lunes, 19 de agosto de 2024

Israel y las Naciones, por Raymond Chasles. Cap. VI. Israel y el Evangelio del Reino (II de V)

 Inmediatamente después de su bautismo en el Jordán, de su ayuno de cuarenta días y de su victoria sobre «la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás»[1], Jesús se retira a Galilea y comienza a predicar el Evangelio, es decir, la «buena nueva». Pero, ¿qué es este Evangelio? ¿Qué es esta Buena Nueva? 

«Desde entonces Jesús comenzó a predicar y a decir: «ARREPENTÍOS PORQUE EL REINO DE LOS CIELOS ESTÁ CERCA» (Mt. IV, 17). 

Juan el Bautista predicó el mismo mensaje en el desierto de Judea (III, 2).He aquí la «buena nueva» proclamada: 

«El reino de los cielos está cerca». 

¿Cómo podemos prepararnos? Mediante el arrepentimiento[2], dando la espalda a los ídolos de todo tipo, a fin de servir al Dios vivo y verdadero. El arrepentimiento era necesario para Israel, aunque hubiera recibido a Jesús como Mesías y creído en él, debido a la infidelidad de este pueblo privilegiado y a sus constantes transgresiones a la ley de Dios.

El Evangelio anunciado es ante todo el EVANGELIO DEL REINO (Mt. IV, 23). Esto es muy diferente del Evangelio de la salvación, que sólo comenzará a proclamarse después de la primera mención de los sufrimientos y la muerte redentora del Mesías (Mt. XVI, 21). Hay aquí una distinción en la que no se piensa, pero que es esencial.

En el Evangelio de Marcos, la predicación de Jesús comienza con estas palabras: 

«El tiempo se ha cumplido, y SE HA ACERCADO EL REINO DE DIOS. Arrepentíos y creed en el Evangelio» (Mc. I, 15). 

Mateo prefiere la expresión «reino de los cielos»; Marcos y Lucas dicen «reino de Dios».

Ambos se refieren al Reino de Dios en la tierra a lo largo de la era venidera, el Reino del que el Mesías será Rey, cuando se haga la voluntad de Dios «así en la tierra como en el cielo» (Mt. VI, 10).

Es el Reino «de justicia y de paz» anunciado por los Profetas, cuando hayan cesado todas las guerras, cuando «no alzará ya espada pueblo contra pueblo, ni aprenderán más la guerra» (Is. II, 4). Este es el Reino que debía ser instaurado por Adán, pero cuyo advenimiento ha sido imposibilitado por el pecado.

Es el Reino que constituye la esperanza de Israel y para el que fue apartado de las naciones.

Se trata del Reino prometido a David y del «trono de David» (Is. IX, 6), en el que se sentará el Mesías para «reinar sobre la casa de Jacob (Israel)» (Lc. I, 32-33) y sobre las naciones.

Es el Reino Milenario, al que dedicaremos el último capítulo de este libro.

La denominación REINO DE LOS CIELOS ha hecho suponer con demasiada frecuencia que se refiere al reino celestial, un reino establecido en el cielo y no en la tierra.

Pero el sentido es bastante claro: el genitivo utilizado aquí, en el texto griego, indica el origen; se trata de un «reino venido del cielo»[3] para la restauración y el gobierno de la tierra, según la voluntad de Dios.

De ahí las dos peticiones, unidas en la misma oración: «Padre nuestro, venga tu reino[4], hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». Si la primera petición se refiere al «cielo», ¿qué tiene que ver la «tierra» con la segunda? Este reino será, pues, «celestial» en su origen y «terrenal» en el ámbito de su manifestación.

En el Sermón de la Montaña, Jesús dijo: 

«Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos...».

«Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra» (Mt. V, 3.5). 

¿Debemos decir que los pobres de espíritu heredarán el cielo y los mansos, la tierra?

Sin embargo, se insiste en citar otra frase del Señor Jesús: 

«Mi reino no es de este mundo» (Jn. XVIII, 36). 

El Padre Lagrange observó muy bien: 

«Jesús no dice que su realeza no se ejerza en este mundo, sino que no viene de este mundo; viene de muy arriba: de lo alto»[5]. 

Por eso, después del milagro de la multiplicación de los panes, ante el entusiasmo de la multitud, «Jesús sabiendo, pues, que vendrían a apoderarse de Él para hacerlo rey, se alejó de nuevo a la montaña, Él solo» (Jn. VI, 14-15). No era de los hombres de quien debía esperar la investidura de rey.

Si el reino anunciado no es el «cielo», otros dicen que es interior y puramente espiritual. A los fariseos que le preguntaban cuándo vendría el reino de Dios, ¿no les dijo Jesús: «El reino de Dios está dentro de vosotros» (Lc. XVII, 21)?

Pero, ¿no basta reflexionar un momento para descubrir que tal interpretación es inaceptable?

En primer lugar, el significado exacto de estas palabras es «el reino de Dios está en medio de vosotros».

Además, ¿a quién se dirigía el Señor? A los fariseos incrédulos que eran sus adversarios y a los que había llamado «raza de víboras», es decir, raza de Satanás, o descendencia de la serpiente. ¿Podía decirles entonces que su reino, totalmente espiritual, estaba establecido en sus almas? Ciertamente no[6].

El reino de Dios ya estaba «en medio de ellos» por la presencia del «Rey», aunque sus ojos estuvieran cerrados para reconocer al Mesías y sus oídos tapados para escuchar su Palabra.

Por último, y este es el error más común, a menudo se dice que un reino se establecerá progresivamente en la tierra, y con esto se quiere decir que el número de cristianos siempre aumentará, a través de la predicación y difusión del Evangelio, hasta que todo el mundo se convierta.

Sin embargo, no hay ni un solo argumento bíblico que apoye esta teoría y hay muchos que se oponen claramente a ella[7]. Además, los hechos desmienten categóricamente tal expectativa. ¿Estamos en progreso o en decadencia moral? Respondamos a esta pregunta: la época actual es «mala» (Gál. I, 4), Satanás es su «dios» (II Cor. IV, 4), y lo que progresa no es la fe, sino la apostasía, la incredulidad y la blasfemia.



 

[1] En efecto, es el mismo Adversario (en el sentido literal de la palabra hebrea Satanás) que se presentó como tentador al primer Adán en el Edén y al «último Adán» (I Cor. XV, 45) en el desierto. Y utiliza los mismos procedimientos, yendo tras la triple concupiscencia del hombre (I Jn. II, 16). Cristo tuvo que vencer allí donde Adán había caído

[2] En griego metanoia, que significa «cambio, cambio de mentalidad», que lleva a un cambio de vida, a una verdadera conversión, en el sentido de I Tes. I, 10. «Arrepentimiento» y «conversión» van juntos (Hech. III, 19).

En lugar de «Arrepentíos», se sigue traduciendo a veces por «haced penitencia», pero hoy estas palabras tienen otro significado que puede llevar a confusión. 

[3] Como decimos «una carta de América», por «una carta venida de América». Así, en Rom. IV, 11-13, «la justicia de la fe» significa «la justicia que viene por la fe»; en II Cor. XI, 26, el texto traducido literalmente «peligro de ríos, peligro de ladrones», indica el origen, la causa de los peligros a los que Pablo estaba expuesto

[4] «Tu reinado» o «tu reino». La palabra griega basileia es la misma en ambos casos. 

[5] P. Lagrange, Evangile selon saint Jean, p. 475, nota 36. Gabalda. La preposición ek, utilizada aquí en griego, indica origen, procedencia. No es por el mundo, por los esfuerzos de los hombres por medio de lo cual se establecerá el reino, sino por Aquel que viene del cielo. Cuando Jesús dijo a los escribas y fariseos: «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba. Vosotros sois de (ek) este mundo, yo no soy de (ek) este mundo» (Jn. VIII, 23), la expresión es la misma y el significado perfectamente claro.

[6] «No creemos –escribe el P. de la Brière– que la frase Regnum Dei intra vos est sea traducida correctamente como «el reino de Dios está dentro de vosotros». Según San Lucas, Jesucristo respondía a una pregunta de los fariseos. Hablaba, pues, a incrédulos, muy distintos de los discípulos (v. 22). Hablaba a personas que, por su propia culpa, permanecían fuera del «reino de Dios». En consecuencia, es difícil comprender cómo el Salvador pudo decirles «el reino de Dios está dentro de vosotros», según la teoría de un reino puramente interior y espiritual (P. de La Briere, Dictionnaire apologétique de la Foi catholique, artículo Eglise, p. 1230). En el mismo sentido, el P. Lagrange, op. cit., p. 460, nota 21.

[7] Cf. el Apéndice IV: A propósito de algunas parábolas sobre el Reino de los cielos.