Nota
del Blog: la siguiente reseña, obra del reconocido
exégeta español, puede leerse en Estudios
Bíblicos, vol. VIII, 1949, pag. 276 ss.
Nótese que la misma
es posterior en cinco años al famoso segundo decreto sobre el Milenarismo, y que aún así, Ramos García lo sigue
defendiendo.
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HIPPOLYTE: Commentaire sur Daniel. Introduction de
Gustave BARDY, Texte établi et traduit par Maurice LEFÉVRE. Editions du Cerf,
29. Bd de la Tiur Maubourg. París, 1947. Formato 13 x 20 cm. Páginas
239.
Desaparecida de hace
siglos la obra en griego del mártir S. Hipólito, íbasela re-construyendo
penosamente con los varios fragmentos y citas que de ella se encontraban.
Recientemente se encontró una versión completa en paleoslavo, de la que hizo
Bonwetsch su versión alemana, y ahora Lefévre la presente traducción francesa,
que sigue, no obstante, al griego hasta donde puede.
Con esto se llena un vacío en la exégesis bíblica de la antigüedad
cristiana que ha de contribuir no poco a realzar la simpática figura de su autor,
casi desconocido hasta hace poco.
Escribe Hipólito en un ambiente de controversia entre los que vivían inquietos
en la expectación del próximo fin del mundo, muy viva a principios del siglo II
merced a la predicación montanista, y los que bien o mal avenidos con el
cotidiano vivir, no querían oír hablar de semejantes temas. Equilibrado, como
buen romano, esfuérzase por iluminar y pacificar los espíritus, respondiendo
según su saber bíblico, harto maduro, a las cuestiones apremiantes de los
fieles, siguiendo la línea trazada poco antes en su otra obra Sobre Cristo y el Anticristo. Pero su
principal preocupación en ésta es la de fortificar a los fieles en la
persecución de Septimio Severo, exhortándolos a soportar el martirio, si Dios
los llamare a tanta gloria, para lo cual se presta admirablemente el libro de
Daniel, como historia y como profecía.
Pese a la Crónica, que es otra de sus obras, Hipólito
no se distingue por su ciencia histórica, que transciende poco los datos de la
Biblia, pero tiene en cambio muy en
su mente claro y distinto el esquema profético de las cosas novísimas, y que es
el mismo de la doctrina milenaria dominante en la Iglesia antigua, hasta San
Agustín (su primer modo), quien lo sustituyó luego por el sistema corriente (su
segundo modo), que es el systema receptum
de los teólogos posteriores.
Saben todos en qué
consiste el systema receptum:
Anticristo (= ¿Gog y Magog?),
resurrección universal (en un mismo
tiempo), juicio final (¿de índole
social o individual? ¿Con asesores o sin ellos?), vida eterna, feliz o
desgraciada.
El esquema milenario es más rico y detallado: Anticristo (= Bestia apocalíptica), parusía,
resurrección primera, (la de los
mejores, y ante todo de los mártires), juicio
universal o de vivos (de índole
social, con los santos resucitados por asesores), reinado messiano subceleste
(Dn. VII, 27) de Cristo con los santos
asesores; Gog y Magog, y en una lejanía indefinida e indefinible, la resurrección general de los restantes (ceteri), buenos y malos (Ap. XX,
5.12-14), juicio final o de muertos
(de índole individual y sin asesores);
vida o muerte eterna. Y así se entiende adecuadamente, según ellos, la
fórmula dogmática Qui judicaturus est vivos
et mortuos per adventum ipsius et regnum ejus (II Tim. IV, 1).
Este esquema milenario de
Novissimis era común a herejes y ortodoxos. Sólo Nepos de Arsinoe y alguno
que otro después de él, entienden de otra manera la distinción de las dos
resurrecciones, reservando la primera a todos y solos los buenos, y limitando
la segunda a los pecadores, con lo que destrozan el esquema milenario
tradicional y se desvían, sin pensar, de la ortodoxia. Extraño que el P. Fl. Alcañiz, S. J. (Ecclesia patristica et Millenarismus,
pág. 134) no advierta este gravísimo
desvío, del que Dionisio de Alejandría acusa con razón a Nepos como al qui primam justorum resurrectionem et secundam impiorum confinxit[1] (lb.,
pág. 132). La misma acusación lanza Gennadio contra el soñador (Enchir.
patr., 2222).
Asimismo, tanto herejes como ortodoxos admitían, al parecer, que ese reinado
subceleste de Cristo con los santos sería visible a ojo mortal, lo que dió
origen a tantas y tan variadas fantasías, y con ellos al desprestigio de todo
el sistema. Esto motivó el cambio de postura de S. Agustín
respecto a él; no así el de San Jerónimo, que siguió siendo milenarista en el
fondo, como aquel que vé en la resurrección primera y entronizamiento de los
santos el cumplimiento del céntuplo evangélico (digna repromissio). Sólo le repugna el extremo relativo a las
mujeres, en que algunos incurrían (ut qui
unam pro Domino dimiserit centum recipiat in futuro)[2].
En ninguna de tales
fantasías cayó felizmente Hipólito, y en este sentido tiene razón Bardy, cuando afirma en la Introducción
(pág. 33), que el autor del Comentario
sobre Daniel estuvo exento de los errores milenarios (ne laisse rien transparaitre de semblables croyances); pero no la
tiene en pretender (ib.) liberarlo enteramente de la nota de milenarista. Como discípulo fiel de S. Ireneo,
milenarista al cien por cien, S. Hipólito halla y discurre en este punto con el
esquema milenario en la cabeza, al que alude repetidas veces en su Comentario,
con expresiones parecidas a las de su maestro, como cuando menciona la
resurrección primera (de los mártires),
y el juicio universal (de las naciones),
y el futuro reinado de Cristo con los santos (en la tierra), y la vid de que beberán los escogidos en el reino,
etc., etc.
Ni obsta, como pretende Bardy, el que para Hipólito sea eterno el
tal reinado, pues ¿qué buen milenarista pensó nunca otra cosa? El futuro
reinado de los santos en la tierra no sería más que la primera etapa del
reinado efectivo de Cristo entre los
hombres, y que comenzado en este suelo, se ha de prolongar por toda la
eternidad en el cielo con la humana sociedad de los bienaventurados, lo cual lo
mismo que la angélica será ciertamente jerárquica, y los jerarcas de esta
humana sociedad celeste lo han de ser por su excelente santidad estos primeros
resucitados por su orden: primitiae
Christus; deinde ii qui sunt Christi in adventu ejus (así el gr.); deinde finis… (I Cor. XV, 23 s.).
El sabio autor de los Philosophumena, en este su Comentario de
Daniel, hace principalmente obra de moralista, pero el sustrato dogmático de toda su obra moralizadora es, a no dudarlo, el
esquema milenario.
JOSÉ RAMOS GARCÍA, C. M. J.
[1] Traducción del Blog: “Que inventó la primera resurrección de los justos y la segunda de los
impíos”.
[2] Un par de pensamientos sueltos, casi en voz alta:
a) Según Van
Rixtel, El Testimonio, cap. VIII, no
todos compartían lo del reino visible a ojo mortal, aunque lo cierto es que
había una cierta tendencia al respecto.
b) ¡Sorprende
sobremanera ver a San Jerónimo incluído entre los milenaristas!
c) La herejía de
que los santos han de recibir “cien mujeres por haber renunciado o dejado a
una” suena muy parecido al mahometismo, y acá se podría ver un ejemplo más de su
dependencia para con el Antiguo y Nuevo Testamento.