La partida y la continua
presencia de Nuestro Señor
Con
la Ascensión al cielo nació un nuevo estado en la Iglesia de Jesucristo. Esa
sociedad había sido reunida, organizada y conducida en la presencia visible y
local de su divino Fundador. Ahora, con la Ascensión, esa presencia visible y
local le fue quitada, para no ser restaurada a los discípulos de Cristo como
sociedad completa hasta el día en que la Iglesia finalmente lo va a ver de
nuevo y para siempre en su segunda Venida. El lugar que Cristo habita localmente es el cielo. Desde su Ascensión,
como lo muestran tan bien las epístolas de San Pablo, la Iglesia sobre la
tierra trabaja y lucha contra adversarios espirituales y terrenos a fin de
gozar de la presencia visible de Cristo una vez más.
A
fin de sostener la sociedad de sus discípulos durante el período en que sufre
la pérdida de la presencia visible de su divino Fundador, le prometió y dio a
la Iglesia la inhabitación del Espíritu de Verdad y de Amor[1]. Esta inhabitación de la
Santísima Trinidad dentro de la Iglesia Católica, apropiada por Nuestro Señor
al Espíritu Santo, da a la Iglesia el entendimiento y fortaleza requeridos para
su misión de obrar como instrumento de Cristo en el llamado y auxilio a los
hombres para que se salven y para derrotar los esfuerzos del mundo contra Dios.
En razón de su divina naturaleza, Nuestro Señor continúa, aunque invisible,
residiendo en la Iglesia, guiándola e instruyéndola, sosteniéndola y dándole
fortaleza. Además, también en su naturaleza humana Nuestro Señor permanece
en la Iglesia. Les dijo a sus discípulos que no lo iban a ver más[2], pero
también les prometió que iba a estar con ellos hasta la consumación del mundo[3]. La
promesa de su presencia continua, aunque invisible y el cumplimiento de esa
promesa les fueron dados a los discípulos como Cristo los formó, organizados en
una sociedad que es su Cuerpo Místico sobre la tierra.
La inhabitación de Cristo en
la Iglesia según su naturaleza divina
En
su divina naturaleza Cristo está en todas las cosas creadas según las tres
maneras que Santo Tomás designa como esencia, presencia y poder[4].
Se puede decir que Dios está en todas las cosas en cuanto las mantiene en
existencia, en cuanto están visibles antes Él y sujetas a su poder. De esta
manera Nuestro Señor permanece en la Iglesia, sosteniéndola y preservándola por
lo que es y lo que hizo, su verdadera Iglesia y la única arca de salvación
sobre la tierra. La ve y está a disposición de las oraciones de los hombres.
Dado que la verdadera oración es esencialmente la petición de cosas apropiadas
a Dios[5] y
puesto que una cosa es realmente apropiada solamente si es conforme con la
salvación y la unión con Dios en el cielo, la obra divina de oír y responder
las oraciones de la tierra es en sí mismo una manera de habitar en la Iglesia
Católica.
Esto
no quiere decir, por supuesto, que solamente son oídas y respondidas por Dios
las oraciones de los verdaderos discípulos de Cristo y por lo tanto verdaderos
miembros de la Iglesia Católica. Es perfectamente cierto que la oración de la
Iglesia es siempre oída porque es, en última instancia, la oración del mismo
Cristo. Pero toda verdadera oración tiene su eficacia de esta petición central
a Dios, y toda oración verdadera es respondida en la medida en que concierne al
bien esencial y central que se busca en la petición. Esta petición dominante es
siempre para la gloria de Dios, se obtiene por la concesión de la vida eterna
al hombre. Puesto que, en la providencia de Dios, la salvación eterna o
adquisición de la vida eterna se obtiene solamente a través de la unión con
Cristo por medio de la membrecía en la Iglesia Católica o a través del sincero
deseo de esa unión, el otorgamiento de la petición de la oración por parte de Dios
constituye una morada divina en la verdadera Iglesia, atrayendo a los hombres a
esta sociedad y fortaleciéndolos en esta vida y en esta comunión.
Según esta divina presencia,
por medio del poder de Dios, la Iglesia se mantiene segura de los ataques de
sus enemigos y preservada contra la disolución que sería naturalmente la suerte
de cualquier sociedad humana. La protección divina acordada a la Iglesia es en
sí misma fácilmente visible a la humanidad. Como recipiente de esa protección
contra las fuerzas que tienden naturalmente a derribar y transformar las
organizaciones meramente humanas, la Iglesia es visible en el mundo como un
milagro social, y así, según el Concilio Vaticano, está puesta como motivo de
credibilidad verdadero y perpetuo y como un testigo real de su propio status como la portadora de la
revelación divina[6].
Según
Santo Tomás, hay uno, y solamente un modo típicamente sobrenatural e invisible
de la habitación divina. Se trata de la presencia divina según la actividad de
la gracia santificante[7],
según la cual Dios habita realmente en esas creaturas a las que fortalece y
vuelve competentes para vivir la vida divina de la Visión Beatífica. De esta
manera Dios está presente al hombre, el cual está en posición de ver a Dios
como Él es en sí mismo, más que simplemente reconocer el hecho de Su existencia
al reconocer la verdad de que debe haber una Primera Causa de las cosas
creadas. Aquel que vive la vida de la gracia en este mundo posee la caridad, y
posee la vida a la cual pertenece la misma Visión Beatífica, aunque, por razón
de su status como viator, no ejerce
el acto de la Visión Beatífica. Cristo, en cuanto Dios, está presente en toda
persona que tiene esta vida de la gracia. Es la clase de presencia de la que
hablaba cuando dijo a los Apóstoles:
“Si
alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y en
él haremos morada”[8].
Según este modo
intrínsecamente sobrenatural de la presencia divina, Nuestro Señor vive dentro
de la Iglesia, arrastrando a los hombres a ella y fortaleciéndolos en su
comunión. Los que tienen la vida de la gracia deben ser o miembros de la
Iglesia o intentar entrar en ella sincera, aunque tal vez implícitamente. Al habitar en las almas de aquellos que aman a Él
y al Padre, Cristo vive realmente dentro de la sociedad visible que fundó y
sobre la cual preside.
Además,
existe todavía otra manera en la cual se puede decir verdaderamente que Nuestro
Señor habita dentro de la Iglesia Católica según la divina morada en línea con
la vida de la gracia santificante. La vida de la gracia y la caridad es más que
un asunto meramente individual. Es algo que tiene una existencia y expresión
corporativa. La vida social de la gracia dentro del mundo es esa caridad divina
de la cual la única expresión autorizada y auténtica es el sacrificio
Eucarístico. Aunque el sacrificio puede ser realizado por un sacerdote que no
está en comunión con la verdadera Iglesia, sigue siendo propia y esencialmente
el acto de la Iglesia, y la habitación de Cristo en la sociedad de sus
discípulos es la fuente de la actividad litúrgica Eucarística, el sacrificio
visible dentro de la Iglesia que es la expresión y manifestación del sacrificio
invisible de oración y devoción y caridad entre los hijos de los hombres.
[1] Jn. XIV, 16.
[2] Jn. XVI, 10.
[3] Mt. XXVIII, 20.
[4] Cf. Sum. theol., I,
q. 8, a. 3.
[5] Cf. San Juan Damasceno, De
fide orthodoxa, III, c. 24, y The Theology of Prayer de Fenton
J.C., (Milwaukee: The Bruce Publishing Co., 1939), pp. 1 ss.
[6] Cf. DB 1794.
[7] Cf. Suma Teológica, 1, q. 43,
a. 3.
[8] Jn. XIV, 23.