Nota del Blog: Terminamos
aquí la traducción de este importantísimo libro, imprescindible para entender
el dogma. Sin ninguna duda es lo mejor que se ha escrito sobre el tema, y es
ésta una de las glorias de Mons. Fenton, una de las grandes figuras de la
teología dogmática en el siglo XX.
Mons. J.C. Fenton |
Había solamente un paso más para dar en la mala
interpretación de la enseñanza de San Roberto. El paso fue
dado hacia el fin del siglo XIX. Cansado de la complejidad envuelta en intentar
enseñar que “una definición inadecuada de la Iglesia en función de su alma”,
dada por teólogos como Kilber,
aplica a una “Iglesia invisible”, Luis Legrand
y otros escritores después de él, cortó el nudo gordiano y comenzó a aplicar el término “alma de la
Iglesia” a la sociedad interna o invisible que habían imaginado. Según Legrand,
“la Iglesia interna, puede definirse como la compañía de los que están en
estado de gracia, y especialmente de los que están predestinados a la vida
eterna, que están dotados con la fe viva que obra por la caridad”. Y, en
las palabras del mismo teólogo, “la Iglesia externa o visible, llamada el
Cuerpo de la Iglesia por los Católicos, puede definirse como la asamblea de
hombres reunidos y unidos en la profesión de la vera fe Cristiana, el uso
correcto de los sacramentos y la administración instituída por Cristo”[1].
Estas dos
definiciones se encuentran en la sub-sección titulada “La noción más general de
la Verdadera Iglesia”. En la siguiente sub-sección: “La noción más específica
de la Verdadera Iglesia”, Legrand da
una definición de la Iglesia “considerada adecuadamente, esto es, en términos
de su alma y su cuerpo juntos”[2]. A
pesar que esta definición “adecuada” de la Iglesia es ligeramente más prolija
que la que Legrand aplicó a la “que
se llama el cuerpo de la Iglesia por los Católicos”, las dos fórmulas son
objetivamente idénticas.
Así, hacia el fin
del siglo XVIII la malinterpretación de los términos “cuerpo” y “alma” de San Roberto había alcanzado su
resultado final. El De ecclesia militante
había sido escrito en primer lugar para probar, sin sombra de dudas, que el único
reino sobrenatural del Nuevo Testamento es una sociedad organizada, la
comunidad religiosa sobre la cual preside el Romano Pontífice como Vicario de
Cristo sobre la tierra. San Roberto
había mostrado en forma concluyente que no existe ni puede existir tal cosa
como una “Iglesia invisible” en la dispensación del Nuevo Testamento. Se había
concentrado en la prueba de que hay solo una ecclesia, y que por lo tanto no hay posibilidad de postular una
“Iglesia invisible” en manera alguna distinta del Cuerpo Místico de Jesucristo
visible en este mundo.
Ahora bien, apenas
un poco más de un siglo y medio después de la muerte de San Roberto, las enseñanzas completamente contradictorias a la suya
fueron presentadas por escritores Católicos usando su propia terminología. El nombre “alma de la Iglesia”, que San
Roberto había aplicado a lo que sus contemporáneos llamaron el lazo interno o
invisible de unidad eclesiástica, se fue desviando gradualmente de su fin para
el que había servido en el De ecclesia
militante hasta que finalmente vino a ser un vehículo para expresar la
mismísima tesis que San Roberto se había propuesto refutar. Para D´Argentré, “el alma de la Iglesia” en
el sentido belarmiano, ya no era uno de los dos lazos de unión dentro de la
Iglesia sino un factor “que actúa como principio de la vida espiritual para los
fieles”. Para Tournely y Kilber esta misma “alma de la Iglesia” fue usada para
funcionar como un principio en la definición de una “Iglesia invisible” compuesta
de hombres y mujeres en estado de gracia. Para Legrand y los que lo siguieron, esta misma “alma de la Iglesia”
vino a ser una “Iglesia invisible”. Y la
realidad a la que San Roberto había aplicado su definición clásica pasó a ser,
no la única vera ecclesia del Nuevo
Testamento, como era en el De ecclesia
militante y como es en la doctrina Católica, sino solamente “el cuerpo de
la Iglesia”.
El mal uso de Legrand de la terminología belarmiana
fue copiada muy frecuentemente durante el curso del siglo XIX. Uno de los que
lo siguió fue Bonal, que escribió en
su popular y muy influyente manual:
“El cuerpo de la
Iglesia es la colección de hombres que profesan exteriormente la doctrina de
Cristo y comparten los mismos sacramentos bajo el magisterium y gobierno de los legítimos pastores y particularmente
de los sucesores de Pedro.
El alma de la
Iglesia es la colección de hombres que se unen interiormente en una Iglesia
espiritual por medio del lazo espiritual e interno de la fe y la caridad[3].
Esta clase de enseñanza pasó al siglo XX y para este
tiempo había adquirido una falsa apariencia de tradición teológica. P. Vigué afirmaba que “los
teólogos distinguían dos Iglesias, una visible y la otra invisible, el cuerpo y
el alma de la Iglesia”[4]. Otto Karrer afirmaba que “la teología
ha deducido la doctrina de una Iglesia invisible formado por hombres y mujeres
buenos, incluso fuera de la comunión de la Iglesia visible”[5]. La “teología” responsable de esta deducción
fue, en última instancia, simplemente una larga y gradual deformación de los
términos empleados original y desafortunadamente por San Roberto Belarmino en
su De ecclesia militante. Los “teólogos”
que propagaron esta enseñanza fueron hombres que malentendieron el significado
original que San Roberto le había adjudicado a los términos “cuerpo” y “alma”
de la Iglesia.
No cabe dudas que las enseñanzas cada vez más
inexactas sobre el “cuerpo” y “alma” de la Iglesia fueron responsables en gran
medida de la pobre enseñanza sobre el dogma de que nadie puede salvarse fuera
de la Iglesia Católica. Las personas que fueron confundidas para que creyeran
en la realidad de una “Iglesia invisible”, más extensa, en alguna medida, que
la Iglesia visible de Jesucristo, estaban prontos a imaginar que esta “Iglesia
invisible” era la unidad social realmente necesaria para la obtención de la
salvación eterna.
El favor más grande acordado a la sagrada teología por
la Mystici Corporis Christi fue el rechazo del campo
teológico, de una vez y para siempre, de esta enseñanza sobre una “Iglesia
invisible”[6]. Desde la aparición de la Mystici Corporis Christi y especialmente desde la publicación de la Humani generis y la Suprema haec sacra, han perdido su fuerza los elementos que han
militado contra una explicación precisa deste dogma. Estos documentos de la Santa
Sede han manifestado la verdad de la necesidad de la Iglesia para la salvación
por lo que realmente es: la afirmación de la dignidad de la Iglesia Católica
como el único reino sobrenatural del Dios vivo.
[1] El pasaje es
del De ecclesia de Legrand en el Theologiae cursus completus de Migne, IV, 25. Se debe notar que Legrand no fue en modo alguno el primer
teólogo Católico en describir a los justos y predestinados como constituyendo
alguna suerte de unidad dentro de la Iglesia Católica. Así, en el segundo
libro de su Doctrinale antiquitatum fidei
Ecclesiae catholicae (Venecia,
1621), I, 160, Tomás Netter de Walden,
el Carmelita inglés del siglo XV, había
descripto “la Iglesia gloriosa de los predestinados” como estando dentro de la Iglesia Católica “como una
rueda dentro de una rueda”. Y Santiago
Latomo, del siglo XVI en su De
ecclesia et humanae legis obligatione, había escrito sobre “la asamblea de los buenos” dentro de la “ecclesia permixta”.
Cfr. su Opera, p. 93v. Lo que es remarcable sobre la enseñanza
de Legrand es que empleó la misma terminología de San Roberto para concluir una
doctrina – la existencia de una “Iglesia invisible”- sobre la cual había trabajado
San Roberto para combatir.
[6] Nota
del Blog: Proh dolor! Esta “Iglesia
invisible” sobrevivió a la Mystici
Corporis, pero no ya sólamente en el Vat. II, (a lo menos en germen) como
era de esperar, sino también en grandes autores como Garrigou Lagrange, y en nuestros días es casi moneda corriente
entre los tradicionalistas
interpretar este dogma distinguiendo la pertenencia al “cuerpo” y al “alma” de
la Iglesia.