PRIMERA PARTE
VOLVERA
Cristo, que se ofreció una sola vez para llevar los pecados de muchos,
OTRA VEZ APARECERÁ, sin pecado, a los que le están esperando para salvación (Hebr. IX, 28).
I
"¿DONDE ESTA EL REY DE LOS JUDIOS
QUE ACABA DE NACER?"
Mat. II, 2
El profeta Isaías ha sido
a veces representado en el arte con la mirada dirigida hacia lejanías misteriosas,
con la mano sobre la frente para permitir a sus pupilas captar las cosas futuras.
Esta actitud figura la del pueblo judío que espera al Mesías; ella es la que
debe tener el pueblo cristiano esperando su Vuelta. Una semejanza profunda existe, pues, entre la expectación de la
Sinagoga, en otro tiempo, y la de la Iglesia, hoy día.
Pero, ¿en qué consistía
exactamente la expectación de los judíos? Ellos
esperaban la aparición de un rey poderoso, esperaban en el Ungido del Señor, un
jefe, que debía restablecer el reino de Israel. El Mesías, "de la
posteridad de David" (Jn. VII, 42) sería Rey. Esta era la enseñanza oficial de las escuelas rabínicas y
la creencia general.
Es fácil seguir en los
Evangelios el desarrollo de esta creencia, — muy exacta en cuanto a su
cumplimiento, — pero en contradicción con las profecías de su primera venida.
Jesús venía primero para servir y morir. El,
sin duda, hubiese reinado, si los re-presentantes de la nación judía hubiesen
reconocido en El, aún después de haberlo renegado al principio, al Rey de
Israel e Hijo de Dios.
Pero la Sinagoga tenía los
ojos cegados, los oídos sordos, el corazón helado por la concepción puramente
ritual de las prescripciones mosaicas. Ella no pudo, pues, reconocer a Aquél
que venía a obedecer hasta la muerte de Cruz, llevando el pecado del mundo… Se creía sin pecado; no tenía, pues, necesidad
de Salvador…
Ahora bien, ¿cuál es la actitud de los cristianos de
hoy? Teóricamente, todos esperan, implícita o explícitamente, la vuelta
gloriosa de Cristo. Pero, de hecho, fundamos mucho más nuestra vida de fe,
nuestro desarrollo espiritual, sobre el recuerdo del Gólgota, sobre la vida
terrestre y pasada de Cristo, que sobre las prodigiosas promesas referentes al
futuro.
Rara vez los católicos
hacen el gesto del profeta Isaías, colocando la mano horizontalmente sobre su
frente, para avistar mejor las maravillas lejanas del Día del Señor. Sin
embargo, el Espíritu Santo nos ha sido
enviado para esto, para enseñarnos los misterios del Fin de los Tiempos:
"Dirá lo que habrá oído, y os anunciará las
cosas por venir" (Jn. XVI, 13-14).