jueves, 6 de julio de 2017

El que ha de Volver, por M. Chasles. Apéndice III, La Vuelta y el Reino de Cristo en la Liturgia (III de IV)

TIEMPO DESPUES DE PENTECOSTES

Las últimas fiestas de que hemos hablado forman parte del tiempo después de Pentecostés. Ahora veremos que la liturgia propia de este tiempo, la de los Domingos, nos habla de la Vuelta de Cristo.

Los 24 Domingos — a veces algunos más según la fecha de Pascua - señalan los siglos que transcurren desde la Ascensión hasta la Vuelta del Señor Jesús. La Iglesia ha querido que encontremos una enseñanza viva de nuestra "feliz esperanza" y en ella nos habla frecuentemente de la segunda venida.

LA IGLESIA HA ESCOGIDO EL COLOR VERDE A CAUSA DE LA ESPERANZA DE LA VUELTA DE CRISTO. El color verde dice Dom Guéranger expresa la esperanza de la Esposa (la Iglesia) que sabe que su suerte ha sido confiada por el Esposo al Espíritu Santo, bajo cuya dirección hace su peregrinación[1]. Nosotros agregaremos que el color verde es el color del trigo nuevo que anuncia la cosecha al fin del siglo predicha por Jesús (Mt. XIII, 39) y por el Apoc. (XIV, 15-16). Es la espera paciente del labrador "en la esperanza del precioso fruto de la tierra" (Sant. IV, 7).

Al fin del tiempo después de Pentecostés — mes de Noviembre — las lecturas de la Biblia son de los profetas Exequiel y Daniel, "cuya mirada después de haber recorrido la sucesión de los imperios, penetra hasta el fin de los tiempos, y la de los profetas menores que anuncian las venganzas divinas, los últimos de los cuales anuncian al mismo tiempo la vuelta del Hijo de Dios"[2].

A partir del XVIII Domingo después de Pentecostés, los textos litúrgicos nos recuerdan en términos bien claros la próxima venida del Señor Jesús. "Remunera a los que esperan en Ti, para que se vea la veracidad de tus profetas" (Ecles. XXXVI, 18), canta el Introito y recibimos la promesa de ser mantenidos irreprochables hasta su vuelta (Epíst. I Cor. I, 4-8).

En el Domingo XIX, escuchamos el llamado del Rey al festín de las bodas del Esposo, tan deseadas y esperadas[3].


En el Domingo XX, San Pablo nos aconseja redimir el tiempo, porque los días son malos (Ef. V, 15-21).

En el Domingo XXI, la enseñanza se hace cada vez más apremiante; es el "día malo", el día de Satanás… del Anticristo. Debemos vestirnos con la armadura de Dios, es decir: verdad, justicia, predicación del Evangelio, fe, palabra de Dios, para resistir al enemigo (Ef. VI, 10-17), al enemigo que ataca a Job (ofertorio), al enemigo que ataca a Mardoqueo (introito). Pero cantamos en la comunión nuestra seguridad de ser libertados por la Vuelta de Cristo: "Desfallece mi alma suspirando por la salud que de Ti viene; cuento con tu palabra" (Sal. CXVIII, 81).

El Domingo XXII, abre una esperanza luminosa en el porvenir. "Tengo la firme confianza de que Aquel que en vosotros comenzó la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús" (Fil. I, 6-11). Es el Domingo del Día de Jesucristo, como el precedente fué el día del Anticristo, el "día malo".

A partir del Domingo XXIII se hace cada vez más clara la enseñanza: anuncia la concentración de Israel, el gran llamado del cautiverio: "os congregaré de entre todos los pueblos, y de todos los lugares adonde os he desterrado" (Jer. XXIX, 11-15).

El Salmo CXXIX proporciona los textos cantados; en los primeros tiempos era cantado entero. He aquí algunos versículos traducidos del hebreo: "Desde lo más profundo clamo a Ti, Yahvé, Señor, oye mi voz… Si Tú recordaras las iniquidades, oh Yah, Señor ¿quién quedaría en pie? Mas en Ti está el perdón de los pecados, a fin de que se te venere. Espero en Yahvé, mi alma confía en su palabra. Aguardando está mi alma al Señor, más que los centinelas el alba”.

Este Salmo "De Profundis" es el salmo de los que "aguardan", de los que "esperan", de los que "aguardan en la noche", en la noche de la fe en la vuelta del Señor"[4].

¿Seremos nosotros esos fieles centinelas, o más bien somos aquellos de que habla San Pablo a los Filipenses, "que no gustan sino de las cosas de la tierra"? "la ciudadanía nuestra es en los cielos, de donde también, como Salvador, estamos aguardando al Señor Jesucristo" (Fil. III, 20).

El Domingo XXIV, nos enseña por medio de la Epístola que Dios nos ha "nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor" (Col. I, 9-14).

Ese reino de gracia prepara el reino de gloria que está a la puerta, puesto que el Evangelio nos dice cuáles son los signos trágicos que anunciarán la venida del Hijo del Hombre: "Sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad" (Mt. XXIV, 15-35).

Nuestra esperanza se realiza. Podemos contemplar la Señal del Hijo del Hombre[5].

Sobre esta visión de gloria para los justos, y de desolación para los impíos, cae la gran cortina del drama que nos hace vivir el año litúrgico: el drama del misterio de Cristo.

En la secreta de esta misa elevamos a Dios una última súplica bien necesaria para los últimos días:

"Señor, vuelve hacia Ti nuestros corazones para que seamos libertados de las concupiscencias de la tierra".




[1]  D. Guéranger. Año Litúrgico. Tiempo después de Pentecostés. T. 1, pág. 8.

[2] D. Guéranger, op. cit. t. 1, pág. 8.

[3]  Ver Capítulo: "He aquí el Esposo que viene".

[4] El Salmo CXXIX aparece en las 2° vísperas de Navidad, para señalar la espera de los Judíos.

[5] Ver Capítulo: "Todo ojo verá".