4) La gran pregunta es ¿qué nos quiere dar a entender San Juan con ese cielo?
La respuesta parece estar claramente señalada
en el Evangelio.
En Mt.
V, 34 Nuestro Señor dice:
“Mas Yo os digo que
no juréis de ningún modo: ni por el
cielo, porque es el trono de Dios…[1]”.
Y luego en Mt.
XVIII, 21-22 vemos la misma idea:
“Quien
jura por el Templo, jura por él y por Aquel que lo habita. Y quien jura por el cielo, jura por el trono
de Dios y por Aquel que está sentado en él”.
Ver también San Esteban en Hech. VII, 49 citando Is.
LXVI, 1.
5) Y esto nos abre el sentido
principal de la mayoría de los textos del Apocalipsis. Antes que nada, en
lo referente a los capítulos IV-V
donde el Vidente asiste al trono de
Dios.
Apoc. IV, 1-2: “Después de esto ví y he aquí una puerta
abierta en el cielo; y la voz, la primera, que oí como de trompeta hablando
conmigo, diciendo: “Sube aquí y te mostraré lo que debe suceder después de
esto”. Inmediatamente fui en espíritu
y he aquí un trono puesto en el cielo y sobre el trono uno sentado”.
Apoc. V, 3: “Y nadie podía, en el cielo, ni sobre la
tierra ni bajo la tierra, abrir el libro ni verlo”.
Apoc. V, 13: “Y a
toda creatura que (está) en el
cielo y sobre la tierra y bajo la tierra y sobre el mar, y a todas las
cosas que hay en ellos, oí diciendo: “Al sentado sobre el trono y al Cordero,
la bendición y el honor y la gloria y el imperio por los siglos de los siglos”.
Sabido es que este Trono de Dios no era en absoluto
desconocido en el Antiguo Testamento: en efecto, Is. VI, Ez. I y Dan. VII
ya nos habían hablado de él.
6) Ahora bien, este Cielo-Trono parece presentar dos grandes
características:
a) En primer lugar se trata de una Sede
Judicial; aquí es donde tienen lugar los juicios de Dios.
Apoc.
XII, 1-12: “Y un signo grande fue visto en el cielo:
una mujer vestida con el sol y la luna bajo sus pies y sobre su cabeza una
corona de estrellas doce, y en vientre teniendo (un niño) y clama dolorida de parto y atormentada por dar a luz. Y
fue visto otro signo en el cielo, y he aquí un dragón grande, rojizo,
teniendo cabezas siete y cuernos diez y sobre sus cabezas siete diademas. Y su
cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó a la
tierra. Y el dragón se puso de pie ante la Mujer, la que va a dar a luz, a fin
que, cuando dé a luz, a su hijo devore. Y dio a luz un hijo varón, que va a
destruir todas las naciones con vara férrea y fue arrebatado su hijo hacia Dios
y hacia su trono. Y la Mujer huyó al desierto, donde tiene allí un lugar
preparado por Dios para que allí la alimenten días mil doscientos sesenta. Y hubo
guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles guerreó contra el Dragón, y el
Dragón guerreó y sus ángeles, y no prevalecieron ni lugar se halló para
ellos ya en el cielo. Y fue arrojado el dragón, el grande, la serpiente, la
antigua, que se llama Diablo (Calumniador)
y el Satanás (Adversario), el
engañador de todo el mundo habitado. Fue arrojado a la tierra y sus ángeles con
él fueron arrojados. Y oí una voz grande en el cielo diciendo: “Ahora
hecha ha sido la salud y el poder y el reino de nuestro Dios y la autoridad de
su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los
acusa ante nuestro Dios día y noche. Y ellos lo vencieron a causa de la sangre
del Cordero y a causa de la palabra de su testimonio; y no amaron sus almas
hasta la muerte”. A causa de esto ¡alegráos cielos y (¿esto es?)
los que en ellos tendéis los tabernáculos! ¡Ay de la tierra y del mar porque
descendió el diablo (el Calumniador)
a vosotros, teniendo furor grande, sabiendo que poco tiempo tiene!”.
Esta escena, sobre la cual volveremos más
adelante, no se puede entender si no se tienen en cuenta las explicaciones
magistrales de Lacunza. El acceso de Satanás al Cielo-Trono tiene como función
exclusiva la de “acusar” (v. 10), es
decir, cumple la misión de nuestros modernos fiscales; pero, así como hay un Juez y un acusador, hay también un abogado defensor: San Miguel (v. 7. Ver Dan X, 21; XII, 1)[2].
Esta misma función de Satanás como Acusador nos
es conocida por la escena de Job I-II
y en menor medida por el pasaje de Zac.
III.
Satanás tiene, pues, al día de hoy, la facultad de acusar al menos una determinada clase
de personas; pero, por otra parte, el Apocalipsis nos ilustra que este poder le
será quitado algún día, que Satanás será arrojado a la tierra y que ya no se le permitirá el ingreso al Trono de Dios.
Por otra parte, estos juicios de Dios los vemos a través de todo el Apocalipsis:
Apoc. VI, 9-10: “Y cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las
almas de los degollados a causa de "la Palabra de Dios" y a causa de
"el testimonio que tenían". Y clamaron con voz grande diciendo: “¿Hasta
cuándo Soberano, santo y verdadero, no juzgas y (¿esto es?) vengas nuestra
sangre de los que habitan sobre la tierra?”.
Apoc. XI,
18. “Y las naciones
se airaron y vino tu ira y el tiempo para que los muertos sean juzgados;
y para dar la recompensa a tus siervos: los profetas y los santos; y a los que
temen tu Nombre: los pequeños y los grandes; y para destruir a los que
destruyen la tierra”.
Apoc. XIV,
6-7: “Y vi otro
ángel volando en medio del cielo, teniendo un Evangelio eterno para evangelizar
a los sentados sobre la tierra y a toda nación y tribu y lengua y pueblo
diciendo con voz grande: “Temed a Dios y dadle gloria, porque ha llegado la
hora de su juicio”.
Apoc. XVI,
5-7: “Y oí al ángel
de las aguas que decía: “Justo eres, (Tú que tienes por nombre)
el que Es y el que Era, el Santo, porque ésto has juzgado. Porque sangre de Santos y Profetas derramaron
y sangre les has dado a beber: dignos son”. Y
oí al altar que decía: “Sí, Yahvé Dios, el Todopoderoso, verdaderos y justos
(son) tus juicios”.
Apoc. XVIII,
8-10: “A causa de esto, en un día vendrán sus plagas: muerte (¿peste?)
y luto y hambre y con fuego será incendiada, porque fuerte (es) Yahvé
Dios, el que la ha juzgado. Y llorarán y harán luto
por ella los reyes de la tierra, los que con ella fornicaron y (¿esto es?)
vivieron en el lujo, cuando vean el humo de su incendio. Desde lejos, estando
de pie a causa del temor de su tormento, diciendo: “Ay, ay, la ciudad, la grande, Babilonia, la ciudad, la fuerte, porque (en) una hora vino tu juicio”.
Apoc. XVIII, 20: “¡Alégrate sobre ella, cielo y (¿esto es?) los santos y los
apóstoles y los profetas, pues ha juzgado Dios vuestro juicio contra ella!”.
Apoc. XIX, 1-2: “Después de esto oí como voz grande de
multitud copiosa en el cielo que decían: “¡Aleluya! La salud y la gloria y el
poder de nuestro Dios; porque verdaderos y justos (son) sus juicios, porque ha juzgado a la ramera, la grande, que
corrompía la tierra con su fornicación y ha
vengado la sangre de sus siervos, de su mano”.
Apoc. XIX, 11: “Y vi el cielo abierto y
he aquí un caballo blanco y el sentado sobre él llamado “Fiel y Verdadero” y con justicia juzga y guerrea”.
b) Y, en segundo lugar, este Cielo-Trono presenta la característica de ser
un Templo, con todo lo que
ello lleva aparejado.
Apoc. III, 12:
“El que venciere, lo haré columna en el santuario de mi Dios y no saldrá
más y escribiré sobre él el nombre de mi Dios y el nombre de la ciudad de mi
Dios, la nueva Jerusalén, la que desciende del cielo desde mi Dios y mi nombre,
el nuevo.
Apoc. VI, 9-10: “Y cuando abrió el quinto sello, vi bajo el
altar las almas de los degollados a causa de "la Palabra de Dios"
y a causa de "el testimonio que tenían". Y clamaron con voz grande diciendo: “¿Hasta
cuándo Soberano, santo y verdadero, no juzgas y (¿esto es?) vengas nuestra sangre
de los que habitan sobre la tierra?”.
Apoc. VII, 14-15: “Y le
dije: “Señor mío, tú sabes”. Y me dijo: “Estos son los que vienen de la
tribulación, la grande; y lavaron sus túnicas y las blanquearon en la sangre
del Cordero”. A causa de esto, están
ante el trono de Dios y le sirven día y noche en su santuario y el sentado sobre
el trono tenderá su tabernáculo sobre ellos”.
Apoc. VIII,
3-5: “Y otro ángel
vino y se puso de pie ante el altar, teniendo un incensario de oro y se le
dio muchos perfumes para que diese a las oraciones de todos los santos sobre el
altar, el de oro, el que (está)
delante del trono. Y subió el humo de los perfumes por las oraciones de los
santos de mano del ángel ante Dios. Y recibió el ángel el incensario y lo llenó
del fuego del altar y (lo) arrojó a
la tierra. Y hubo truenos y voces y relámpagos y un terremoto”.
Apoc. IX,
13: “Y el sexto
ángel trompeteó y oí voz una de los cuatro cuernos del altar, del de oro, el
(que está) delante de Dios…”.
Apoc. XI, 19: “Y se abrió el santuario de Dios, el
que (está) en el cielo, y se vio el
arca de su alianza en su santuario, y hubo
relámpagos y voces y truenos y terremoto y granizo grande”.
Apoc. XIV,
15-18: “Y otro ángel salió del santuario, clamando con voz grande al sentado sobre la
nube: “Envía tu hoz y siega, que ha llegado la hora de segar, que se ha secado
la siega de la tierra”. Y arrojó el sentado sobre la nube su hoz sobre la
tierra y fue segada la tierra. Y otro ángel salió del santuario, del que (está) en el cielo, teniendo también
él una hoz afilada. Y otro ángel salió del altar, el que tiene autoridad sobre
el fuego y voceó con voz grande al que tenía la hoz, la afilada, diciendo:
“Envía tu hoz, la afilada y vendimia los racimos de la vid de la tierra, que
han madurado sus uvas”.
Apoc. XV, 5-XVI, 1: “Y después de esto ví y se abrió el santuario del tabernáculo del
testimonio en el cielo. Y salieron los siete ángeles, los que tienen las siete
plagas, del santuario, vestidos de lino puro, resplandeciente y ceñidos
alrededor de los pechos con ceñidores de oro. Y uno de los cuatro
Vivientes dio a los siete ángeles siete copas de oro, llenas del furor de Dios,
del que vive por los siglos de los siglos. Y
se llenó el santuario del humo de la gloria de Dios y de su poder y nadie podía
entrar en el santuario hasta que se consumaron las siete plagas de los siete
ángeles. Y oí una gran voz del
santuario que decía a los siete ángeles: “Id y derramad las siete copas del
furor de Dios, en la tierra”.
Apoc. XVI, 7: “Y oí al altar que decía: “Sí, Yahvé Dios,
el Todopoderoso, verdaderos y justos (son)
tus juicios”.
Apoc. XVI, 17: “Y
el séptimo derramó su copa sobre el aire y salió una voz grande del
santuario, desde el trono, que decía: “Hecho está”.
Como se ve por las citas de los cap. VI, VIII, XIV, XV y XVI ambas funciones, la judicial y la
sacerdotal, están íntimamente ligadas.
Tampoco hay que pasar por alto que este Santuario Celestial
es el ejemplar sobre el cual Moisés
construyó el Tabernáculo, tal como lo afirma San Pablo en Heb. VIII, 5 citando Ex.
XXV, 40.
Pirot,
citado por Straubinger in IV, 9 resume bien nuestro pensamiento
cuando dice:
“El Trono será colocado, según la tradición de Is. VI, 1, en el
interior de un Templo celestial (VII, 15), prototipo del terrestre (Ex. XXV,
40; Heb. VIII, 5) con un altar de los holocaustos (VI, 9), un altar de los perfumes
(VIII, 3) y sin dudas un Santo de los santos con su Arca de la Alianza (XI, 19)
(…) Esta porción del Templo será sin duda la residencia de la divinidad”.
A este Templo entró Jesús en su Ascensión, como lo indica
bellamente San Pablo:
Heb.
IX, 1-12: “También el primer (pacto)
tenía reglamento para el culto y un santuario terrestre; puesto que fue
establecido un tabernáculo, el primero, en que se hallaban el candelabro y la
mesa y los panes de la proposición —éste se llamaba el Santo—; y detrás del
segundo velo, un tabernáculo que se llamaba el Santísimo, el cual contenía un
altar de oro para incienso y el Arca de la Alianza, cubierta toda ella de oro,
en la cual estaba un vaso de oro con el maná, y la vara de Aarón que reverdeció,
y las tablas de la Alianza; y sobre ella, querubines de gloria que hacían
sombra al propiciatorio, acerca de lo cual nada hay que decir ahora en
particular. Dispuestas así estas cosas, en el primer tabernáculo entran siempre
los sacerdotes para cumplir las funciones del culto; mas en el segundo una sola
vez al año el Sumo Sacerdote, solo y no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo
y por los pecados de ignorancia del pueblo; dando con esto a entender el Espíritu Santo no hallarse todavía
manifiesto el camino del Santuario, mientras subsiste el primer tabernáculo.
Esto es figura para el tiempo presente, ofreciéndose dones y víctimas,
impotentes para hacer perfecto en la conciencia al que (así) practica el culto, consistentes sólo en manjares, bebidas y
diversos géneros de abluciones; preceptos carnales, impuestos hasta el tiempo
de reformarlos. Cristo, empero, al
aparecer como Sumo Sacerdote de los bienes venideros, entró en un tabernáculo
más amplio y más perfecto, no hecho de manos, es decir, no de esta creación;
por la virtud de su propia sangre, y no por medio de la sangre de machos
cabríos y de becerros, entró una vez
para siempre en el Santuario, después de haber obtenido redención eterna”.
[1] Llamaremos a este cielo, Cielo-Trono, a falta de un término mejor
y a fin de evitar cualquier ambigüedad con el otro del que hablaremos más
adelante.
[2] Allo, in loco:
“La forma κατήγωρ (acusador)... es
análoga a συνῆγορος (defensor), cualidad de Miguel que se
opone al acusador Satán en los Midrashim”.
Entre
paréntesis… esta función de San Miguel seguramente explicaría su inclusión en el
confiteor de la Misa.