5. Por el hecho de esta conexión se abren infinitas
perspectivas sobre el sentido de la Oblación y de la Sagrada Cena (precisamente
el Ofertorio y la Comunión nos proporcionan estos textos), en la liturgia de
Adviento. Desgraciadamente no puedo detenerme en este punto.
Algo, sin embargo, debe
ser aclarado aquí: es la participación
del universo entero en el advenimiento del Señor. Esta bienaventurada
venida no concierne solamente a la humanidad, todo el conjunto de la creación
aspira a ella, como dice San Pablo: "con la esperanza de ser librada de la
servidumbre de la corrupción y para tomar parte también de la libertad gloriosa
de los hijos de Dios" (Rom. VIII, 21). Lo que se dice en el Apocalipsis de "cielos nuevos y tierra
nueva" y cuya aparición está ligada también a la venida del Señor, el
Adviento lo presenta con imágenes de una belleza sorprendente.
“En aquel día las montañas
destilarán mansedumbre y los collados derramarán leche y miel. Que los cielos
se regocijen y que la tierra exulte. Montañas, haced resonar vuestras alabanzas…
Montañas de Israel, extended vuestros ramos, floreced y producid frutos. Que
las montañas hagan estallar la alegría y los collados la justicia porque el
Señor, luz del mundo, viene con poder. Las
montañas y collados cantarán ante Dios alabanzas y los árboles del bosque
batirán las palmas, porque el Señor vendrá como Dominador para reinar
eternamente. Los campos solitarios de Israel han producido un germen de
agradable olor: porque he aquí que nuestro Dios vendrá con poder y su esplendor
estará con El. Se revelará la gloria del Señor y toda carne verá la salvación
de nuestro Dios. La tierra desierta y
sin caminos se regocijará y la soledad exultará y florecerá como la azucena.
Germinando, germinará y se regocijará llena de alegría cantando alabanzas. La
gloria del Líbano le ha sido dada, la belleza del Carmelo y de Sarón; ellos
mismos verán la gloria del Señor y la majestad de nuestro Dios… Aguas han
manado en el desierto y torrentes en la soledad y la tierra que era árida será
como un pantano y la que era seca será como un surtidor de agua. En las
guaridas en que habitaban entre los dragones crecerá el verdor de la caña y el
junco. Y allí habrá un sendero y una vía, ella será, llamada vía santa".
6. Si se piensa en la gloria y esplendor en que se ha
de realizar la venida del Señor, en las bendiciones y riquezas, en la plenitud
y en el triunfo que trae con ella, se comprende la inmensa aspiración que se
desarrolla a través de toda la liturgia de Adviento. A mi parecer, no hay ningún otro tiempo del año litúrgico que sea hasta
tal punto "dinámico". Esta prisa impaciente se manifiesta
visiblemente ya, en el hecho de que cuesta esperar largamente hasta el día del
cumplimiento. Con un tono relativamente
tranquilo empiezan los maitines del primer Domingo de Adviento: "Al
Rey que ha de venir, venid adorémosle". A través de toda la semana circula cierta inquietud como una
incapacidad de esperar por más tiempo: "No tardéis Señor… ".
"Venid, Señor, no tardéis más"…
En este momento se hace necesario mitigar la ansiedad de la espera:
"He aquí que
aparecerá el Señor y no engañará, si demora, esperadlo pues vendrá y no
tardará. Si tarda, espérale, porque viniendo vendrá. El Señor vendrá y no
tardará".
En la última semana antes de Navidad[1], esta impaciencia llega hasta contar los
días, tal como acostumbran los niños antes de los grandes acontecimientos.
El 21 de Diciembre se reza: "No temáis, en cuatro días más os llegará el Señor";
y con alegría llena de gratitud, en la víspera de la vigilia de Navidad:
"Ved ahora todo lo que el Señor había dicho de María, se ha
cumplido". En cuanto a la liturgia de la vigilia podemos comprobar que
opone continuamente "hoy" y "mañana".
"Sabréis hoy mismo
que el Señor vendrá para salvaros y mañana contemplaréis su gloria. Santificaos
hoy y estad preparados porque mañana veréis la majestad de Dios en medio de
vosotros… Mañana saldréis y el Señor estará con vosotros. Mañana el Señor
bajará y quitará de vosotros toda enfermedad. Mañana será borrada la iniquidad
de la tierra, y el Salvador del mundo reinará sobre nosotros. "Mañana será
para vosotros la salvación" dice el Señor de los ejércitos.
Podemos preguntarnos seriamente si este deseo ardiente corresponde a una
realidad o si es sólo un procedimiento literario del sentimiento religioso: la
creación más o menos artificial de un ambiente.
Este sería el caso si toda la celebración del Adviento y su relación con la
fiesta de Navidad fuera de orden puramente psicológico; si para celebrar el
Adviento tuviéramos que "trasplantarnos" a la época anterior a Cristo
y tomar sobre nosotros los suspiros de la humanidad aún no rescatada; en otros
términos, si tuviéramos que actuar "como si" el Salvador no hubiese
nacido todavía, por imposible e insensato quo parezca excluir, en cualquier
forma que sea, este hecho del pensamiento y de la vida cristiana. Si se hace constituir la esencia del
Adviento en una pura preparación al pesebre, entonces, naturalmente, toda
espera se hace imposible, pues hace tiempo ya que se ha verificado el objeto de
esta espera. Todo lo que quedaría en este caso no es más que un ambiente
irreal, de "como si", ajeno a la realidad. En cambio, si se concibe
el Adviento como lo concibe la Iglesia, se trata entonces de un acontecimiento
futuro, de la segunda venida del Señor; entonces nuestra espera se hace real
puesto que se refiere a un bien futuro. Y será tanto más viva y sincera cuanto
mejor penetremos el sentido de este advenimiento glorioso de Cristo. No
obstante, y para dar la idea completa, hay que señalar otra razón que hace que
esta súplica ardiente de la Iglesia durante el Adviento adquiera toda su
significación, y es que tanto el
Adviento mismo como las fiestas que le siguen, Navidad y Epifanía, presentan el
hecho de la venida de Cristo no sólo como objeto para el pensamiento y la
imaginación, sino que, además, nos lo ofrecen contenido en ellas como una
realidad viviente. De otra manera, las fórmulas tan expresivas y concretas que
ligan la venida de Cristo a estos días, sobre todo aquella oposición tan clara
que nos llama la atención en la vigilia de Navidad, no serían más que frases
vacías y casi insoportables.
No puedo admitir que durante cuatro semanas la Iglesia prepare a sus sacerdotes
y fieles del modo más intenso a la venida de Cristo, haciéndolos aún contar los
días, teniéndolos en la víspera de Navidad en la tensión más fuerte con la
oposición del "hoy" y del "mañana", si a fin de cuentas
todo esto no condujera a otra cosa que a un cambio de actitud psicológica de
nuestra parte, a una fingida situación de retroceso en el tiempo. En todo caso,
es preciso tomar en serio a la Iglesia, sobre todo en su oración.
Ciertamente que el nacimiento del Niño no puede repetirse en su proceso
físico, pero es por este nacimiento que se inicia la venida del Señor, es decir
el advenimiento cuya coronación es la Parusía. Es todo el conjunto de este
advenimiento lo que celebra la Iglesia en su liturgia de Adviento, de Navidad y
de Epifanía. Lo que ella
proclama en palabras, sea pasado o futuro, nos lo hace presente y eficaz por medio
del lazo dinámico que existe entre la palabra y el Sacramento; aunque nos
reconstruya y nos presente el cuadro bajo una forma diferente del hecho histórico
propiamente dicho. Según esto, en la última Cena, antes de su Pasión,
Jesucristo hizo que el Hecho inminente de su muerte en la Cruz fuera algo
verdaderamente presente para sus apóstoles no sólo en el pensamiento sino
también en la realidad, sin que para ello fuera necesario que el hecho exterior
de la muerte se llevara a cabo en forma visible, y menos aún se puede pensar
que este conocimiento de los apóstoles, previo o anterior al hecho físico
mismo, hiciera superflua su consumación. Se ve aquí cómo un mismo
acontecimiento puede alcanzarnos bajo formas sensibles diversas.
[1] Nota del Blog: tanto aquí como unos renglones más abajo el texto dice “Pascua”, pero
es obvio el error.