Nota del Blog: Tener presente la NOTA que publicamos en la primera parte.
Párrafo IV
Se confrontan estas noticias con las profecías.
Lo que acabamos de decir sumariamente tocante
a los sucesos principales de los hijos de Israel, desde el principio de su destierro,
dispersión y cautiverio hasta el presente, nos parece que es la pura verdad. No
se halla a lo menos otra idea ni en la Historia sagrada, ni tampoco en la
profana. Las diez tribus que fueron llevadas a Asiria y Media por Salmanasar,
rey de Nínive, es certísimo a quien quiera mirarlo, que hasta ahora no han
vuelto de su destierro; y si no dígase cuándo; y no obstante, las profecías
anuncian y aseguran clarísimamente que han de volver. Las otras dos tribus de
Judá y Benjamín, que fueron del mismo modo llevadas cautivas a Babilonia por
Nabucodonosor, volvieron es verdad a Jerusalén y Judea (no todos sus
individuos, sino una parte bien pequeña respecto del todo). Más aún estos pocos
que volvieron tan cautivos como habían ido, vivieron en Jerusalén y Judea, en
la misma opresión y servidumbre en que quedaban en Babilonia y Caldea, los que
no volvieron. En suma, no volvieron de Babilonia, ni vivieron en Jerusalén y
Judea, como anuncian las profecías. Esto último es tan claro, que para
convencerse basta una simple lección de las Escrituras, y para acabar de
convencerse plenamente, sin que quede duda ni sospecha de lo contrario, basta
leer con algún examen lo que sobre estas cosas nos dicen los doctores. Después
de un sumo empeño, diligencia, estudio y meditación en hombres llenos de
ciencia, de erudición y de ingenio, al fin se ven en la necesidad inevitable de
confesar, algunos expresamente y todos implícitamente, que es una empresa no
sólo difícil, sino imposible al ingenio humano, el acomodar o verificar las
profecías en la vuelta de Babilonia que sucedió en tiempo de Ciro. Si
esto fuese posible de algún modo, con esto sólo quedaba ahorrado todo el
trabajo. No había necesidad en este caso de dejar el sentido obvio y literal, y
acogerse casi a cada paso a aquellos recursos fríos, y a la verdad mal seguros,
de que tantas veces hemos hablado.
Porque la confrontación de las profecías con
la historia es un punto de suma importancia en el asunto que tratamos, aunque
ya quedan notadas muchas de estas cosas en todo el fenómeno de los judíos,
especialmente en el aspecto segundo, párrafo IV, todavía me parece necesario
apuntar en breve, y poner a la vista algunas de estas profecías, para que
teniéndolas presentes, se empiece a ver con los ojos, y se prosiga viendo con
la lección de las demás, la distancia suma y la desproporción infinita que hay
entre ellas, y la vuelta de la antigua Babilonia.
Primeramente, en Isaías se dice, que Dios
congregará a los prófugos de Israel, y a los dispersos de Judá de
todas las cuatro plagas de la tierra: “et congregabit profugos Israël, et dispersos Juda colliget a quatuor plagis
terræ” (Cap. XI, 12). Que
congregados todos en sus propias tierras, serán señores de aquellos mismos de
quienes habían sido esclavos: “et possidebit
eos domus israel super terram Domini in servos et ancillas: et erunt capientes
eos qui se ceperant, et subjicient exactores suos” (Cap.
XIV, 2); que el Señor les dará entonces descanso de sus trabajos, de su
opresión[1], y
de aquella dura servidumbre en que han estado por tantos siglos; que no se oirá
más entre ellos el nombre de exactor, ni de tributo; que
dirán entonces llenos de regocijo: “Quomodo cessavit exactor; quievit
tributum? Contrivit Dominus baculum impiorum, virgam dominantium, etc” (ibid.);
que quebrantada, y hecha mil pedazos esta vara de la dominación de los
hombres, toda la tierra quedará quieta y en silencio, y al mismo tiempo, llena
de gozo y exultación: “Conquievit et siluit omnis terra, gavisa est et
exsultavit” (ibid.); que en aquel día, en fin, el Señor quitará del
cuello y de los hombros de Israel aquel yugo y aquella carga tan pesada que ha
llevado en su largo cautiverio: “Et erit in die illa: auferetur onus
ejus de humero tuo et jugum ejus de collo tuo, et computrescet jugum a facie
olei.” (Cap. X, 27).
En Jeremías se dice que Dios
congregará las reliquias de su grey de todas las tierras donde estuvieren
dispersas, y las conducirá con su brazo omnipotente, a sus campos; que
allí crecerán y se multiplicarán en paz y quietud, sin miedo ni pavor de malas
bestias; tanto que ninguno faltará ni se echará menos en la cuenta: “et
nullus quæretur ex numero, dicit Dominus” (Jer. XXIII, 4); y en los capítulos
XXXII, XXXIII, y XXXIV, se dice que Dios congregará a todos los
hijos de Israel de todas las naciones, tierras y lugares a donde los arrojó en
medio de su furor, de su ira, de su indignación grande y justísima, y los
reducirá otra vez a su propia tierra, donde habitarán confidenter; que
serán entonces su pueblo; que les dará a todos cor unum et viam unam;
que celebrará con ellos un pacto sempiterno; que en adelante no dejará jamás de
beneficiarlos; que se gozará en sus beneficios, y no tendrá por qué arrepentirse
de haberlos hecho; que les infundirá en sus corazones su santo temor, para que
ya no ofendan a su Dios, ni se aparten de Él; que sanará sus heridas, y cerrará
del todo las cicatrices; que perdonará sus pecados e iniquidades, y echará en
perpetuo olvido todo lo pasado; que todas las gentes que oyeren, o supieren los
bienes innumerables y estupendos que les ha de dar, “et pavebunt et
turbabuntur in universis bonis, et in omni pace quam ego faciam eis”
(Jer. XXXIII, 9); que los plantará
de nuevo en la misma tierra que prometió a sus padres, y esto con todo su
corazón y con toda su alma: “et plantabo
eos in terra ista in toto corde
meo, et in tota anima mea” (Jer. XXXII, 41),
y como se dice en el capítulo XXIV, 6: “Et ponam oculos meos super
eos ad placandum, et reducam eos in terram hanc: et ædificabo eos, et non
destruam: et plantabo eos, et non evellam; que, en fin, en aquellos
tiempos ya no dirán: “vivit Dominus, qui eduxit filios Israël de terra
Ægypti, sed: Vivit Dominus, qui eduxit et adduxit semen domus Israël de terra
aquilonis, et de cunctis terris ad quas ejeceram eos illuc, et habitabunt in
terra sua”.
(XXIII,
7). Porque vendrá tiempo, dice el Señor, en el cual “et suscitabo David
germen justum: et regnabit rex, et sapiens erit, et faciet judicium et
justitiam in terra. In diebus illis, prosigue inmediatamente, salvabitur
Juda, et Israël habitabit confidenter: et hoc est nomen quod vocabunt eum:
Dominus justus noster”. (Jer. XXIII, 5-6). Y para decirlo todo en
una palabra, en el mismo Jeremías se lee (capítulo L, versículo 4):
“In diebus illis, et in tempore illo, ait Dominus, venient filii Israël ipsi
et filii Juda simul... venient, et apponentur ad Dominum fœdere sempiterno, quod
nulla oblivione delebitur”. Y más abajo versículo 20: “In diebus
illis, et in tempore illo, ait Dominus, quæretur iniquitas Israël, et non erit,
et peccatum Juda, et non invenietur”.
En Baruch se dice (Cap. V, 6), que los
cautivos que salieron de su tierra con ignominia, pedibus ducti
ab inimicis, volverán de Oriente y Occidente conducidos con honor,
como hijos del reino: “adducet autem illos Dominus ad te (a Jerusalén) portatos
in honore sicut filios regni”; lo cual concuerda
perfectamente con lo que se lee en Isaías (Cap. LXVI, 20): que los
árboles les harán sombra ex mandato Dei; que el Señor los traerá “in
lumine majestatis suæ, cum misericordia et justitia quæ est ex ipso” (Bar.
V, 9); que su justicia, santidad y fidelidad a su Dios, será entonces
diez veces mayor de lo que habrá sido su iniquidad; que en fin, los revocará a
la tierra que prometió con juramento a sus padres Abrahán, Isaac y Jacob; y
esto ya bajo otro testimonio firme y sempiterno, y no los volverá otra vez a
mover de la tierra que les dio: “Et revocabo illos in terram quam juravi
patribus eorum, Abraham, Isaac, et Jacob... et statuam illis testamentum
alterum sempiternum, ut sim illis in Deum, et ipsi erunt mihi in populum: et
non movebo amplius populum meum, filios Israël, a terra quam dedi illis (Bar.
II, 34-35).
En Ezequiel se dice que Dios
congregará los dispersos de Israel de todas las tierras donde se hallaren, y
les dará su propia tierra; que entonces dará a todos un corazón y un espíritu
nuevo, quitándoles el corazón de piedra, y dándoles corazón de carne (XI, 17); que romperá y hará pedazos su yugo y sus cadenas,
librándolos enteramente de manu imperantium sibi; que en
adelante habitarán en su tierra confidenter absque ullo timore... neque
portabunt ultra opprobrium gentium (XXXIX, 27-29). Que derramará
sobre ellos un agua pura y limpia, con que los lavará de todas sus iniquidades
pasadas (XXXVI, 25). En suma, en el capítulo XXXVII, versículo 21
ss, se leen estas palabras: Ecce ego assumam filios Israël de medio
nationum ad quas abierunt: et congregabo eos undique, et adducam eos ad humum
suam. Et faciam eos in gentem unam in terra in montibus Israël, et rex unus
erit omnibus imperans... Et servus meus David rex super eos, etc”.
En Oseas (I, 11) se dice que los hijos
de Judá y de Israel, que antes eran de dos reinos enemigos entre sí, se
congregarán después de su destierro y se unirán otra vez, como lo estuvieron en
tiempo de David, y Salomón, y que entonces “ponent sibimet caput unum,
et ascendent de terra, quia magnus dies Jezrahel”.
La interpretación que se da comúnmente a este
texto de Oseas, es verdaderamente curiosa, y por eso digna de atención. “Et
congregabuntur filii Juda et filii Israël pariter”. Los hijos de Judá y
de Israel (nos dicen) significan aquí los Judíos y los Gentiles que creyeron
por la predicación de los apóstoles. Unos y otros, (prosigue la explicación)
reconocieron de común acuerdo a Jesucristo, por hijo de David e Hijo de Dios;
por consiguiente lo miraron como a su cabeza, como a su
Señor, como a su verdadero y legítimo rey. Unos y otros et ascendent de
terra, esto es, de los pensamientos, afectos y deseos terrenos, quia
magnus dies Jezrahel. ¿Qué querrá decirnos
este Profeta con estas cuatro palabras? ¿Qué día de Jezrahel será éste? El día
de Jezrahel (concluye la explicación) no quiere decir otra cosa, sino el día de
la muerte de Cristo, el día de su resurrección, el de su ascensión a los
cielos, el día de la venida del Espíritu Santo, etc. Todos estos días sagrados
vienen aquí significados por el día de Jezrahel: quia
magnus dies Jezrahel.
Ahora bien, ¿y toda esta explicación, se
puede aquí preguntar, sobre qué fundamento estriba? ¿Con qué razón se
asegura que los hijos de Judá, filii Iuda significan en general los Judíos
creyentes y los hijos de Israel los gentiles? ¿Con qué razón se asegura que el
día grande de Jezrael, de que habla el Profeta, son aquellos cuatro días de la
muerte, resurrección, ascensión de Cristo, y venida del Espíritu Santo? ¿Acaso
porque esto se sabe y se cree, y lo otro, o no se quiere creer, o no se quiere
que se sepa?
Oíd ahora otra explicación, sencilla,
sí, pero bien fundada y por eso clara y natural: los hijos de Judá, y los
hijos de Israel, no sólo significan, sino que son real y verdaderamente los que
se llaman así en toda la Escritura, esto es, los dos reinos diversos, y siempre
enemigos de Israel y Judá. El primero que comprendía diez tribus, y cuya capital
era Samaria; el segundo, que comprendía solas dos, y cuya capital era
Jerusalén. Estos reinos, que antes de la cautividad no sólo eran dos reinos
diversos sino dos enemigos, llegará tiempo, dice el Profeta, en que se unan entre
sí, y formen un solo reino debajo de una sola cabeza, o de un solo rey,
descendiente de David (que es lo mismo que acaba de decirnos Ezequiel).
Entonces, prosigue, se levantarán ambos de la tierra donde han estado como
muertos y sepultados[2].
El uno desde Salmanasar, el otro desde Nabucodonosor, et
ascendent de terra.
Este gran milagro, concluye el profeta,
sucederá en el mundo infaliblemente, porque el día de Jezrael será grande, quia
magnus dies Jezrahel. Estas últimas
palabras, aunque a primera vista no ofrecen otra cosa que la misma obscuridad,
mas si queréis tomar el pequeño trabajo de leer el capítulo VII del libro de
los Jueces, con esto solo creo firmemente que quedaréis enteramente satisfecho.
Allí leeréis con admiración, y con no pequeña diversión, lo que sucedió
antiguamente en el gran valle de Jezrael, a donde clara y visiblemente alude Oseas.
Leeréis, digo, la célebre batalla, o por mejor decir, el horrible destrozo
que hizo Gedeón en el ejército innumerable y formidable de Madianitas,
Amalecitas, y otras naciones orientales, que como langostas venían a desolar la
tierra; los cuales todos estaban acampados y cubrían el gran valle de Jezrael:
“Igitur
omnis Madian, et Amalec, et orientales populi, congregati sunt simul: et
transeuntes Jordanem, castrametati sunt in valle Jezraël” (Jue. VI,
33). A este ejército formidable
en su mismo campo acometió Gedeón por orden de Dios con solos trescientos
soldados, todos ellos tan bien armados, que ninguno llevaba espada, ni lanza,
ni alguna otra arma ofensiva, ni aun defensiva. En lugar de armas llevaba cada
uno una trompeta en la mano diestra, y en la siniestra una hidria o vaso de
tierra, que escondía dentro una lámpara encendida. Dada la señal, debían todos
romper los vasos, chocándolos mutuamente cada uno con el que tenía a su lado,
con lo cual, apareciendo las luces, debían todos a un mismo tiempo sonar sus
trompetas y correr al rededor del campo. No fue menester otra diligencia de
parte de Gedeón, y de sus fieles compañeros; lo demás lo hizo Dios: Immisitque
Dominus gladium omnibus castris, et mutua se cæde truncabant, etc. (Jue. VII, 22). Todo
esto, vuelvo a decir, sucedió en el valle de Jezrahel, y este suceso tan
memorable toma aquí este Profeta, como por recuerdo, señal o parábola de lo que
debe suceder cuando llegue el día del Señor, o la revelación de Jesucristo que
es lo mismo; del cual día nos hablan tanto y de tantas maneras todas las
Escrituras[3]. A esta misma
expedición de Gedeón en el valle de Jezrael alude claramente Isaías,
hablando de la venida del Señor en gloria y majestad, cuando dice (X, 33):
“Ecce Dominator, Dominus exercituum, confringet lagunculam in terrore; et
excelsi statura succidentur, et sublimes humiliabuntur”. A esto alude el
mismo Isaías cuando dice (XIV, 5): “Contrivit Dominus baculum
impiorum, virgam dominantium”. A esto alude David en
muchísimos salmos, en especial en el CIX, cuando le dice al Mesías su
hijo: “Dominus a dextris tuis; confregit in die iræ suæ reges. Judicabit in
nationibus, implebit ruinas; conquassabit capita in terra multorum”. A
esto alude todo el cántico de Habacuc, en especial el versículo 12:
“In
fremitu conculcabis terram; in furore obstupefacies gentes.
Egressus es in salutem populi tui, in
salutem cum christo tuo… Maledixisti sceptris ejus, capiti bellatorum ejus,
venientibus ut turbo ad dispergendum me…”. A esto alude en sustancia la caída de la piedra sobre los pies de la
estatua y a esto alude todo el capítulo XIX del Apocalipsis. Con esta idea,
volved a leer el texto de Oseas, y me parece que lo entenderéis sin dificultad:
“Et congregabuntur filii Juda et filii Israël pariter;
et ponent sibimet caput unum, et ascendent de terra, quia magnus dies Jezrahel”. Excusad la
digresión, y volvamos a tomar el hilo que dejamos suelto.
En Joel (II, 25) se dice, hablando con todo
Israel en general: “Et reddam vobis annos, quos comedit locusta,
bruchus, et rubigo, et eruca: fortitudo mea magna quam misi in vos”. Los cuales años no son otros, sino aquellos mismos que les anuncia el mismo
profeta en el capítulo antecedente (ver. 4), por estas palabras: “Residuum
erucæ comedit locusta, et residuum locustæ comedit bruchus, et residuum bruchi
comedit rubigo”, etc. Y estos años o tiempos de tribulación y
calamidades, significados por estas expresiones tan naturales y tan vivas, es
cierto que hasta ahora no se los ha vuelto el Señor como aquí se los promete.
En Amós se dice (IX, 15): “Et
plantabo eos super humum suam, et non evellam eos ultra de terra sua, quam dedi
eis, dicit Dominus”.
En Abdías se dice (ver. 17): “possidebit
domus Jacob eos qui se possederant”.
En Miqueas se dice (VII, 15 ss): “Secundum dies egressionis tuæ de terra Ægypti, ostendam ei mirabilia (vel “videte mirabilia”, como se lee en los Setenta). Videbunt
gentes, et confundentur super omni fortitudine sua…… Dominum
Deum nostrum formidabunt, et timebunt te”.
En Sofonías se dice (III, 13): “Reliquiæ Israël non facient
iniquitatem, nec loquentur mendacium, et non invenietur in ore eorum lingua
dolosa”; y hablando con la madre
Sión, le dice (ver. 19): “Ecce ego interficiam omnes qui afflixerunt
te… et salvabo claudicantem, et eam quæ ejecta fuerat congregabo: et ponam eos
in laudem, et in nomen, in omni terra confusionis forum”.
Finalmente, en Zacarías, que profetizó después de la
vuelta de Babilonia, se dice (capítulo XIV, vers. 11): “Et habitabunt in ea, et anathema non erit
amplius, sed sedebit Jerusalem secura”.
De estas cosas hallaréis a cada paso en todos los
Profetas, empezando desde Moisés.
Ahora, decidme, amigo, con sinceridad y
verdad, ¿qué os parece de estas profecías? Supongamos por un momento que no
hubiese otras en toda la Escritura divina, sino estas pocas que aquí hemos
apuntado. Aun hablando de estas solas, ¿será posible verificarlas en
aquellos pocos esclavos que volvieron, con licencia de Ciro, de Babilonia a la
Judea? Reflexionad, señor, este punto capital con toda vuestra atención y
con todo vuestro juicio. Yo esperaré con paciencia vuestra respuesta. Entre tanto
debéis contentaros de que yo saque como legítimas y forzosas aquellas consecuencias,
que quedaron un poco suspensas en el párrafo II.
Primera:
luego la cautividad, destierro y dispersión de los hijos de Israel, de que
hablan las profecías, no puede ser la que padecieron solas las tribus en tiempo
de Nabucodonosor.
Segunda:
luego la vuelta de la cautividad, destierro y dispersión de los hijos de
Israel de que hablan las profecías, no puede ser la vuelta de algunos individuos
de solas dos tribus, que sucedió en tiempo de Ciro, y con su licencia y
beneplácito; mucho más cuando dichas profecías no nombran a Babilonia, sino que
sólo dicen en general, que volverán “de omnibus terris, de omnibus populis,
de Oriente et Occidente, a quatuor plagis terrae, etc”.
Tercera
consecuencia: luego esta vuelta y todas las cosas, así generales como
particulares que se dicen de ella, no se han verificado hasta ahora.
Cuarta:
en fin, luego una de tres, o los profetas erraron, o Dios no es veraz, o
todas se han de verificar en algún tiempo, ni más ni menos como están escritas.
Yo suscribo a esto tercero, y dejo lo primero y lo segundo a quien lo quisiere.
Continuabitur
[1] Así la edición de Ackerman. La de Belgrano
lee “prisión”.
[2] ¿Referencia a Ezequiel XXXVII?