I
II ESTAMPA DEL REINO MESIANO
Una lectura de conjunto,
aún superficial, de los profetas nos presenta los últimos tiempos de la
humanidad, como el desenlace del drama de la historia, bajo su aspecto social e
individual, tanto en la vertiente política como en la religiosa, otras tantas dimensiones
que era preciso estudiar conjuntamente, pues sobre todas ellas hay indicaciones
múltiples en ambos Testamentos, con interferencias frecuentes de unos aspectos
en otros, y una mayor acentuación del aspecto individual en el Nuevo.
1. EL SISTEMA TEOLÓGICO Y EL BÍBLICO
Sobre esos eventos finales
se ha hecho corriente entre los cristianos un sistema muy sencillo, que podemos
llamar teológico, por ser el que interesa a la teología, y que podría
expresarse así: Sesión del Señor a la diestra del Padre; su vuelta al juicio
final; universal resurrección muertos; celebración del juicio final en que se
hace la separación entre buenos y malos, y cada uno va a ocupar su puesto en la
eternidad feliz o desgraciada.
Todo esto es verdad pero no toda la verdad. La Escritura Profética en su
conjunto es mucho más rica y puntual, así acerca del juicio como de la resurrección.
El juicio que en ese
esquema brevísimo se nos da, no es el juicio escatológico en su totalidad, sino
sólo el último acto de ese juicio, que por eso se llama justamente juicio
final, y del que hay en la Escritora sólo dos descripciones ciertas (Mt. XXV, 31-46[1]
y Ap. XX, 11-15), y una o dos
alusiones inequívocas (II Cor. V, 10;
cf. Rom. XIV, 10[2]).
Como se ve por las citas, el juicio final así descrito, nos es conocido
por una revelación estrictamente cristiana. En vano se buscaría en los profetas
de Israel la expresión de creencia semejante: la perspectiva de
los antiguos profetas es indefinidamente terrestre, y si acaso introduce la
resurrección (Sal. CIX, 3[3]; Is. 26, 19; Dn. XII, 2 s.; Sab. VII, 8; Lc. XIV, 14; XX, 33 ss.),
sería en orden al subsiguiente Reino mesiano, en que desemboca la dicha
perspectiva y conforme a este modo de ver habría que interpretar la fe en la
resurrección de los mártires Macabeos (II
Mac. VII). En otras palabras, la
resurrección, según la antigua fe judaica, tendría más bien los caracteres de
la resurrección primera, previa al reinado milenario (Apoc. XX, 4 s.), que no
los de la segunda, previa al juicio final (Ap. XX, 12 s.).
La consideración del acto
final, en que se cierra el orden temporal y se inicia el eterno invadió de tal
manera la conciencia cristiana, que ante él llegaron a eclipsarse los demás
actos escatológicos del juicio.
Pero eclipse no es negación. Así como los antiguos
profetas con su perspectiva terrestre indefinida, mostraban ignorar, mas no
negaban la solución cristiana; así tampoco la dicha solución cristiana ha de
negar los anticipos proféticos que la ilustran. Las varias revelaciones acerca del juicio divino escatológico no son
contradictorias, sino complementarias, y se acoplan perfectamente en el
siguiente esquema:
Según las fuentes de la
revelación el juicio divino es de dos maneras, social una e individual otra, y
una y otra tienen dos momentos: el histórico y el escatológico. Llamamos momento histórico del juicio individual
al que sigue a la muerte de cada uno,
según aquello: “fue sentenciado a los hombres morir una sola
vez, después de lo cual viene el juicio” (Heb. IX, 27), y momento
escatológico al del juicio final
(Mat. y Ap. l. c.) tan familiar a
los fieles cristianos. Y a semejanza de estos dos momentos del juicio
individual hay otros dos para el juicio
social o de naciones, el histórico, que es cuando en el curso de la historia el Señor liquida o poco menos, ahora a esta
nación, ahora a la otra, ahora a aquella, ahora a la otra ciudad; y el escatológico que es cuando el Señor hará eso mismo, no ya con esta o la
otra nación, sino con todas las naciones juntas, destruyendo en masa a los
impíos, para dar paz y descanso a los justos, "si es que Dios encuentra justo dar en retorno tribulación a los que os
atribulan, y a vosotros, los atribulados, descanso, juntamente con nosotros, en
la revelación del Señor Jesús, etc” (II Tes. I, 6 ss.).
Nada más frecuente que
esta perspectiva en los profetas de Israel, perspectiva que recoge nuestro
Señor en el discurso escatológico (Mateo,
XXIV y par.), acá y allá los Apóstoles en sus cartas, y sobre todo San Juan en el Apocalipsis, al abrir del sexto sello, sonar de la séptima trompeta
y derramar de la séptima copa, etc., etc.[4]
A ese juicio escatológico de las naciones hostiles le llamaremos también
juicio de los vivos, o simplemente juicio universal, en oposición al juicio
final, que es el juicio de los muertos (Ap. XX, 12 s.), aunque
más que dos juicios diferentes tendríamos aquí distintos actos del gran juicio
escatológico, en que se realiza plenamente la letra de la fórmula dogmática:
"Y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos", a
los vivos en el juicio universal y a los muertos en el juicio final.
2. LOS DOS ASPECTOS DEL JUICIO UNIVERSAL
A tenor de las
descripciones, el juicio final sería
instantáneo o de muy corta duración. En cambio, el juicio universal implica sucesión, y desde luego hay que distinguir
en él dos aspectos complementarios muy diversos, el de la ira contra los
malvados, y el de la misericordia en favor de los justos, aspectos que Habacuc
compendia en esta nerviosa expresión: "En tu ira no te olvides de la
misericordia" (Hab. III, 2).
De esa ira escatológica hablan frecuentemente los profetas y los
apóstoles (cf. II Thes. I, 5 ss.; II Pet. III, 7 ss. etc.), y San Juan en el
Apocalipsis sorprende el momento en que al abrir del sexto sello, estalla
imponente sobre los hombres de aquel tiempo, que llenos de terror apostrofan
así a los montes y a las rocas: "Caed sobre nosotros y escondednos de la faz del Sedente
en el trono y de la ira del Cordero, porque ha llegado el día, el grande, de la
ira de ellos y ¿quién puede estar de pie?” (Ap. VI, 16 s. = Is. II, 10-22).
Este día grande de la ira del Señor no es ciertamente un día de 24 horas
(cf. Zac. XIV, 7 y II Pet. III, 8). Hay sobre él una
literatura inmensa, y de ella se desprende que no será una manifestación
momentánea de terror, sino que la actuación
o intervención divina se desarrolla en varios actos sucesivos que podrían
titularse así: La hecatombe de Idumea
(Is. XXXIV, 1-8 = Ap. VI, 12 ss.;
cf. Abd. 15 ss.), la del valle de Josafat (Joel III, 12 s.= Ap. 14 fin; cf. Zac. XIV, 4 s.), y la de Armagedón
contra el Anticristo y sus huestes (Ap.
XVI, 16; XVII, 14; XIX, 11 ss.; cf. Is.
LXIII, 1-6), por no citar más que las más salientes. El que Edom, Josafat y
Armagedón sean todos nombres simbólicos no empece a la verdad del evento[5].
El vulgo, al confundir el acto del valle de Josafat
con el juicio final, confunde el juicio de vivos con el de muertos, y tantas
otras cosas que lleva consigo esa primordial confusión, y es la primera y
principal la de cerrar en ese punto el horizonte terrestre, cuando tanto Joel,
autor de la denominación, como los demás profetas y el propio Evangelio lo
dejan abierto al reino mesiano (cf. Joel III, 17 ss.; Sap. III, 7 s. = Mt.
XIII, 41 ss.), el mismo al que real o simbólicamente concede San Juan un lapso
de tiempo de mil años antes del juicio final (Ap. XX).
Este sería el segundo aspecto del juicio universal: la misericordia tras
la ira; una como continuación del mismo juicio de vivos, según la consabida
ecuación hebraica entre "rey" y "juez", "reinar"
y "juzgar", "reinado" y "juicio". Nada, en
efecto, más averiguado que la finalidad funcional del juicio social y universal
de vivos, que es la de hacer limpieza general de los impíos, para que los
justos puedan campear libremente: Compendiosamente lo dice
el Señor en la moraleja de la parábola de la cizaña:
“El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y recogerán de su reino
todos los escándalos, y a los que cometen la iniquidad, y los arrojarán en el
horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los
justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. ¡Quien
tiene oídos, oiga!" (Mt. XIII, 41
ss.)
Este reino de Dios, en que
se hace esa limpieza general, es todavía hujus
temporis Ecclesia, como nos advierte San
Gregorio a propósito de este texto, o lo que es lo mismo, estamos todavía
en el juicio universal de vivos, pues no
se comprende qué significación ni finalidad podría tener el acto de quitar
escándalos en un juicio final de muertos.
De los tres enemigos del hombre, aquí se da jaque mate al mundo, que esto
y no otro sería el finis saeculi de
que ahí se trata, eliminando los grandes escándalos públicos, en que el mundo
tiene toda su fuerza maléfica, que por eso dice de él
el Señor en otra parte "¡Ay del mundo por los
escándalos!" (Mt.
XVIII, 7). A seguida del mundo (Ap. XVIII y XIX) se le quita la fuerza
seductora al demonio su aliado (I
Jn. V, 19; cf. Ap. XII), porque se le aherroja en el abismo, "para que no engañase más
a las naciones" (Ap. XX, 3). Y libre así el hombre de sus dos grandes enemigos externos gozará en
consecuencia de esa paz externa y bienestar social envidiable, que tanto
ponderan los profetas, y que no hay por qué desdeñar, pues será un don del
Mesías, muy de procurar y agradecer después de tantas guerras y persecuciones.
Continuará todavía como antes la lucha interna por la adquisición de la
virtud en cada hombre, aunque muy facilitada por la eliminación de los dos grandes
enemigos externos, que tanta parte tenían en sus determinaciones;
con lo que el camino del bien y la justicia quedará llano y expedito para
todos, aun los menos dotados, de modo que pudo decir el profeta: "Y habrá
allí una senda, una calzada, que se llamará camino santo. Ningún inmundo lo
pisará, será solamente para ellos; los que siguen este camino, aún los
sencillos, no se extraviarán” (Is. XXXV,
8), fruto sazonado todo ello de la limpieza general de maleantes (Is. ib.; cf. Ap. XI, 18, etc.) ¡Cuán bien se presagia y celebra este deseable
cambio de la vida social en el precioso y alentador Salmo XXXVI (XXXVII)!
[1] En su momento aplicábamos este pasaje a la Parusía y decíamos que
correspondía al Juicio de las Naciones,
mientras que ahora, por el contrario, creemos se trata de un juicio a la Iglesia, es decir, a los católicos que estén vivos al momento
de la Parusía. Este juicio parece ser el mismo que vemos en la parábola del
trigo y la cizaña (Mt. XIII, 24-30.36-43) y en el juicio de Apoc. XIV, 14-20.
Cfr. también Mt. XXIV, 30-31 y Mc. XIII, 26-27; Mt. XXV, 1-30, etc.
[2] No tanto.
En cuanto a Rom. XIV, 10 notemos que se habla de
“el tribunal de Cristo”, mientras que el de Apoc. XX, 11-15 parece referirse a Dios Padre “el sedente en el
trono”, como es llamado siempre en el Apocalipsis.
Cfr. IV, 2-3.9-10; V, 1-7.13; VI, 16;
VII, 10.15; XIX, 4; XXI, 5, en varias de las cuales se distingue claramente
entre “el Sedente en el trono” y “el Cordero”.
Y por lo que
respecta a II Cor. V, 10, Straubinger lo aplica sin más a la
Parusía.
[3] No entendemos qué tienen que ver ni esta cita ni la de la Sabiduría con la resurrección.
[4] Ni en el abrir del sexto sello, ni en el sonar de la séptima trompeta,
ni en el derramar de la séptima copa…
El autor
parecería indicar con esta observación que defiende la teoría de la recapitulación. Teoría que es preciso desterrar
de la exégesis de una vez por todas.
[5] Nuestra visión de los sucesos, por orden cronológico, es la siguiente:
a) Castigo a la Idumea: Hab.
III, 3, y lo suponen Is. LXIII, 1-6 y
Apoc. XIX, 13.
b) Armagedón: contra la Bestia y el Falso
Profeta, Apoc. XIX, 20. Cfr. Mt. XXIV, 29 y Mc. XIII, 24.
c) Juicio a las Naciones e Israel. Aquí los pasajes son numerosos: Is. XXIV, 19 ss; XXXIV, 1-4; LXIII, 1-6; Joel II, 30-31;
III, 12-16; Mt. XXIV, 29.32-34; Mc. XIII, 24-25.28-29; Lc. XXI,
25-26.29-31; Apoc. VI, 12-17,
etc. Cfr. Apoc. II, 26; XI, 18; XII, 5;
XVI, 19.
d) Juicio a la Iglesia: solamente se encuentra en el N.T.: Mt. XIII, 24-30.36-43.47-50; XXIV,
31.36-51; todo el capítulo XXV; Mc. XIII, 26-27.32-37; Lc. XVII, 26-29.34-37. Cfr. I Cor. XV, 51 ss; I
Tes. IV, 15 ss.