El
"Israel de las Promesas”
O Judaísmo
y Gentilismo en la Concepción Paulina
del
Evangelio
Nota del
Blog: Magnífico estudio del P.
Murillo S.J. (un gran exégeta español de la primera mitad del siglo XX de
la misma línea que sus cofrades, los PP. Bover y Leal) sobre un tema interesantísimo,
muy actual y no menos difícil de abordar.
Este trabajo fue publicado en Biblica, vol. 2 (1921), pp. 303–335.
***
Resumen del autor: Durante el tiempo de la predicación evangélica y
la controversia judaica prevalecía esta objeción de parte de los judíos: si
Jesús Nazareno es el Mesías y la Iglesia el reino mesiánico, entonces fracasaron
las divinas promesas: pues éstas fueron hechas al pueblo judío (Rom. IX, 1-6ª).
Pablo trata esta cuestión en Rom. IX-XI. Según A. v. Harnack, el Apóstol
propone una doble solución contraria: la primera en los cap. IX-X: las promesas
no fallaron ya que el Israel de las promesas no es Israel κατὰ σάρκα (según la carne), sino κατὰ πνεῦμα
(según el espíritu); la otra, en el
cap. XI: también se cumplirán en Israel κατὰ σάρκα (según la carne), que será llamado al fin de los tiempos. Según
nosotros, la cuestión no es la misma en los cap. IX-X y en el XI; en los
cap. IX-X se resuelve la duda del Israel de las promesas y Pablo afirma que este
es Israel κατὰ σάρκα (según la carne)
aunque no sólo por semen carnal. A la evolución de la historia de Israel
presidió una “regla de separación” por medio de la selección divina
añadida (la intención de Dios según la elección, e.e. la intención electiva).
Así, en los hijos de Abraham se elige Isaac y se deja a Ismael; en los hijos de
Isaac se elige a Jacob y se deja a Esaú; en tiempos de Elías son elegidos 7000
reliquias, y así hasta la generación contemporánea de Cristo, en la cual son
llamados algunos, y abandonada la masa (Rom. IX, 6b-13). Y Dios no es injusto,
ya que pudiendo castigar al pueblo que rechazó el Evangelio, no lo hace, sino
que pacientemente soporta a los rebeldes (Rom. IX, 14.22-29). - En el cap. XI
se objeta: semejante separación de unos pocos equivale a la reprobación del
pueblo. Pablo responde: no; ¡ni Dios puede obligar que su Iglesia reúna a
quienes rechazan el Evangelio! (Rom. XI, 1) Incluso, este pueblo puede venir
ahora mismo, si quiere, y se convertirá al fin de los tiempos (Rom. XI, 11-31).
***
I. El
problema
El
problema que nos proponemos examinar es el de las relaciones que en la
concepción paulina del Evangelio median entre el pueblo cristiano admitido a la
posesión de las bendiciones mesiánicas, el cual ya desde los principios del
cristianismo se compuso, casi en su totalidad, de solos gentiles, y la estirpe
carnal de Abrahan. ¿Quién es, en el pensamiento de S. Pablo, el sujeto a
quien se hacen en el Antiguo Testamento y en quien se cumplen, con el
advenimiento de Jesucristo, las promesas mesiánicas?
Los
Judíos contemporáneos del Apóstol proponían contra la doctrina sostenida
constantemente por éste y desenvuelta metódicamente en las dos primeras
secciones de la Epístola a los Romanos I, 16 - IV, 25 y V, 1 - VIII, 39 sobre
la justificación por la fe con exclusión del mosaísmo, esta objeción que
creían insoluble: si Jesús Nazareno es el Mesías y si la Iglesia por él
fundada es el reino mesiánico predicho en el Antiguo Testamento, las promesas
hechas a la posteridad de Abrahán no se han cumplido, pues los judíos que
representan esa posteridad han sido excluidos, casi en su totalidad de la Iglesia.
II.
Canon formulado por el Apóstol en Rom. IX, 6b-8:
su
valor preciso
El Profesor
Harnack escribe: el Apóstol en la Epistola a los Romanos da una doble solución
al problema: la primera en los cap. IX-X, la segunda en el cap. XI. La primera
solución es: las promesas divinas permanecen en pie, porque se hacen al Israel κατὰ
σάρκα (según la carne), el cual
en la concepción del Apóstol es un sublimado, resultante de la fusión de judíos
y gentiles bajo un principio informativo superior y trascendente que lo mismo acoge
bajo de sí al judío que al gentil: la fe en Cristo.
“Mediante el don de la justificación por la fe, el
gentil es injertado en ese Israel κατὰ πνεύμα (según el espíritu), y en consecuencia el
Israel de las promesas subsiste aun cuando en él no se encuentre un solo judío”[1].
Pero
en el cap. XI agrega otra solución totalmente diversa:
“Las promesas de Dios se cumplen también en el
Israel κατὰ σάρκα (según la carne),
es decir, en el Israel que desciende, según la carne, del Patriarca Abrahán:
Dios no ha desechado a su pueblo (aquí en el sentido de Israel κατὰ σάρκα
(según la carne)”[2].
Harnack
descubre que este “aditamento” mezcla en la teoría paulina “un resabio
judío-cristiano que anula el convencimiento fundamental del Apóstol, y hace problemático
el valor demostrativo de su sistema”.[3] El “convencimiento
fundamental” del Apóstol al que Harnack alude es el universalismo de su Evangelio.
“Mediante una concepción completamente nueva, teocéntrica
y universal donde desaparecía el judío y el gentil, S. Pablo, dice Harnack, había
echado por tierra la doctrina primitiva de los Doce, según la cual ante todo
había de convertirse el pueblo judío y sólo después el gentil mediante su injerto
en el judío por la aceptación del mosaísmo; pero no se sentía con resolución
para sacar la última consecuencia que le hubiera puesto en abierta contradicción
con la historia de la promesa en el Antiguo Testamento… En el sentido y valor de este había hecho el
Apóstol tachaduras mortales, desparramando con pródiga mano entre los gentiles
las majestuosas promesas mesiánicas y reduciendo a la mendicidad, aniquilando,
al Israel según la carne: pero he aquí que retrocede aterrado ante la última
consecuencia de que el Israel κατὰ σάρκα (según la carne) ni posee ni ha poseído jamás promesas ningunas”[4].
S.
Pablo se contenta con invertir los términos de la solución dada por los Doce:
en lugar de decir como ellos: “primero los judíos, después los gentiles”,
resuelve: “primero los gentiles, después los judíos”[5].
He aquí
el comentario del Prof. Harnack a la magnífica sección IX-XI de la Epistola ad Rom. Según Harnack:
1) S. Pablo da en esa sección dos soluciones a un
problema único e idéntico: “cuál es el sujeto de las promesas en el Antiguo
Testamento”, resolviendo en los cap. IX y X que lo es el Israel κατὰ πνεύμα
(según el espíritu), “fusión
sublimada de judíos y gentiles por la fe en Cristo”, pero dando de tal suerte
la primacía a la fe que en ese Israel κατὰ πνεύμα (según el espíritu) podría sin dificultad
faltar todo elemento judío:
2) La solución del cap. XI echa por tierra la primera,
única que se armoniza con la grandiosa tesis universalista, porque
3) La segunda solución o anula en absoluto el
universalismo, o lo aportilla al menos ruinosamente retirándole el derecho de
exclusiva y terminando la controversia con una solución híbrida que reconoce al
mosaísmo los mismos derechos que a la concepción igualitaria de “la fe sin la
ley”.
El
problema es de importancia capital por más de un concepto: trátase de los
destinos de Israel en la historia religiosa del mundo según las concepciones de
un pensador tan genial como S. Pablo e ilustrado con soberanas revelaciones del
cielo. Según Harnack, S. Pablo en su primera solución y si quiere ser
consecuente, en absoluto, hace desaparecer de la escena a Israel en la historia
religiosa del mundo; y si vuelve a exhibirlo al fin de los siglos, para esa tardía
rehabilitación, necesita el Apóstol desmontar su grandiosa concepción
universalista, aquella misma que había sido el ideal por período heroico de su
ministerio. Nosotros creemos, por el contrario, que S. Pablo traza en IX-XI
con mano segura y perfectamente consecuente la historia religiosa de Israel
desde su origen en Abrahán hasta el fin de los siglos, señalando al pueblo judío
en cada una de sus tres grandes épocas: hasta el advenimiento de Jesucristo, en
la venida de éste y en los últimos tiempos, un puesto de honor en consonancia
con su vocación primera, advirtiendo solamente que S. Pablo tiene siempre
delante, más bien que el número y masa de la estirpe judía, la misión grandiosa
que un grupo escogido en el seno de ella ha de realizar en cada uno de aquellos
períodos. Pero a quien conoce la literatura bíblica no puede causar extrañeza
esta concepción, pues toma la estirpe de Israel en su más noble característica,
más aún, en la razón que la llama a la existencia y la conserva en ella con su
fisonomía propia a través de cuarenta siglos: Israel como le considera S.
Pablo, ha sido, es y será factor de primer orden en la historia religiosa de la
humanidad.
[1] Neue Untersuchungen
zur Apostelgeschiste,
p. 32.
[2] Id, ibid.
[3] Ibid. p. 34.
[4] Ibid. p. 35.
[5] Ibid. p. 34.