sábado, 14 de marzo de 2015

La Iglesia Católica y la Salvación, II Parte. Cap. III: Algunas Razones del Malentendido (V de V). Fin.

Nota del Blog: Terminamos aquí la traducción de este importantísimo libro, imprescindible para entender el dogma. Sin ninguna duda es lo mejor que se ha escrito sobre el tema, y es ésta una de las glorias de Mons. Fenton, una de las grandes figuras de la teología dogmática en el siglo XX.


Mons. J.C. Fenton
Había solamente un paso más para dar en la mala interpretación de la enseñanza de San Roberto. El paso fue dado hacia el fin del siglo XIX. Cansado de la complejidad envuelta en intentar enseñar que “una definición inadecuada de la Iglesia en función de su alma”, dada por teólogos como Kilber, aplica a una “Iglesia invisible”, Luis Legrand y otros escritores después de él, cortó el nudo gordiano y comenzó a aplicar el término “alma de la Iglesia” a la sociedad interna o invisible que habían imaginado. Según Legrand, “la Iglesia interna, puede definirse como la compañía de los que están en estado de gracia, y especialmente de los que están predestinados a la vida eterna, que están dotados con la fe viva que obra por la caridad”. Y, en las palabras del mismo teólogo, “la Iglesia externa o visible, llamada el Cuerpo de la Iglesia por los Católicos, puede definirse como la asamblea de hombres reunidos y unidos en la profesión de la vera fe Cristiana, el uso correcto de los sacramentos y la administración instituída por Cristo”[1].
Estas dos definiciones se encuentran en la sub-sección titulada “La noción más general de la Verdadera Iglesia”. En la siguiente sub-sección: “La noción más específica de la Verdadera Iglesia”, Legrand da una definición de la Iglesia “considerada adecuadamente, esto es, en términos de su alma y su cuerpo juntos”[2]. A pesar que esta definición “adecuada” de la Iglesia es ligeramente más prolija que la que Legrand aplicó a la “que se llama el cuerpo de la Iglesia por los Católicos”, las dos fórmulas son objetivamente idénticas.
Así, hacia el fin del siglo XVIII la malinterpretación de los términos “cuerpo” y “alma” de San Roberto había alcanzado su resultado final. El De ecclesia militante había sido escrito en primer lugar para probar, sin sombra de dudas, que el único reino sobrenatural del Nuevo Testamento es una sociedad organizada, la comunidad religiosa sobre la cual preside el Romano Pontífice como Vicario de Cristo sobre la tierra. San Roberto había mostrado en forma concluyente que no existe ni puede existir tal cosa como una “Iglesia invisible” en la dispensación del Nuevo Testamento. Se había concentrado en la prueba de que hay solo una ecclesia, y que por lo tanto no hay posibilidad de postular una “Iglesia invisible” en manera alguna distinta del Cuerpo Místico de Jesucristo visible en este mundo.

Ahora bien, apenas un poco más de un siglo y medio después de la muerte de San Roberto, las enseñanzas completamente contradictorias a la suya fueron presentadas por escritores Católicos usando su propia terminología. El nombre “alma de la Iglesia”, que San Roberto había aplicado a lo que sus contemporáneos llamaron el lazo interno o invisible de unidad eclesiástica, se fue desviando gradualmente de su fin para el que había servido en el De ecclesia militante hasta que finalmente vino a ser un vehículo para expresar la mismísima tesis que San Roberto se había propuesto refutar. Para D´Argentré, “el alma de la Iglesia” en el sentido belarmiano, ya no era uno de los dos lazos de unión dentro de la Iglesia sino un factor “que actúa como principio de la vida espiritual para los fieles”. Para Tournely y Kilber  esta misma “alma de la Iglesia” fue usada para funcionar como un principio en la definición de una “Iglesia invisible” compuesta de hombres y mujeres en estado de gracia. Para Legrand y los que lo siguieron, esta misma “alma de la Iglesia” vino a ser una “Iglesia invisible”. Y la realidad a la que San Roberto había aplicado su definición clásica pasó a ser, no la única vera ecclesia del Nuevo Testamento, como era en el De ecclesia militante y como es en la doctrina Católica, sino solamente “el cuerpo de la Iglesia”.

El mal uso de Legrand de la terminología belarmiana fue copiada muy frecuentemente durante el curso del siglo XIX. Uno de los que lo siguió fue Bonal, que escribió en su popular y muy influyente manual:

“El cuerpo de la Iglesia es la colección de hombres que profesan exteriormente la doctrina de Cristo y comparten los mismos sacramentos bajo el magisterium y gobierno de los legítimos pastores y particularmente de los sucesores de Pedro.
El alma de la Iglesia es la colección de hombres que se unen interiormente en una Iglesia espiritual por medio del lazo espiritual e interno de la fe y la caridad[3].

Esta clase de enseñanza pasó al siglo XX y para este tiempo había adquirido una falsa apariencia de tradición teológica. P. Vigué afirmaba que “los teólogos distinguían dos Iglesias, una visible y la otra invisible, el cuerpo y el alma de la Iglesia”[4]. Otto Karrer afirmaba que “la teología ha deducido la doctrina de una Iglesia invisible formado por hombres y mujeres buenos, incluso fuera de la comunión de la Iglesia visible”[5]. La “teología” responsable de esta deducción fue, en última instancia, simplemente una larga y gradual deformación de los términos empleados original y desafortunadamente por San Roberto Belarmino en su De ecclesia militante. Los “teólogos” que propagaron esta enseñanza fueron hombres que malentendieron el significado original que San Roberto le había adjudicado a los términos “cuerpo” y “alma” de la Iglesia.
No cabe dudas que las enseñanzas cada vez más inexactas sobre el “cuerpo” y “alma” de la Iglesia fueron responsables en gran medida de la pobre enseñanza sobre el dogma de que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia Católica. Las personas que fueron confundidas para que creyeran en la realidad de una “Iglesia invisible”, más extensa, en alguna medida, que la Iglesia visible de Jesucristo, estaban prontos a imaginar que esta “Iglesia invisible” era la unidad social realmente necesaria para la obtención de la salvación eterna.
El favor más grande acordado a la sagrada teología por la Mystici Corporis Christi fue el rechazo del campo teológico, de una vez y para siempre, de esta enseñanza sobre una “Iglesia invisible”[6]. Desde la aparición de la Mystici Corporis Christi y especialmente desde la publicación de la Humani generis y la Suprema haec sacra, han perdido su fuerza los elementos que han militado contra una explicación precisa deste dogma. Estos documentos de la Santa Sede han manifestado la verdad de la necesidad de la Iglesia para la salvación por lo que realmente es: la afirmación de la dignidad de la Iglesia Católica como el único reino sobrenatural del Dios vivo.



[1] El pasaje es del De ecclesia de Legrand en el Theologiae cursus completus de Migne, IV, 25. Se debe notar que Legrand no fue en modo alguno el primer teólogo Católico en describir a los justos y predestinados como constituyendo alguna suerte de unidad dentro de la Iglesia Católica. Así, en el segundo libro de su Doctrinale antiquitatum fidei Ecclesiae catholicae  (Venecia, 1621), I, 160, Tomás Netter de Walden, el Carmelita inglés del siglo XV, había descripto “la Iglesia gloriosa de los predestinados” como estando dentro de la Iglesia Católica “como una rueda dentro de una rueda”. Y Santiago Latomo, del siglo XVI en su De ecclesia et humanae legis obligatione, había escrito sobre “la asamblea de los buenos” dentro de la “ecclesia permixta. Cfr. su Opera, p. 93v. Lo que es remarcable sobre la enseñanza de Legrand es que empleó la misma terminología de San Roberto para concluir una doctrina – la existencia de una “Iglesia invisible”- sobre la cual había trabajado San Roberto para combatir.

[2] Cfr. Legrand, op. cit.

[3] Bonal, Institutiones theologicae ad usum seminariorum, 16° edición (Toulouse, 1887), I, 400.

[4] Vigué, en el symposium Ecclesia, editado por Agrain y publicado por Bloud et Gay (París, 1933), p. 262.

[5] Karrer, Religion of mankind, traducido por E.I. Watkin (New York: Sheed and Ward, 1938), p. 262.

[6] Nota del Blog: Proh dolor! Esta “Iglesia invisible” sobrevivió a la Mystici Corporis, pero no ya sólamente en el Vat. II, (a lo menos en germen) como era de esperar, sino también en grandes autores como Garrigou Lagrange, y en nuestros días es casi moneda corriente entre los tradicionalistas interpretar este dogma distinguiendo la pertenencia al “cuerpo” y al “alma” de la Iglesia.