Nota del Blog:
presentamos a continuación uno de nuestros Fenómenos favoritos de la
obra de Lacunza. Creemos que es una verdadera llave maestra que
ayuda a entender las profecías tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento y
sin la cual todo se vuelve oscuro y confuso, como lo atestigua la simple
lectura de los comentadores.
Un par de cosas, sin embargo, es preciso aclarar:
1) La transcripción está tomada, básicamente,
de la edición de Manuel Belgrano.
2) Hemos pulido el texto corrigiéndolo de los
numerosísimos errores de ortografía que trae el original; errores, por otra
parte, muy fácilmente detectables (elegimos al azar): segun en lugar de según,
acabámos en lugar de acabamos, á en lugar de a,
etc. etc.
3) Solamente en un par de ocasiones hemos
preferido la edición de Ackermann a la de Belgrano. De todas formas las
diferencias son totalmente accidentales.
4) Después de mucho pensarlo nos decidimos mantener el texto en latín (dando siempre la cita respectiva) y no colocar
ninguna traducción y esto por varias razones:
a) No nos satisface del todo ni la traducción
de la Vulgata de Straubinger ni la de Ackermann.
b) Queremos que el lector se familiarice en lo
posible con el idioma.
c) Y esta es la razón principal, queremos
que el lector desempolve sus Biblias y las deje de usar como adorno. Desta
forma podrá consultar las notas de los comentadores. La de Straubinger de 1951,
es decir, la edición en base a los originales es, sin dudas, la mejor que
dispone el mundo de habla hispana, por lo menos en cuanto a los comentarios,
ya que en cuanto al texto, la de Bover nos parece un poco mejor (por lo
menos en lo poco que hemos podido comparar).
Desta forma el lector se familiarizará con las citas
y los lugares paralelos que deberá consultar (si no todos por lo menos algunos
déllos) le ayudarán a contemplar la hermosa unidad de las Escrituras.
5) Todos los comentarios son nuestros.
6) Un par de veces hemos modificado el texto
(punto aparte en lugar de punto seguido, etc) para que se aprecie mejor el
pensamiento de Lacunza.
7) Como de costumbre, por lo general, las
cursivas son del original y las negritas y subrayados nuestros.
Fenómeno VII
Babilonia y sus cautivos.
Párrafo I
Cualquiera que lee con atención los Profetas,
repara fácilmente dos cosas principales. Primera: grandes y terribles
amenazas contra Babilonia. Segunda: grandes y magníficas promesas
en favor de los cautivos, no solamente de la casa de Judá, o de los Judíos en
particular que fueron los propios cautivos de Babilonia, sino generalmente de
todo Israel, y de todas sus tribus para cuando salgan de su cautividad, y
vuelvan a su patria, de su destierro. Uno y otro con figuras y expresiones
tan grandes y tan vivas, que hacen formar una idea más que ordinaria, y más que
grande, así de la vuelta de los cautivos a su patria, como del castigo
inminente y terribilísimo de aquella capital.
Si con esta idea volvemos los ojos a la
historia, si lee en los dos libros de Esdras todo lo que sucedió en la
vuelta de Babilonia, y el estado en que quedaron los que volvieron, aun después
de restituidos a su patria; si lee en los dos libros de los Macabeos los
grandes trabajos, angustias y tribulaciones, que en diversos tiempos tuvieron
que sufrir, dominados enteramente por los príncipes griegos; si lee después de
esto en los evangelios, el estado de vasallaje y opresión formal en que se
hallaban cuando vino el Mesías, no solamente dominados por los Romanos, sino
inmediatamente por un idumeo, cual era el crudelísimo Herodes; si lee por
otra parte, ya en la historia profana, ya también en la sagrada, que Babilonia,
después de haber salido de ella aquellos cautivos, se mantuvo en su ser sin
novedad alguna sustancial por espacio de muchos siglos; que no la destruyó
Darío Medo, ni Ciro Persa, ni ningún de sus sucesores, que no se destruyó
repentinamente en un solo día; que no vinieron sobre ella en un solo día
aquellas dos grandes calamidades que parece le anuncia Isaías, cuando le dice
(cap. XLVII, 9): Venient tibi duo hæc subito
in die una, sterilitas et viduitas.
Con todas estas noticias ciertas y seguras, no puede menos que maravillarse de
ver empleadas por los profetas de Dios vivo unas expresiones tan grandes para
unas cosas respectivamente tan pequeñas. Mucho
más deberá maravillarse, si advierte y conoce sin poder dudarlo, que nada o
casi nada se ha verificado hasta el día de hoy de lo que con tantas y tan vivas
expresiones parece que tenían anunciado sobre estos asuntos los profetas de
Dios.
Difícilmente se hallará otro punto en toda la
divina Escritura, que haya dado más cuidado, ni haya apurado más los ingenios,
que Babilonia y sus cautivos. El embarazo en que no pocas veces
se hallan los intérpretes, y la gran fuerza que hacen para salir con honor, es
tan visible, que puede fácilmente repararlo el hombre menos reflexivo. Ya
suponen cosas que debían no suponerse, sino probarse en toda forma; ya conceden
a lo menos en parte, en general y en confuso lo que en otras ocasiones más
inmediatas omiten o niegan absolutamente; ya usan de un sentido, ya de otro, ya
de muchos a un mismo tiempo, y esto en un mismo individuo texto; ya siguen el
sentido literal hasta cierta distancia, y hallándose atajados por el texto
mismo, que visiblemente protesta la violencia, vuelven un poco atrás, buscando
por todos los otros rumbos algún otro sentido menos incómodo, o menos
inflexible. Si éste se halla, éste solo basta para decir, que aunque aquel
sentido (que no se puede llevar adelante) es realmente el sentido literal, mas
este otro es el sentido specialiter intentus an
Spiritu Sancto.
Después de todas estas diligencias no por eso
queda resuelta la gran dificultad. Se ve tan en pie y tan entera, como si no se
hubiese tocado. Las profecías son muchas y muy claras a favor de los
miserables hijos de Israel, para cuando vuelvan de su destierro y cautiverio, y
por esto mismo es igualmente claro que no se han verificado jamás. Los
intérpretes suponen que ya todas se han verificado, o se están verificando
muchos siglos ha. ¿Mas cómo? Una pequeña parte literalmente en aquellos pocos
que salieron antiguamente de Babilonia con permiso de Ciro; la mayor parte
alegóricamente en los redimidos por Cristo de la verdadera cautividad de
Babilonia, esto es, del pecado y del demonio; y otra parte, que no puede
explicarse ni en el uno ni en el otro sentido, se verifica, dicen, anagógicamente
en aquellas almas santas que, rotas las prisiones del cuerpo, vuelan al cielo,
su verdadera patria, donde gozan en paz y quietud de todos los bienes. Nada
decimos por ahora de aquella otra parte bien considerable, que tal vez se omite
por excusar prolijidad.
Mas, ¿sería creíble, digo yo, que el Espíritu
de Dios qui locutus est per prophetas, hablase de este modo? ¿Sería creíble que hablase per prophetas
sobre un mismo asunto, parte en un sentido, parte en otro, parte en muchos,
parte en ninguno? ¿Será creíble este modo de hablar de la veracidad de Dios y
de su santidad infinita? Aun en el hombre más ordinario se tuviera esto, y con
gran razón, por un defecto intolerable. ¿Sería creíble, vuelvo a decir, que
Dios vivo y verdadero, hablando nominadamente con los hijos de Abrahán, de
Isaac, y de Jacob, a quienes iba a desterrar, o había ya desterrado y esparcido
entre las naciones, les prometiese, no sólo recogerlos y restituirlos a su
patria, sino junto con esto, otros innumerables bienes y misericordias, que no
habían de verificarse en ellos, sino en las gentes? ¿Y esto en un sentido
puramente espiritual? ¿Y esto, o muchísimo de esto en sentido parte literal,
parte alegórico, parte anagógico, parte místico y espiritual? No puedo negar
que me parece todo esto duro y difícil de creer, y no obstante sé de cierto,
que en el sistema ordinario no hay otro modo de resolver la gran dificultad.
El modo ordinario de discurrir es éste en
sustancia, y sobre él no faltan algunas reglas generales. Las profecías,
dicen, y con gran razón, son verdaderas y de fe divina, Dios es quien habla en
ellas, y no el hombre; estas profecías no se han verificado plenamente juxta
literam, como es claro y per se noto, y
consta de la misma Escritura; luego (repárese con cuidado en esta consecuencia),
luego es preciso decir, que en ellas se encierra algún gran misterio, mucho
mayor que la salida material de Babilonia de los Caldeos, el cual misterio no
puede ser otro que la liberación por Cristo de la verdadera cautividad de
Babilonia, esto es, del pecado y del demonio. Por consiguiente, todo lo que
anuncian las profecías, tocante a la justicia, a la santidad, a la paz, a la
felicidad estable y permanente de los que vuelven de su destierro, y son
restablecidos de nuevo en la tierra prometida a sus padres, etc. se debe entender
de los hijos de la Iglesia presente,
que son el verdadero Israel de Dios, la cual justicia, santidad, paz y felicidad, empieza en la tierra, y se consuma
y perfecciona enteramente en el cielo. Esta consecuencia, o este modo de
discurrir, como si fuese justísimo en todas sus partes, es de gran uso para
desembarazarse sin oposición alguna, antes con sumo honor, de toda suerte de
dificultades.
Párrafo II
Se propone otra consecuencia.
Así como yo no repruebo absolutamente el
sentido alegórico, anagógico, etc., así tampoco puedo reprobar absolutamente la
consecuencia que acabamos de oír; antes por el contrario, mirada por cierto
aspecto, me parece buena y propísima ad utilitatem et
aedificationem. A todos los creyentes
nos importa saber y no olvidar que fuimos redimidos y librados por Cristo, de potestate
tenebrarum; que este mundo es un verdadero destierro;
que nuestra patria es el cielo; que la justicia, y santidad, et pax et
gaudium in Spiritu Sancto, empiezan aquí, y allá
se perfeccionan; que todos los fieles Cristianos, de cualquiera nación que
sean, son el verdadero Israel de Dios, etc.
No obstante estas verdades, que yo creo y
confieso con todos los fieles Cristianos, propongo a la consideración y juicio
de los sabios otra consecuencia sacada de las mismas premisas que supongo
ciertas y evidentes, y pido que se compare esta segunda consecuencia con la
primera, in simplicitate et veritate.
Discurro, pues, así: las profecías de que hablamos son ciertas y seguras,
pues en ellas no habla el hombre sino Dios; estas profecías no se han cumplido
hasta ahora plenamente iuxta literam; luego debe llegar tiempo en que todas se cumplan plenamente iuxta
literam. Digo plenamente iuxta
literam para comprender, así las cosas mismas que
anuncian, como las personas de quienes hablan expresa y nominadamente.
Más claro: las profecías hablan expresa y
nominadamente de los judíos en general, o de todas las tribus de Israel sin
excluir a ninguna, para cuando vuelvan de su cautividad y destierro, y sean
introducidas y planteadas de nuevo en la tierra prometida a sus padres; ahora,
pues, es cierto y evidente, que los judíos desterrados a Babilonia, y cautivos
en Babilonia, volvieron muchos días ha de su cautividad y destierro; es cierto
y evidente, que entonces edificaron de nuevo su templo y su ciudad de
Jerusalén; es cierto y evidente, que entonces se establecieron de nuevo en
aquella misma tierra, de donde habían sido desterrados. Por otra parte, también
es cierto y evidente (por confesión forzosa e innegable de todos los
intérpretes) que las profecías innumerables, que hablan de la vuelta de la
cautividad y destierro de los hijos de Israel, no se han verificado ni de
ciento una; no se han verificado plenamente iuxta
literam, no se han verificado, ni en lo que anuncian
clara y distintamente, ni en las personas de quienes hablan expresa y
nominadamente, etc. Luego... (ved ya la consecuencia que ofrezco a vuestra
consideración), luego la cautividad y destierro de los hijos de Israel, de
que hablan las profecías, no puede ser la cautividad y destierro de Babilonia,
a que fueron llevados por Nabucodonosor[1].
De aquí se sigue otra consecuencia, o por
mejor decir, una cadena de consecuencias:
Luego la cautividad y destierro de que
hablan las profecías no se ha concluido hasta lo presente, pues si se hubiese
ya concluido, ya se hubieran verificado las profecías.
Luego los hijos de Israel no han vuelto
hasta el presente de la cautividad y destierro de que hablan las profecías.
Luego deberemos esperar otro tiempo, en
que los hijos de Israel vuelvan de su cautividad y destierro y en que, por
consiguiente, se verifiquen en ellos las profecías.
Luego el descanso, el sabatismo, la
independencia de toda potestad y dominación de la tierra, la justicia, la
santidad, la paz, la felicidad estable y permanente bajo un solo rey, a quien
se da el nombre de David, etc. anunciado todo clara y distintamente a los hijos
dispersos de Jacob, para cuando vuelvan de su dispersión, de su cautividad, de
su destierro, se verificará en ellos plenamente, cuando se verifique esta
vuelta, la cual está anunciada del mismo modo que todo lo demás[2].
En efecto, esta última consecuencia no sólo
se infiere de aquellas premisas, sino que se lee expresamente en el capítulo
XII de Daniel, versículo 7: “Et cum completa fuerit dispersio manus populi sancti, complebuntur universa
hæc”[3]. Después que el ángel qui indutus erat
lineis reveló a este Profeta muchos
y grandes misterios contenidos en todo el largo capítulo antecedente, en
especial lo que debía suceder al pueblo de Israel en los últimos tiempos; pues
a esto le dice que viene determinadamente: Veni autem ut docerem te
quæ ventura sunt populo tuo in novissimis diebus, quoniam adhuc visio in dies (X, 14); después de todo esto, preguntado por
el mismo Profeta: Usquequo finis horum mirabilium?, le
responde al punto levantando las manos al cielo, y
jurando per viventem in æternum, quia
in tempus, et tempora, et dimidium temporis (XII, 6-7).
Y concluye inmediatamente su respuesta, o la explica y aclara diciendo que
todas aquellas cosas de que acaba de hablar, tendrán su perfecto cumplimiento
cuando se complete o concluya enteramente la dispersión del pueblo Santo hecha
por la mano de Dios:
“cum completa fuerit dispersio manus populi sancti,
complebuntur universa hæc”. Estas palabras combinadas con aquellas otras del capítulo X: Veni autem ut
docerem te quæ ventura sunt populo tuo in novissimis diebus, quoniam adhuc
visio in dies, parecen la verdadera
llave de todos los misterios del capítulo XI y XII de este Profeta, los cuales
misterios se verificarán y entenderán perfectamente, cuando se acaben los trabajos
de los hijos de Israel, y cuando tenga fin su destierro, su dispersión y cautiverio. De un modo semejante podemos discurrir en lo que toca a las amenazas
terribles que se leen en las Santas Escrituras contra Babilonia, como veremos
más adelante.
Continuabitur
[1] Primera gran clave de todo este gran Fenómeno de Lacunza: la
cautividad de la que hablan los Profetas no es la de Nabucodonosor.
Incluso todo parece
indicar que el mismo Daniel confundió ambas, creyéndolas una
sola. AQUI entre otras cosas, escribíamos:
“En efecto, todo
parece indicar que Daniel malinterpretó a Jeremías y que el ángel lo corrigió…:
… Todo esto parece
confirmarse, además, por las palabras del Ángel cuando en el versículo 22
y 23 le dice:
“Daniel, he venido ahora
para darte inteligencia… fija pues, tu atención sobre la palabra y entiende la
visión: setenta semanas están decretadas para tu pueblo y para tu ciudad
santa…”.
Que es como si le dijera:
“Daniel, el fin de la desolación de la que habla Jeremías,
no son setenta años sino setenta semanas de años…”.
[3] Las versiones varían y no hay acuerdo entre los
comentadores con respecto a la traducción exacta deste pasaje.
En la
versión griega Straubinger traduce: “y que todas estas cosas se
cumplirán cuando el poder del pueblo santo sea completamente destruido”.
La versión
de Teodoción: "ἐν τῷ συντελεσθῆναι διασκορπισμὸν χειρὸς λαοῦ ἡγιασμένου γνώσονται πάντα ταῦτα”.
Los LXX: “ἡ συντέλεια χειρῶν ἀφέσεως λαοῦ ἁγίου καὶ συντελεσθήσεται
πάντα ταῦτα”.
Linder comentando este pasaje dice: “Et cum
completa fuerit dispersio manus (en hebreo confractio potentiae)
populi sancti, complebuntur universa hæc”… Finalmente el Ángel agrega que esto se
consumará “cuando se cumpla la destrucción (literalmente “confractio”: fractura,
quebradura) del poder del pueblo santo (en la versión hebrea): esta destrucción
de la mano o poder del pueblo santo es aquella calamidad de la cual se dice más
arriba (v. 1) que no habrá otra igual. Con estas palabras no puede
significarse la opresión de los judíos llevada a cabo por Antíoco… por
eso tanto por el contexto como por el solemne juramento e invocación del Dios
eterno como testigo viviente en el fin de los tiempos, se anuncia aquella
máxima tribulación que será el signo de los últimos tiempos. Declarar la suma
aflicción del pueblo santo (VII, 21.22.27) es totalmente conforme al
oráculo propuesto en VII, 25”.
La
interpretación de Straubinger, que cita a Fillion, es que “el
oráculo sólo recibirá su realización total cuando el pueblo de Dios haya
llegado al colmo de su infortunio”.
Como se puede apreciar, la interpretación
es totalmente diversa a la de Lacunza, la cual nos parece mucho
más conforme al texto y contexto.
Veamos:
Antes que
nada es preciso tener en cuenta el contexto deste pasaje: en el v. 1
se habla del alzamiento de San Miguel (que coincide con Apoc. XII, 7
ss) y luego sobre la liberación (lit. “levantamiento”. Cfr. Lc.
I, 52) del pueblo de Israel seguida de una resurrección parcial
(“muchos” dice el texto) tanto de vivos como de muertos. En el v. 6 Daniel
pregunta cuándo tendrán lugar estas maravillas, es decir, no el alzamiento de Miguel
sino la liberación de Israel y la resurrección parcial, y la respuesta que
obtiene es “dentro de un tiempo, (dos) tiempos y la mitad (de tiempo)”, ¿pero
cuál es el “tempus a quo” si no es el alzamiento de Miguel? Es decir,
desde el alzamiento de Miguel hasta la liberación de Israel hay tres tiempos y
medios y lo mismo se confirma en el v. 11 cuando dice que desde la cesación del
sacrificio perpetuo y la entronización de la abominación desoladora habrá mil
doscientos noventa días (sobre esta última cifra ver lo que ya dijimos AQUI).
Ahora bien,
todo parece indicar que en el v. 7 se le vuelve a responder con un poco más
de claridad cuándo sucederá no el alzamiento de Miguel sino la liberación de
Israel y la resurrección, y la respuesta es clara: todo eso sucederá
cuando la dispersión de Israel llegue a su fin, lo cual sucederá mil
doscientos noventa días después de la abominación de la desolación.