lunes, 2 de febrero de 2015

La Iglesia Católica y la Salvación, II Parte. Cap. III: Algunas Razones del Malentendido (I de V)

III

Algunas Razones del Malentendido

Este libro no estaría completo sin dar por lo menos una rápida indicación de los accidentes históricos que provocaron enseñanzas deficientes e incluso erróneas sobre la necesidad de la Iglesia para la salvación en algunas secciones de la literatura Católica popular de nuestros días. Es completamente obvio para cualquiera que esté bien familiarizado con los escritos Católicos populares durante la última centuria que este dogma ha sido malentendido y malinterpretado más extensa y profundamente durante este período que cualquier otra parte de la enseñanza Católica. Incluso hoy, después de la aparición de la Mystici Corporis Christi, Suprema haec sacra y de la Humani generis, todavía encontramos de vez en cuando interpretaciones objetables de esta doctrina.
La mayor parte de las erróneas interpretaciones de este dogma surgen de una noción lamentablemente inadecuada de la Iglesia. Durante el siglo pasado ha habido muchos escritores Católicos que parecieron no haberse podido dar cuenta de la absoluta verdad sobre la doctrina de que la Iglesia Católica Romana visible es en realidad lo mismo que el Cuerpo Místico de Cristo y el reino sobrenatural de Dios sobre la tierra. La lección enseñada en la Mystici Corporis y repetida en la Humani generis era muy necesaria en el mundo de las letras Católicas.
Ahora bien, para cualquier estudiante de la historia de la sagrada teología es completamente obvio que no hay otra sección de la doctrina Católica en la cual tuvo lugar un malentendido tan diseminado y profundo. No ha habido tal malinterpretación de la verdad revelada, por ejemplo, dentro de los confines de los tratados de la Santísima Trinidad y de la Encarnación. El hecho de que tal condición fuera posible en este tema particular, dentro del tratado teológico de la Iglesia de Dios, ciertamente requiere una explicación. Y la razón de tal condición es completamente manifiesta en la historia del tratado de ecclesia.
En primer lugar, se debe recordar que el tratado teológico sobre la Iglesia fue una de las últimas secciones de la teología dogmática en tomar una forma científica. La teología escolástica ha sido estudiada intensamente desde el siglo XII. En todo sentido, los tratados que han sido más perfectamente investigados y escritos fueron aquellos contenidos en el Libri sententiarum de Pedro Lombardo y luego en la Summa theologica de Santo Tomás.

En la antigua disposición escolástica de los estudios eclesiásticos había por lo menos tanto sobre la Iglesia en el Decretum de Graciano como en los Cuatro Libros de las Sentencias o en la Summa theologica. Y bajo estas antiguas condiciones, lo más cercano a un tratado escolástico sobre la Iglesia se encontraba incorporado en algún escrito ocasional como la obra controversial de Moneta de Cremona contra los valdenses y los cátaros o el Comentario al Credo de los Apóstoles de Santo Tomás. El De regimine Christiano de Juan de Viterbo apareció al comienzo del siglo XIV. Era un libro completo pero su fin esencial y primario era polémico.
No fue sino hasta mediados del siglo XV que apareció el primer tratado bien desarrollado sobre la Iglesia en la literatura escolástica. Fue la famosa Summa de ecclesia escrita por el Cardenal dominico Juan de Torquemada. También tenía un objetivo controversial, pero logró su fin por medio de un meticuloso estudio escolástico de lo que Dios había revelado sobre la natura y características de su reino sobre la tierra.
La Summa de ecclesia ha sido siempre un libro raro. Fue publicado por última vez en Venecia en 1561. Nunca fue comentado y explicado como los Cuatro Libros de las Sentencias y la Summa theologica. Si hubiera sido usado como fuente para un estudio genuino y para el desarrollo del tratado escolástico sobre el tratado de la Iglesia, la historia de este tratado ciertamente hubiera sido diferente.
De hecho la Summa de ecclesia nunca se usó como se pudo y debió usarse debido al accidente histórico de la reforma. Hacia el fin del siglo XV, los teólogos de la Iglesia Católica se vieron envueltos en la controversia más seria que jamás se haya centrado sobre el tratado de ecclesia. Los escritores protestantes defendieron la tesis de que el vero y genuino reino sobrenatural de Dios sobre la tierra no era en absoluto una sociedad organizada, sino simplemente la suma total de todos los buenos hombres y mujeres en este mundo. Clasificaron sus propias organizaciones religiosas, como la de los luteranos, calvinistas y otros semejantes, meramente como sociedades voluntarias que podían ser útiles a las personas que ya estaban dentro de la ecclesia a través de la membrecía de lo que llamaban la “Iglesia invisible”.
Los escritores Católicos que se opusieron al principio a los polemistas protestantes defendieron exitosamente la verdad revelada de que Dios, en Su sabiduría y misericordia, constituyó en realidad la única y vera ecclesia del Nuevo Testamento como una sociedad organizada, la unidad religiosa que se describe en los Hechos de los Apóstoles y que existe ahora como la Iglesia Católica Romana. Pero estos primeros campeones Católicos de la verdad en la controversia contra los protestantes eran primeramente polemistas. Sus obras no eran, y no afirmaron que fueran, algo así como tratados completos o adecuados sobre la vera Iglesia. Solamente se propusieron desenmascarar los errores defendidos por sus oponentes. No explicaron aquellos puntos donde no había controversia alguna. Tal vez los mejores ejemplos deste proceder se encuentran en la Assertio sacrorum quorundam axiomatum de Miguel Vehe, en el Enchiridion locorum communium de Juan Eck, y especialmente en la Assertio catholicae fidei circa articulos confessionis nomine Illustrissimi Ducis Wirtenbergensis oblatae per legatos eius Concilio Tridentino de Pedro Soto.
Es un hecho que los protestantes estaban perfectamente convencidos que no hay salvación fuera de la vera Iglesia de Dios sobre la tierra. De aquí que no había necesidad que los teólogos Católicos discutieran sobre este punto particular. Y puesto que los escritos de estos teólogos Católicos estaban dirigidos en aquel tiempo primaria y esencialmente a la refutación de la posición protestante, el dogma sobre la necesidad de la Iglesia para la salvación no fue para nada tratado extensivamente en estos escritos.
La siguiente generación de teólogos Católicos que escribieron sobre la Iglesia incluía algunos de los hombres más brillantes que Dios jamás ha dado al estudio de la sagrada teología. Entre ellos había figuras tales como Tomás Stapleton, Juan Wiggers, Melchor Cano, Francisco Suárez, San Roberto Belarmino, Gregorio de Valencia, Domingo Báñez,  Adán Tanner y Francisco Silvio. Algunos de los escritores de la primera generación de la Contrarreforma habían comenzado hacía poco a organizar el contenido de esta doctrina Católica. Los maestros de Lovaina Juan Driedo y Santiago Latomus fueron los principales en este grupo. Los hombres de la segunda generación desarrollaron y explicaron lo que habían preparado estos escritores más antiguos.
Algunos de estos escritores de la segunda generación, como Stapleton, organizaron sus enseñanzas en monografías. Otros, como Cano, San Roberto y Silvio, las incorporaron en resúmenes de controversia Católica más o menos extensos. Wiggers, Báñez y otros, por su parte, insertaron esta teología controversial de ecclesia en sus comentarios escolásticos a la Summa theologica de Santo Tomás. Esta táctica estaba destinada a tener una inmensa repercusión en la historia del tratado escolástico de ecclesia.
Sin dudas, por aquel entonces no se le había encontrado al tratado de ecclesia ningún lugar en la actual organización de la Summa theologica. Wiggers, Báñez, Gregorio de Valencia y Tanner, sin embargo, intentaron hacerle un lugar insertando este tratado como una especie de apéndice después del tema tratado por Santo Tomás en la primera cuestión de la Secunda secundae. En todo caso, sin embargo, el material incorporado de esta manera en un comentario de la Summa, una obra del más alto orden en el campo de la teología escolástica especulativa, era esencialmente el mismo material controversial que polemistas como San Roberto y Francisco Silvio incluyeron en sus Controversiae. Era, en otras palabras, el desarrollo de la enseñanza que había estado contenida en las obras de los primeros teólogos de la contra-reforma que se habían limitado, deliberadamente, al punto de la doctrina Católica que se habían opuesto directamente los herejes protestantes. Ninguno de estos escritos tiene algo parecido a un tratado adecuado del dogma de que fuera de la Iglesia Católica no hay salvación.
La tradición que ha sido representada  y perfeccionada en la Summa de ecclesia de Torquemada le ha dado una atención especial a este dogma. Después de todo, la necesidad para la obtención de la salvación es una de las características fundamentales del reino sobrenatural de Dios sobre la tierra. Torquemada le dio un trato adecuado, así como le dio una adecuada atención a la tarea de explicar las características de la vera Iglesia al describir los títulos que se aplican a esta unidad social y a sus miembros en la Escrituras y en la tradición divino-apostólica.
Sin embargo, en las obras de los grandes teólogos de la Contrarreforma se menciona el dogma primeramente con referencia a la enseñanza de que ni los catecúmenos ni los excomulgados son miembros de la vera Iglesia. Teólogos como Stapleton y San Roberto, que fueron los primeros en usar la terminología que se volvería clásica, tuvieron en cuenta el dogma al responder las objeciones a su propia enseñanza. San Roberto enseñó con razón que el catecúmeno no es miembro de la Iglesia. También sostuvo la verdad Católica que un catecúmeno puede salvarse si muere antes de tener la oportunidad de recibir el sacramento del bautismo. Considerando el dogma de que fuera de la Iglesia no hay salvación como una objeción contra su enseñanza, San Roberto, siguiendo la enseñanza de Tomás Stapleton, afirma que el dogma significa que uno no puede salvarse si no está dentro de la Iglesia sea en realidad como miembro, o in voto como uno que desea o quiere volverse miembro[1].
Tal fue el proceder, siguiendo el ejemplo de Stapleton y San Roberto, de todos los eclesiologistas clásicos del período de la Contrarreforma. Y a pesar del hecho de que ni Stapleton ni San Roberto produjeron manuales de teología escolástica, su acercamiento al dogma de la necesidad de la Iglesia para la salvación y la terminología misma entraron en la fábrica de los textos de teología escolástica de los siglos XVI y XVII. Estos comentarios se desarrollaron, por medio de “cursos” como los de Juan de Santo Tomás, los Salmanticenses, Tournely y Billuart, en los manuales de teología dogmática de los siglos XIX y XX. El tractatus de ecclesia en estos manuales modernos era fundamentalmente aquello que había sido insertado en los comentarios de Wiggers, Báñez y Tanner. Y en estos manuales modernos, el trato del dogma de que no hay salvación fuera de la Iglesia es parecido al que se encuentra en las obras de San Roberto y Silvio, y no como se encuentra en la Summa de ecclesia de Torquemada.
En sí mismo eso ha sido altamente desafortunado para la teología escolástica sobre la Iglesia. La enseñanza de que alguien puede estar en la Iglesia sólo por intención o deseo y no como miembro y aún así obtener la salvación eterna “dentro” de esta sociedad es, por supuesto, tremendamente importante. Es parte de la doctrina Católica sobre la natura de la ecclesia de Dios. Pero el conocimiento de esta sección de la verdad Católica de ninguna manera justifica ignorar la doctrina igualmente importante de que la Iglesia es esencialmente, como instituída en realidad por Dios, el vehículo y, como si dijéramos, el término del proceso de salvación. Debido a que los manuales modernos continuaron la tradición de Stapleton y San Roberto en detrimento de la de Torquemada, se empobrecieron doctrinalmente con una explicación inadecuada del dogma.
Los escritores modernos cuyas aberraciones fueron reprobadas en la Singulari quadam y más recientemente en la Humani generis se habían permitido en los manuales contemporáneos de sagrada teología una exposición muy inadecuada del dogma. Toda la atención se centró, en estos manuales, en mostrar el hecho de que la membrecía en la Iglesia no era necesaria con necesidad de medio para alcanzar la vida eterna. Casi que no había nada en ellos que mostrara cómo la misma Iglesia, por divina institución, pertenece al esquema de la salvación.



[1] Cfr. San Roberto, De ecclesia militante, c. 3; Stapleton, Principiorum fidei doctrinalium demonstratio methodica (Paris, 1579), p. 314.