c) Los dos Testigos
Si el Apocalipsis no nos describe las diversas etapas tan netamente como las exponemos, sin embargo, resaltan de lo que San Juan nos dice de “los dos Testigos”. ¿No son como el ensayo del “resto” de los fieles de Israel arrojado en el crisol de la purificación, de ese Israel que deberá resistir a la Bestia –pues resistencia habrá–, sufrir la persecución, a menudo la muerte, para conocer la gloria de la resurrección y del llamado de lo alto? Estos dos hombres misteriosos apoyarán su testimonio, como el mismo Cristo durante su vida pública, sobre la profecía y el poder del milagro.
Precursores, como Elías y Juan el Bautista, estarán, al igual que ellos, cubiertos de vestimenta tosca. Al igual que ellos predicarán la penitencia:
“Arrepentíos porque el Reino de los cielos está cerca”.
“Y cuando hayan acabado su testimonio, la Bestia que sube del abismo les hará guerra, los vencerá, y les quitará la vida. Y sus cadáveres (yacerán) en la plaza de la gran ciudad que se llama alegóricamente Sodoma y Egipto, que es también el lugar donde el Señor de ellos fue crucificado” (Apoc. XI, 7-8).
Esta ciudad es, pues, Jerusalén y su muerte estará claramente asociada a la de Cristo. Sin embargo, sus cadáveres no recibirán sepultura. Los fanáticos del Anticristo les habrán jurado un odio feroz y un extremo desprecio. Mientras sus cuerpos inanimados estén yaciendo, “los habitantes de la tierra” –los hijos de la Serpiente antigua– se alegrarán; estarán en la alegría pensando que la oposición que se levantó contra ellos ya ha pasado y que van a tener todo el poder para dominar a los que todavía resisten… pero su alegría será corta.
“Pero, al cabo de los tres días y medio, un espíritu de vida que venía de Dios, entró en ellos y se levantaron sobre sus pies, y cayó un gran temor sobre quienes los vieron” (Apoc. XI, 11).
Los dos Testigos son resucitados después de tres días y medio, como el Señor con algunas horas de diferencia.
“Y
oyeron una poderosa voz del cielo que les decía: “Subid acá”. Y subieron al
cielo en la nube, a la vista de sus enemigos.
En aquella hora se produjo un gran terremoto, se derrumbó la décima parte de la ciudad y fueron muertos en el terremoto siete mil nombres de hombres; los demás, sobrecogidos de temor, dieron gloria al Dios del cielo” (Apoc. XI, 12-13).
La visión de los Testigos es un conjunto de magníficas promesas, capaz de fortificar a los de Israel y a los de las Naciones que sean alistados en el campo de batalla, pues serán figura de los que en aquellos días combatirán contra el Anticristo.
d) La Angustia de Jacob
Los profetas de la antigua Ley habían visto “la guerra a los santos” que nos describe el Apocalipsis; habían medido la angustia que va a oprimir el corazón de Jacob (Israel) y al mismo tiempo revelarle el amor que Dios le tiene.
“¡Ay!
porque grande es aquel día,
No
hay otro que le sea igual.
Es el
tiempo de angustia para Jacob;
Más
será librado de ella.
En
aquel día, dice Jehová de los ejércitos,
Quebraré
el yugo del (enemigo) sobre tu cerviz,
Y
romperé tus coyundas.
No lo sojuzgarán más los extranjeros” (Jer. XXX, 7-8).
Daniel ha hablado de
“El tiempo de angustia cual nunca ha habido desde que existen naciones hasta ese tiempo” (Dan. XII, 1).
Y he aquí que Zacarías llama a este tiempo “pasaje por un mar de angustia”. Antes que Israel esté salvado de pie sobre el resplandeciente “mar de cristal” que está ante el trono (Apoc. XV, 2), deberá atravesar primero el “mar de angustia” (Zac. X, 11).
Pero la imagen familiar que más emplean los profetas para anunciar la purificación del resto fiel de Israel es la del crisol.
“Pues
Tú nos probaste, oh Dios,
Nos
probaste por el fuego, como se hace con la plata…
Atravesamos por fuego y por agua…”. (Sal. LXV, 10.12).
La descripción que hace Ezequiel de la congregación de Israel para su purificación es sobrecogedora:
“Porque
habéis venido a ser todos como escoria, por tanto, he aquí que Yo os recogeré
en medio de Jerusalén. Como quien reúne plata y bronce y hierro y plomo y
estaño en medio del horno, y sopla allí el fuego para fundirlos, así Yo os
juntaré en mi ira y mi indignación; os dejaré allí y os fundiré.
Os reuniré y soplaré sobre vosotros el fuego de mi ira, y en medio de (Jerusalén) seréis fundidos. Como se derrite la plata en el horno, así seréis derretidos en medio de ella; y conoceréis que Yo, Jehová, he derramado mi ira sobre vosotros” (Ez. XXII, 19-22).
Pero sabemos que esta purificación es en función del Retorno de Cristo.
“He
aquí que viene, dice Jehová de los
ejércitos.
¿Quién podrá soportar el día de su venida?
¿Quién es el que podrá mantenerse en pie en su
epifanía?
Pues
será como fuego de acrisolador,
Y
como lejía de batanero.
Se
sentará para acrisolar y limpiar la plata;
Purificará
a los hijos de Leví,
Y los
limpiará como el oro y la plata,
Para
que ofrezcan a Jehová sacrificios en justicia.
Y
será grata a Jehová la oblación de Judá y de Jerusalén,
Como en los días primeros y como en los tiempos antiguos” (Mal. III, 1-4).
Es durante estos días de
purificación que el Anticristo extenderá su poder.