TRATADO SOBRE EL PECADO ORIGINAL
En esta tesis, el P. Billot analiza, en primer lugar, la noción de pecado en general, que incluye siempre un acto desordenado y un estado moralmente defectuoso consecutivo a este acto, y que designa, según los casos, uno u otro. Señala que ambos se encuentran en el pecado original: el acto en Adán, el estado en los hijos de Adán. El pecado original es, por lo tanto, un verdadero pecado.
Pero, continúa, "el
pecado original tiene como nota distintiva que no es un pecado de la persona,
sino de la naturaleza". Y comienza un análisis perfectamente luminoso de
esta noción capital del pecado de la naturaleza.
Análisis negativo… ¿no imaginaron
algunos que Adán fue, por un decreto positivo de Dios, constituido como cabeza
moral o jurídica de la humanidad? En otras palabras: Dios había dictaminado, de
forma muy arbitraria, que la voluntad de Adán contendría legalmente la voluntad
de todos sus descendientes, de modo que todo lo que él hiciera para bien o para
mal, sus descendientes deberían de haberlo hecho en él y con él. El cardenal
muestra que tal teoría reduce el pecado de la naturaleza a una variedad de
pecado personal, y, al mismo tiempo, hace del pecado original un dogma perfectamente
ininteligible e injusto.
Análisis positivo… En lugar
de recurrir a este decreto arbitrario e inicuo, constituyendo a Adán como cabeza
legal o moral de la humanidad, ¿por qué no ver en él simplemente lo que es por
la fuerza de las cosas: el padre, y, en consecuencia, la cabeza de la
humanidad, en quien se resume como en su principio?
Ahora bien, Dios quiso que, en él, desde el principio, la naturaleza se adornara con la gracia. Pero, y aquí está el punto crucial, Dios quiso que la gracia adornara la naturaleza en Adán, no como naturaleza individual solamente, sino como naturaleza colectiva, si se puede hablar así; que Adán la poseyera, no como individuo solamente, sino como padre y cabeza de la humanidad; que estuviera en Adán, no como una cualidad individual solamente, sino como una propiedad de la especie, como una herencia familiar, para ser transmitida con la naturaleza humana y, en el pensamiento de Dios, inseparable de ella. En otras palabras, en el orden actual, Dios sólo quiere conocer una naturaleza humana: la naturaleza humana en estado de gracia. En estado de gracia, tal como se lo da a Adán, y tal como quiere que Adán lo transmita.
Y he aquí que Adán, por su pecado, pierde el estado de gracia. Lo tenía no sólo como individuo, sino como cabeza de la humanidad: lo pierde igualmente. En él, no es sólo la naturaleza individual, sino toda la naturaleza humana, ya que está toda en él como en su principio, la que es despojada de lo que era su propiedad específica y su patrimonio familiar. Adán no podrá comunicar lo que ha perdido, y si lo recupera para sí, no lo recuperará para los demás. Por su culpa, la gracia como propiedad específica, como herencia familiar, se pierde definitivamente. Los nacidos de Adán nacerán, por su culpa, de forma diferente a como Dios quiere que sean, y en este sentido, verdaderamente pecadores. No porque se suponga que han hecho lo que hizo Adán, sino porque la naturaleza que viene a ellos viene de forma diferente a la que Dios quiere, al no haber sabido conservarla, el que la transmitió a todos, tal como Dios se la había dado para comunicarla: este es el pecado de naturaleza.
TRATADO SOBRE LA TRANSUBSTANCIACIÓN
El P. Billot parte de los
datos conciliares: la transubstanciación es un cambio maravilloso y singular
del pan en el cuerpo, del vino en la sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
Un cambio: analiza de nuevo esta noción capital y parte
de ahí para rechazar tanto la teoría de la producción (Suárez, Lessio,
Billuart) como la teoría de la aducción (Belarmino), en las que, por un lado,
se ve producir o hacer presente el cuerpo y la sangre de Cristo y, por el otro,
son aniquilados la substancia del pan y del vino, pero no el cambio o la conversión del
pan y del vino en el cuerpo y la
sangre de Jesús.
Un cambio del pan y el vino en el cuerpo y la sangre
de Jesús. Y el cardenal
muestra que la transubstanciación se ejerce primero y directamente no sobre el
cuerpo y la sangre de Jesús, como suponen las teorías anteriores, sino sobre el
pan y el vino para cambiarlos en el cuerpo y la sangre de Cristo. El cuerpo y
la sangre de Jesús, y Nuestro Señor Jesucristo mismo, no son cambiados por la
Transubstanciación: no deben serlo, o la unidad de la Persona de Cristo y, de
hecho, el mismo dogma de la Presencia Real, que presupone la presencia, no de
un Cristo "cambiado",
sino de Cristo sin más, son eliminados. Lo que es cambiado es el pan y el vino,
y toda la substancia del pan y del vino.
El terminus a quo desaparece por completo en el terminus ad quem que permanece
inalterado, toda la substancia del pan y del vino cambiados en un cuerpo y una
sangre preexistentes que permanecen como estaban, sin sombra de un cambio
intrínseco: eso es lo maravilloso, lo singular. Y este es el misterio.
El cardenal Billot ha
aclarado los términos, ha situado exactamente el punto: esta es su "manera"
y es la verdadera "manera" teológica.