3. Israel Congregado
El desarrollo profético de Israel disperso está profundamente unido a la primera parte del rollo del Libro. ¡Todo lo que fue anunciado, desde Moisés hasta el mismo Jesús, se realizó de manera total, precisa e impresionante!
Ahora bien, las profecías sobre la congregación de Israel en su tierra, y las que conciernen a esta misma tierra, muchos más numerosas que las precedentes, se deben cumplir no menos literalmente.
Pero, evidentemente, solamente la fe en la Palabra de Dios nos puede asegurar que la fertilidad se extenderá de nuevo sobre la Palestina –el Eretz Israel– y que el pueblo de Dios, congregado, luego convertido a su Salvador, a su Rey de gloria, retomará el rol que le fue asignado.
Los anuncios de la congregación de Israel tienen, por primera vez, un comienzo de realización desde que el Sionismo intenta rehacer una Palestina judía, a pesar de la oposición árabe. Las dificultades de la hora actual son muy grandes –parece que mayores que hace diez años– pero la Palabra de Dios está allí para afirmar que un día Israel reencontrará su tierra ampliada y maravillosamente fértil, cuando haya conocido horas crueles, las de su purificación.
Moisés, que había visto los sufrimientos de su pueblo a través de los siglos, y su dispersión, anunció también su congregación y su gloria futura:
“Si te vuelvas a Jehová, tu Dios, escuchando su voz –es necesario el arrepentimiento y la obediencia; Israel no lo ha entendido aún– entonces Jehová, tu Dios, te hará volver del cautiverio, y se compadecerá de ti, y de nuevo te congregará de en medio de todos los pueblos, entre los cuales te habrá dispersado.
Aun cuando tus dispersados estuviesen en las extremidades del cielo, de allí te recogerá Jehová, tu Dios, y de allí te sacará; y te llevará Jehová, tu Dios, al país que poseyeron tus padres; tú lo poseerás, y Él te hará bien y te multiplicará más que a tus padres.
Jehová, tu Dios, circuncidará tu corazón y el corazón de tus descendientes –el de la mujer– para que ames a Jehová, Dios tuyo, con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que tengas vida.
Entonces Jehová, tu Dios, arrojará todas estas maldiciones sobre tus enemigos y sobre los que te han odiado y perseguido.
Tú, empero, volverás a obedecer la voz de Jehová” (Deut. XXX, 2-8).
El profeta Sofonías predijo la gran alegría de Israel en aquel día:
“¡Entona
himnos, hija de Sión, da voces de júbilo, oh Israel!
¡Alégrate
y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén!
Pues Jehová
ha apartado tus castigos, ha ahuyentado a tu enemigo.
El rey de Israel, Jehová, está en medio de ti; no temas ya el mal” (Sof. III, 14-15).
Israel aceptará, pues, a su verdadero Rey, aceptará ser guiado incluso por un rey invisible y el enemigo será alejado.
Este enemigo ¿no es la Serpiente antigua, el adversario irreconciliable de la descendencia de la mujer, que estará entonces “atado por mil años”? Y Sofonías agrega:
“En
aquel tiempo os traeré,
Y en
aquel tiempo os congregaré;
Porque
os daré nombre y gloria
Entre
todos los pueblos de la tierra,
Cuando
ante vuestros ojos haga volver a vuestros cautivos,
Dice Jehová” (Sof. III, 20).
Miqueas compara la reunión del rebaño con la congregación de Israel, en los últimos días.
“Yo te juntaré todo entero, oh Jacob; recogeré los restos de Israel, los pondré juntos como ovejas en un aprisco, cual hato en medio del pastizal” (Miq. II, 12).
Amós no es menos explícito.
“En
aquel día levantaré el tabernáculo de David, que está por tierra;
Repararé
sus quiebras y alzaré sus ruinas,
Y lo
reedificaré como en los días antiguos...
Y
haré que regresen los cautivos de Israel, mi pueblo...
Yo
los plantaré en su propio suelo;
Y no
volverán a ser arrancados de su tierra, que Yo les he dado,
Dice Jehová, tu Dios” (Am. IX, 11-15).
El profeta Isaías es el más sorprendente de todos, en lo que toca a la congregación de Israel.
Entre los numerosos textos que habría que recordar, citaremos aquel en que el profeta compara la congregación de Israel al fin de la cosecha, a la trilla de las espigas en el campo, al recogimiento de los granos.
“En
aquel día, Jehová sacudirá la cosecha
Desde
el curso del río hasta el torrente de Egipto;
Y
vosotros, oh hijos de Israel, seréis recogidos uno por uno.
Y
sucederá en aquel día que sonará la gran trompeta;
Y
vendrán los perdidos en la tierra de Asiria,
Y los
exilados que vivan en el país de Egipto;
Y se
prosternarán ante Jehová
En el monte santo, en Jerusalén” (Is. XXVII, 12-13).
Y en otra parte:
“No
temas; Yo estoy contigo;
Desde
el Oriente traeré tus hijos, y del Occidente te congregaré.
Diré al Norte: “¡Dámelos!” y al Sur: “¡No los retengas!” (Is. XLIII, 5-6).
Zacarías dice a su vez:
“Los llamaré con un silbido, y los congregaré; porque los he rescatado, y se multiplicarán como antes se multiplicaron. Los he dispersado, sí, entre los pueblos, pero aun en (países) lejanos se acordarán de Mí; y vivirán juntamente con sus hijos, y volverán... y no se hallará lugar para ellos” (Zac. X, 8-10).
Los profetas anunciaron que la tierra de Israel recuperará toda su fertilidad, la belleza de sus cosechas; los campos se llenarán de granos y las cubas rebosarán de vino y aceite (Jl. II, 22-24).
Después de las terribles hambrunas de la Tribulación, un prodigioso desarrollo de la vida agrícola pondrá fin a las restricciones. Las “tarjetas de alimentación”, que llevan la marca de la Bestia, serán definitivamente abolidas.
Una página del profeta Jeremías es una admirable síntesis de este futuro de Israel en marcha. ¡Que la fuerza de la visión llene nuestros corazones de esperanza!
“En
aquel tiempo, dice Jehová,
Seré
Yo el Dios de todas las tribus de Israel,
Y
ellas serán mi pueblo.
Así
dice Jehová:
Halló
gracia en el desierto,
El
pueblo que se libró de la espada;
Israel llegó a su descanso.
Desde
lejos se me apareció Jehová (diciendo):
“Con
amor eterno te he amado,
Por
eso no dejé de compadecerte.
De nuevo te edificaré, y quedarás edificada,
Virgen
de Israel;
Todavía
te adornarás con tus tamboriles
Y
saldrás a alegres danzas.
Todavía
plantarás viñas sobre los montes de Samaría;
Plantarán
los plantadores y se gozarán.
Porque
tiempo vendrá en que los atalayas clamarán sobre los montes de Efraím:
“¡Levantaos
y subamos a Sión, a Jehová, nuestro Dios!”.
Porque
así dice Jehová:
Cantad
con alegría loores a Jacob,
Exaltad
porque es el primero de los pueblos,
Pregonad,
cantad y exclamad:
“¡Jehová,
salva a tu pueblo, el resto de Israel!”.
He
aquí que Yo los traeré de la tierra del Norte,
Y los
recogeré de los extremos de la tierra;
Entre
ellos también al ciego y al cojo,
A la
mujer que está encinta, como a aquella que da a luz.
Grande
será la muchedumbre de los que volverán acá.
Vendrán
llorando, pero Yo los conduciré con misericordia;
Los
guiaré a corrientes de agua,
Por
un camino recto donde no tropezarán,
Porque
Yo soy Padre para Israel,
Y
Efraím es mi primogénito”.
Escuchad
la palabra de Jehová, naciones,
Anunciadla
a las islas remotas,
Y
decid: “El que dispersó a Israel, lo
recoge,
Y lo
guarda como el pastor a su rebaño”.
Porque
Jehová ha rescatado a Jacob,
Lo ha
librado del poder de uno que era más fuerte que él.
Vendrán
y exaltarán sobre las alturas de Sión,
Y
concurrirán a los bienes de Jehová,
Al
trigo, al vino, al aceite,
A las
crías de ovejas y de vacas;
Y
será su alma como jardín regado,
Y no
padecerán ya necesidades.
Entonces
las doncellas, danzando en coro, se regocijarán,
Y los
jóvenes a una con los ancianos;
Pues
Yo trocaré su duelo en alegría, los consolaré,
Y los
llenaré de gozo en cambio de su dolor.
Saciaré
de grosura (ofrendas para los sacrificios)
el alma de los sacerdotes,
Y mi pueblo se hartará de mis bienes”, dice Jehová” (Jer. XXXI, 1-14).
¿No forman estas páginas una
síntesis impresionante de la congregación de Israel y de la alegría que llenará
el corazón del pueblo reconciliado con su Dios, que lo amó con un amor eterno,
de edad en edad, a pesar de sus infidelidades?