¿Podemos
ir más lejos y relacionarlo con el mismo Nuevo Testamento? La manera en que
se presenta la parábola en Lucas es
muy bizarra y nunca ha recibido una solución satisfactoria. En efecto, hay una
falta de correspondencia entre la parábola y la pregunta que la introduce. El
escriba demanda a Cristo: ¿Quién es mi prójimo? Y Cristo responde cómo hay que
amar al prójimo. Además, la discusión que precede la parábola se encuentra en Marcos y en Mateo disociada de esta y en un contexto que parece mejor, el de
una discusión en el Templo[1].
Parece, pues, que el texto de
Lucas presenta un arreglo secundario que reúne dos perícopas distintas y que no
ensamblan con exactitud. Por una parte, tenemos una discusión sobre el
mandamiento más grande, común a los tres sinópticos, modificada por Lucas por
razones redaccionales y que encuentra su lugar normal en el Templo, después de
la entrada de Jerusalén (Mt. XXII, 34-40; Mc. XII, 28-34) y por la otra, está
la parábola del Buen Samaritano, que se sitúa perfectamente en el cuadro que le
da Lucas, es decir, durante el viaje que conducía a Cristo desde Galilea a
Jerusalén pasando por Jericó.
(Ver Lagrange, Saint Luc, p. 313[2],
citado por Quiévreux, loc. cit., p
.78).
Así
se explica perfectamente la dificultad que presenta el texto. La parábola del
Buen Samaritano no ha sido dada como ilustración a una discusión sobre la
naturaleza del prójimo. Pero entonces viene la pregunta de saber cuál es su
verdadera interpretación. Pero, desde que el vínculo con la discusión se ha
roto, ya no hay ninguna razón para no interpretar la parábola en la misma línea
que los demás y de no ver allí una revelación secreta del plan de salvación, en
la cual Cristo se describe a sí mismo en términos velados. El sentido
obvio de la parábola es, en efecto, ser el símbolo del amor gratuito de Cristo
por el hombre caído y de presentar este amor como ejemplo a los hombres. Ilustra admirablemente I Jn. III, 16:
“En esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida por nosotros; así
nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos”.
Ya no estamos en presencia de
un ejemplo banal de solidaridad humana sino del amor cristiano en su más pura
esencia.
Además,
el estudio positivo de esta parábola confirma esta interpretación. Dos puntos
han sido presentados por Hoskyns (loc.
cit. p. 277). En primer lugar, si descartamos la discusión sobre el
mandamiento como viniendo de otro contexto, el pasaje que precede
inmediatamente nuestra parábola es este: “Yo
te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mantenido estas
cosas escondidas a los sabios ya los prudentes, y las has revelado (ἀπεκάλυψας) a los pequeños” (Lc. X, 21 s.). Parece evidente que nos da positivamente la
dirección en la cual debemos interpretarla: es una revelación (ἀπεκάλυψις) del
secreto del reino que los prudentes ignoran y que los humildes comprenden. Esto
corresponde exactamente a la definición de la parábola según Hermaniuck. Sería
extraño que precisamente en este caso nos encontráramos en presencia de una
parábola que no sea revelación misteriosa de un secreto, sino simple apólogo
moral accesible a todos.
Además,
la parábola debe ser interpretada por analogía con las otras parábolas. Una
analogía del conjunto nos orienta ya en el sentido de los secretos del reino.
Pero hay más. Como lo remarca Hoskyns, nuestra parábola presenta una
correspondencia sorprendente con otra: la del Buen Pastor:
“Todo el contexto (background) de la parábola del Buen Pastor, escribe Hoskyns, se
parece a la del Buen Samaritano, donde el amor de Dios por el hombre, víctima
de los ladrones, no se manifiesta por los líderes del judaísmo (el sacerdote y
el levita), sino por el buen Samaritano” (p. 377).
Esta
analogía trata sobre el detalle mismo. Hoskyns ha detectado que en las dos
parábolas se trata de ladrones, designados por la misma palabra griega λῃσταί (p.
377). El cotejo es hecho igualmente por Rengsdorf[3], el cual reconoce que este
detalle es al menos alegórico y vé en él una alusión a los zelotes; pero otras
analogías son notables. En ambos casos los que precedieron a Cristo son
presentados como habiendo sido indiferentes a la miseria del hombre. En Juan
son “los mercenarios” (Jn. X, 12), “venidos antes de mí” (X, 7), que, viendo
venir al lobo, abandonan las ovejas para salvarse” (Jn. X, 12). De la misma
manera, para Lucas el sacerdote y el levita, que preceden al Buen Samaritano,
se alejan sin atender al pobre hombre (Lc. X, 31-32). Se remarcará también que
en ambos casos se trata de despojar (ἐκδύσαντες,
Lc. X, 30; κλέψῃ, Jn. X, 10), luego de golpear (πληγὰς ἐπιθέντες, Lc. X, 30;
θύσῃ, Jn. X, 10), luego de matar (ἡμιθανῆ, Lc. X, 30; ἀπολέσῃ, Jn. X, 10).
Por
una parte, un cierto número de expresiones en el texto nos orientan hacia una
interpretación teológica. No indicaré más que dos. En el v. 33
encontramos el verbo ἐσπλαγχνίσθη, que la Vulgata tradujo misericordia motus est. Designa el
amor misericordioso que el Samaritano prueba por el hombre herido. Pero el
verbo σπλαγχνίζεσθαι, “moverse a misericordia” no se encuentra en el Nuevo
Testamento más que para expresar el amor de Dios o de Cristo por los hombres
(Mt. IX, 36; XIV, 14; Lc. VII, 13; XV, 20). Traduce el rahamim bíblico, que es propiamente la misericordia divina. Pero
esto, como lo vio bien Clemente de Alejandría, que habla de las “entrañas” (σπλάγχνα)
del Padre”, es el fondo mismo de la parábola, que es una revelación del ἀγάπη,
del amor de Dios por el hombre.
La
otra expresión remarcable es la de ἐπανέρχεσθαί en el v. 35. Designa
el retorno del Samaritano, el cual no tiene ningún sentido si se trata
simplemente de un apólogo moral, sino que corresponde, por el contrario, a uno
de los secretos esenciales del Reino. Pero es remarcable que la palabra
no se encuentra más que en un solo pasaje del N.T. fuera del nuestro (Lc. XIX,
15) y precisamente en una parábola donde designa la vuelta de Cristo al fin de
los tiempos. Todo indica, pues, que el sentido aquí sea el mismo.
Agregaría, pero con menos certeza, que otro detalle puede tener un sentido
escatológico. Se dice que el Samaritano, al salir de la posada le
da dos denarios al posadero[4].
Pero el denario corresponde al salario de un día, lo cual es lo mismo que
decir que el Samaritano vuelve “al tercer día”, y se sabe que esta expresión
designa en el Nuevo Testamento al de la Resurrección[5].
Podemos concluir de todo esto
que la parábola formaba parte de un grupo, la cual se relacionan también las
del Buen Pastor, del Hijo pródigo, de la Oveja perdida, de los Viñadores
homicidas, y que presentan un resumen simbólico del designio del Ágape divino
expresándose a través de las etapas de la historia de la salvación. Estas parábolas aparecen como destinadas a
mostrar la impotencia de la Ley para salvar al hombre caído y para arrancarlo
de las malas potestades – y a subrayar que es solamente Cristo (Buen
Samaritano, Buen Pastor, Hijo del Dueño de la viña), que al fin de los tiempos
opera esta salvación. Bien entendido, las tres parábolas ponen el acento sobre
aspectos muy diferentes. Pero lo que nos interesa aquí es solamente su
estructura de conjunto que realiza exactamente la definición dada por
Hermaniuck de las parábolas.
[1] Ver François Quiévreux, Les paraboles, p. 77-79.
[2] Nota del Blog:
El Autor dice “213”, pero parece una errata.
[3] Theol. Wört. Zur N.T., IV, p. 266.
[4] Los dos denarios se encuentran, relacionados con
el aceite y el vino, en Apoc. VI, 6.
[5] Nota del Blog:
Un par de cosas aquí.
En primer lugar,
que el denario sea el salario diario lo vemos claro por la parábola de los
obreros de la viña, donde a todos se les da la misma paga diaria de un denario.
Esto lo notan los autores en general al comentar el pasaje del Apoc. citado en
la nota previa.
En segundo lugar,
no es del todo exacto decir que la expresión “al tercer día” se refiere
exclusivamente a la resurrección, pues existen algunos otros casos:
a) Hech. XXVII, 19, que no parece tener nada que ver con todo este
tema.
b) Lc. II, 46, donde el Niño es encontrado “al cabo de tres días”.
c) Jn. II, 1, las bodas de Caná son “al tercer día”.
Veamos: la
resurrección “al tercer día” es una clara imagen de la (primera) resurrección
de los justos al tercer día; las bodas de Caná “al tercer día” es una bella
imagen de las Bodas del Cordero con la Iglesia, también al momento de la
Parusía.
¿Y la pérdida del
Niño en el Templo?
Comentando las
palabras de la Virgen “¿Por qué nos has hecho esto?”, el Card. Schuster dice (El
Evangelio de Nuestra Señora, Guadarrama, pag. 129):
“Los Santos Padres encuentran motivo para los tres días de ausencia del
Señor, recordando que también, después de Su muerte, reapareció ante los suyos
en la mañana del tercer día. El primer día es el de la Pasión; el segundo, el
que recorre a través de los siglos la Iglesia militante; el tercero, por último, es el de la Parusía final.
A la pregunta materna responde de un modo más misterioso todavía; de forma
que aquellas palabras son como la aparición matutina del sol, que sólo más
tarde resplandecerá con todo su ígneo esplendor.
¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais
que es preciso que esté en lo de mi Padre?
En efecto, ¿dónde puede estar el
Hijo sino en la casa del Padre?”.
Y así vemos que la
expresión “al tercer día” parecería tener una relación con la Parusía también
en este caso.
Lo cual se infiere
sin mayores problemas también en la Parábola, pues si el Buen Samaritano deja dos
denarios al posadero, la conclusión es obvia: piensa volver “al tercer día”.