B) Pero hay otra prueba positiva contra la
opinión de la Crítica.
Es la afirmación misma de Jesucristo. De
Jesucristo interpretando a Daniel.
En el Discurso escatológico sobre la ruina de
Jerusalén y el fin, no del mundo «ut sic» sino del mundo malo, sujeto al
Maligno, siglo Presente, dice el Señor: "Será pregonado este Evangelio del
reino por toda la tierra habitada en testimonio a todas las gentes, y entonces vendrá
el fin. Cuando pes, viereis la abominación de la desolación, la dicha
por Daniel el profeta, dominando en el lugar santo (quien lee, entienda), entonces
los que estén en Judea huyan a los montes..., porque habrá entonces Tribulación
grande, cual no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá..."
(Mat., XXIV, 14.16-21).
En San Lucas leemos otro detalle[1] del Discurso, la guerra
destructora: Cuando viereis Jerusalén cercada por ejércitos, entended
que se aproxima su desolación...» (XXI, 20). Una alusión cronológica nos ha
sido también transmitida por San Lucas: todas esas cosa, guerra destructora,
desolación, horrenda, Tribulación máxima, durarán «hasta que se cumplan los
tiempos de las naciones... ». Y para después de esa era de las naciones
anuncia también el Señor la plenitud de los bienes mesiánicos, pues nos dice: "Cuando
esas cosas comiencen a verificarse, erguíos y alzad vuestras cabezas, porque se
acerca vuestra redención… conoced que está cerca el reino de Dios". (Luc.
XXI, 24, 28-31).
Hay, por consiguiente, en el Discurso escatológico
del Señor una reproducción substancial de la visión daniélica de la 70° semana.
Los comentadores no quieren verla. Con infinita paciencia y creyéndose más
capacitados que los mismos evangelistas
para comprender los oráculos de Jesús, introducen sus tijeras en los textos y separan
las cosas allí mezcladas y trabadas: los sucesos y señales de la ruina de Jerusalén
a fin de adaptarlas a la guerra de Tito; los sucesos y señales del fin del
mundo, relegadas a un porvenir indefinidamente lejano.
Dos errores substanciales han obligado a los
comentaristas a abrazar esas opiniones.
Han imaginado, primero, que Jesús lloró la
suerte de la Jerusalén y de los Judíos infieles al Evangelio, arruinados
por los Romanos al terminarse la generación aquella que oyó al Señor; cuando llora
la suerte de sus discípulos (ciudad, Templo, Pueblo), aborrecidos por las
naciones antimesiánicas a causa de su nombre, cuando la generación rebelde al anuncio
del reino haya llegado al paroxismo de la oposición que coincide con sus postrimerías...[2]
Han imaginado, segundo, que el Señor
profetiza la futura ruina del mundo y juicio universal que pone término a la
vida del hombre sobre la tierra, con la perturbación de los elementos cósmicos,
sol, luna, estrellas, mar, etc, cuando tan sólo anuncia el término de la era de
las naciones antimesiánicas que constituyen el «mundo éste» «siglo presente»
de donde tiene que ser barrida la iniquidad para que comience la nueva Era de
Jerusalén con el reino del Emmanuel. Anuncio hecho bajo colores e imágenes apocalípticas,
cuyo sentido real los Profetas ayudan a comprender.
Quitadas de delante de los ojos esas dos
imaginaciones, veríamos con claridad la identidad de los sucesos anunciados por
el Señor con los que anuncian los demás profetas de Israel; Daniel en particular.
Después de estas consideraciones generales, veamos
cómo entiende la Crítica esa cita de Daniel, tan explícitamente traída por el
Señor en su Discurso escatológico: "cuando viereis la abominación de la
desolación, la dicha por Daniel el profeta, erigida en el lugar santo (quien
lee, entienda)...".
Problema delicado. El horizonte de Daniel,
enseña la Crítica, no va más allá de Antíoco. ¿Cómo pudo, pues, el Señor citar
a Daniel como testigo de un acontecimiento que sólo se realizará cuando venga
el fin y la gran Tribulación del pueblo judío en tiempo de los Romanos...?
El P. Lagrange cree conciliar el sentimiento de la Crítica
con el pensamiento de Jesucristo, diciendo que «la abominación de la
desolación, dicha por Daniel», se cumplió per se y directamente en Antíoco,
pero que tuvo además otra posterior realización, sobreañadida a la primera,
acontecimiento futuro que sólo Jesucristo vió en el texto daniélico: «Jesucristo
—escribe el P. Lagrange— anunció que la ruina del Templo sería la realización
de la profecía de Daniel. Pero ¿qué entendía Él con eso? ¿Que la profecía no se
había cumplido todavía o que debería cumplirse de nuevo y de una manera más
perfecta que la vez primera? Imposible hacer caso omiso del texto de I Mac. I,
57, donde no es citado Daniel, pero sí aludido claramente por la expresión
técnica «abominación de la desolación». Luego, los textos evangélicos
significan sólo que el Templo será herido con una desolación tan horrible como
aquélla y definitiva esta vez. Esa alusión a un término que se halla varias
veces en Daniel y sin referencia a ningún pasaje determinado habría sido
equívoca si Daniel no hubiese tenido en vista el mismo hecho, en todos los
pasajes donde se halla la misma expresión» (Art. cit., p. 189)[3].
Esa argumentación implica el error ya
apuntado de que todos los textos de Daniel relativos a los tiempos del fin no
tienen nada de escatológico, por más que el profeta lo diga. Parece suponer
también que sólo el Exégeta divino tiene el derecho de desenvolver un texto en
un plano diverso del que la letra permite. Para todos los demás exégetas eso
constituiría un abuso del texto. No para Jesús..., Maestro de toda Exégesis.
Nosotros creemos que cuando Daniel habla de
sucesos, «escatológicos», no tenemos ningún derecho de quitarles ese
carácter, y que cuando Jesús cita algún anuncio escatológico de Daniel, es
fuerza que ese anunció esté directa y formalmente en Daniel y no sólo en la
exégesis del Maestro.
Jesucristo pesaba las palabras sagradas con
exactitud en la balanza de su Espíritu, la única proporcionada para medir el sentido
puro de ellas, sin quitarles un punto ni añadirles una tilde. Y cuando Jesús
afirma que Daniel profetizó para el tiempo del fin una abominación de la desolación,
esa Desolación abominable escatológica debe estar pura y llanamente en algún
texto de Daniel, sin perjuicio de que el mismo profeta hubiera hablado de
alguna otra abominación no escatológica. Y precisamente como previniendo la actitud
de la moderna Crítica, Jesucristo, al decirnos «cuando viereis la
abominación... la dicha por Daniel», parece indicar que la apuntada en
el libro de los Macabeos no es la que Daniel anunció; o, por si Daniel hubiera
anunciado ésa también y nosotros estuviésemos en peligro de confundirla con la
escatológica, el Señor prosigue: «quien lee, entienda». No dice:
«entended mi palabra que da el sentido «extra» de aquella profecía», sino «quien
lee (el texto de Daniel), entienda(lo)», que trae consigo luz suficiente.
Ve Jesucristo nuestros pobres entendimientos inclinados a confundirlo todo, por
las más fútiles apariencias, y nos da un aviso a los que leemos a Daniel, para que
lo leamos con inteligencia, distinguiendo los pasajes diversos en que habla el
profeta de la abominación de la desolación, a fin de que dejemos a un lado
aquellos en que se trata en primer plano de Antíoco y nos fijemos en los
lugares que se refieren «per se directe et formaliter» a la futura escatológica
Abominación, que es la que Él cita.
«Quien lee, pues, a Daniel, entiéndalo»,
y a la luz de Daniel le será fácil entender también el Discurso escatológico
del Señor: Guerra destructora de Israel cristiano, Tribulación máxima,
Abominación ritual execrable, Consumación de la gente antimesiánica, Inauguración
del reino de Emmanuel.
[1] Y una
vez más volvemos a lo mismo: una mala exégesis en las LXX Semanas repercute por
fuerza en el Discurso Parusíaco y en el Apocalipsis. En San Lucas, Nuestro Señor
habla de la destrucción de Jerusalén por Tito, lo mismo que el v. 26 de la
profecía de Daniel.
[2] Esto
no resiste el menor análisis. No hay dudas que Jesús llora sobre la Jerusalén
infiel que lo había de rechazar.
[3] Esto
de Lagrange es un sinsentido absoluto.