2) Si el Decreto del Rey no contiene nada que
signifique permiso de reconstruir a Jerusalén, ¿no hallaremos indicios de esa
licencia en la oración gratulatoria de Esdras?
Knabenbauer cree hallar en ella esos indicios
porque no traduce exactamente el texto que invoca.
Dice el pasaje aludido: «Inclinó Dios sobre
nosotros su misericordia delante de los reyes de Persia para que nos
dieran vida a fin de alzar la Casa de nuestro Dios y de rehacer sus ruinas para
que nos dieran vallado en Judá y en Jerusalén» (I Esdras, IX, 9).
El sentido es obvio. Por gracia de Dios, los
Judíos han obtenido, hasta ahora, de los reyes persas (plural: hebreo y
griego), Ciro, Darío, Artajerjes, la facultad de reedificar el arruinado Templo
y de entrar nuevamente en posesión de su suelo natal: Judá y Jerusalén.
Knabenbauer entiende «rehacer sus
ruinas», de las ruinas de la ciudad, no de las del Templo, «porque el Templo
estuvo terminado antes de Artajerjes en el año VI de Darío»; pero, Esdras habla
no sólo de las gracias obtenidas por medio de Artajerjes, al cual por otra
parte no se debió el alzamiento del Templo, sino de las gracias recibidas desde
la terminación de la servidumbre, por medio de los reyes persas, a
saber: la reedificación del Templo arruinado y el lugar cercado donde los
repatriados viven al abrigo de enemigas incursiones. Este cerco o vallado
no significa tampoco, como lo desea Knabenbauer y lo sostiene, para otros
fines, Van Hoonacker, las murallas de Jerusalén, sino tan sólo el muro
campestre o tapia que separa las recuperadas propiedades de los Judíos y las
defiende contra los apetitos de las Gentes vecinas. Isaías emplea la misma
palabra gader al hablar del muro protector de la viña (Is., V, 5)[1].
Luego la oración gratulatoria de Esdras no
ofrece fundamento alguno para sostener que había él recibido de Artajerjes el
permiso de reconstruir la ciudad santa[2].
3) El tercer argumento de Knabenbauer consiste
en la acusación enviada a Artajerjes por las Gentes de Palestina contra los
Judíos recién venidos de Persia que tentaban de reconstruir Jerusalén y sus
muros, y la respuesta del rey que no condena categóricamente aquella empresa
como contraria a su voluntad, ni le impone un condigno castigo, señal que
estaba en el fondo de acuerdo con los constructores.
En primer lugar, es hacer mucho honor a los
cabecillas palestinenses y desconocer por completo la psicología del gran
déspota persa, el imaginar que éste podía renunciar a una resolución expresa
suya ante las quejas de aquéllos.
En segundo lugar, si los Judíos hubiesen
obrado en virtud de un permiso regio, habrían llevado inmediatamente la
cuestión al terreno jurídico exhibiendo documentos y testigos contra los
pleitistas Rehum y Simsai, y todo habría quedado resuelto a su favor, como
cuando les habían levantado pleito ante Darío por la construcción del Templo.
Si no exhiben sus poderes, es que no los tienen. Han comenzado los trabajos por
propia autoridad, confiados, sin duda, en el tácito consentimiento del lejano y
benévolo Artajerjes. Ponen manos a la obra para quitarse de la frente ese
memorial perpetuo de su vergonzosa situación (I Esd. IX, 7). Pero se adelantan
a la hora providencial. Requerido por los Goïm de Palestina, Artajerjes ordena
a éstos «que impidan aquella obra con diligencia mientras él no decrete que
se haga» (I Esd., IV, 21-22). Orden que ejecutaron los Goïm «con
poder y con fuerza», esto es, a sangre y fuego, renovando el anterior
asolamiento.
Exigencia excesiva es querer que en su
respuesta, Artajerjes declare que los Judíos han obrado contra su
voluntad; han ido sólo más allá de ella, pues todavía la tenía el
rey indecisa en esta materia: «no se edifique mientras no me plazca
ordenarlo».
Es igualmente excesivo pedir para los Judíos
un castigo más fuerte. ¿No es más que suficiente la expedición devastadora
lanzada por el rey contra Jerusalén por haberse los Judíos extralimitado en las
facultades a ellos otorgadas?
Queda firme nuestra conclusión. No fué el
edicto concedido a Esdras por Artajerjes en el año VII de su reinado, sino la
licencia dada a Nehemías por el mismo rey doce años más tarde «para la
reconstrucción del Jerusalén», la que constituye la Palabra salida, inauguradora
de las 70 Semanas.
[1] Sobre este tema puede consultarse Biblica 16, pag. 82 ss.
[2] Sea. Pero tampoco prueba que la ciudad no estaba ya reconstruída.