Nota del Blog: Traemos la crítica que recibió este muy buen libro del autor ecuatoriano y que fuera publicada en Revista Española de Teología, Vol. IX (1949), pag. 130-133.
Hemos agregado un par de notas al pie.
Pablo Caballero Sánchez, C. M.: La profecía de las setenta semanas de Daniel y los destinos del pueblo
judío.- Editorial Luz. Madrid, 1946, pp. 119.
Confiada y resueltamente
acomete el presente estudio un tema difícil y obscuro: las setenta semanas de
Daniel.
No es el aspecto
apologético el que interesa al autor, aunque también dedica atención al
cumplimiento del vaticinio cronológico, sino el exegético, y con preferencia singular
consagra la parte relativamente mayor de su trabajo a exponer el significado de
la semana septuagésima.
A la versión directa de
Dan. IX, 24-27, que como portada nos ofrece la página 7 (aunque en ella se
desliza por dos veces la errata "setenta y dos"), sigue un breve prólogo
(p. 9-10), en el que se trata de poner ante los ojos las posiciones de la
crítica actual con respecto a la persona y libro de Daniel. El autor declara desde este prólogo que la
solución de Lagrange le parece fallida, y por ser significada entre los
católicos, a ella principalmente consagra su análisis. Pero como Lagrange a su
vez se ocupa detenidamente en refutar a Knabenbauer, un estudio de éste se
impone, y así quedarán en la criba los elementos aprovechables de uno y otro,
elementos que, reunidos, contribuirán a la síntesis que anhela el P. Caballero.
Un análisis de conjunto del v. 24 (p. 17-22) excluye ciertamente
cualquier sentido no directamente mesiánico, pues los bienes prometidos son
claramente mesiánicos. Pero como dichos bienes no se han realizado
en Jerusalén y para el pueblo judío, para quienes están profetizados, el autor
concluye: "Cuando los judíos, reconciliados con Dios por la fe, sean
bautizados en Cristo; cuando la iglesia Madre haya engendrado a su Benjamín
Israel, ya podrá el germen vivo crecer hasta la madurez, ya podrá vislumbrarse
la pronta aparición de la plenitud mesiánica sobre Jerusalén e Israel, sin que
sean en ninguna forma desvirtuadas las grandiosas y precisas expresiones de
nuestra Profecía” (p, 22).
¿Hay entre las setenta semanas y la aparición de esos bienes mesiánicos un
espacio de tiempo indefinido, como quiere Lagrange,
aplicando la doctrina de la falta de perspectiva profética, o tras la semana
70° vienen sin demora los bienes del v. 24? Texto y contexto—dice el P. Caballero— muestran que no hay intervalo.
El contexto, porque nos presenta a Daniel cronólogo, es decir, con preocupaciones
de cronólogo, que serían defraudadas por Dios si mediase un espacio indefinido.
El texto, porque Dios hace un recorte en el bloque de los tiempos, indicándonos
que, hecho el corte, viene la era nueva. Por tanto, las setenta semanas son
recortadas sobre Jerusalén y el pueblo judío en orden a los bienes mesiánicos:
son tiempos concretos esencialmente judíos en orden a esos bienes.
Pero, ¿cuál es el punto de partida de las setenta semanas? No la profecía
de Jeremías sobre la liberación del cautiverio, ni el edicto de Ciro ordenando
la reconstrucción del templo, ni la misión encomendada a Esdras el año séptimo de
Artajerjes, sino da licencia dada a Nehemías el año vigésimo del mismo
(páginas 27-32) año que debe colocarse en 453 a. C. (p. 41-45).
Por otra parte, las siete primeras semanas, que representan un período
restaurador de Jerusalén, deben contarse formando bloque con las sesenta y dos
siguientes hasta el ungido-príncipe (p. 47-55), y la Historia nos muestra la
actividad de Nehemías como realización de ese período restaurador de Jerusalén
y de la nacionalidad judía.
Con esto entramos en el
estudio del ungido-príncipe de los vv. 25 v 26. El v. 25 no puede entenderse
sino del Mesías, que ofrecerá su oblación sangrienta al final de la semana 69°.
Pero ¿cuál es el "ungido" del v. 26? Según el autor, es el
Pueblo-cristo, Israel. Por eso "ungido" no lleva artículo, ni el
verbo es "morir físicamente", sino "será evacuado", y, por
eso la versión griega usó una palabra no personal, chrisma. Trátase, pues, de la reprobación temporal de Israel. El primer ungido (v. 25) muere a los cuatrocientos
ochenta y tres años exactos del decreto de Artajerjes I (453) y precisamente en
23 de marzo del año 31 de nuestra era (p. 63-65). El segundo ungido es
segregado, apartado de la protección divina benevolente y privilegiante (ese es
el sentido de "et non erit eius"
o "ei"). Mas como las setenta semanas representan
tiempos judíos de preparación progresiva en orden a la plenitud mesiánica, y,
llegada la crisis de la 69°, los tiempos no corren como tal preparación para
Israel que, al contrario, ha sido evacuado por apóstata deicida, luego entre la
semana 70° y las anteriores no hay continuidad cronológica, sino manifiesto corte
temporal, como lo entendieron los más antiguos Padres. Por lo demás, esta
interpretación escatológica de la 70° semana no se opone para nada a la idea de
que los bienes mesiánicos se encuentran realizados en la Iglesia, pues Daniel,
en el v. 24, no describe cualesquiera bienes mesiánicos, sino la plenitud de
ellos, la cual, a diferencia de la realización inicial, que es en Roma y en las
Gentes convertidas, será en Jerusalén y en el pueblo judío vuelto a Cristo (p. 67-73).
Durante la 70° semana, el
pueblo antimesiánico ("el pueblo de un jefe que ha de venir")
destruye a Jerusalén y su santuario (p. 75-78) aunque a su vez ese mismo pueblo
antimesiánico sea barrido de la tierra por un cataclismo que no será otra cosa
sino la intervención poderosísima e invicta de Dios contra los enemigos de su
pueblo (p. 79-81), pero intervención que no tendrá lugar sino después de las
guerras escatológicas y los asolamientos subsiguientes (p, 83-86), provocadas
por los pueblos del bloque antimesiánico (p.87-91), y después de haber logrado,
en momentos de triunfo, el cese del verdadero culto cristiano de Jerusalén e
implantado por tres años y medio un culto abominable (“misas sacrílegas y
horrendas de un sacerdocio traidor sujeto a los dioses del Estado”) (p. 93-98),
hasta que sobre ese mundo antimesiánico, Iglesia disidente de Jerusalén cristiana,
reina de las Gentes, Iglesia imperial escatológica, desgajada del olivo cuando
en éste hayan sido reinjertadas sus ramas naturales, Iglesia de Israel, para
gloria de Israel" (p. 101), derrame Dios su última destructora desolación (p.
99-101).
Con esto llegamos a la
síntesis del autor. Según él, es
imposible la exégesis que en los vv. 25 v 27 no ve históricamente sino los
tiempos de Antíoco Epífanes. Asimismo es inaceptable la interpretación de Knabenbauer,
que no quiere ver en la 70° semana los tiempos escatológicos, y la entiende de
la reprobación por Dios del culto mosaico luego de muerto Jesucristo. Sólo,
pues, satisface la tesis escatológica (p. 103-117).
En el trabajo del P. Caballero es de admirar la poderosa
disciplina mental con que encuentra los puntos débiles de otras sentencias. La
refutación de Lagrange creemos que es, era general, muy seria. Asimismo queda
al descubierto la falta de consistencia y claridad de la explicación dada a la
70° semana por Knabenbauer. En este aspecto, su trabajo nos parece de verdadero
mérito y creemos que éste es el principal. Aparte de él hay otros secundarios,
como, v. g., la argumentación fuerte con la que tiende a probar que el punto de
partida de las semanas es el edicto del año 20° de Artajerjes, no el 7° como
sostiene Knabenbauer.
Pero, en cambio creemos
débil su posición en dos puntos de importancia.
Primeramente, la cronología y la historia son
forzadas, a fin de que el año 20° de Artajerjes sea el 453 a. C., con lo cual
tiene que defender su asociación trono de Jerjes su padre. Ahora bien, tal
asociación no sólo no es probable, sino que hoy es ciertamente falsa, como con
evidencia consta por los papiros de Elefantina, alguno de los cuales data el documento
totidem verbis "en el año de la muerte de Jerjes, vigésimo primero de
su reinados cuando el rey Artajerjes se sentó en su trono". Cierto que el
año 453 nos llevaría con exactitud matemática
al año 31 d. C. para la muerte del Mesías. Pero esta ventaja no puede
disminuir la certeza histórica que de semejantes documentos dimana, aunque
por ser fieles a esa certeza tengamos dificultades
serias en cuanto al cumplimiento de la profecía.[1]
El otro punto, y más
importante, es la idea escatológica que domina todo el trabajo del P.
Caballero. No es que consideremos su modalidad como afectada por ningún documento
eclesiástico, aunque pueda decirse que las formas mitigadas de milenarismo más
en boga fueron rechazadas por el S. Oficio en 11 de julio de 1941[2]. Pero sí creemos que la
tesis escatológica, presentada como lo hace con maestría el autor, no gozará de
más favor en la exégesis católica que las de otros tiempos. Y esto no porque la
70° semana no presente dificultades y obscuridades serias para la tesis mesiánica,
sino porque a pesar de esas dificultades, y a pesar de que la plenitud
mesiánica no deba considerarse exhaustivamente realizada con la muerte de
Cristo y la fundación de la Iglesia de las Gentes, todavía creemos que hay predicciones
ciertas del Señor que obligan a no tomar con demasiada literalidad el v. 24[3], tales las parábolas sobre
la mezcla de buenos y malos, seguida del juicio final en la consumación del
mundo[4] (sin aditamento de
"malo" ni "bueno", sino "el mundo" sencillamente),
y aún a suponer realizada la plenitud mesiánica a lo largo de los siglos cristianos
desde Pentecostés hasta el último día, entre los cuales, aun exteriormente
puede haber épocas que justifiquen visiblemente las expresiones con que se nos
describen los tiempos de esa plenitud como si se tratase de "la
bienaventuranza en presencia de Dios".
Estos dos reparos restan,
a nuestro juicio, mérito a la investigación del P. Caballero, pero no impiden
que reconozcamos en él a un valiente y animoso obrero de la exégesis bíblica.
R.
Criado S.J.
[1] Nota del Blog: La crítica
parece aquí decisiva. El problema de la cronología se solucionaría, en parte al
menos, si se tomaran los años de 360 días, como lo hace el Apocalipsis, y no de
365 como lo hace el autor.
[2] Nota del Blog: No nos queda
en claro el sentido de esta frase. Sea lo que sea, decimos dos cosas:
a) El decreto
del 41 fue abolido por el del 44 y el autor, que escribió en el año 1949, debió
haberlo citado.
b) Habría que
probar que Caballero Sánchez enseña un Reino visible de Cristo.
[3] Nota del Blog: La crítica
versa en que Caballero Sánchez interpreta literalmente las Escrituras. Siempre
las mismas objeciones, y por lo tanto, las mismas respuestas: si no hay que tomar
con demasiada literalidad el v. 24, entonces dejemos a Knabenbauer y sobre todo
a Lagrange en paz cuando aplican esta profecía aproximadamente a los sucesos de la primera Venida y a los de los
Macabeos y Antíoco Epífanes respectivamente… y si eso se puede hacer con esta
profecía, hagamos lo mismo con todas las demás, y por supuesto, con toda la
Biblia…
[4] Nota del Blog: todo el
mundo sabe que Nuestro Señor jamás habló de la consumación del mundo sino del siglo. El autor debiera comenzar, pues, por probar la identidad de ambos
términos.