27. Este sentimiento sobre el Libro de lo Justo, mencionado en Josué y Samuel, es seguido por los más estimados exégetas modernos: Dom Calmet, Ferrarius, Drusio, Sanctius, Bonfrerio, y luego Huet, Bartolocci, etc. El primero dice que es la opinión más defendible. Creemos que la paráfrasis que Josefo, en sus Antigüedades, hace del versículo del Libro de Josué nos autoriza a decir que esta opinión es indiscutible a los ojos de cualquier crítico de buena fe y sano juicio.
28. Todo lo anterior no es más que una preparación para llegar a la
cuestión principal, la que se refiere al libro cuya traducción damos aquí. ¿Es
nuestro Libro de lo Justo, הישר ספר, el mencionado en Josué y Samuel? Confesamos
que ninguno de los modernos, cuyas disertaciones sobre este tema hemos visto,
piensa así. Las principales razones en las que se basan son que:
a.
En nuestro libro encontramos nombres de naciones, países, ciudades y hombres
modernos en comparación con la época en que se escribió la Biblia, como los lombardos, Germania, Anglia, e incluso Benevento.
b.
No existe el himno del que el libro de Josué ha conservado un fragmento, ni la
elegía de David sobre la muerte de Saúl y Jonatán, que leemos en nuestra Biblia.
c.
Nuestro Libro de lo Justo reenvía a los libros escritos por Moisés y
Josué.
d.
Abicht encuentra el hebreo de nuestro libro puro y sin mezclas, y por ello no
duda en fecharlo en el siglo XIII, y atribuirlo a uno de los rabinos de la
Península Ibérica que entonces revivió la pureza de la lengua sagrada.
29. Antes de responder a estas dificultades, pedimos permiso para exponer nuestra íntima convicción sobre el Libro de lo Justo en su forma actual. El estilo de este libro varía continuamente. Pasajes admirables, cuyo hebreo es puro, sencillo y natural como el del texto original del Antiguo Testamento se intercalan con frecuencia con otros pasajes escritos en el mal estilo rabínico que un erudito israelita de Berlín ha descrito justamente como el bajo hebraísmo de la Edad Media. El presente Libro de lo Justo contiene dos elementos distintos. Se compone de fragmentos del antiguo y verdadero Libro de lo Justo, el último de los cuales se detiene en el Libro de los Jueces. Una mano audaz ha unido estos fragmentos por las tradiciones difundidas en las antiguas colecciones conservadas en la Sinagoga, el Talmud, los Midrashim, las diversas paráfrasis caldeas, etc. Lo que nos confirma en este pensamiento, además del estilo de ciertos pasajes, digno de la antigüedad, es un hecho que ha permanecido inadvertido hasta ahora. Un famoso rabino, Rabí Simeón, apodado el Príncipe de los Predicadores, dio, en una obra titulada Yalkut Simeoni, extractos de todos los libros de la antigüedad hebrea en forma de Cadena de los Padres sobre el conjunto del Antiguo Testamento. En él recogió las principales exposiciones de la Sifré, el Sifrá, la Mekhiltha, los Capítulos de R. Eliezer, el Midrash Rabba, el Midrash Thankhuma y otros Midrashim, el Talmud y otros libros antiguos[1]. Ahora bien, entre estos libros antiguos está precisamente el Libro de lo Justo, bajo el título, הימים דברי, Verba dierum, Crónica, y הארוך דה׳י, Crónica larga, dando a entender que דה׳י, Libro de los Paralipómenos de la Biblia no es más que un resumen de la misma. El autor del Yalkut transcribe varios pasajes del mismo, que se encuentran literalmente, salvo algunas variantes de poca importancia[2], en el presente Yaschar, y que probablemente pertenecen a los fragmentos de los que hemos hablado.
30. No se conoce la época exacta de este R. Simeón. No sólo no puede ser
posterior al siglo XIII, sino que, con toda probabilidad, lo precedió. Esto es
lo que dice el cronista David Gans (principios del sexto milenio, parte 1):
31. Otra circunstancia que, en nuestra opinión, prueba invenciblemente
que varios pasajes del Libro de lo Justo no son invención de algún
rabino, es que, en ciertos puntos, no concuerda con el texto de nuestra Biblia.
Los indicaremos en el curso de nuestra traducción.
32. Los rellenos que unen los fragmentos del antiguo Yaschar deben
remontarse más allá del siglo X, pues se reconocen en ellos errores de historia
y cronología seculares, así como de geografía, tan groseros como los que se
encuentran en el Talmud y en los Midrashim. En los siglos siguientes, y
especialmente en los siglos XII y XIII, los rabinos se dedicaron con éxito al
estudio de la filosofía y demás ciencias de las naciones. Se
distinguieron por su profundo conocimiento de la lengua árabe, y tradujeron al
hebreo, según versiones árabes, varias obras griegas de filosofía y
matemáticas, que ya no existen en lengua original[4].
33. Ahora será fácil responder a las objeciones contra la identidad del Yaschar.
a.
No cabe duda que en el texto se han intercalado nombres comparativamente
modernos, ya sea por el autor de los rellenos o por los copistas. Pero
suponiendo la homogeneidad del libro, la primera objeción seguiría sin tener
valor. Es sabido que en algunos códices de obras de indudable autenticidad y
antigüedad se han colado nombres y hechos de los que el autor no podía ser
consciente. Además de las notas marginales, que a la larga pasaron a formar
parte del texto porque los copistas poco inteligentes las confundieron con algo
olvidado por su predecesor, estos mismos copistas, cuando pertenecían a la
terrible clase de los semi-sabios, no tenían ningún escrúpulo en reelaborar a
su autor a su antojo con la idea de aclarar pasajes que les parecían obscuros o
de rectificar errores. Lo desfiguraron y le
atribuyeron lo que no pudo haber escrito. Los copistas judíos, en particular,
se tomaron grandes libertades en este sentido. Y desde la invención de la
imprenta, ¿cuántas veces no se han distorsionado los textos? A los libros de la
antigüedad, las paráfrasis caldeas, la Mekhiltha, etc., por ejemplo, se
les han añadido ciertas cosas que los estudiosos han utilizado para disputar su
fecha[5]. Si el mundo ha de durar
muchos siglos más, un futuro Saumaise, siguiendo la lógica de estos eruditos,
establecerá en una tesis académica que Feller no es el autor del diccionario
que aún lleve su nombre en 2858. Descubrirá que los personajes que se nombran
en él recién aparecieron en la escena mundial después de la muerte del famoso
jesuita.
b.
Cuando el texto dice: ¿No está esto, היא, escrito? etc., atestigua un libro
que da cuenta del mismo milagro. Así es como Josefo, Teodoreto, Procopio y
muchos otros exégetas entienden estas
palabras. No se refiere a un himno. Ni siquiera es seguro que el
cap. X de Josué contenga versos: este es un punto muy
discutido, a pesar del aire de simetría y paralelismo de algunas frases. El
autor de las Adiciones a los fragmentos del Libro de lo Justo ha
suplido la falta de un cántico con una selección de pasajes de los Salmos de
David[6].
Sólo ha insertado en esta especie de centón el medio versículo de la oración de
Habacuc: «El sol y la luna permanecieron inmóviles en sus moradas». Si hubiera
reconocido algo poético en el relato del Libro de Josué, no habría
dejado de enmarcarlo en el himno a su manera. Se nos puede preguntar: en este
caso, ¿por qué razón el autor de los suplementos supuso un cántico?
Responderemos: si el texto de la Biblia no atribuye un cántico a Josué, la
tradición le atribuye uno. Uno de los libros más antiguos, la Mekhiltha,
sección Beschallakh, enumera diez himnos de la época bíblica, uno de los
cuales es el de Josué. En cuanto al lamento de David, es muy natural que falte
en nuestro Libro de lo Justo, ya que los fragmentos que se han recogido
no llegan al Libro de Samuel.
c. Las palabras que nuestro autor utiliza para referirse a los escritos de Moisés y Josué, y de otros hijos de Israel[7], demuestran que tenía en mente las Memorias de estos personajes.
«Estas cosas, dice, están escritas en el Libro de los Hechos, que Josué dejó a los hijos de Israel». ישראל בני אל יהושע דברי ספר על כתובים הנם.
Está demostrado que Josué no
escribió el Libro de Josué del canon sagrado. Ya hemos hablado del
Pentateuco. Obsérvese de nuevo que el autor, en el mismo lugar, también se
refiere al Libro de las Guerras de Jehová; lo que demuestra que, en su
época, este libro todavía era conocido y podía ser consultado.
d. La
suposición de Abicht se desmorona ante los extractos del Libro de lo Justo
dados por Simeón en su Yalkut. Ver más arriba.
[2] Cabe destacar una de estas variantes. Leemos en nuestro Yaschar, sección Shemot: «Estos son los magos y hechiceros de los que está escrito en el Libro de la Ley». El ejemplar de R. Simeón decía: «De los que está escrito en el Libro de lo Justo». Este título se daba a todo el Pentateuco, o a las memorias que lo precedían.
[3] Wolfius, el famoso autor de la Bibliotheca Hebraica, entendió mal el pasaje de David Gans. Escribe: «R. Simeón, que suele ser llamado el príncipe de los oradores, floreció en 3070, d. Cr., 1310, según Gans en este año, y según R. Azaría en Meor Enajim». Ha tomado la fecha de una copia manuscrita del Yalkut por la del propio autor. No hace falta decir que este error ha sido constantemente repetido por todos los eruditos que han escrito sobre asuntos rabínicos desde Wolfius. Vorstius, que hizo una versión latina de la crónica de David Gans llena de malas interpretaciones, traduce este pasaje como si Azarías, un rabino de casi finales del siglo XVI, hubiera visto el ms. del Yalkut en 1310.
[4] La primera edición conocida del Yaschar es la de Venecia, 1625, in-4°. El editor, Joseph, hijo de Samuel, afirma que fue el primero en imprimir este libro a partir de una copia hecha en Livorno por el rabino Joseph Athias de un manuscrito muy antiguo y muy bueno. Así lo atestiguan también los rabinos de Venecia en el privilegio de diez años que concedieron al editor. Bartolocci y algunos otros bibliógrafos, probablemente engañados por un pasaje del prefacio del libro que damos a continuación, han creído que la primera edición se hizo en Nápoles. No se conoce ninguna edición hecha allí.
[5] Cuando el docto
Wolfius informa este tipo de objeciones contra la antigüedad de ciertos libros,
suele añadir: A menos que se diga que estos pasajes fueron insertados de a
poco por una mano más reciente.
[7] Ver hacia el final del Deuteronomio
y del Libro de Josué.