Conclusión.
Creemos
que esta interpretación tiene la no despreciable ventaja de explicar las cosas
más fácilmente y en concordancia con las palabras de las Escrituras.
Jesús
es aquel:
“Hombre de noble linaje que fue a un país lejano a
tomar para sí posesión de un reino y volver” (Lc. XIX, 12).
Es
decir, Jesús subió a los cielos (país
lejano), para abrir el testamento que lo hace heredero de todo (tomar posesión del reino) y venir (volver) en su segunda Venida, a reinar,
obviamente.
Por
lo demás, algunas de las citas que dimos más arriba parecen afirmar que Cristo
se sentará recién en su trono de gloria al momento de su Parusía y no antes.
Será
bueno traer aquí de nuevo las citas:
Mt.
XIX, 28: “En verdad os digo, vosotros
que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se
siente sobre su trono glorioso, os sentaréis, vosotros también, sobre
doce tronos, y juzgaréis a las doce tribus de Israel”.
Mt.
XXV, 31-32: “Pero cuando venga el
Hijo de Hombre en su gloria y todos los ángeles con Él, entonces
se sentará sobre su trono de gloria, y se congregarán delante de Él
todas las naciones…”.
Parecería
por estos textos que Jesús se va a sentar en el trono de gloria recién “en la
regeneración”, es decir al momento de la primera resurrección, o como dice la
segunda cita más claramente, “cuando venga en su gloria”.
Pero
antes, Jesús estará sentado a la diestra del Padre hasta que, puesto de pie,
tome posesión del testamento que lo hace heredero de todo (Heb. I, 2) y
que luego será publicado por el Padre
(Sal. II, 2.7-9 = Apoc. XI, 15-19)[1].
Nada
mejor, ya para ir terminando, que cerrar todas estas ideas con las sabias
palabras de Mons. Straubinger, uno de los más grandes exégetas:
“El Padre le reservaba el asiento a su diestra
glorificándolo como Hombre (Sal. II, 7 y nota) —según dice el Credo: “Subió
a los cielos y está sentado a la diestra
de Dios Padre”— y destaca sus derechos como Mesías Rey, que Israel
desconoció cuando Él vino y “los suyos no lo recibieron” (Jn. I, 11; cf.
Is. XXXV, 5 y nota). Estos derechos los ejercerá cuando el Padre “le ponga a todos sus enemigos bajo sus pies
para reunirlo todo en Cristo, las cosas del cielo y las de la tierra” (Ef.
I, 10) y someterlo todo a Él (v. 2), en el día de su glorificación final (v.
3), porque “al presente no vemos todavía sujetas a Él todas las cosas” (Heb.
II, 8; X, 12-13; cf. Mc. XVI, 11 y nota)… “Hasta
que Yo ponga, etc.: Esto es, hasta que llegue la hora (Heb. X, 12 s.) en
que el Padre se disponga a decretar el triunfo definitivo del divino Hijo (vv.
2 y 3) que en su primera venida fue humillado (v. 7). Equivale al otro artículo
del Credo, según el cual desde la diestra del Padre “vendrá otra vez con gloria
a juzgar a vivos y a muertos y su reinado no tendrá fin”. (in Sal. CIX, 1)
Y
más abajo:
“El Hijo está hoy a la
diestra del Padre como en el v. 1, ejerciendo su Sacerdocio (v. 4) en una
continua intercesión por nosotros (Heb. VII, 24 s.), a la espera de que el
Padre le cumpla la promesa del v. 2 (Heb. X, 12 s.), para cumplir Él a su vez
las hazañas del v. 6”.
(in Sal. CIX, 5)
Y al comentar Apoc. XII, 10 dice:
“Ha llegado la salvación: En el N. T., como en el Antiguo, se
entiende por salvación no el día de
la muerte de cada uno, sino el día de la glorificación que recibirá Cristo ante
las naciones y ante Israel (Lc. XXI, 28; Rom. VIII, 23). Lo mismo se
dice aquí de su poderío (como en XI,
17; XIX, 6, etc.) en que se cumplirá la promesa del Sal. CIX, 3, pues Él está
ahora como Sacerdote del Santuario celestial intercediendo por nosotros (Rom.
VIII, 34; Heb. VII, 24 s.; VIII, 1 ss.) “aguardando lo que resta” para el
momento que aquí describe S. Juan (Heb. X, 12 s.; II, 8)”.
Y mientras tanto, nosotros nos debatimos en esa
ansiosa espera en la que el Hijo se pondrá de pie para recibir ese maravilloso
testamento que lo ha de constituir “heredero de todas las cosas” y puedan así, por
fin, comenzar esos últimos siete años de la célebre profecía de Daniel (IX,
27) que tan minuciosamente describe el Apocalipsis a partir del capítulo
IV.
Veni Domine Iesu!
[1] Seguramente para probar estas concordancias
bíblicas será preciso un análisis más minucioso de los Salmos II y CIX y su
relación con las profecías bíblicas. Estudio que esperamos poder terminar y
publicar algún día.