C) Conclusiones
de este capítulo.
El estudio del
intento de Juliano el Apóstata para reconstruir el Templo y de las reacciones
de los Santos Padres ante su fracaso, me ha llevador a la conclusión de que el
hecho tuvo una influencia decisiva para la formación y desarrollo de la
creencia en las pretendidas profecías sobre la no restauración política de
Israel.
Alguno podría objetar, ante la lectura de los textos
aducidos, que la creencia era anterior a estos acontecimientos. Contra ella
iban los intentos de Juliano, de los judíos y hasta de los gentiles que intervinieron
en el hecho, y en ella se fundaba la convicción contraria del entonces obispo
de Jerusalén, San Cirilo.
En cuanto a las
intenciones de Juliano ya hemos visto más arriba que las primeras fuentes
históricas —Rufino y Sócrates— nada dicen sobre el particular. Es Filostorgio el primero
que atribuye a Juliano la intención de contradecir a las profecías de Cristo,
intención que Sozómeno hace extensiva a los judíos y gentiles de la época. San Gregorio Nacianceno, por el contrario,
presenta, como hemos visto, a Juliano convencido de que, según las profecías
del A.T., la Ciudad, el Templo y el culto debían ser restablecidos. Ante esta
diversidad de opiniones es prudente, en sana crítica histórica, dudar por lo
menos de las verdaderas intenciones del Apóstata. Y si se cree necesario salvar
algún fondo de verdad en estas apreciaciones de los historiadores, basta
admitir que Juliano y sus esbirros pretendieron simplemente, como dice San Juan
Crisóstomo, levantar lo que Cristo declaró que sería destruido.
Por lo que se refiere a San Cirilo hay que hacer
varias observaciones.
En los testimonios de Rufino y de Sócrates se advierte
una notable discrepancia. Según el primero, persistía en afirmar «nullo genere
fieri posse ut ibi a judaeis lapis super lapidem poneretur»[1],
mientras que para el segundo «palam multis adstantibus praedixit futurum brevi
ut in eo templo lapis super lapidem non maneret, sed Servatoris oraculum
compleretur»[2].
A primera vista resulta extraña esta afirmación de
Sócrates. ¿Quién de los dos interpreta más fielmente el pensamiento de San
Cirilo? ¿Qué relación guarda con los acontecimientos la frase que se le
atribuye? ¿En dónde fundaba el Santo Obispo la convicción de que estaba
poseído? ¿Y qué valor de tradición tiene, por consiguiente, su manera de ver
las cosas?
Creemos haber encontrado la clave para responder a
todas estas cuestiones en la Catequesis 15 del Santo Obispo de Jerusalén[3].
Opinaba San
Cirilo, que la profecía de Cristo sobre la destrucción del Templo se cumplió
cuando la Ciudad fué tomada por Tito[4], pero no del todo. Todavía en su tiempo quedaba piedra sobre piedra. La predicción de Cristo se
cumplirá algún día perfectamente
«Quando... vel vetustate
colapsi, vel aedificationis praetextu dejecti, vel quamcumque ob aliam causam
eversi fuerint lapides omnes: non exterioris dico ambitus, sed interioris aedis
ubi cherubim erant...»[5].
En este sentido, pudo decir, como le atribuye Sócrates,
«Futurum brevi ut in eo templo
lapis super lapidem non maneret, sed Servatoris oraculum compleretur».
En el texto que acabamos de citar alude San Cirilo a
la posibilidad de que las ruinas del Templo todavía existentes fueran
totalmente demolidas en algún intento de restauración (aedificationis praetextu), el cual serviría, por lo tanto, para acabar
de dar exacto cumplimiento a las palabras de Cristo. Si San Cirilo tuvo esta
Catequesis por los días del intento de Juliano, las palabras que acabamos de
citar serían las que indujeron a los historiadores a atribuirle la profecía de
que hemos hecho mención. Si la había tenido con anterioridad, es presumible que
ante la realidad del intento se reafirmara en su manera de pensar. En uno y
otro caso, la Catequesis 15, donde San
Cirilo trata el tema ex professo es la expresión más autorizada de
su pensamiento sobre la materia, y las palabras de Sócrates las que mejor reflejan
la mente del Santo Obispo: el intento de restauración servirá para acabar de demoler
las ruinas y verificar plenamente la profecía de Cristo de que no había de
quedar piedra sobre piedra[6].
Por otra
parte, es también cierto para San Cirilo que los judíos no habían de salir con
su intento. El restaurador del Templo ha de ser el Anticristo que en su tiempo
aun no había aparecido. Veamos el texto íntegro:
«Rursumque ait: Qui adversubur et
extollitur super omnem qui dicitur Deus aut numen (supra omnern Deum: idola
quippe odio habiturus est Antichristus) ita
ut ipse in Templo Dei sedeat (II Thes. II, 4). Quale autem templum? eversum intelligit
illud Iudaeorum. Absit enim ut istud in quo sumus dicat. Cur autem hoc dicimus?
ne nobis ipsis gratificari videamur. Si
enim ad Judaeos tamquam Christus venturus est, et a judaeis adorari volet, ut
ipsos magis decipiat, templi studium maximum ostentabit, suspicionern spargens
se eum esse genere Davidis qui Templum a Salomone constructum reparaturus sit. Veniet
autem Antichristus tunc cum in Templo judaeorum lapis super lapidem non manebit
juxta Salvatons denunciationem»[7].
Parece, pues,
cierto que para San Cirilo el Templo será restaurado. Lo restaurará el
Anticristo que pertenecerá a la raza judía. En tiempo de San Cirilo no podía
ser restaurado, porque antes tenía que cumplirse plenamente la profecía de
Cristo sobre la absoluta destrucción del Templo. Y aun en el caso de que aedificationis praetextu llegaran a no
dejar piedra sobre piedra, todavía no era posible su restauración porque aun no
estaba en el mundo el Anticristo que la había de realizar:
«Veniet porro praefatus iste
Antichristus, cum Romani Imperii completa fuerint tempora jamjamque mundi finis
proximus erit. Decem simul Romanorum
reges exsurgent in diversis forte locis uno tamen eodemque tempore regnante. Post
hos vero undecimus Antichristus, magicae artis adminiculo Romanum imperium usurpans.
Tres eorum qui ante se regnaverint humilliabit, septem vero reliquos suae
dictioni subjectos habens»[8].
Estas palabras
nos dan la clave de las fuentes
escriturísticas en que bebía San Cirilo su convicción.
Las frases de
Rufino («vel ex illis quae in
Danielis prophetia de temporibus legerat»), y de
Sócrates (“memor vaticinii Danielis prophetae, quod Christus etiam in sacris
Evangeliis confirmabit”), han inducido comúnmente a los
estudiosos a fundar la creencia de San Cirilo en la profecía de Daniel sobre
las Semanas, y en las palabras de Cristo que predicen la ruina del Templo.
Creemos firmemente que no es así. Se trata del cap. VII de Daniel (visión
de las cuatro bestias y del Hijo del Hombre), al que Cristo hace alusión en pleno discurso escatológico. (Mt. XXIV 15)[9].
Bien clara está la referencia a Daniel VII, 24 en las últimas palabras de San Cirilo que hemos
trascrito; a continuación de las cuales, añade:
«Haec autem docemus non comminiscentes
sed ex divinis quas legit Ecclesia Scripturis et maxime ex recens lecta
Danielis prophetia edocti sicut et
Gabriel Archangelus interpretatus est his verbis: Quarta bestia erit regnum in
terra, quod omnia regna supereminebit. Hoc autem Romanum esse ecclesastici
auctores tradiderunt»[10].
Que esta sea la profecía de Daniel de temporibus, de que habla el
testimonio de Rufino, se ve claramente
por lo que sigue:
«Regnabit Antichristus tres annos
et dimidium dumtaxat. Quod non ex apocryphis didicimus, sed ex Daniele. Ait
namque: Et dabitur in manu ejus usque ad tempus,
et tempora et dimidium temporis (Dan.
VII, 25). Interumque alibi hoc ipsum ait Daniel: Et iuravit per viventem in
saeculum, quod in tempus et tempora et dimidium
temporis (Dan. XII, 7)»[11].
La alusión de
Cristo a Daniel que menciona los citados testimonios, es para San Cirilo en la
Catequesis 15 la que se contiene en Mt. XXIV, 15. Toda la Catequesis que se
titula De secundo Christi adventu es
un comentario al discurso escatológico. Siguiendo el texto de San Mateo va
examinando cómo se han cumplido los distintos signos precursores de la venida
de Cristo al final de los tiempos: falsos profetas, guerras, hambres, pestes,
terremotos, disensiones entre les fieles, predicación del Evangelio en todo el
mundo...[12] Al llegar al versículo 15 (Cum
videritis abominationem desolationis quae dicta est a Daniele propheta) cita como explicación II Tes. II, 3-10 y lo
aplica al Anticristo. Este es el único signo que falta, pero cuyos precursores
ya lo anuncian. Siguen luego los textos antes aducidos en que San Cirilo
identifica a este Anticristo con el undécimo cuerno de la cuarta bestia que vió
Daniel.
Resumiendo, pues, el pensamiento de San Cirilo y sus fundamentos
escriturísticos, tendríamos:
1. La destrucción total del Templo predicha por Cristo es previa a toda restauración,
y según San Cirilo no se había verificado plenamente en su tiempo porque aun
quedaban piedras sobre piedras.
2. El Templo
será restaurado algún día. Así se desprende, según San
Cirilo, de San Pablo cuando en II Tes. II, 4 dice que el Anticristo se sentará
en el Templo de Dios. Que el restaurador haya de ser precisamente el Anticristo
parece ser una deducción personal del santo Obispo de Jerusalén[13].
3. En tiempo de
San Cirilo el Templo no podía, según él, ser restaurado; y por lo tanto, el
intento de Juliano tenía que fracasar. Aparte de que aun no se había cumplido plenamente la
profecía de Cristo sobre su destrucción total previa —cosa que según San Cirilo
podía suceder en cualquier intento de restauración—, la principal razón en contra era que la abominación de la desolación
anunciada por Cristo (Mt. XXI, 15) e identificada por San Cirilo con el
Anticristo de San Pablo (II Tes. II, 3-10) y con el undécimo cuerno de la
cuarta bestia de Daniel VII, 24, aun no había hecho su aparición.
Bajo el aspecto
exegético pocos autores modernos estarán conformes con San Cirilo en ninguno de
estos puntos de vista; y de hecho, entre los Padres posteriores que coinciden
con él en afirmar la imposibilidad de la restauración, no hemos hallado uno
solo que se base en ninguno de los argumentos por él aducidos. Ante lo
extraño, singular y peregrino de sus deducciones, ¿quién se atreverá a afirmar
que San Cirilo represente en este punto una creencia universal con valor de
tradición dogmática?
El silencio
en los autores anteriores a él cuando comentan los textos en que su opinión
aparece fundada, la discrepancia absoluta en el enfoque de la cuestión por
parte de los posteriores que coinciden con él, la debilidad de los argumentos
escriturísticos en los que basa su convicción, y el testimonio de Rufino que
asegura haber llegado San Cirilo a esta conclusión «dilligenti consideratione habita», nos obligan a pensar que ni
recoge tradición anterior ni puede decirse iniciador de la que sigue.
El verdadero
promotor de la creencia que luego se hizo general sigue siendo —para nosotros— San
Juan Crisóstomo, el cual logró imprimirle un sello personal que permanece
inmutable en los escritos de los posteriores y que es literalmente independiente
en absoluto de la concepción de San Cirilo. El influjo
de éste en los siguientes es a lo sumo indirecto. A través de los historiadores
Rufino y Sócrates se adquiere la impresión de que San Cirilo, ya antes del
intento de Juliano, creía imposible la restauración del Templo. Con ello, los
partidarios de esta creencia creen defender una tesis antigua comúnmente
admitida y no se percatan del peso ejercido sobre ella por el fracaso del
Apóstata.
La realidad
es que San Cirilo, más que entre los partidarios de la creencia, debe colocarse
en contra. Sostiene que el templo será restaurado algún día. Si mantuvo que en
su tiempo no podía ser, fué por otras razones muy distintas de las que empleaba
San Juan Crisóstomo para demostrar que no será reconstruido jamás.
[1] ML. 21, 505.
[2] ML. 67, 430.
[3] MG. 33, 869-916.
[4] Cathechesis
10, núm. 11 (MG. 33, 676s).
[5] MG. 33, 889.
[6] En el mismo sentido se expresa Nicéforo Calixto, en su Historia Ecclesiastica, lib. X, cap. 32:
“Haec, qui tunc
Jerosolymitanus Episcopus fuit Cyrillus, cernens, Danielis prophetae verbum
secum ipse in animo perpendit (quod et Christus postea in sacris Evangelii
auctoritate sua comprobavit) et omnibus praedixit advenisse tempus cum
Servatoris oraculum, non mansurum scilicet esse lapidem super lapidem in
Templo, exitum suum habeat” (MG.
146, 542).
[7] MG. 33, 889.
[8] MG. 33, 885.
[9] Nota del Blog:
Pero Daniel no habla de la abominación
de la desolación en el cap. VII, ¿cómo es posible que Cristo haya citado
ese capítulo?
[10] MG. 33, 886s. Los otros tres reinos son para San Cirilo, como para todos los autores
antiguos, los Asirios, los Medo-Persas y los Macedonios.
[11] MG. 33, 891.
[12] Nota del Blog: la historia
se encargó de demostrar la falsedad de la exégesis de San Cirilo.
[13] Nota del Blog: interesante
observación que compartimos totalmente. ¿Creerá el autor que el restaurador
será Elías?