó de nuevo para adorar al ángel que le anunciaba cosas similares: “Y noche no habrá ya y no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz de sol, porque Jehová Dios lucirá sobre ellos y reinarán por los siglos de los siglos. Y díjome: “Éstas, las palabras (son) fieles y verdaderas”.
(…)
Con respecto al género de adoración, no puede haber ninguna duda que Juan lo quiso adorar de tal forma que lo adorara como igual, es decir, no como creador sino como creatura, pues no ignoraba ni que sólo a Dios se le debe dar el culto de latría ni que el que hablaba con él era un ángel, tal como lo dice al comienzo del libro y a menudo a través de todo el libro (…) Tampoco debemos creer que es una adoración de latría por el hecho de que se usa el verbo “adorar” o porque caiga a sus pies, pues es sabido que estas cosas en las Escrituras se tributan a menudo a las criaturas (Gén. XIX; III Rey. I; etc.).
(…)
¿Pero por qué le prohíbe
el ángel? Esta duda resolvió Gregorio Magno, hom. 8 sobre los
Evangelios, donde al decir: “Y por cuanto el Rey del cielo
tomó la tierra de nuestra carne, la compañía soberana de los Ángeles no
menosprecia ya nuestra flaqueza”, agregó lo siguiente: “Esto se confirma en
lo que vemos en Lot y Josué, los cuales adoraron a los Ángeles, y los Ángeles
admitieron la adoración: después leemos en el Apocalipsis que el glorioso San
Juan quiso adorar a un Ángel, pero el Ángel no lo consintió, diciendo: “no
hagas tal cosa, porque yo soy siervo del Señor juntamente contigo, y con tus
hermanos”; es decir que antes de la venida del Señor, los Ángeles son adorados
de los hombres, y lo consienten, y después de su Sacratísima Encarnación, no lo
consienten ni permiten. Ya no es otra la causa, sino que después que ven tan
soberanamente ensalzada sobre todos ellos nuestra naturaleza, que antes tenían
menospreciada, ahora temen y se admiran de verla humillada ante el Eterno
Padre. No osan ya menospreciarla como flaca y vil, viendo que la adoran con todo
acatamiento en su Rey y Señor, y no desdeñan de tener al hombre por compañero,
pues le adoran hombre y Dios” (…) A esto se puede agregar, para completar la
respuesta que se desprende de las mismas palabras del ángel que no quiso ser
adorado, que además de la dignidad que se le agregó al hombre al asumir el Hijo
de Dios su naturaleza, también es importante que son ministros de Cristo,
Profetas y embajadores de la doctrina evangélica, como también que a causa de
esta doctrina son perseguidos por los enemigos de Cristo, como si dijera: me es
sumamente glorioso ser ministro de Cristo y anunciarte sus misterios; puesto
que tanto tú como tus hermanos son iguales a mí en aquello de lo que me es
glorioso, es decir, en dar testimonio de Jesucristo, no quiero que me adores,
sino que más bien adores a Dios, de quien tanto tú como yo hemos recibido tanto
honor”.
Biblia de Vence: “Algunos creen que San Juan tomó este Ángel por Jesucristo. Pero en la Escritura, el término adoración no expresa siempre el homenaje que se debe solamente a Dios; se lo puede entender aquí del homenaje que el hombre puede dar legítimamente a un ángel. El Ángel rechaza este homenaje incluso legítimo para referir mejor a Dios la gloria de las verdades que anuncian y para mostrar la santa sociedad que existía entonces entre los ángeles y los hombres, los cuales ya no debían componer sino una familia”.
Biblia de Vence: “Pues el espíritu de profecía que admiras en mí es el testimonio de Jesús; es de parte de Jesús que os hablo, y al anunciarte estas cosas, no soy sino su testigo, al igual que tú”.
Calmet: “Algunos Padres han creído que san Juan joven había tomado este Ángel por Jesucristo y que, en esta cualidad, había querido darle culto de latría. Otros quieren que San Juan lo reconoció tal cual por lo que era y que, creyendo que la visión había terminado, puesto que veía la aparición de las nupcias del Cordero, se arrojó a sus pies como para darle gracias por todo lo que le había hecho ver hasta entonces, pero que el ángel, que tenía todavía otras cosas para decirle, no recibió su adoración, de la misma manera que Jesucristo no recibió la de la Magdalena en el jardín: “No me toques más, porque no he subido todavía al Padre” (Jn. XX, 17); tendréis el placer de verme todavía y de hablar conmigo; o como San Pedro rechazó la adoración o señales de respeto que el Centauro Cornelio quiso darle. El Apóstol, levantándole, le dijo: “Levántate, porque yo también soy hombre” (Hech. X, 25-26). San Juan estaba tan poco persuadido que las señales de respeto que había querido darle al Ángel le eran desagradables que, al final del Apocalipsis, intenta de nuevo prestarle adoración, es decir el culto de dulía que el hombre puede legítimamente dar a un ángel.
Otros
creen que el Ángel no quiso que San Juan le diera ni siquiera este culto de
dulía a causa del respeto que tenía por la Encarnación del Hijo de Dios. Desde
que un Dios se hizo hombre, dice San Gregorio Magno, el Ángel no puede ver un
hombre a sus pies. Otros quieren que el Ángel respetó en San Juan su cualidad
de virgen, o la de Sacerdote, o la de Apóstol, o la de Profeta. El Ángel parece
favorecer esta última razón más adelante (XXII, 9) cuando le dice: “Consiervo
tuyo soy y de tus hermanos, los profetas”; o
cómo dice aquí: “De los que tienen el
testimonio de Jesús”, que tienen el don de
profecía o que han sufrido el martirio por dar testimonio de Jesucristo”.
Calmet: “En efecto, el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía: el ángel da la razón del rechazo que hace de recibir la adoración o respetos que san Juan quería darle. Es a Dios que tú y yo debemos todos nuestros respetos y culto. Si os he descubierto lo que debe suceder a la Iglesia de Jesucristo, no es a mí sino a Dios a quien se debe todo el honor. Si tengo la profecía y os revelo los misterios escondidos, tienes el testimonio de Jesús, confesáis su nombre, anunciáis sus verdades, sois inspirado por su espíritu, podéis sufrir el martirio por su amor (…) O más simplemente: Cuidaos bien de postrarte ante mí; soy siervo de Dios al igual que tú y como los demás que tienen el espíritu de profecía y que por él dan testimonio de Jesucristo. Adorad a Dios solo, pues el espíritu de profecía que Dios os ha dado, es el testimonio de Jesucristo, o el testimonio que dais a Jesucristo. Esto os igual de alguna manera con los ángeles”.
Feuillet: "El testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía: ¿Qué significa esto? Ciertamente debemos entender: el testimonio que Jesús pronunció, así como el testimonio que otros dan de Jesús, provienen del Espíritu Santo, de modo que el testimonio de Jesús y el espíritu de profecía son idénticos, como se desprende de I Cor. XII, 3: "Nadie puede decir: 'Jesús es el Señor', sino bajo la acción del Espíritu Santo". Es especialmente importante recordar las promesas del Espíritu Paráclito registradas en el cuarto Evangelio, donde se atribuye al Espíritu Santo la profundización de la enseñanza de Jesús, el testimonio dado por Jesús a la verdad, luego el testimonio dado por otros a Jesús y, finalmente, el anuncio del futuro, es decir, la revelación del sentido cristiano de la historia tal como se da en el Apocalipsis".
Se le podría agregar como referencia la asistencia del Espíritu Santo prometida por Cristo en el Discurso Parusíaco a los mártires del quinto sello. Si el “espíritu de profecía” (o espíritu profético) es el Espíritu Santo, entonces, no hay dificultad en entender el término “a causa del testimonio que tenían”, en el sentido de “a causa del Espíritu Santo (el espíritu profético) que tenían”, que hablaba por ellos, tal como lo prometió Nuestro Señor.
[1] Se trata sin duda de un testimonio público. Conviene recordar que las Palabras de Jesús sobre el testimonio se encuentran en lugares escatológicos (o aplicación de los mismos a la Escatología, como la Parábola del sembrador), igualmente los discursos de misión en el sermón de despedida en Juan, donde, sin admitir la escatología realizada, hemos de reconocer que el ambiente se proyecta a la escatología.