IV. - TEOLOGÍA POSITIVA - HISTORIA DE LOS DOGMAS O DE LAS DOCTRINAS - CRÍTICA HISTÓRICA
El P. Billot es incomparable
en la especulación dogmática, donde la fuerza de su síntesis sabe conciliar y
fundir tan bien la doctrina del Ángel de la Escuela con los progresos
realizados desde el siglo XIII. Pero se ha afirmado que en su enseñanza no dio
un lugar suficientemente amplio a la teología positiva, a la historia de los
dogmas, a la crítica histórica. En efecto, el P. Billot no mezclaba las disciplinas
ni los métodos. Enseñaba, según su propia norma, la teología racional que, en
la jerarquía de las disciplinas, ocupa el primer lugar. Los datos de la
teología positiva y de la historia de las doctrinas son ciertamente necesarios
como base para cualquier obra de teología especulativa. El cardenal Billot no
lo ignoraba. También sabía que un curso de teología fundamental y un curso de
historia del dogma eran enseñados en la Universidad Gregoriana y seguidos por
los estudiantes simultáneamente al suyo.
Sus tratados no estaban
destinados a extraer de las fuentes de la Revelación las tesis doctrinales que
enseñaba. Además, las pruebas de la Escritura y de la Tradición habían sido
expuestas ampliamente por Franzelin, su predecesor, por lo que no tenía que
volver a los estudios puestos a disposición de todos y fácilmente consultados
en autores de menor importancia, como en las obras del P. Pesch. El objeto de
la enseñanza del P. Billot era demostrar que los dogmas establecidos por el
recurso a la Escritura y a la Tradición, no ofreciendo a la razón humana
ninguna afirmación evidentemente contraria a sus datos, podían ser objeto de
asentimiento intelectual y no susceptibles de mera adhesión del sentimiento. No
tenía necesidad de recopilar las pruebas de la Escritura y de los Padres para
lograr su propósito. Habría perdido el tiempo en hacerlo, sin formar a sus
alumnos, cuando en las decisiones de los Papas y concilios, el magisterio vivo
de la verdad revelada había puesto la materia en su lugar. Le convenía tomar
las fórmulas dogmáticas tal como se proponen a la fe en los cánones conciliares
o las definiciones que las ponen directamente al alcance de las inteligencias.
Lo hizo, y le debemos una magnífica síntesis del dogma, concebida en relación
con la gran herejía de nuestro tiempo: el racionalismo. No se puede reprochar
al P. Billot el haber sacrificado su exégesis y argumentos de tradición, como
no se puede reprochar al escriturista el no haber dado las afirmaciones doctrinales
en la forma última, distinta y explícita que tomaron, al final del crisol de
las discusiones conciliares.
El dogma, sin duda, es objeto de historia. Los historiadores del dogma sitúan los textos en el contexto histórico del tiempo, el entorno y las circunstancias, operaciones todas ellas que no pertenecen al trabajo teológico. Lo mismo hay que decir de la crítica histórica, que proporciona un conjunto de reglas que garantizan la lectura e interpretación de los documentos para el conocimiento exacto de los acontecimientos.
El P. Billot nunca se perdía
en una espesa y pesada erudición bajo apariencia de pseudo-ciencia. Menos aún aconsejaba
a los estudiantes sencillos en trabajos de investigación demasiado complejos y
a menudo inaccesibles. Había asimilado el conocimiento positivo, filosófico e
histórico, dominándolo todo con su pensamiento especulativo y constructivo. Clasificaba
el material y extraía de él con cautela y discernimiento lo necesario para
construir sus tesis. Lo que quiere enseñar no es precisamente lo que otros
han pensado. Sobre todo, quiere conocer y dar a conocer los temas en sí, la
verdad, la realidad.
Pero no ignora la teología
positiva, ni la historia del dogma, ni la crítica histórica, ni las
controversias de la época, como demostró ampliamente en su lucha contra el
modernismo. Con el Papa Pío X, reconocía como nadie los servicios prestados
"por el método crítico que, cuando se emplea legítimamente, facilita muy
felizmente la investigación" (Encíclica Jucunda sane, 12 de marzo
de 1904).
Por lo demás, cuando surge
una necesidad clara, el P. Billot no duda en hacer lo "positivo",
y en hacerlo a su gran y luminosa manera, es decir, con mano maestra. Ha
dado innumerables pruebas de ello. Basta con citar las tesis magistrales sobre
la Inmaculada Concepción en su tratado sobre la Encarnación.
Al felicitar al P. Lebreton
por su obra: "Los orígenes del dogma de la Trinidad" en la que se
respira, dice, "el aire más puro de la ortodoxia católica", distingue
tres formas de hacer teología positiva. En primer lugar, ve una teología
histórica o historia de los dogmas "que puede convertirse de hecho en una
fecunda mina de una de las partes más brillantes de la apologética cristiana".
Luego señala la manera de la escuela modernista, que es la del protestantismo
liberal. Por último, la de los modernizantes (cf. Gregorianum, 1921, vol. II, 1 fasc.). Advirtió sobre el
peligroso veneno de ciertas publicaciones de esta categoría. En su cátedra
aparecieron muchas obras de teología positiva y de historia eclesiástica, que
tuvieron una influencia fatal y fueron objeto de un examen riguroso y detallado.
En primer lugar, expuso los principios teológicos implicados y mostró cómo
estas obras contradecían la enseñanza de los Padres y los hechos históricos.
Por medio de la claridad de su doctrina y el vigor de su método escolástico,
armó a sus discípulos con una ciencia inquebrantable, los alejó de las fuentes
sospechosas y los inmunizó así contra las mil formas de errores contemporáneos
que dominaba en proporciones gigantescas. Iba a la verdad por el movimiento
seguro y tranquilo de su propia razón, libre de toda influencia anticuada. Así
pretendía formar verdaderos teólogos con los métodos tradicionales de los
siglos pasados, según la voluntad de León XIII (cf. Carta al clero de Francia, 8 de septiembre de 1889).
La encíclica Pascendi advirtió contra el impulso exagerado de la teología positiva, la
historia de los dogmas y la crítica histórica. Con respecto a Francia en
particular, la Sagrada Congregación para los Estudios dirigió una carta a los
rectores de las universidades católicas sobre este tema, en la que les dice:
"La
Sagrada Congregación no duda en señalar a los Rectores de los Institutos
Católicos un peligro que ha surgido a causa de una costumbre no demasiado
loable que se ha introducido desde hace algún tiempo, y que en los últimos años
se ha hecho casi universal en las facultades de teología y filosofía de
Francia, a saber, dar demasiada importancia en la elaboración de las tesis para
el doctorado, a las discusiones de historia y de crítica sobre puntos muy minuciosos
y singulares, dejando de lado las cuestiones más amplias y universales de la
teología dogmática y de la filosofía racional.
Basta
con ver las tesis recientemente publicadas que se mencionan para ver el mal que
deploramos…
Es
por eso que esta Sagrada Congregación apela al ilustrado buen sentido y al celo
de todos los Rectores de las Universidades Católicas, para que eviten tal
defecto y, al mismo tiempo, inculquen, con su autoridad y actividad, a los
jóvenes estudiantes confiados a su cuidado, a aplicarse, con gran ardor y
provecho, al estudio de la filosofía y la teología según las doctrinas del
Doctor Angélico, cuya necesidad se siente hoy más que nunca" (Carta de la S. Congregación para los
Estudios a los Rectores de las Universidades Católicas de Angers, Lyon, Lille,
París y Toulouse, 10 de septiembre de 1906).