martes, 10 de diciembre de 2019

El Israel de las Promesas, por el P. Murillo (I de VIII)


El "Israel de las Promesas”
O Judaísmo y Gentilismo en la Concepción Paulina
del Evangelio

Nota del Blog: Magnífico estudio del P. Murillo S.J. (un gran exégeta español de la primera mitad del siglo XX de la misma línea que sus cofrades, los PP. Bover y Leal) sobre un tema interesantísimo, muy actual y no menos difícil de abordar.

Este trabajo fue publicado en Biblica, vol. 2 (1921), pp. 303–335.


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Resumen del autor: Durante el tiempo de la predicación evangélica y la controversia judaica prevalecía esta objeción de parte de los judíos: si Jesús Nazareno es el Mesías y la Iglesia el reino mesiánico, entonces fracasaron las divinas promesas: pues éstas fueron hechas al pueblo judío (Rom. IX, 1-6ª). Pablo trata esta cuestión en Rom. IX-XI. Según A. v. Harnack, el Apóstol propone una doble solución contraria: la primera en los cap. IX-X: las promesas no fallaron ya que el Israel de las promesas no es Israel κατὰ σάρκα (según la carne), sino κατὰ πνεῦμα (según el espíritu); la otra, en el cap. XI: también se cumplirán en Israel κατὰ σάρκα (según la carne), que será llamado al fin de los tiempos. Según nosotros, la cuestión no es la misma en los cap. IX-X y en el XI; en los cap. IX-X se resuelve la duda del Israel de las promesas y Pablo afirma que este es Israel κατὰ σάρκα (según la carne) aunque no sólo por semen carnal. A la evolución de la historia de Israel presidió una “regla de separación” por medio de la selección divina añadida (la intención de Dios según la elección, e.e. la intención electiva). Así, en los hijos de Abraham se elige Isaac y se deja a Ismael; en los hijos de Isaac se elige a Jacob y se deja a Esaú; en tiempos de Elías son elegidos 7000 reliquias, y así hasta la generación contemporánea de Cristo, en la cual son llamados algunos, y abandonada la masa (Rom. IX, 6b-13). Y Dios no es injusto, ya que pudiendo castigar al pueblo que rechazó el Evangelio, no lo hace, sino que pacientemente soporta a los rebeldes (Rom. IX, 14.22-29). - En el cap. XI se objeta: semejante separación de unos pocos equivale a la reprobación del pueblo. Pablo responde: no; ¡ni Dios puede obligar que su Iglesia reúna a quienes rechazan el Evangelio! (Rom. XI, 1) Incluso, este pueblo puede venir ahora mismo, si quiere, y se convertirá al fin de los tiempos (Rom. XI, 11-31).


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I. El problema

El problema que nos proponemos examinar es el de las relaciones que en la concepción paulina del Evangelio median entre el pueblo cristiano admitido a la posesión de las bendiciones mesiánicas, el cual ya desde los principios del cristianismo se compuso, casi en su totalidad, de solos gentiles, y la estirpe carnal de Abrahan. ¿Quién es, en el pensamiento de S. Pablo, el sujeto a quien se hacen en el Antiguo Testamento y en quien se cumplen, con el advenimiento de Jesucristo, las promesas mesiánicas?


Los Judíos contemporáneos del Apóstol proponían contra la doctrina sostenida constantemente por éste y desenvuelta metódicamente en las dos primeras secciones de la Epístola a los Romanos I, 16 - IV, 25 y V, 1 - VIII, 39 sobre la justificación por la fe con exclusión del mosaísmo, esta objeción que creían insoluble: si Jesús Nazareno es el Mesías y si la Iglesia por él fundada es el reino mesiánico predicho en el Antiguo Testamento, las promesas hechas a la posteridad de Abrahán no se han cumplido, pues los judíos que representan esa posteridad han sido excluidos, casi en su totalidad de la Iglesia.


II. Canon formulado por el Apóstol en Rom. IX, 6b-8:
su valor preciso

El Profesor Harnack escribe: el Apóstol en la Epistola a los Romanos da una doble solución al problema: la primera en los cap. IX-X, la segunda en el cap. XI. La primera solución es: las promesas divinas permanecen en pie, porque se hacen al Israel κατὰ σάρκα (según la carne), el cual en la concepción del Apóstol es un sublimado, resultante de la fusión de judíos y gentiles bajo un principio informativo superior y trascendente que lo mismo acoge bajo de sí al judío que al gentil: la fe en Cristo.

“Mediante el don de la justificación por la fe, el gentil es injertado en ese Israel κατὰ πνεύμα (según el espíritu), y en consecuencia el Israel de las promesas subsiste aun cuando en él no se encuentre un solo judío”[1].

Pero en el cap. XI agrega otra solución totalmente diversa:

“Las promesas de Dios se cumplen también en el Israel κατὰ σάρκα (según la carne), es decir, en el Israel que desciende, según la carne, del Patriarca Abrahán: Dios no ha desechado a su pueblo (aquí en el sentido de Israel κατὰ σάρκα (según la carne)”[2].

Harnack descubre que este “aditamento” mezcla en la teoría paulina “un resabio judío-cristiano que anula el convencimiento fundamental del Apóstol, y hace problemático el valor demostrativo de su sistema”.[3] El “convencimiento fundamental” del Apóstol al que Harnack alude es el universalismo de su Evangelio.

“Mediante una concepción completamente nueva, teocéntrica y universal donde desaparecía el judío y el gentil, S. Pablo, dice Harnack, había echado por tierra la doctrina primitiva de los Doce, según la cual ante todo había de convertirse el pueblo judío y sólo después el gentil mediante su injerto en el judío por la aceptación del mosaísmo; pero no se sentía con resolución para sacar la última consecuencia que le hubiera puesto en abierta contradicción con la historia de la promesa en el Antiguo Testamento…  En el sentido y valor de este había hecho el Apóstol tachaduras mortales, desparramando con pródiga mano entre los gentiles las majestuosas promesas mesiánicas y reduciendo a la mendicidad, aniquilando, al Israel según la carne: pero he aquí que retrocede aterrado ante la última consecuencia de que el Israel κατὰ σάρκα (según la carne) ni posee ni ha poseído jamás promesas ningunas”[4].

S. Pablo se contenta con invertir los términos de la solución dada por los Doce: en lugar de decir como ellos: “primero los judíos, después los gentiles”, resuelve: “primero los gentiles, después los judíos”[5].

He aquí el comentario del Prof. Harnack a la magnífica sección IX-XI de la Epistola ad Rom. Según Harnack:

1) S. Pablo da en esa sección dos soluciones a un problema único e idéntico: “cuál es el sujeto de las promesas en el Antiguo Testamento”, resolviendo en los cap. IX y X que lo es el Israel κατὰ πνεύμα (según el espíritu), “fusión sublimada de judíos y gentiles por la fe en Cristo”, pero dando de tal suerte la primacía a la fe que en ese Israel κατὰ πνεύμα (según el espíritu) podría sin dificultad faltar todo elemento judío:

2) La solución del cap. XI echa por tierra la primera, única que se armoniza con la grandiosa tesis universalista, porque

3) La segunda solución o anula en absoluto el universalismo, o lo aportilla al menos ruinosamente retirándole el derecho de exclusiva y terminando la controversia con una solución híbrida que reconoce al mosaísmo los mismos derechos que a la concepción igualitaria de “la fe sin la ley”.

El problema es de importancia capital por más de un concepto: trátase de los destinos de Israel en la historia religiosa del mundo según las concepciones de un pensador tan genial como S. Pablo e ilustrado con soberanas revelaciones del cielo. Según Harnack, S. Pablo en su primera solución y si quiere ser consecuente, en absoluto, hace desaparecer de la escena a Israel en la historia religiosa del mundo; y si vuelve a exhibirlo al fin de los siglos, para esa tardía rehabilitación, necesita el Apóstol desmontar su grandiosa concepción universalista, aquella misma que había sido el ideal por período heroico de su ministerio. Nosotros creemos, por el contrario, que S. Pablo traza en IX-XI con mano segura y perfectamente consecuente la historia religiosa de Israel desde su origen en Abrahán hasta el fin de los siglos, señalando al pueblo judío en cada una de sus tres grandes épocas: hasta el advenimiento de Jesucristo, en la venida de éste y en los últimos tiempos, un puesto de honor en consonancia con su vocación primera, advirtiendo solamente que S. Pablo tiene siempre delante, más bien que el número y masa de la estirpe judía, la misión grandiosa que un grupo escogido en el seno de ella ha de realizar en cada uno de aquellos períodos. Pero a quien conoce la literatura bíblica no puede causar extrañeza esta concepción, pues toma la estirpe de Israel en su más noble característica, más aún, en la razón que la llama a la existencia y la conserva en ella con su fisonomía propia a través de cuarenta siglos: Israel como le considera S. Pablo, ha sido, es y será factor de primer orden en la historia religiosa de la humanidad.





[1] Neue Untersuchungen zur Apostelgeschiste, p. 32.

[2] Id, ibid.

[3] Ibid. p. 34.

[4] Ibid. p. 35.

[5] Ibid. p. 34.