7) Y no aprenderán más la Guerra
Los triunfos del Reino pacífico del Mesías forman el haz profético más espléndido que los videntes de la Antigua Ley hayan recibido.
Sin embargo, terminaremos nuestro estudio junto a la orilla de los tiempos del restablecimiento para el pueblo de Israel, para las naciones regeneradas y para la misma tierra.
Hemos alcanzado nuestro objetivo. No queremos desplegar el “rollo del Libro” más que hasta la venida del Reino de Dios, reservando para un estudio ulterior el desarrollo del Reino mesiánico y la venida de “la edad de las edades”, el de los nuevos cielos y nueva tierra, colocados en relación con la caída inicial del querubín protector y de sus ángeles.
El Reino mesiánico será edificado sobre la justicia y la paz.
Los terribles efectos de la justa cólera divina, que hemos contemplado, nos invitan, en conclusión, a mirar hacia la paz y el amor de la edad venidera.
El “pacifismo”, el “internacionalismo”, el “comunismo”, no son utopías sino en las condiciones de nuestra sociedad moderna; so capa de nobles sentimientos disimulan muy a menudo una secreta ruindad. Pero será muy diferente para los que vivan en los tiempos del Reino: la paz reinará entonces y el amor fraterno inspirará la conducta de todas las personas. Será un tiempo maravilloso, donde no se aprenderá más la guerra, donde los hombres pondrán todo en común (Hech. IV, 32), donde Israel y las Naciones estarán unidos bajo el mismo Rey. El “Rey de los Judíos” (Mt. II, 2; XXVII, 37) será también el “Rey de las Naciones” (Apoc. XV, 3).
“Él (el Mesías) será árbitro entre las naciones,
Y juzgará a muchos pueblos;
Y de sus espadas forjarán
rejas de arado,
Y de sus lanzas hoces.
No alzará ya espada pueblo contra pueblo,
Ni aprenderán más la guerra” (Is. II, 4).
Nuestras conferencias internacionales para la paz no servirán para edificarla, así como tampoco la Sociedad de las Naciones de antaño y la ONU hoy.
No hay más que un árbitro de las naciones.
No hay más que un tiempo futuro donde no se hará más la guerra.
Solamente cuando Jesús haya dicho por segunda vez: “He aquí que vengo”, la paz prometida en su Primera Venida descenderá sobre la tierra. –“Mi paz os dejo”– Entonces será conocida por todos.
Es preciso esperar el día en que, después de haber exterminado “a los que se gozan en las guerras” (Sal. LXVII, 31), Cristo Rey cumplirá lo que David anunciaba:
“Cómo hace cesar las guerras
Hasta los confines del orbe,
Cómo quiebra el arco y hace
trizas la lanza,
Y echa los escudos al fuego.
“Basta ya; sabed que Yo soy
Dios,
Sublime entre las naciones, excelso sobre la tierra” (Sal. XLVI, 10-11).
Así, pues, después de la era de los tanques, después de la era del bombardeo, del cañón, del avión, después de la era atómica, se abrirá la era de la justicia, de la paz y del amor.
Transportémonos ya a ese Reino donde no se aprenderá más ni la guerra ni el odio.
Por medio de una fe ardiente, por una radiante esperanza, entremos en esa estancia de paz, de dulzura, de alegría, “en nombre de su advenimiento y de su Reino”.
Después de haber estado vigilantes en la espera de ese Día, después de haber creído en la realización de las profecías, tengamos la audacia de vivirlas por medio de la fe y de unirnos, desde ya, a la creación entera que tendrá “la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Rom. VIII, 21).
Aquel que la había dominado estará en el abismo y la creación podrá desarrollarse y reencontrar los esplendores que perdió por la falta de Adán.
La gloria de los hijos de Dios se unirá a la alegría de la tierra; incluso a las del mundo animal y vegetal.
Estos son “tiempos del refrigerio de parte del Señor”; estos son “los tiempos de la restauración de todas las cosas” (Hech. III, 20-21), tiempos en que “no habrá daño ni destrucción… porque la tierra estará llena del conocimiento de Jehová” (Is. XI, 9).
Plenitud de justicia, paz, alegría, vida, amor, en los que participará la tierra, antiguamente maldita y ahora renovada, sobre la cual todo será constructivo:
Los astros, cuya luz será siete veces más grande (Is. XXX, 26).
Las fuentes de agua que brotarán en el desierto (Is. XXXV, 6).
Los hombres, que viven en seguridad, “cada uno debajo de su parra, y debajo de su higuera” (Miq. IV, 4).
Los lagares rebosando de vino y los aires de trigo (Am. IX, 13).
¡Jerusalén restablecida, bañada de la gloria del Eterno, que se ha elevado sobre ella, y las Naciones marchando a su claridad! (Is. LX, 1-3).
¡Qué magnífica visión! La paz
y el amor han invadido al mundo sometido a Dios y en un mismo beso, la Justicia y la Paz se han estrechado (Sal. LXXXIV, 11).