3. ¿Católico romano?
El corolario de la
cristiandad de Roma es la romanidad de la Iglesia.
La razón por la que la
Iglesia Católica, que es idéntica y sinónimo de la única y verdadera Iglesia de
Cristo[1], se
ha opuesto en el mundo de habla inglesa a la designación "católico
romano" es que es fácil, pero herético, entender que el adjetivo
"romano" denota una determinada categoría de católicos y, por
lo tanto, implica que también pueden existir otras categorías de católicos que no
sean romanos[2]. Nos
referimos al hombre como animal racional porque existen animales que no
son racionales. El adjetivo denota una diferencia específica. Nos
referimos a las campanillas como flores azules porque algunas flores no
son azules. Es evidente que no podemos referirnos a un católico como romano en ese
sentido, porque no puede haber católicos que no sean romanos.
Sin embargo, a veces los
adjetivos son más esclarecedores que diferenciales, es decir,
proporcionan información que ya se aplica necesariamente al substantivo. Así, a
veces se habla de don gratuito, Dios todopoderoso, moabitas incircuncisos,
sidra de manzana, etc., aunque en realidad todos los dones son gratuitos,
el único Dios es todopoderoso, ningún moabita estaba circuncidado y la sidra
sólo puede hacerse con manzanas. En este sentido, describir a la Iglesia
Católica como romana y a sus miembros como católicos romanos es
inobjetable e indudablemente cierto, si es que no una perogrullada. De hecho,
el nombre oficial que la Iglesia Católica eligió para designarse a sí misma en
el Concilio Vaticano de 1870[3] fue Sancta
catholica apostolica romana Ecclesia ("Santa Iglesia católica
apostólica romana").
Espero que vaya quedando
claro lo que quiero decir con la afirmación del título de este artículo de que
los católicos deben estar orgullosos de ser romanos. Todo católico está
ligado a Roma: nuestra fe es romana, nuestra Iglesia es romana, nuestra
civilización es romana, nuestra herencia es romana. Estamos orgullosos de ser
romanos: fuera de las fronteras de la romanidad, ya sean geográficas o
culturales, sólo existen los enemigos de nuestra fe y los de nuestra libertad,
los que pueden destruir, pero nunca construir.
Pero nuestra condición de romanos por cultura implica deberes hacia Roma como eje de nuestra civilización, y nuestra condición de romanos por religión implica deberes hacia Roma como manantial del catolicismo de donde sólo surgen hasta el fin de los tiempos los oráculos de la verdad divina y la misión apostólica de enseñar, gobernar y santificar.
4. Nuestros deberes para con la Iglesia de Roma
La Iglesia de Roma enseña,
une y gobierna a sus miembros. En consecuencia, los deberes del
cristiano para con la Iglesia de Roma son 1. Creencia, 2. Comunión, y 3.
Obediencia[4]. Los
teólogos utilizan a veces términos diferentes para expresar estos conceptos. Lo
que importa es que la Iglesia está esencialmente unida en la fe, la acción
común y la santificación a través del magisterium, imperium y ministerium[5] cuya sede está en Roma.
Veamos estos deberes más de cerca.
1. Creencia. El cristiano debe creer en la doctrina de la Iglesia de Roma: el incumplimiento grave de este deber lo convierte en hereje; un incumplimiento menor mancilla su ortodoxia, pone en peligro su salvación y lo expone a ser "llevados a la deriva por todo viento de doctrina, al antojo de la humana malicia, de la astucia que conduce engañosamente al error" (Ef. IV, 14). Esto es así porque la Iglesia está unida en la fe, y su unión en la fe depende de la regla viva de fe: el Papa[6].
2. Comunión. El cristiano debe estar sometido a la cabeza legítima de la Iglesia de Roma (el Papa) y a los ordinarios locales enviados por él, y unido en comunión con sus correligionarios católicos[7]. El incumplimiento grave de este deber lo convierte en cismático; un incumplimiento menor mancilla su caridad[8]. Esto se debe a que la Iglesia está unida a la manera de un solo cuerpo: el Cuerpo místico de Cristo. El Espíritu Santo anima este cuerpo con la vida de la gracia. Esta unión como un solo cuerpo depende de la sujeción a una cabeza viva y visible: el Papa[9].
3. Obediencia. El
cristiano debe obedecer las leyes y mandatos de la Iglesia de Roma. La falta
grave de obediencia es siempre pecado mortal, convierte al culpable en
renegado, y lo expone, en algunos casos, a la excomunión. Hay que señalar que,
única entre las autoridades terrenas, la Santa Sede goza del derecho de imponer
o prohibir actos internos, incluida la adhesión a una doctrina no infalible[10]. La plenitud de este
derecho de gobernar reside en el Papa y nadie puede participar en él
independientemente del Papa[11].
A estos deberes de creencia, comunión y obediencia, la romanidad añade una adopción habitual de actitudes romanas y un amor sincero a Roma como capital y símbolo de la Iglesia construida sobre la Roca de Pedro y asentada para siempre sobre la Colina Vaticana. El palíndromo latino roma-amor es simbólico y providencial. De ahí que debamos añadir a la lista anterior un cuarto deber cristiano: la romanidad.
4. Romanidad. La
falta de amor a la Santa Iglesia es falta de amor a Cristo en su Cuerpo Místico[12]. La falta de amor a Roma
es falta de amor a Cristo en la cabeza visible del Cuerpo Místico. No es filial
y es impío. La romanidad se manifiesta por la pronta aquiescencia a la doctrina
no infalible enseñada, alentada o preferida por la Santa Sede[13], el uso de fuentes en
proporción a su aprobación por Roma[14],
el uso del latín[15], el amor a la
liturgia romana[16], las oraciones y
sacramentales indulgenciados, la huida de libros, devociones y prácticas
condenadas o desaprobadas por Roma. En palabras del P. Victor-Alain Berto[17], "la romanidad es
una disposición de conformidad con los puntos de vista, pensamientos e
intenciones permanentes y auténticos de la Sede Apostólica. No es ciega; es
iluminada, lúcida y se agudiza progresivamente"[18].
No hay mejor manera de
aprender el espíritu de romanidad que leyendo a los autores católicos más
impregnados de él. Merecen especial mención Dom
Guéranger, los Cardenales Manning, Billot, Pie, y Franzelin, el P. Faber, Dom
Gréa, el P. Clérissac, el P. Denis Fahey, el P. Victor-Alain Berto, Mons.
Joseph Clifford Fenton, todos los santos sin excepción, pero especialmente
Santo Tomás de Aquino y el doctor del papado San Roberto Belarmino, y, por
supuesto, los documentos de la propia Santa Sede.
[2] Esta es la "teoría de las ramas" de la Iglesia, sostenida por muchos protestantes, pero condenada por la Santa Sede (Dz. 1685).
[3] Dei Filius, Dz. 1782.
[4] Cardenal Billot:
"La unidad propia de la sociedad eclesiástica incluye la triple unidad de gobierno, fe y comunión, aunque esta triple unidad... no debe tomarse en sentido lineal, pues en realidad la unidad de gobierno es el principio que genera y conserva las otras dos, una de las cuales concierne al intelecto y la otra a la voluntad", De Ecclesia, vol. I, Q. III, De nota unitatis.
[5] Es decir, los poderes de enseñar, gobernar y santificar. Cf. Dom Adrien Gréa, De l'Église et de sa Divine Constitution.
[6] Cf. por ejemplo, Juan de Santo Tomás, Tractatus de Auctoritate Summi Pontificis.
[7] Cardenal Billot:
"La subordinación de la multitud al régimen social… consiste en primer lugar en la profesión común de la fe enseñada por el magisterio de la sociedad, sin la cual no podría haber acuerdo de las mentes en cuanto al fin y a los medios, y en segundo lugar, en la intención positiva y perseverante de todos de comulgar juntos como partes del cuerpo que depende de la cabeza de la sociedad, pues sin ello sería imposible la cohesión radical de las voluntades sin la cual es incomprensible la unificación de las criaturas intelectuales en el orden operativo. De donde se sigue que la unidad propia de la sociedad de la Iglesia comprende la triple unidad de gobierno, fe y comunión", loc. cit.
[8] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiæ, II-II, q. 39, a.1:
"… el pecado de cisma es, propiamente hablando, un pecado especial, por la razón de que el cismático pretende separarse de la unidad que es efecto de la caridad; porque la caridad no sólo une a una persona con otra con el vínculo del amor espiritual, sino también a toda la Iglesia en unidad de espíritu".
Cf. III, q. 73, a. 3:
"… la realidad del sacramento es la unidad del cuerpo místico, sin la cual no puede haber salvación; porque no se entra en la salvación fuera de la Iglesia".
[9] Cf. la Bula Unam Sanctam del Papa Bonifacio VIII, Dz. 469; Canon 1325 § 2:
"Si alguno, después de recibido el Bautismo, llamándose todavía cristiano... rehusare someterse al soberano pontífice o comunicar con los miembros de la Iglesia que le están sometidos, es cismático".
Pastor æternus:
"El Pastor eterno y guardián de nuestras almas, para convertir en perenne la obra saludable de la redención, decretó edificar la Santa Iglesia en la que, como en casa del Dios vivo, todos los fieles estuvieran unidos por el vínculo de una sola fe y caridad… Mas para que el episcopado mismo fuera uno e indiviso y la universal muchedumbre de los creyentes se conservara en la unidad de la fe y de la comunión por medio de los sacerdotes coherentes entre sí; al anteponer al bienaventurado Pedro a los demás Apóstoles..." (Dz. 1821).
[10] Carta Apostólica Tuas Libenter, Dz. 1683-4.
[12] “Después que, como
Maestro de la Iglesia universal, hemos iluminado las mentes con la luz de la
verdad, explicando cuidadosamente este misterio que comprende la arcana unión
de todos nosotros con Cristo, juzgamos, venerables hermanos, propio de nuestro
oficio pastoral estimular también los ánimos a amar íntimamente este
místico Cuerpo con aquella encendida caridad que se manifiesta no sólo en
el pensamiento y en las palabras, sino también en las mismas obras.
Porque si los que profesaban la Antigua Ley cantaron de su Ciudad terrenal: “Si yo te olvido, oh Jerusalén, olvídese de sí mi diestra. Péguese mi lengua a mi paladar, si no me acordare de ti; si no pusiese a Jerusalén por encima de toda alegría” (Sal. CXXXVI, 5-6), con cuánta mayor gloria y más efusivo gozo no nos hemos de regocijar nosotros porque habitamos una Ciudad construida en el monte santo con vivas y escogidas piedras, “siendo Cristo Jesús la piedra angular” (Ef. II, 20; I Ped. II, 4-5) (Mystici Corporis).
[13] Cf. Cartechini, De Valore Notarum Theologicarum (AQUÍ):
"El Magisterio Ordinario se ejerce también tácitamente por la aprobación tácita concedida por la Iglesia a la enseñanza de los Padres, Doctores y teólogos. En efecto, permite que dicha enseñanza se difunda en toda la Iglesia. Pero evidentemente, esta aprobación tácita no basta para establecer un dogma" (pág. 39).
Cf. también la actitud de San Anselmo expuesta y alabada por San Pío X en su encíclica Communium Rerum:
"Pero en medio de todas estas angustias y en el dolor que sentía al verse abandonado culpablemente por muchos, incluso por sus hermanos en el episcopado, su único gran consuelo era su confianza en Dios y en la Sede Apostólica… La esperanza de la misma recompensa resplandece para todos aquellos que obedecen a Cristo en su Vicario en todo lo que concierne a la dirección de las almas, o al gobierno de la Iglesia, o que está de algún modo relacionado con estos objetos: ya que "de la autoridad de la Santa Sede dependen las direcciones y consejos de los hijos de la Iglesia" (Epist. Lib. IV, ep. 1). Cómo sobresalió Anselmo en esta virtud, con qué calor y fidelidad mantuvo siempre una perfecta unión con la Sede Apostólica, puede verse en las palabras que escribió al Papa Pascual: "Cuán fervientemente mi ánimo, según la medida de su poder, se aferra en reverencia y obediencia a la Sede Apostólica, lo prueban las muchas y dolorosísimas tribulaciones de mi corazón, que sólo Dios y yo conocemos… De esta unión espero en Dios que no haya nada que pueda separarme jamás. Por eso deseo, en la medida de lo posible, poner todos mis actos a disposición de esta misma autoridad para que los dirija y, cuando sea necesario, los corrija" (Ibid., ep. 5).
Ver también las citas del P. Faber y de San Pío X más adelante en este artículo.
[14] Cf. por ejemplo:
1. Canon 6 § 2: "… canones qui jus vetus ex integro referunt, ex
veteris juris auctoritate, atque ideo ex receptis apud probatos auctores
interpretationibus, sunt æstimandi".
2. Resp. S. Pænitentiariæ, 8 de junio de 1842: "Necnon alios probatos
auctores consulere non omittat".
3. Lehmkuhl apud Merkelbach, "… auctorem inter probatos et classicos
numerari aut communi æstimatione, aut judicio Ecclesiæ constabit, aut signis
quibusdam erui potest".
4. Merkelbach: "… auctores… probati, scil. probitate et scientia insignes, i.e. illi quorum doctrina, prudentia, probitas, fides passim agnoscuntur" (…) "Probati auctores a fortiori non erunt omnes illi qui licentiam impressionis vulgo dictam imprimatur obtinuerunt; quot enim futilia et absurda in libris impressis traduntur nullus est qui ignorat…".
[15] "Es triste que
tantos clérigos y sacerdotes, insuficientemente versados en latín, descuiden
las mejores obras de escritores católicos en las que los dogmas de la fe son
sólida y lúcidamente propuestos… prefiriendo aprender la doctrina de libros y
publicaciones periódicas en lengua vernácula que muy a menudo carecen de
claridad de expresión, exactitud de exposición y sólida comprensión del
dogma" (Carta Vixdum haec sacra, Congregación de la Sagrada
Congregación para los Seminarios y Universidades, 9 de octubre de 1921, Enchiridion
Clericorum, n. 1125).
"Puesto que incluso en un laico con alguna pretensión de educación
la ignorancia del latín, que puede llamarse verdaderamente la lengua católica,
delata tibieza en su amor a la Iglesia, cuánto más deben todos los clérigos
estar bien cimentados y ser doctos en latín" (Carta apostólica Officiorum
et munerum, 1 de agosto de 1922, Enchiridion Clericorum, n. 1154).
[16] “… Conviene, pues, que tengamos gran afecto no sólo a los sacramentos con los que la Iglesia, piadosa Madre, nos alimenta; no sólo a las solemnidades con las que nos solaza y alegra, y a los sagrados cantos y ritos litúrgicos que elevan nuestras almas a las cosas celestiales, sino también a los sacramentales y a los diversos ejercicios de piedad, mediante los cuales la Iglesia suavemente atiende a que las almas de los fieles, con gran consuelo, se sientan suavemente llenas del Espíritu de Cristo” (Mystici Corporis).
[17] El santo filósofo y teólogo francés Victor-Alain Berto (1900-68) fue teólogo personal de Mons. Lefebvre en el Concilio Vaticano II y autor de Pour la Saint Église Romaine.
[18] “La Romanité
est une disposition non pas certes aveugle mais au contraire éclairée, lucide,
affinée, de conformité aux vues, aux pensées, aux intentions permanentes et authentiques
du Siège Apostolique” (Notre-Dame-de-Joie, pág. 268).