II Parte - III Parte
Nota del Blog: Presentamos en esta oportunidad un extracto del trabajo de Ramos García intitulado “Un principio Hermenéutico del Doctor Máximo” y publicado, póstumamente, en la XVII Semana Bíblica Española, 1958, pag. 201-220.
Nota del Blog: Presentamos en esta oportunidad un extracto del trabajo de Ramos García intitulado “Un principio Hermenéutico del Doctor Máximo” y publicado, póstumamente, en la XVII Semana Bíblica Española, 1958, pag. 201-220.
En este trabajo el
Autor analiza un principio de San Jerónimo que trae en su comentario a Mt. XXIV y luego lo aplica a los
Evangelios Sinópticos y al Apocalipsis, para terminar con un Excursus sobre el llamado sensus plenior de las Escrituras.
Para decirlo un
tanto diplomáticamente, no es ésto lo mejor que hemos leído del gran exégeta
español pero sin embargo nos parecen oportunas y muy interesantes sus
observaciones sobre las 7 Iglesias del Apocalipsis por las razones que expondremos
más abajo.
El que desee leer
el trabajo completo puede verlo AQUI
(pag. 223 del PDF).
Todas las notas son
nuestras.
SU TRASCENDENCIA PUESTA DE RELIEVE
EN LAS CARTAS APOCALIPTICAS
Invitaciones del Divino
Maestro, semejantes a las que hemos estudiado en los Sinópticos, pero más
precisas y apremiantes todavía, recurren al final de cada una de las cartas
Apocalípticas. A tenor, pues, del principio hermenéutico formulado por San
Jerónimo, también aquí, bajo la corteza de la letra, que es el acta de visita
del Señor a cada una de las siete iglesias del Asia proconsular, Efeso,
Esmirna, Pérgamo, Sardis, Filadelfia y Laodicea, habrá que admitir un sentido
más hondo que el histórico[1], y luego tratar de
averiguarlo con la ayuda del Señor que a ello nos invita.
El tenor de la invitación es como sigue: Qui habet aurem, audiat quid Spiritus dicat ecclesiis, y se repite
hasta siete veces (Ap. II, 7.11.17.29; III, 6.13.22), esto es, al final de cada
carta.
Lo que ante todo importa
conocer es, a qué extremo se refiere la invitación, si a toda la carta en
general, o tal vez sólo a alguna de sus partes.
Para lo cual hay que
distinguir en las cartas Apocalípticas cuatro puntos: a) el encabezamiento; b)
el cuerpo de la misma; c) la invitación, y d) el galardón reservado al que
venciere.
En el encabezamiento se
presenta el Señor dirigiendo su palabra de alabanza o vituperio al prelado de
cada iglesia, ostentando títulos diferentes a tenor del contenido de la carta.
La invitación va delante de la promesa del galardón en las tres primeras, y
detrás de él, esto es, al final de todo, en las restantes, sin que aparezca a
primera vista la razón de esa diferencia.
Una cosa se advierte desde
luego y es que el premio prometido, en las tres primeras cartas, no es otro que
la vida eterna, bajo sendas figuras diferentes, que son el árbol de la vida (Ap. II, 7; cf. XXII, 14), la exención de la muerte segunda[2]
(Ap. II, 11; cf. XX, 6.14), y el manjar del maná
escondido, con la etiqueta personal para alcanzarlo (Ap. II, 17; cf. XXI, 6 s.; XXII,
17). En las restantes cartas el
premio prometido tiene todos los visos de céntuplo evangélico, o participación
en la potestad de Cristo (cf. Ap. II,
26 s.; III, 12.21 con Mt. XIX, 28 s.
y par.)[3].
Conclusión perentoria: Si
la llamada de atención, lo mismo aquí que en los siete pasos evangélicos se ha
de referir a todo el texto superior, en las cuatro últimas cartas, por el hecho
de ir al final, la llamada afectará al texto íntegro de cada una. En cambio en
las tres primeras, con la inversión de la promesa y la llamada, ésta, afectando
al resto de la carta, no afectaría a la promesa, y eso con mucha razón, pues
"ni ojo vio ni oreja oyó, ni corazón humano pudo barruntar, lo que Dios
tiene preparado para los que le aman" (I Cor. II, 9; cf. Is. LXIV, 4). En
verdad sería ocioso el exhortar a entender lo que es de todo punto inasequible[4].
Dejando, pues, aparte el
galardón prometido al vencedor en las tres primeras cartas, investigaremos ya
el sentido oculto en la parte del texto a que afecta el toque de atención en
cada una de ellas.
Hay quienes, contentos con
investigar la primitiva historia de las siete iglesias, desdeñan el sentido místico,
u oculto, que en cada una de ellas se presagia, y que a nosotros nos parece
insoslayable en virtud del principio hermenéutico que venimos ilustrando.
El toque de atención,
repetido hasta siete veces, es más expresivo que nunca: Qui habet aurem, audiat quid Spiritus dicat ecclesiis. Es decir que
sobre la letra de la historia aletea el soplo del espíritu, o sentido
espiritual, referente, no ya a tal iglesia particular, sino a las iglesias
todas. Conclusión la más obvia y
transparente: cada una de las siete iglesias del Asia proconsular presagiaría
un momento distinto de la Iglesia universal.
Tengo a la vista una recentísima
obra (Visiones del Apocalipsis, por
Athón Bileam[5]), que en vez de momentos históricos, pretende ver dimensiones geográficas
de la misma Iglesia universal, y así, para Efeso sería Francia; Esmirna,
España; Pérgamo, Italia; Tiatira, Inglaterra; Sardis, Bizancio; Filadelfia,
Hispanoamérica y Laodicea, Austria. A la verdad, no nos parece poco ni mucho
ese reparto de papeles en relación demasiado artificial con lo que de cada
iglesia se escribe en el Apocalipsis.
El inconveniente mayor de ese reparo está en que tanto la iglesia presagiada
como la presagiante es una iglesia particular, y así la llamada de atención,
hecha al final de cada carta, no miraría ya a la Iglesia universal, contra la
evidencia de la letra. Esa universalidad sólo se salva mirando en cada iglesia
apocalíptica a la única Iglesia de Cristo en diferentes momentos de su historia[6].
[1] Comienzan nuestras diferencias: la sola
posibilidad de pensar que las 7 cartas hayan sido dirigidas realmente a esas 7
comunidades nos parece contraria a la exégesis de este sublime libro.
[2] El texto no dice eso. Apoc. II, 11 reza:
“El que venciere no será dañado por la muerte, la segunda”.
[3] No nos convence esta distinción. Creemos que todos los premios dicen
referencia directa al Milenio. En la primera Iglesia, por ejemplo, vemos
que Dios da de comer al hombre del fruto del árbol de la vida que antes le
había vedado, expulsándolo del Paraíso “para que no viva para siempre”.
[4] Muy forzado y de hecho nos parece
contrario al Texto. Lo que en las tres primeras cartas le dice al final a cada
Iglesia es justamente lo del premio y no lo que se lee en el cuerpo de las
cartas (II, 7.11; III, 17):
“El que tiene oído oiga lo que el Espíritu dice a
las Iglesias: Al que venciere le daré a comer del leño de la vida que está en
el Paraíso de Dios (…) no será dañado por la muerte, la segunda (…) le daré del
maná del escondido, y le daré una piedrita blanca, y en la piedrita un nombre
nuevo escrito que nadie sabe sino el que recibe”.
[5] Que no es otro más que Caballero Sánchez.
[6] La crítica nos parece acertada.