e) Se congregarán en Harmagedón
La Bestia y el Falso Profeta unirán sus esfuerzos para establecer su política económica de “dirigismo”, de estatismo, sin dejar ninguna libertad, ni al productor, ni al consumidor, ni al vendedor, ni al comprador, ni a la gran empresa, ni al artesano.
Todos los estados totalitarios –fascistas o comunistas– viven sobre este principio: economía dirigida.
Pero este método, que parecería ser capaz de producir el bienestar en un país, crea exactamente lo contrario:
Puede haber allí una prosperidad ficticia, una repartición aparentemente más equitativa, pero, de hecho, el país se empobrece, se esteriliza. Los capitales se ocultan o son destruidos, los productos se agotan o se esconden. Es preciso entonces comprar en el extranjero y, por lo tanto, procurarse de divisas, de donde surge inevitablemente una crisis monetaria. Lo que hacía la riqueza de un país pasa a ser moneda de cambio. Mientras más produce un territorio trigo o vino, menos reciben entonces los consumidores. El producto destinado a la exportación desaparece de la circulación interior, pero el estado recoge divisas.
El dirigismo conduce fatalmente a un país a la ruina, a la inflación monetaria, a la esclavitud de los hombres libres.
La utopía comunista colocará pronto a Europa entera ante el hambre. Lo grave es que nadie ignora a dónde conduce el estatismo, pero una fuerza, que parece imposible de detener, empuja a los países a adherirse a los regímenes dictatoriales.
Es exactamente lo que sucederá en tiempos de la Tribulación; la Bestia, todopoderosa, impondrá sus exigencias totalitarias.
“E hizo poner a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos una marca impresa en la mano derecha o en la frente, a fin de que nadie pudiese comprar ni vender si no estaba marcado con el nombre de la Bestia o el número de su nombre” (Apoc. XIII, 16-7).
Resulta de esta perspectiva profética que los que rechacen la marca de la Bestia, los que no acepten adorar su imagen, serán muertos o exiliados, o bien no les quedará más que morir de hambre.
Durante la ocupación alemana, los judíos, los refractarios, todos los resistentes, se constituyeron en “maquis” o bien se escondieron en las granjas donde podían subsistir sin tener “carnets de alimentación”.
Los judíos de Jerusalén, que han de creer en las profecías, huirán al desierto, tal vez en la región escarpada y salvaje de Petra[1] o, más probablemente, en el desierto sinaítico donde vivieron antaño durante cuarenta años. Pero Dios los alimentará en ese entonces, como antes, no menos milagrosamente. El maná cayó durante cuarenta años en el desierto para alimentar a más de 600.000 hombres.
Elías fue servido, durante los tres años y medio de sequía y hambre, cada mañana y cada noche, por un cuervo que le traía pan e incluso carne.
Una situación análoga debe ser considerada en los tiempos de la gran Tribulación.
Es entonces cuando tomará toda su fuerza la oración enseñada por Jesús, particularmente para aquellos tiempos: “Danos hoy el pan de nuestra subsistencia”[2].
La marca de la Bestia será puesta “sobre la mano derecha o sobre la frente”. ¿No designará a los trabajadores manuales y a los intelectuales, todos sometidos al partido?
La Bestia podrá entonces apoyarse sobre sus seguidores fanatizados a fin de acelerar la congregación de “los habitantes de la tierra” bajo su autoridad, y, sobre todo, de coaligar con ella a “los reyes de la tierra”.
Un “misterio” nos es revelado por San Juan: el de “la gran Ramera”, de Babilonia, es decir, “del mundo” opuesto a Dios a través de los siglos, y aliada a “la descendencia de la Serpiente”.
Esta prostituta ha sido como
el alma de las guerras: “Se ha librado a la fornicación con los reyes de la
tierra” y, al mismo tiempo, ha embriagado por medio de las guerras a “los
habitantes de la tierra”.
Los mercaderes que van a llorar dentro de poco, porque estarán arruinados, representan muy bien el poder de los “trusts”, este poder que se embriaga con las guerras, que vive de la sangre de los pequeños, de los inocentes.
Para que vivan los “trusts” son necesarias las destrucciones masivas, las ruinas acumuladas. La guerra, por sí sola, mantiene el equilibrio del mercado mundial por miedo del poder de los armamentos y la extensión de sus devastaciones. Una guerra cada cuarenta años, una guerra cada veinticinco años, una guerra cada diez años ahora, se ha vuelto indispensable para la circulación de los productos manufacturados.
Tal es el círculo infernal en medio del cual presidirá la gran Ramera, sentada sobre la Bestia escarlata.
El Anticristo, que va a dirigir toda su fuerza y su genio hacia la guerra, aparece bajo el aspecto de una “Bestia escarlata”, ávida de sangre. El jinete, que simboliza la guerra, al abrirse el segundo Sello, ¿no había montado ya el caballo rojo?
Babilonia presidirá como reina, embriagada de la sangre de los santos, de los testigos de Cristo, fomentando y preparando la guerra que se avecina.
Nuestro tiempo que la precede directamente, es de una extrema gravedad. La última gran coalición mundial se acerca. Los que ya forman su alma se reúnen, se entablan las negociaciones, se suceden las conferencias y todas estas congregaciones son conducidas por el gran conductor del espectáculo, Satanás, que sabe muy bien que le queda “poco tiempo”.
“Y vi cómo de la boca del Dragón (el Diablo) y de la boca de la Bestia y de la boca del falso profeta salían tres espíritus inmundos en figura de ranas. Son espíritus de demonios que obran prodigios y van a los reyes de todo el orbe a juntarlos para la batalla del gran día del Dios Todopoderoso… Y los congregaron en el lugar que en hebreo se llama Armagedón” (Apoc. XVI, 13-16).
Así, pues, Dios permitirá antes que nada que Israel, a causa de sus infidelidades, sea seducido por el Anticristo, que martirizará a muchos. Luego serán “los habitantes de la tierra” y “los reyes de la tierra” los que, uno después de otro, caerán en el triple lazo tendido por el Dragón y las dos Bestias.
Ellos también merecerán ser seducidos y engañados, pues los mercaderes de Babilonia son “los grandes de la tierra”; ellos y sus reyes participaron en las masacres de los “profetas y los santos, y de todos los que fueron sacrificados sobre la tierra” (Apoc. XVIII, 23-24).
El Anticristo, alrededor del cual Dios permitirá las congregaciones, será él mismo engañado a su vez, en el momento en que creerá haber llegado al apogeo de su poder. Así conocerá una ruina repentina, tal como la conocerán junto con él los mercaderes y los reyes de la tierra y la Babilonia mundial, que se derrumbará en un día.
Pero para tener la inteligencia de esta página fundamental de la profecía inscripta en el rollo del Libro del Cordero inmolado, nos queda por conocer mejor las grandes congregaciones que se operarán alrededor de Cristo para su Retorno.
[2] Tal parece ser la mejor traducción de esta petición del Padrenuestro. Es la que propone el P. Joüon,
según el griego y el arameo.