I Parte
No es el solo tema de una obra de Bloy sino la idea síntesis de toda una doctrina que se encuentra insinuada o definida a cada paso en su variada producción intelectual, esta del Divino Pobre y el trágico y paradojal destino de Israel. Pero ha sido en “Le salut par les juifs” donde se ha agotado la explanación de este pensamiento audaz y vigoroso, no sin duda con la exactitud propia del teólogo, pero sí con la libertad vehemente y creadora del artista. Fué a mediados de 1892 cuando la pluma de Bloy, que gemía de impaciencia ante las expresiones del antisemita Drumont, se resuelve a oponer a su campaña de odio racial barnizado de Catolicismo, la frase lapidaria de Jesús a la samaritana: “La salud procede de los judíos" (Juan, IV, 22). Es el lema de la obra, desconcertante para muchos, que concluirá en tres meses de angustia espiritual y financiera y donde rehusará abrazar cualquier postura política, favorable u odiosa, respecto de Israel, resolviéndose tan sólo a mirar el destino de este pueblo bajo el ángulo incambiable y supremo de la eternidad. El día antes de iniciar la obra, estampa en su diario el programa que le animará en su redacción:
No es el solo tema de una obra de Bloy sino la idea síntesis de toda una doctrina que se encuentra insinuada o definida a cada paso en su variada producción intelectual, esta del Divino Pobre y el trágico y paradojal destino de Israel. Pero ha sido en “Le salut par les juifs” donde se ha agotado la explanación de este pensamiento audaz y vigoroso, no sin duda con la exactitud propia del teólogo, pero sí con la libertad vehemente y creadora del artista. Fué a mediados de 1892 cuando la pluma de Bloy, que gemía de impaciencia ante las expresiones del antisemita Drumont, se resuelve a oponer a su campaña de odio racial barnizado de Catolicismo, la frase lapidaria de Jesús a la samaritana: “La salud procede de los judíos" (Juan, IV, 22). Es el lema de la obra, desconcertante para muchos, que concluirá en tres meses de angustia espiritual y financiera y donde rehusará abrazar cualquier postura política, favorable u odiosa, respecto de Israel, resolviéndose tan sólo a mirar el destino de este pueblo bajo el ángulo incambiable y supremo de la eternidad. El día antes de iniciar la obra, estampa en su diario el programa que le animará en su redacción:
“Decir mi desprecio por los
horribles traficantes de dinero, por los judíos avaros y venenosos de que el
universo está emponzoñado, pero decir, al mismo tiempo, mi veneración profunda
por la raza de que ha salido la Redención
(“Salus ex Judaeis”) que porta visiblemente, como el mismo Jesús, los pecados
del mundo, que tiene razón de esperar su
Mesías, y que no fué conservada en la más perfecta ignominia sino porque es
invenciblemente la raza de Israel, es decir, del Espíritu Santo, cuyo éxodo
será el prodigio de la abyección."
Ha planteado así el
tema "sub specie aeternitatis" y con razón puede escribir entonces a
un amigo, a quien anuncia la aparición de este trabajo:
“Los que me hallen del lado judío,
se equivocarán, los que me hallen del lado antijudío, se equivocarán; los que
me busquen entre los dos se equivocarán más burdamente todavía."
Pocas obras de Bloy vinieron al mundo como ésta en un
parto de tan extremo dolor y abandono. La miseria le va entonces azotando
implacable, con una fuerza impensada, acumulando sobre "El Mendigo
ingrato" el peso de atroces humillaciones.
“Reviento de tal modo — apunta en su diario— que "Le salut par les
juifs" se halla interrumpida desde hace diez días".
Y agrega poco después:
"Busco sin cesar el dinero. Cada mañana vuelvo a coger los temores de
la muerte. ¿Cómo concluir mi opúsculo? Voy a la deriva en el río de sombra".