El
Patriarca José, hijo de Jacob,
por
Madeleine Chasles
Nota del Blog: Extracto del hermoso librito “Voici, Je viens”, de la autora francesa, ya
conocida por los lectores de este blog.
El original puede leerse
AQUI.
Sobre la tipología de este
gran Patriarca, seguramente lo mejor que se ha escrito es el libro del P.
Caron, Essai sur les rapports entre le Saint Patriarche Joseph et Notre
Seigneur Jesus Christ. Libro que provocó la conversión de varios judíos y
que puede leerse AQUI.
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José vendido por sus hermanos. G. Doré. |
La
encantadora historia de José, leída atentamente en la perspectiva que
hemos indicado para Isaac, nos confirma que él también escribió en el “rollo
del Libro” una parte de vida singularmente conforme a la del Mesías.
José
era de buen tamaño y de hermosa figura (Gen. XXXIX, 6), imagen de la
belleza física de Cristo, “el más hermoso de los hijos de los hombres”
(Sal. XLIV, 3).
José
era odiado por sus hermanos debido a su virtud y por dos sueños
misteriosos en los que Dios le reveló por anticipado su futura grandeza. Bajo
el símbolo de las gavillas y de las estrellas que se inclinaban ante él estaba
inscrito todo su futuro de gloria (Gen. XXXVII, 3-11).
Cuán odiado fue Jesús – “Me odiaron sin causa” (Jn. XV, 25)- por sus
hermanos, los judíos, ¿y por qué? Porque obraba milagros y curaciones el
día sábado, porque condenaba el espíritu farisaico y predicaba la nueva ley de
la misericordia y del perdón.
Por
veinte piezas de plata – el precio de un joven esclavo (Gen. XXXVII,
27-28)- José fue vendido por sus hermanos, y Jesús por treinta piezas –
precio legal de un esclavo condenado a muerte- fue entregado a los príncipes de
los sacerdotes (Mt. XXVI, 15).
El vestido
de José, de varios colores, dado por Jacob, fue teñido con la sangre de un
cabrito y devuelto a su padre: “Comprueba, pues, si es o no la túnica de tu
hijo” (Gen. XXXVII, 31-32).
El de Jesús, sin costura,
tejida tal vez por la Virgen María, le fue arrancada; los soldados la echaron en suertes (Jn. XIX,
23-24).
José fue exiliado, tentado,
calumniado. Satanás lo persiguió con su
odio a causa de su pureza; esperaba reducirlo a la impotencia por el
envenenamiento (Gen. XXXIX).
Jesús conoció esos mismos
sufrimientos morales y más aún, el dolor físico y la muerte cayeron sobre él sin piedad.
Librado de la prisión, José
se presentó ante el Faraón, le explicó sus sueños y recibió de él los honores
más grandes: “Te pongo sobre toda la
tierra de Egipto”. El Faraón hizo subir a José en su carroza a fin de que
todos lo adoren. Los heraldos gritaban ante él “¡de rodillas!” (Gen. XLI,
37-44). Esta repentina grandeza del hijo de Jacob, saliendo de prisión
como de una tumba, y viniendo a ser una suerte de gran visir, es la figura,
débil pero real, de la resurrección del Hijo de Dios y de su carácter real.
Así como José fue el
“abastecedor” de Egipto, Jesús nos dio el pan y el vino, como alimento y
bebida: su Cuerpo y su Sangre.
Los hermanos de José, venidos
a Egipto a causa del hambre que causaba estragos en Canaán, se postraron ante
él sin reconocerlo. Cumplimiento
sorprendente de los sueños de antaño y de las palabras irónicas que habían
proferido al respecto: “¿Quieres acaso reinar sobre nosotros o dominarnos por
completo?” (Gen. XXXVII, 8).
José gobierna Egipto y reina
sobre sus hermanos, así como Cristo gobernará el mundo y reinará sobre Israel a pesar del grito de oposición: “No queremos que ése
reine sobre nosotros” (Lc. XIX, 14), “¡nosotros no tenemos otro rey que el
César!” (Jn. XIX, 15), “si Tú eres el rey de los judíos, sálvate a Ti mismo”
(Lc. XXIII, 37).
José es reconocido por sus
hermanos, por fin cambiados, transformados, después de haber sido atravesado
por las lenguas afiladas de su odio (Gen. XLIX, 23). Los judíos reconocerán “aquel
que traspasaron” (Jn. XIX, 3); reconocerán al Hijo del hombre, coronado de
gloria y honor, al mismo que despreciaron bajo la corona de espinas.
Y
cuando Jacob vaya a Egipto con los suyos, el hebreo y el egipcio se unirán;
figura conmovedora del siglo futuro, cuando Israel y las Naciones se unirán
bajo el cetro del Rey de reyes.
Así
como José fue un lazo misterioso entre el hebreo y el egipcio, Cristo será el
lazo de paz y de amor del judío y del gentil[1].
Después de la muerte de
Jacob, los hermanos de José temieron las represalias. Vinieron una vez más a postrarse ante él: “Somos siervos
tuyos”. El alma magnánima de José les responde: “Dios cambió en bien el mal que
quisisteis hacerme a fin de salvar la vida a un pueblo numeroso”. Y José los
consoló hablándoles al corazón (Gen. L, 15-21).
Cuando Israel se arrepienta,
entonces hablará realmente Jesús a su corazón y comprenderán cómo “el príncipe de la vida” les obtuvo la salvación y,
junto con ellos, la de los creyentes del mundo entero.