martes, 26 de junio de 2012

Vespere autem Sabbati (Mt. XXVIII,1) (I de II)

  Nota del Blog: El siguiente estudio, que armoniza fácilmente las apariciones de Jesús resucitado y de los ángeles a los discípulos, fue publicado en la "Revista Bíblica" dirigida por Mons. Straubinger. Año 1946, pag. 17-21. Énfasis nuestros. 


VESPERE AUTEM SABBATI (Mat. 28,1)
Un estudio exegético


Mons. Straubinger, en su hermosa traducción de los Santos Evangelios, hizo la transposición de un versículo de un capítulo a otro.

El versículo 39 del capítulo VIII de San Marcos lo colocó como primero del cap. IX siguiente, de acuerdo con el texto griego que le sirve de original para la traducción.

El sabio y piadoso autor explica en una nota la razón de este cambio:

“Colocado, dice, el presente versículo (que en la Vulgata figura como 39 del cap. VIII) muestra claramente que el anuncio de Jesús se refiere a su gloriosa Transfiguración, relatada en los versículos que siguen, y en la cual Jesús mostró un anticipo de la gloria con que volverá al fin de los tiempos. Tal es la gloria cuya visión nos refieren San Juan en su Evangelio (I, 14) y San Pedro en su segunda Epístola (I, 16 ss). Véase Mt. XVI, 28 y nota”.

El motivo del cambio está, pues, claro. El v. 39 de San Marcos cap. VIII dice:

“Y les dijo: En verdad, os digo, entre los que están aquí, algunos no gustarán la muerte sin que hayan visto el reino de Dios venido con poder”,

Se relaciona evidentemente con lo que sigue, esto es, con el relato de la milagrosa Transfiguración del Señor y no con lo que antecede. Por lo tanto su lugar propio es el comienzo del cap. IX; y, con solo ese cambio, el sentido del versículo, o mejor, de las palabras de Jesús se torna natural y claro.

Esto me da ocasión para hacer unas consideraciones sobre el versículo 1 del cap. XXVIII de San Mateo.

Pretendo demostrar que ese versículo no ocupa el lugar que le corresponde. Su lugar conveniente sería, a mi parecer, el fin del cap. anterior, esto es, debería ser el 67 del cap. XXVII y no el 1 del XXVIII. Este cambio no afecta en nada al texto sagrado, puesto que la división en capítulos y versículos es obra de los hombres, que la hicieron para facilitar la lectura de la Biblia.

Tres cosas debo demostrar:

1) Que el versículo en cuestión, o sea, su contenido, no tiene relación con lo que sigue.

2) Que es casi seguro que tiene relación con lo que precede.

3) Aún en el caso de que esta relación no  fuera cierta y que se tratara de un hecho suelto, todavía fuera preferible que ese versículo ocupara el último lugar del cap. 27.


I) No tiene conexión con lo que sigue.

Pongamos el texto latino y su traducción literal:
1. “Vespere autem sabbati, quæ lucescit in prima sabbati, venit Maria Magdalene, et altera Maria, videre sepulchrum.” 

Traducción al pie de la letra:

Mas, en la víspera del sábado que luce en la primera del sábado, vino María Magdalena, y la otra María a ver el sepulcro.”

A primera vista esta traducción es ininteligible o, a lo menos, así lo parece. Veremos, con la ayuda de Dios, que es la más apropiada y la más justa.

Por ahora continuemos con el texto (traducción de Mons. Straubinger):

2. Y he aquí que hubo un gran terremoto, porque un ángel del Señor bajó del cielo, y llegándose rodó la piedra y se sentó encima de ella.
3. Su rostro brillaba como el relámpago y su vestido era blanco como la nieve.
4. Y de miedo de él, temblaron los guardias y quedaron como muertos.
5. Habló el ángel y dijo a las mujeres: “No temáis vosotras: porque sé que buscáis a Jesús, el crucificado.
6. No está aquí; porque resucitó, como lo había dicho. Venid y ved el lugar donde estaba.
7. Luego, id pronto y decid a sus discípulos que resucitó de los muertos, y he aquí que os precederá en Galilea; allí lo veréis. Ya os lo he dicho.
8. Ellas, yéndose a prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, corrieron a llevar la nueva a los discípulos de Él.
9. Y de repente Jesús les salió al encuentro y les dijo: “Salud”. Y ellas acercándose, se asieron de sus pies y lo adoraron.
10. Entonces Jesús les dijo: “No temáis. Id, avisad a los hermanos míos que vayan a Galilea; allí me verán”.

No parece difícil demostrar que estas mujeres a quienes se dirige el Ángel y a quienes se aparece Jesús no son las dos que fueron a ver el sepulcro (XXVIII, 1). Por lo menos María Magdalena no podía estar entre ellas.

En primer lugar vemos que éstas salieron con miedo de la entrevista con el Ángel y que el mismo Jesús (XXVIII, 10) les dice: “No temáis”, lo que indica que era grande el temor de que se hallaban poseídas. Ahora bien ¿cuándo tuvo miedo María Magdalena? Nunca. El Evangelio de San Juan (cap. XX) nos dice que ella fue al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, que ella sola se acercó y vio la primera el sepulcro vacío, que ella sola fue corriendo a llevar a Pedro y a Juan la noticia, que con ellos vino otra vez, aunque tal vez algo rezagada, porque ellos vinieron corriendo; que luego que ellos se fueron, ella sola se quedó allí. Los apóstoles y compañeros, después de enterados de la desaparición del cuerpo de Jesús, se hallaban en casa afligidos y llorando (Mc. XVI, 10). Lloraban de miedo y de pena y eso que eran varones y eran muchos. Ya venían venir seguramente a los soldados en su busca como autores del robo. Magdalena sola y sin compañía llora también junto al sepulcro, pero no de miedo, “sino porque han quitado a mi Señor y no sé dónde le han puesto” (Jn. XX, 11). No siente temor alguno porque el amor la señorea y el amor echa fuera el temor.

“A la tumba de su Amado prosternóse Magdalena
Y sus ojos, empañados en el llanto, le buscaban;
Y los ángeles querían endulzarla tanta pena,
Mas, dolores como aquellos, ni los Ángeles calmaban,
Vuestros castos resplandores, oh, querubes, luminosos,
consolar jamás pudieran sus amargos, tristes dejos.
Ella quiere ver al dueño de los ángeles gloriosos
y tomarlo entre sus brazos y llevárselo muy lejos.
Vedla allí al sepulcro santo, cuán inmóvil permanece
antes que del claro día resplandezca bella aurora.
Mas, velando su alma lumbre, Dios ante ella se aparece.
Porque sepa que en amores nadie a Dios venció hasta ahora”.

(Santa Teresita del Niño Jesús,
Poesía al Sagrado Corazón, recuerdo de un retiro).

Ya se ve que Santa Teresita supo leer en el corazón de Magdalena.

Esto en primer lugar. En segundo lugar a Magdalena no se le apareció un Ángel solo, sino dos y estos “estaban sentados, el uno a la cabecera, y el otro a los pies donde había sido puesto el cuerpo de Jesús” (Jn. XX, 12); ninguno de los dos estaba sentado sobre la piedra. Estos dos Ángeles no invitan a la Magdalena a que pase a ver el lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús y en el cual ahora no estaba, porque eso ya lo había visto ella y de ello había dado aviso a los Apóstoles.

Las palabras de Jesús a las mujeres “Salud… no temáis” (Mt. XXVIII, 9-10) no son las que el mismo Jesús según San Juan (cap. XX) dirigió a Magdalena, ni el lugar de la aparición es el mismo. A estas mujeres de San Mateo se les aparece en el camino de regreso del sepulcro, y a Magdalena en el sepulcro o junto a él y en forma de jardinero u hortelano y le preguntó:

¿Mujer por qué lloras? ¿A quién buscas? Y ella pensando que era el jardinero le dijo: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. Jesús le dijo “Miriam”, etc. (Jn. XX,15-16).

Descontada Magdalena no queda más que la otra María. Pero una mujer sola no puede formar un grupo. El Ángel se dirige a “las mujeres” en plural y Jesús habla igualmente a “las mujeres”. Si la otra María estaba entre ellas sería en otro momento, no en este en que acompañó a Magdalena solamente “para ver el sepulcro” (Mt. XXVIII, 1).

Luego, lo que se dice en el v. 1 del cap. XXVIII de San Mateo, no tiene relación con lo que sigue, sino que en los vers. 2-10 se trata de otra escena y de otras personas.