3. Esa exultación no faltó de seguro en el pueblo de
Israel, que a la natural alegría que en el espíritu humano produce siempre la
visión de la luz, juntaba, sin mezcla de supersticiones, alegrías de un orden
superior y todavía más legítimas, estando la neomenia consagrada, según hemos
visto, como alegre fiesta religiosa por mandato del Señor. La neomenia
resultaba así un verdadero "hillulim" (Cfr. Lev. XIX, 24; Juec. IX,
27) con sus danzas y ritos sacro-populares que quedaron largo tiempo entre los
ritos sinagogales; pues que, como escribe I. Abrahams (New Moon. D. B. H. v.
111, p. 522b):
"Algunas de las ceremonias son claramente muy antiguas,
especialmente las danzas, que hasta muy reciente era realizadas en las
comunidades judías en las calles públicas”.
Uniendo,
pues, esos múltiples y variados datos tocantes a los dos hemistiquios, y
atendiendo a que cuando Cristo pronunció tales palabras hablaba del testimonio
que de él dio San Juan, no será exégesis de fantasía el apuntar este versículo
como probabilísimo paralelo de los versos 7-9 del prólogo, que tantas imágenes
y conceptos del cuerpo del evangelio recapitula; y decir que Nuestro Señor
aludiría entonces a las luminarias con que se testimoniaba la neomenia y a la
popular demostración de júbilo que por un momento (πρὸς ὥραν. Cfr.
Doughty "una hora") suscitaban; imagen cabal de lo que habían hecho
los judíos con la predicación del Precursor. San Juan no era la luz
verdadera, pero sí la luminaria que daba testimonio de ella, ardiente y
resplandeciente como un fuego anunciador de los montes, como las antorchas de
las azoteas, con que dice Bartenora parecían arder las villas judías, y a cuyo
resplandor danzaban y se regocijaban los hijos de Israel momentáneamente.
a) ἀνατολὴ ἐξ ὕψους (oriente desde lo alto)
b) ἐπιφᾶναι τοῖς ἐν σκότει καὶ
σκιᾷ θανάτου καθημένοις, τοῦ κατευθῦναι τοὺς πόδας ἡμῶν εἰς ὁδὸν εἰρήνης (para iluminar a los que en tinieblas y en sombra
de muerte yacen, y dirigir nuestros pies por el camino de la paz).
Si
las observaciones que vamos a hacer fueren suficientemente fundadas, este
pasaje nos acercaría quizás al origen de la comparación que venimos estudiando.
Ella habría nacido junto a la cuna del Precursor, y en boca de un personaje
litúrgico, el sacerdote Zacarías y se habría propagado más tarde entre los
discípulos del Bautista.
La expresión ἀνατολὴ ἐξ ὕψους
tiene en sí algo de enigmático y ¿no podría ser ella una referencia comparativa
a la neomenia, esto es, a la primera aparición de aquella viva y sacra luz
lunar, que para comodidad solían utilizar las caravanas orientales y que, según
prosigue el símil en el versículo siguiente, iluminará los pasos de los redimidos
que ya retornan? En medio de las
soluciones imprecisas y extrañas, séanos lícito indicar esa, como verosimilitud
probable y además bien congruente ya con las ideas resueltamente afirmadas en
el cuerpo de este trabajo, ya también con las que dominan dentro del
"Benedictus".
Porque
ante todo se ha de marcar el propio relieve de algo que no es accidental y que
no parece ser bien reconocido en los comentarios de esa perícopa lucana. El
"Benedictus" es paralelo a Isaías y sobre todo a la segunda parte.
El anciano sacerdote de Ain-Karem, que durante los meses de expectación y de
mudez debió hacer objeto preferente de sus estudiosas meditaciones el libro del
gran profeta, supo después resumir con nobilísima simplicidad dentro de los
siete dísticos de su cántico las líneas principales del esquema isaiano de la
redención babilónica y de la redención mesiánica; esquema que se repite
principalmente en la segunda parte del libro y que, a su vez, está calcado
sobre el de la historia pentatéuquica de la salida de Egipto, también con su
anuncio previo de liberación, con su dirección personal de Jahwe, con su
travesía maravillosa por un desierto; pero desierto con aguas abundantes y que
se convierte en vergel al paso de la caravana mesiánica de los redimidos, que avanzan
hacia Sión por caminos rectos y llanos y seguros, "en que el Señor cambia
delante de ellos las tinieblas en luz y no les hieren los rayos del sol ni el
ardor de las arenas caldeadas". Escribimos ahora sólo un prenotando y
no hemos de entretenernos con fáciles citas de detalles paralelos; atiéndase a
los diez capítulos XL-XLIX y al espíritu de toda la segunda parte, que es
argumento de más valor para los que saben del profeta.
Así,
pues, en orden a esta segunda parte, decimos que el "Benedictus"
es el Isaías en resumen. La situación espiritual que supone es idéntica.
El pueblo está cautivo en tierra enemiga (vv. 71.74.79: Cfr. Sal. CVI, 14; Is.
XLII, 7), Jahwe en persona va a redimirlo (vv. 68.76.78) y restituirlo a su
tierra donde le honrará en su santuario (es la versión más exacta de la frase
técnica, la cual se dice a veces, de todos los habitantes en Sión. Cfr.
Feldmann, Isaias, t. 1, p. 283). Para
adelantar la noticia de la liberación (v. 77) y preparar así los caminos de
Jahwe liberador "que dirá a los cautivos: salid; y a los que están en las
tinieblas: venid a la luz" (Is. XLIX, 9), precede un heraldo. Los últimos
versos, que son los que más nos interesan, contienen, paralelamente a los de
Isaías, la expresión de esta noticia anticipada, como si dijera a los cautivos:
a) ha aparecido en el firmamento la luz nueva, la neomenia, el principio de
aquella iluminación; b) a cuya claridad los redimidos emprenderán el retorno,
derechamente, por los caminos de la paz (Cfr. Is. LV, 12, donde hay la hermosa
descripción de ese tránsito por el desierto).
Insistiremos
en la prueba especial de cada una de las dos partes señaladas.
a) 1. Nótese, respecto de la primera, que el ἀνατολὴ ἐξ
ὕψους es expresión difícil que determinó en la exégesis divergencias y violencias;
porque, en verdad, suponer aquí, con alusión a Zac. III, 8; VI, 18, la imagen
del árbol que tiene sus raíces en el cielo, es una inversión más violenta
que la del "delphinum sylvis appingere et fluctibus aprum". Ha de
sostenerse, pues, el sentido astral; pero entonces queda como dificultad la
partícula ἐξ textualmente bien ligada al ἀνατολὴ. Y tal unión
y su consiguiente sentido desvirtúan muchos comentaristas con referencias al
iluminar de lo alto, o al visitar de lo alto, y no, cual dice la letra, al
nacer el astro de lo alto; porque también les repugna la comparación de lo
insólito, como sería un nacimiento del sol desde lo alto del firmamento.
2. La metáfora, en cambio, es muy sencilla y natural
y de cosa ordinaria y sagrada, si se la refiere a la neomenia. La luna
efectivamente en la neomenia y en los días de su primera fase, que es cuando
más atraía las miradas y el interés religioso del observador israelita, da la
impresión de un nacer y bajar de lo alto; "¿cuán alta la has visto?” es la
fórmula del interrogatorio de los testigos de la neomenia en el R. H. (2,
6a). No siendo la luna ordinariamente visible sino después de veinticuatro
horas de su conjunción con el sol, los testigos habían de haberla divisado al
menos entre doce y veinticuatro grados sobre la línea del horizonte; altura
que no correspondería al ὑψίστοις (en
las alturas) de II, 14, pero que basta bien para la propiedad de la
frase que examinamos.
¿Cuántas veces el piadoso
sacerdote Zacarías había fijado sus ojos en el ocaso esperando el momento
litúrgico, interesantísimo, del nacer de lo alto el astro sagrado? Esa noble
característica de la neomenia, impresa en su retina por intensa y repetida
observación, es la que debió consignar en su cántico con la frase rápida y
bella que la Vulgata traduce exactamente: "oriens ex alto". Y a la
verdad, al buscar comparación para la luz fausta y sagrada de los días
mesiánicos, ¿qué otra había de acudir a la mente de un personaje litúrgico,
cual era Zacarías, sino aquella luz principio de todas las solemnidades
litúrgicas y objeto de las exultaciones populares de Israel?