El Discurso Parusíaco XVIII: Respuesta de
Jesucristo, XIII
Mateo XXIV
32. "De la higuera aprended la parábola:
cuando ya sus ramas se ponen tiernas y sus hojas brotan, sabéis que está cerca
el verano.
33. Así también vosotros, cuando veáis todas
estas cosas, sabed que está cerca, a las puertas.
Marcos XIII
28. "De la higuera aprended la parábola:
cuando ya sus ramas se ponen tiernas y brotan sus hojas, sabéis que está cerca
el verano.
29. así también, cuando veáis que suceden
estas cosas, sabed que está cerca, a las puertas.
Lucas XXI
29. Y les dijo una parábola: "Mirad la
higuera y los otros árboles:
30. cuando brotan, al verlos sabéis por
vosotros mismos que el verano está cerca.
31. Así también, cuando veáis que suceden
estas cosas, sabed que el Reino de Dios está cerca.
Notas lingüísticas:
Ὅταν
ἴδητε
(Mt. 33 – Mc. 29) (cuando veáis): mismo giro en el v. 15/14
respectivamente, hablando de la Abominación de la desolación.
La única diferencia entre
Mt. y Mc. está en que dicen “todas estas cosas” y “estas cosas”
respectivamente, pero es un detalle menor.
Sin embargo hay con San Lucas
un par de diferencias que dejan entrever la existencia de dos discursos
diferentes: por un lado, la referencia a los otros árboles y por el otro
el doble uso de la partícula ηδη, ambos propios de San
Lucas. Oñate, no viendo aquí más que el sentido primero de las
palabras, cree que el término “los otros árboles” son un agregado del
tercer Evangelista y con respecto a la otra diferencia, omite traducirla a fin
de mantener la “concordia con los otros Evangelistas”, afirmando así,
implícitamente, que estamos ante otro agregado. En ambos casos supone algo que
tiene que probar, a saber, que los tres relatos son un solo discurso y fuerza
desta manera la traducción en razón de una exégesis preconcebida.
Comentario:
Empecemos por el final:
¿a qué se refieren “todas estas cosas” (Mt.), “estas cosas” (Mc.,
Lc.)?
La respuesta nos parece
sencilla: puesto que los tres Sinópticos hacen referencia a las mismas
cosas, entonces no pueden significar sino aquello que los tres tienen en común
en sus respectivos discursos, y lo único en lo que coinciden es en las señales
en el sol, la luna y las estrellas (Mt. 29, Mc. 24-25 y Lc. 25-26),
es decir, los signos inmediatos anteriores a su venida en Gloria y Majestad que
tendrá lugar no antes de cuarenta y cinco días después de la destrucción del Anticristo.
Ahora bien, sabiendo ya a
qué sucesos se refiere Nuestro Señor nos será más fácil apreciar el significado
de la parábola.
La Higuera tiene varios
significados en las Sagradas Escrituras, entre ellos el de habitar con tranquilidad
(III Reyes IV, 25, Is XXXVI,
16; Miq IV, 4; Zac III, 10; I Mac XIV, 12) pero es también un
símbolo claro y muy conocido de Israel, comenzando por la parábola de Joatam
(Juec. IX, 1 ss), y siguiendo por los profetas (Jer XXIV, 1 ss, Os
IX, 10; Joel I, 7.12; Miq. VII, 1, etc).
En el Nuevo Testamento Jesucristo
usa la imagen de la higuera como símbolo de Israel en varias ocasiones. Vale la
pena transcribirlas aquí:
1) Lucas XIII, 6 ss: “Y dijo esta parábola:
“Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Vino a buscar frutos en
ella, y no lo halló. Entonces dijo al viñador: “Mira, tres años hace que vengo
a buscar frutos en esta higuera y no lo hallo. ¡Córtala! ¿Por qué pues ha de
inutilizar la tierra?”. Mas él le respondió y dijo: “Señor, déjala todavía este
año, hasta que cave alrededor y eche abono. Quizá dé fruto en lo futuro; si no,
lo cortarás”.
El dueño de la viña que
tiene plantada una higuera es Dios Padre, el viñador es Jesucristo el
cual rogó para que la higuera no fuera cortada inmediatamente sino que se le
diera un plazo, es decir el tiempo de la predicación Apostólica y una vez que
los judíos rechazaron este plazo de gracia recién entonces el Padre procedió a
cortar la higuera en el año 70.
2) Marcos XI, 12-14. 20-25: “Al día siguiente
cuando salieron de Betania, tuvo hambre. Y divisando, a la distancia, una
higuera que tenía hojas, fue para ver si encontraba algo en ella; pero llegado
allí no encontró más que hojas, porque no era el tiempo de los higos. Entonces
respondió y dijo a la higuera: “¡Que jamás ya nadie coma fruto de ti!” Y sus
discípulos lo oyeron. Al pasar (al día siguiente) muy de mañana, vieron
la higuera que se había secado de raíz. Entonces Pedro se acordó y dijo:
“¡Rabí, mira! La higuera que maldijiste se ha secado.” Y Jesús le
respondió y dijo: “¡Tened fe en Dios!” En verdad os digo, quien dijere a ese
monte: “Quítate de ahí y échate al mar”, sin titubear interiormente, sino
creyendo que lo que dice se hará, lo obtendrá. Por eso os digo, todo lo que
pidiereis orando, creed que lo obtendréis y se os dará. Y cuando os ponéis de
pie para orar, perdonad lo que podáis tener contra alguien, a fin de que
también vuestro Padre celestial os perdone vuestros pecados”.
De lo cual parece que se puede concluir:
1) Las parábolas de la Higuera Infructuosa, la
Higuera Maldita y la Higuera Reverdeciente indican una misma
realidad y se explican mutuamente.
2) La parábola de la Higuera Maldita nos dice
que habrá un tiempo en el cual sí producirá sus frutos, los cuales están
indicados en el Sermón Parusíaco cuando Nuestro Señor dice:
“Cuando ya sus ramas se ponen tiernas y sus hojas
brotan, sabéis que está cerca el verano”.
Un pasaje que arroja una gran luz sobre todos estos
sucesos nos lo da el Cantar de los Cantares (II, 10-14) en uno de los
versos más expresivos dese bellísimo libro, cuando el Esposo le dice a la
Esposa:
“Levántate, amiga mía; hermana mía, ven. Porque,
mira, ha pasado ya el invierno, la lluvia ha cesado y se ha ido; aparecen ya las
flores en la tierra; llega el tiempo de los cantares, y se oye en nuestra
tierra la voz de la tórtola. Ya echa sus brotes la higuera, esparcen su
fragancia las viñas en flor. ¡Levántate, amiga mía; Hermosa mía, ven! Paloma
mía, que anidas en las grietas de la peña, en los escondrijos de los muros escarpados,
hazme ver tu rostro, déjame oír tu voz; porque tu voz es dulce y tu rostro es
encantador.”
Que es como si Dios le dijera:
“Levántate, erguíos, poneos de pie (Lc.
v. 28) amiga mía, hermana mía, ven. Porque mira, ha pasado ya el
invierno, levántate y vuelve a la tierra de Israel porque han muerto los
que buscaban tu vida (Mt. II, 20), he acabado con el Anticristo, el
Falso Profeta y con todo su ejército (Apoc. XIX), la
lluvia ha cesado y se ha ido. Aparecen ya las flores en la tierra santa
como lo había profetizado por medio de mi siervo Isaías[1]: “Alégrese el desierto y
la tierra árida, regocíjese el yermo y florezca como el narciso. Florezca
magníficamente y exulte, salte de gozo y entone himnos… entonces
brotarán aguas en el desierto y arroyos en la tierra árida. El suelo abrasador
se convertirá en estanque, la tierra sedienta en manantiales de agua, y la
guarida y morada de los chacales en parque de cañas y juncos “Y habrá allí una senda, una calzada, que se
llamará camino santo. Ningún inmundo la pisará, será solamente para ellos; los
que siguen este camino, aún los sencillos, no se extraviarán. No habrá allí
león; ninguna bestia feroz pasará por él, ni será allí hallada, (allí)
marcharán los redimidos y los rescatados de Yahvé volverán; vendrán a Sión
cantando; y regocijo eterno coronará sus cabezas. Alegría y gozo será su
suerte, y huirán el dolor y el llanto”; llega el tiempo de los cantares, llega el tiempo
del Cántico Nuevo que pondré en tu boca para alabar a Dios (Sal. XXXIX, 4)[2],
pues como dije por medio de Jeremías (XXXIII, 10-11): “Todavía se oirá
en este lugar… la voz de júbilo y la voz de la alegría, la voz del esposo y la
voz de la esposa, la voz de aquellos que dicen: “Alabad a Yahvé de los
ejércitos; porque Yahvé es bueno, porque es eterna su misericordia”[3],
(la voz) de los que traen ofrendas a la casa de Yahvé; porque yo restituiré a
los desterrados de este país a su primer estado, dice Yahvé”, y se oye
en nuestra tierra la voz de la tórtola, esa voz que se escucha en verano
cuando vuelve de Egipto a la Tierra Santa[4] y que no es sino un
signo de mi Tórtola (Sal. LXXIII, 19), de mi pueblo a quien protegí del
Maligno. Ya echa sus brotes la Higuera, como lo anuncié a mis
discípulos. Israel, mi pueblo, me glorificará por siempre y las naciones todas
me servirán, esparcen su
fragancia las viñas en flor. Cuando
mi Viña me llame según las palabras proféticas del Salmo (LXXIX, 15
ss): “Retorna, pues, oh Dios de los ejércitos[5], inclínate desde el cielo
y mira, y visita esta viña, la cepa que tu diestra plantó, y el retoño que para
ti conformaste. Perezcan ante la amenaza de tu Rostro quienes la quemaron y la
cortaron. Pósese tu mano sobre el Varón de tu diestra; sobre el Hijo del hombre
que para Ti fortaleciste. Entonces no volveremos a apartarnos de Ti; Tú nos
vivificarás, y nosotros proclamaremos tu Nombre. ¡Oh Dios de los ejércitos
restáuranos! Has resplandecer tu Rostro, y seremos salvos”, entonces, recién
entonces descenderé de la Cruz.
¡Levántate, amiga mía; Hermosa mía, ven! Paloma mía, que anidas en las grietas
de la peña, en los escondrijos de los muros escarpados, ven hermosa mía y
sal de tu escondite, (Apoc. III, 10; XII, 6; Is. XXVI, 19-20; Os. II, 14)
deja ya la ciudad fortificada y hazme ver tu rostro, déjame oír tu voz, “cantad
a Yahvé un Cántico Nuevo, sus alabanzas hasta los términos de la tierra… canten
los moradores de Petra; den gritos de alegría desde la cumbre de las montañas (Is.
XLII, 10 s.); porque tu voz es dulce y tu rostro es encantador”.
Todo esto puede también deducirse por el uso del
artículo definido al hablar de la
higuera, el cual bien puede indicar una higuera determinada y que no
sería otra sino la misma que había maldecido el día antes y que esa misma
mañana los Apóstoles habían visto completamente seca.
Coincidiendo con lo que decimos Thibaut, en
su obra ya citada (pag 24), dice:
“El decorado evangélico es también de una
extrema sobriedad; a menudo hay falta o insuficiencia de información sobre el cuadro
local, temporal o personal de las logia (palabras) (…) la mayoría de
las cuales fueron en su momento palabras ocasionales, perfectamente
adaptadas a los oyentes del momento y sacando de sus preocupaciones o de su
situación un complemento de significación de ninguna manera despreciable
(…) Por ahora un ejemplo sugestivo será suficiente (…) Se trata de la
pretendida parábola del Propietario vigilante (Mt. XXIV, 43;
Lc XII, 39). Generalmente se la interpreta como una sentencia general, sin
dependencia del tiempo, lugar o personas. “Comprended bien esto, porque si
supiera el amo de casa a qué hora de la noche el ladrón había de venir, velaría
ciertamente y no dejaría horadar su casa.” Es, se dice, un modelo de
vigilancia que Cristo propone acá a los discípulos, como lo muestra lo que
sigue: “Por eso, también vosotros estad prontos, porque a la hora que no
pensáis, vendrá el Hijo del Hombre.” Nosotros somos de una opinión
completamente opuesta: “El logion es una lección de cosas y no
toma su vero sentido más que en el cuadro real que lo ha provocado. Jesús pasa
con sus discípulos ante una casa cuya muralla horadada denuncia el éxito de un
ladrón nocturno; aprovecha la ocasión para ilustrar la seca comparación que se
encuentra en otros lugares: “El Hijo del hombre vendrá como un ladrón” (I Tes
V, 2; II Ped. III, 10; Apoc. III, 3; XVI, 15). Señalando con el dedo: “Sabedlo bien, les dice,
porque si el dueño de casa hubiera sabido la hora de la venida del ladrón,
hubiera vigilado y no hubiera dejado horadar su casa” (como lo veis).[6]
Lo que el logion pone de relieve no es, en absoluto, la vigilancia del
propietario; la muralla horadada prueba, por el contrario, que el desgraciado
no ha vigilado para nada, sino que ha sido víctima de la sorpresa. Y
bien es esta sorpresa, sobre la cual los discípulos tienen ahora un sentimiento
muy vivo, la que les debe servir de lección. El Hijo del hombre vendrá en
efecto como un ladrón, y al igual que el dueño de la casa horadada, ignorarán
la hora de Su venida. No hay más que un medio, uno sólo, de no ser tomado de
improviso y es el de estar siempre listos...”[7].
Teniendo pues en cuenta esta exégesis, es como
si Jesucristo les hubiera dicho:
“Cuando veáis que las ramas de la higuera, esa
higuera que maldije y que era un símbolo de Israel, se ponen tiernas y sus
hojas empiezan a brotar, sabed que mi Venida está cerca”.
Pasados los cuarenta y cinco días que ha de
durar el Juicio de las Naciones, tanto Israel como los demás pueblos comenzarán
a hacer penitencia, según aquello del Apocalipsis I, 7:
“He aquí, viene con las nubes (y no en un
caballo como en el cap. XIX) y le verá todo ojo (género) y los
que le traspasaron (Israel) y harán luto por Él todas las tribus de la
tierra (todas las naciones) (Zac XII, 9 ss). Sí, amén”.
Réboli S.J.[8] comentando Mc.
XIII, 28 dice:
“Jesús ha escogido la higuera como
signo preciso del estío, puesto que habla a habitantes de Palestina. En
Judea, la higuera se despoja de su follaje durante el invierno, mientras que
los demás árboles lo conservan. Cuando en mayo se cubre nuevamente de hojas, ya
se dice que el frío no vendrá más, y que la temperatura cálida se aproxima”.
Lo mismo nos dice Dupont[9]:
“A diferencia de los numerosos árboles de
Palestina, la higuera pierde sus hojas durante el invierno y, a
diferencia del almendro que florece bien comenzada la primavera, la higuera tarda
en dar signos de vida. Cuando al fin su madera se llena de savia y da la
impresión de estar tierna y cuando se ven brotar sus hojas, se sabe que el
invierno ha terminado (Cant. II, 11-13) y que la estación cálida (ese es el
sentido de théros) no tardará. La parábola realza, pues una
particularidad de la higuera familiar a los habitantes de las regiones
mediterráneas.
La parábola muestra la relación que existe entre
dos términos: por un lado la higuera que brota, y por el otro, la estación
cálida. Esta relación es de proximidad: al constatar que la higuera brota, uno
sabe que el calor se aproxima. El funcionamiento normal de las parábolas
evangélicas tiende a hacer suponer que esta relación quiere aclarar una
relación similar que existe entre otras dos realidades. A fin de que la
analogía sea perfecta, habría que suponer que, de estas dos realidades, la una
es objeto de una experiencia inmediata (que corresponde a la que uno tiene al
ver brotar la higuera) y debe servir de signo de que la otra está cerca, aunque
uno no la puede constatar aún directamente (todavía no es la estación cálida
cuando ha brotado la higuera)”.
Notemos otra diferencia entre los textos: Lc.
aclara qué es lo que está cerca mientras Mt-Mc no lo hacen y ésto
por la obvia razón que la pregunta en Lc. versaba únicamente
sobre la destrucción del Templo, y por eso tuvo que aclarar qué es lo que
estaba cerca, mientras que en Mt-Mc esto no era necesario ya que
todo el Discurso va dirigido a su Segunda Venida.
¿A qué se refiere Nuestro Señor con “los otros
árboles”?
Si la higuera es Israel, parecería que los otros
árboles no son sino los demás pueblos, las naciones, y esto se puede ver en
algunos pasajes en los que las naciones son representadas con la imagen de
diversos árboles:
Jueces IX, 7 ss: “Fueron una vez los
árboles a ungir un rey que reinase sobre ellos; y dijeron al olivo:
“Reina tú sobre nosotros”. El olivo les contestó: “¿Puedo acaso dejar mi
grosura, con la cual se honra a Dios y a los hombres, para ir a mecerme sobre
los árboles?” Entonces dijeron los árboles a la higuera: “Ven tú y reina
sobre nosotros”. Respondió la higuera: “¿he de dejar acaso mi dulzura y mi
excelente fruto, para ir a mecerme sobre los árboles? Dijeron, pues, los
árboles a la vid: “Ven tú y reina sobre nosotros”. Mas la vid les
respondió: “¿He de dejar acaso mi vino que alegra a Dios y a los hombres, para
ir a mecerme sobre los árboles?” Entonces todos los árboles dijeron a la zarza:
“Ven tú y reina sobre nosotros”. Respondió la zarza a los árboles: “Si
es que en verdad queréis ungirme rey sobre vosotros, venid y refugiaos bajo mi
sombra; y si no, salga fuego de la zarza que devore los cedros del Líbano”.
Daniel IV, 7 ss: “Miraba yo, y vi un
árbol en medio de la tierra, y su altura era grande. El árbol creció y se
hizo fuerte, su copa tocaba el cielo y se lo veía desde las extremidades de
toda la tierra. Su follaje era hermoso, y su fruto copioso, y había en él
comida para todos. A su sombra se abrigaban las bestias del campo, y en sus
ramas moraban las aves del cielo; y toda carne vivía en él (…) El árbol que
viste, que se hizo alto y fuerte… eres tú oh rey, que has venido a ser grande y
fuerte; pues tu grandeza ha crecido hasta llegar al cielo y tu dominación hasta
alcanzar los fines de la tierra.”
Ezequiel XV, 1 ss: “Fuéme dirigida la
palabra de Yahvé en estos términos: Hijo de hombre, ¿qué ventaja tiene la
vid sobre cualquier otra madera, sobre todos los sarmientos que hay entre los
árboles del bosque?... Por eso así dice Yahvé, el Señor: Lo que se hace con
el leño de la vid entre las maderas del bosque, la cual Yo entrego como pasto
al fuego, así haré con los habitantes de Jerusalén…”.
Ezequiel XXXI, 3 ss: “Mira a Asur: era un
cedro del Líbano, de ramas hermosas, de umbroso follaje y elevada altura, cuya
copa se perdía entre las nubes… por eso superaba en altura a todos los árboles
campestres; multiplicáronse sus ramas y dilatóse su fronda, merced a la
abundancia de las aguas en el período de su crecimiento. En sus ramas anidaban
todas las aves del cielo, debajo de su follaje parían todas las bestias del
campo; y a su sombra habitaban todas las grandes naciones… No le
igualaban los cedros en el jardín de Dios, los abetos no tenían copa semejante,
y los plátanos no superaban su fronda; ningún árbol en el jardín de Dios le
era igual en belleza…”.
[1] XXXV, 1
ss. Cfr. también Is. XLIII, 18-20 y Sal.
LXXXIII, Jer. XXXI, 8-11.
[2] Cfr.
también Sal. XXXII, 3; XLIV, 2; LXVIII, 31; XCV, 1; XCVII, 1; CXLIII, 9; CXLIX, 1.
[3] Este Cántico
Nuevo que entonará Israel volviendo de Petra hacia Sión parece ser el Salmo CXXXV. Cfr.
también el Salmo CXVII y lo dicho más arriba comentando Lc XXI, 8.
[4] Hagen, op. cit. voz “Turtur”.
[5] La misma idea
del Salmo la vemos también en el comienzo del capítulo LXIV de Isaías
cuando dice: “¡Oh, si rasgaras los
cielos y bajaras! – A
tu presencia se derretirían los montes- cual fuego que enciende la leña seca,
para manifestar a tus enemigos tu Nombre, y hacer temblar ante Ti los gentiles…”.
[6] El hecho
de que los verbos saber (ᾔδει), vigilar
(ἐγρηγόρησεν) y dejar (ἀφῆκεν) estén en pluscuamperfecto y no en subjuntivo
como quieren Straubinger, Bover, Crampon, etc. (que además
omiten el “hubiera vigilado” en el pasaje de San Lucas) es un interesante
indicio que confirmaría la exégesis del ilustre jesuita.
[7] Pag.
24-25. Texto levemente modificado.
[8] Los Cuatro Evangelios de Nuestro Señor Jesucristo, Kraft, 1956.
[9] Op. cit. pag. 36.